Cita con la muerte (24 page)

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Authors: Agatha Christie

BOOK: Cita con la muerte
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"Y ahora, desde este nuevo punto de vista, repasemos los acontecimientos de aquella tarde. Los Boynton se van. La señora Boynton se sienta junto a su cueva. Analicemos muy cuidadosamente las declaraciones de lady Westholme y la señorita Pierce. Esta última no es un testigo de fiar. Es poco observadora y muy sugestionable. Lady Westholme, en cambio, es muy clara y meticulosamente observadora. Las dos están de acuerdo en un hecho. Un árabe, uno de los criados, se acerca a la señora Boynton, la hace enfurecer por algún motivo y se retira apresuradamente. Lady Westholme afirmó rotundamente que el criado había estado primero en la tienda de Ginebra Boynton, pero recuerden que la del doctor Gerard estaba al lado de la de Ginebra. Es posible que el árabe entrara en la del doctor Gerard...

El coronel Carbury dijo:

—¿Pretende hacerme creer que uno de los beduinos asesinó a la anciana pinchándola con una aguja hipodérmica? ¡Fantástico!

—Espere, coronel Carbury. Aún no he terminado. Supongamos que el árabe hubiera venido de la tienda del doctor Gerard y no de la de Ginebra Boynton. ¿Qué es lo siguiente? Las dos damas aseguran que no pudieron verle la cara con suficiente claridad para identificarlo y que no entendieron lo que dijo la señora Boynton. Es comprensible. La distancia entre la carpa y el saliente era de unos doscientos metros. Sin embargo, lady Westholme dio una clara descripción del sujeto, especialmente de su ropa. Habló de sus pantalones de montar rasgados y remendados y de la forma descuidada en que llevaba enrolladas las espinilleras.

Poirot se inclinó hacia delante.

—Y eso, amigos míos, es verdaderamente muy extraño. ¡Porque si no pudo ver su cara ni oír lo que decía, era imposible que distinguiera el estado en el que estaban sus pantalones y sus espinilleras! ¡No a doscientos metros!

"Eso fue un error, ¿ven? Me sugirió una idea curiosa. ¿Por qué tanto insistir en los pantalones rotos y las espinilleras descuidadas? ¿Tal vez porque los pantalones no estaban rotos y las espinilleras no existían? Lady Westholme y la señorita Pierce vieron al hombre, pero desde donde estaban sentadas no podían verse la una a la otra. Lo demuestra el hecho de que lady Westholme fue a ver si la señorita Pierce estaba despierta y la encontró sentada delante de su tienda.

—¡Dios mío! —dijo el coronel Carbury de pronto, enderezándose en su asiento—. ¿Está usted sugiriendo.. ?

—Sugiero que, después de haberse asegurado de lo que estaba haciendo la señorita Pierce (el único testigo que podía estar despierto), lady Westholme volvió a su tienda, se puso sus pantalones de montar, sus botas y una chaqueta color caqui, se hizo un turbante con el trapo de limpiar el polvo y unas madejas de lana y, así ataviada, entró en la tienda del doctor Gerard, registró su botiquín, eligió la droga que necesitaba, llenó la jeringuilla y fue audazmente hacia su víctima.

"La señora Boynton debía de haberse adormilado. Lady Westholme fue rápida. La cogió por la muñeca y le inyectó la droga. La señora Boynton lanzó un grito, intentó levantarse y, al fin, cayó en su sillón. El "árabe" huyó a toda prisa, dando muestras de estar avