Con la Hierba de Almohada (28 page)

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Authors: Lian Hearn

Tags: #Aventura, Fantasia

BOOK: Con la Hierba de Almohada
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Percibí el olor a humo, y el calor me atrajo de forma irresistible. Imaginé que las ascuas de carbón me secaban los pies, que para entonces parecían bloques de hielo; casi sentía la quemazón en la cara. La puerta de la cabaña estaba abierta con el fin de que entrara la luz y saliera el humo. El flautista ni me vio ni me oyó. Estaba completamente entregado a su melancólica melodía, una música que parecía de otro mundo.

Incluso antes de verle, supe de quién se trataba. Yo había escuchado esas mismas notas antes, noche tras noche, mientras, desconsolado, velaba la tumba de Shigeru. Era Makoto, el joven monje que me había dado consuelo. Se hallaba sentado con las piernas cruzadas y los ojos cerrados, y tocaba la flauta larga de bambú, aunque en el cojín que tenía junto a él reposaba una flauta travesera de menor longitud. Un brasero ardía, humeante, junto a la entrada. Al fondo de la cabaña podía verse un lecho; apoyado en la pared, reposaba un palo de madera de los utilizados para el combate, pero no había otras armas a la vista. Entré en la choza -a pesar del brasero hacía casi tanto frío como en el exterior-, y dije en voz baja:

—¿Makoto?

Él no abrió los ojos ni dejó de tocar.

Le llamé otra vez. Algunas notas musicales oscilaron... y Makoto se separó la flauta de los labios. Habló con un susurro, y su voz denotaba fatiga:

—Déjame. No me atormentes más. Lo siento, lo siento mucho... -seguía sin levantar los ojos.

Cuando se llevó la flauta a los labios otra vez, me arrodillé delante de él y le puse la mano en el hombro. Entonces abrió los ojos, me miró y, pillándome por sorpresa, se puso en pie de un salto y arrojó la flauta a un lado. Se apartó de mí. Agarró el palo y lo blandió de forma amenazante. Sus ojos desbordaban sufrimiento y su rostro se mostraba tan delgado que se diría que había estado ayunando.

—Aléjate de m-urmuró con voz ronca.

Yo también me incorporé.

—Makoto -exclamé con delicadeza-, no soy tu enemigo. Soy yo, Otori Takeo.

Di un paso hacia delante y de repente él hizo oscilar el palo con la intención de golpearme en el hombro; pero por suerte lo vi venir y logré en parte desviar su trayectoria. Debido a la estrechez de la estancia, Makoto no pudo imprimir demasiada fuerza en el golpe, pues de lo contrario me habría partido la clavícula; de todas formas, el impacto me hizo caer al suelo. Pero al momento, afectado por la violencia con que había actuado, dejó caer el palo de sus manos y, atónito, se quedó mirándolas. Entonces volvió los ojos hacia mí, que seguía en el suelo.

—¿Takeo? -exclamó-. ¿Eres tú realmente? ¿No eres un fantasma?

—Soy tan real que casi me has dejado fuera de combate -respondí, mientras me levantaba y flexionaba el brazo. Cuando me hube asegurado de que no estaba roto, metí la mano entre mis ropas en busca del cuchillo; me sentía más seguro sintiendo su contacto.

—Perdóname -suplicó-. Nunca te habría herido...

Lo que ocurre es que veo tu fantasma con mucha frecuencia -me dio la impresión de que iba a alargar el brazo para tocarme, pero cambió de opinión-. ¡No puedo creer que seas tú! ¿Qué extraño destino te trae hasta aquí en este momento?

—Me dirijo a Terayama. Dos veces me han ofrecido refugio en el templo. Y ahora tengo que aceptar el ofrecimiento... hasta la primavera.

—No puedo creer que seas tú -repitió-. Estás empapado; debes de estar muñéndote de frío -miró a su alrededor-. Tengo muy poco que ofrecerte -se giró hacia el lecho, y al hacerlo tropezó con el palo y se agachó para recogerlo; lo dejó de nuevo apoyado en la pared y retiró de la cama una de las delgadas colchas de cáñamo-. Quítate la ropa; la secaremos. Arrópate con esto.

—Tengo que continuar mi viaje -le dije-. Sólo me sentaré un momento junto al fuego.

—No podrás llegar a Terayama esta noche. Dentro de un rato reinará la oscuridad y el templo se encuentra a cinco horas de camino. Pasa aquí la noche, y partiremos juntos por la mañana.

—Para entonces la ventisca habrá bloqueado el camino -repliqué yo-. Mi intención es quedarme aislado dentro del templo, no fuera de él.

—Ésta es la primera nevada del año -recordó Makoto-. Es intensa en la montaña, pero desde aquí hacia abajo es más bien aguanieve.

El joven monje sonrió y recitó el antiguo verso:

—"En las noches cuando, entremezclada con la lluvia, la nieve cae…”-y luego añadió-: Por desgracia, ¡soy tan pobre como el poeta y su familia!

Se trataba de una de las primeras obras que Ichiro me había enseñado a escribir y, con dolorosa claridad, los versos me trajeron a mi preceptor a la memoria. Empecé a tiritar; al quedarme quieto, noté que en verdad me estaba congelando. Empecé a quitarme las ropas mojadas, y Makoto las fue recogiendo y las extendió frente al brasero; añadió un poco de leña a la lumbre y avivó las ascuas.

—Están manchadas de sangre -advirtió Makoto-. ¿Es que estás herido?

—No, intentaron matarme en la frontera.

—¿La sangre es de quien te atacó?

Asentí con un gesto, al tiempo que dudaba si debía darle más explicaciones, tanto por su seguridad como por la mía.

—¿Te persigue alguien ahora?

—O me están siguiendo o bien están esperándome en algún lugar para atacarme. Así será el resto de mi vida.

—¿Quieres explicarme cuál es el motivo? -Makoto encendió una vela con el fuego del brasero y acercó la llama a la mecha de una lámpara, que se encendió a regañadientes-. No queda mucho aceite -se excusó, antes de levantarse para cerrar las contraventanas.

Teníamos por delante toda la noche.

—¿Puedo confiar en ti?

La pregunta le hizo soltar una carcajada.

—No tengo ni idea de lo que ha sido de ti desde que nos encontramos por última vez, ni sé qué te trae por aquí en estos momentos. Tú tampoco sabes nada sobre mí; si me conocieras, no me preguntarías esas cosas. Más tarde te lo contaré todo; mientras tanto, sí, puedes confiar en mí. Quizá no puedas fiarte de nadie más, pero a mí me puedes otorgar tu confianza.

En su voz se detectaba un matiz de profunda emoción. Se apartó, y dijo:

—Calentaré un poco de sopa. Lo siento, no tengo vino ni té.

Recordé cómo Makoto me había consolado del terrible sufrimiento que yo sentí tras la muerte de Shigeru. Me había tranquilizado cuando me encontraba atormentado por el remordimiento y me había abrazado hasta que el dolor dio paso al deseo. Ambos quedaron aliviados.

—No puedo permanecer con la Tribu -aseguré-. Los he abandonado, y me perseguirán hasta que logren darme muerte.

Makoto tomó una vasija de un rincón y la colocó con cuidado sobre las ascuas. Entonces, volvió la mirada hacia mí.

—Me pidieron que encontrara los documentos sobre la Tribu que Shigeru guardaba -dije-. Me enviaron a Hagi. Mi misión consistía en matar a Ichiro, mi preceptor, y entregar a los maestros de la Tribu los documentos; pero éstos no estaban en la casa.

Makoto sonrió, aunque siguió sin pronunciar palabra.

—Ésa es una de las razones por las que tengo que llegar a Terayama, porque los archivos están en el templo. Tú lo sabías, ¿no es así?

—Te lo habríamos dicho si tú no hubieras optado por marcharte con la Tribu -confesó Makoto-. Nuestra obligación para con Shigeru no nos permitió correr el riesgo. Él nos confió los documentos porque sabía que nuestro templo es uno de los pocos que existen en los Tres Países donde la Tribu no se ha infiltrado.

Makoto sirvió la sopa en un cuenco y me lo entregó.

—Sólo dispongo de un cuenco. No esperaba visita alguna... ¡y mucho menos a ti!

—¿Por qué estás aquí? -le pregunté-. ¿Tienes la intención de pasar el invierno en esta choza?

Pensé que no lograría sobrevivir, pero no convertí en palabras tal pensamiento; tal vez Makoto no deseaba seguir viviendo. Bebí un poco de sopa. Estaba caliente y salada, pero carecía de sustancia. Por lo visto era el único alimento del que Makoto disponía. ¿Qué había sido del enérgico joven que conocí en Terayama? ¿Qué le había conducido a aquel estado de conformismo, casi de desesperación?

Me ajusté la manta que me cubría y me acerqué más , al fuego. Como siempre, agucé el oído. El viento había cobrado fuerza y silbaba a través de la techumbre de paja. De vez en cuando una ráfaga hacía vacilar la llama, y en la pared de enfrente se perfilaban sombras de formas grotescas. El sonido que procedía del exterior no era el débil suspiro de la nieve al caer; era más pesado y recordaba al aguanieve.

Con las contraventanas cerradas, el interior de la cabaña se fue calentando poco a poco y al secarse, mis ropas empezaron a desprender vapor. Terminé la sopa y le pasé el cuenco a Makoto, que lo rellenó, dio un sorbo y lo colocó en el suelo.

—Pasaré aquí el invierno o quizá el resto de mi vida, lo que resulte ser más largo -dijo Makoto, mirándome, para después bajar la vista-. Me resulta difícil hablar, Takeo, ya que mi situación tiene mucho que ver contigo; pero el Iluminado ha tenido a bien traerte hasta aquí, por lo que debo darte una explicación. Tu presencia lo cambia todo. Como te dije, tu fantasma ha estado conmigo de forma constante; me visitas de noche, en mis sueños. Llevo tiempo esforzándome por superar esta obsesión -Makoto sonrió con amargura-. Desde que era niño he intentado distanciarme del mundo de los sentidos; mi única ambición era la iluminación espiritual. Deseaba con todas mis fuerzas alcanzar la santidad. No quiero decir con esto que nunca tuviera relaciones carnales; ya sabes lo que ocurre cuando los hombres viven solos, alejados de las mujeres, y Terayama no es una excepción. Pero nunca me había enamorado de nadie; nunca me había obsesionado como me sucedió contigo -de nuevo sus labios esbozaron una sonrisa-. No voy a explicarte cuál es la razón porque no es importante y, además, tampoco estoy muy seguro de ella. Sin embargo, tras la muerte del señor Shigeru, el sufrimiento te estaba haciendo enloquecer; tu dolor me conmovió. Yo deseaba consolarte.

—Y lo hiciste -dije yo en voz baja.

—¡Para mí fue más que eso! No imaginaba los profundos sentimientos que nuestro encuentro me iba a provocar. Me encantaba sentirme de aquella manera y me sentía agradecido por experimentar algo que nunca antes había conocido; por otra parte, lo detestaba. Hacía que mis esfuerzos espirituales parecieran un engaño. Me dirigí a nuestro abad y le expuse mi determinación de abandonar el templo y regresar al mundo. Él me recomendó que me alejara durante un tiempo y meditara mi decisión. En el oeste tengo un amigo de la niñez que insistía en que fuera a visitarle... Ya sabes que soy aficionado a tocar la flauta.

Makoto hizo una pausa. El viento lanzó un pequeño remolino de copos contra la pared y la llama de la lámpara parpadeó tan violentamente que estuvo a punto de apagarse. No tenía ¡dea de lo que Makoto me iba a contar a continuación, pero el corazón se me aceleró y noté que el pulso me golpeaba la garganta. No se trataba de deseo, era más bien el miedo a oír algo que no quería escuchar.

Entonces, el monje prosiguió:

—Mi amigo vive en la residencia del señor Fujiwara.

Negué con la cabeza, pues nunca había oído hablar de él.

—Es un noble que fue exiliado de la capital; sus tierras lindan con las de los Shirakawa.

Con sólo escuchar el nombre de la familia de Kaede, sentí como si me golpearan en el estómago.

—¿Viste a la señora Shirakawa?

Makoto asintió con un gesto.

—Me dijeron que se estaba muriendo.

Mi corazón me golpeaba en el pecho con tal fuerza que pensé que se me iba a salir por la garganta.

—Estaba muy enferma, pero se recuperó. El médico del señor Fujiwara le salvó la vida.

—Entonces, ¿está viva? -me dio la impresión de que la tenue llama de la lámpara cobró brillo y la cabaña se inundó de luz-. ¿Está viva Kaede?

Makoto me examinó la cara, y su propio rostro mostró una profunda tristeza.

—Sí, y me alegro enormemente, porque si hubiera llegado a morir yo habría sido el culpable.

Fruncí las cejas, intentando descifrar sus palabras.

—¿Qué ocurrió?

—Todos en la residencia de Fujiwara conocían a Kaede como la señora Otori; creían que el señor Shigeru se había casado con ella en secreto en Terayama cuando él acudió a visitar la tumba de su hermano, el día en que nos conocimos. Lo último que yo esperaba era encontrar a Kaede en casa de Fujiwara, y nadie me habló de aquel supuesto matrimonio. Cuando me la presentaron me quedé atónito; di por hecho que era contigo con quien se había casado, y que tú mismo te encontrabas allí junto a ella. Sin apenas darme cuenta, saqué tu nombre a relucir. En ese momento fui consciente de hasta qué punto seguía fascinado por ti, a pesar de que me había engañado a mí mismo pensando que me estaba recuperando de mi obsesión. Además, en aquel instante dejé al descubierto la artimaña de Kaede en presencia de su padre.

—Pero ¿por qué motivo simuló ese matrimonio?

—Por el mismo motivo que lo haría cualquier otra mujer. Estuvo a punto de morir porque perdió el hijo que esperaba.

No pude articular palabra.

Makoto continuó:

—Su padre me interrogó sobre el matrimonio de su hija. Yo sabía que no se había celebrado en Terayama; intenté eludir sus preguntas, pero él mismo tenía sospechas y lo que yo había dicho las confirmó. Yo entonces no lo sabía, pero la mente de Shirakawa estaba muy alterada y a menudo hablaba de acabar con su vida. Poco después, se clavó un cuchillo en el estómago delante de su hija; lo más probable es que Kaede perdiera a la criatura a causa de la conmoción.

En ese momento, intervine yo:

—El hijo era mío. Kaede debería haber sido mi esposa. Algún día lo será.

A medida que oía mis propias palabras, la sensación de haberla traicionado se me acrecentaba. ¿Sería Kaede capaz de perdonarme?

—Eso me imaginé -dijo Makoto-. Pero ¿cuándo ocurrió? ¿En qué estabais pensando? ¡Con una mujer de rango y familia semejantes...!

—Pensábamos que nuestra vida iba a terminar. Fue durante la noche que murió Shigeru y cayó Inuyama. No queríamos morir sin... -me sentí incapaz de proseguir.

Tras unos instantes, Makoto continuó:

—Yo no podía vivir en paz conmigo mismo. Mi pasión me había llevado a un mundo de profundo sufrimiento del que yo había creído escapar. Sentí que había hecho un daño irreparable a otro ser sensible, aunque fuese una mujer; pero al mismo tiempo los celos me hacían desear que Kaede muriera, porque sabía que tú la amabas y que ella también debía de haberte amado. Como ves, no quiero ocultarte nada; deseo mostrarte lo peor de mí mismo.

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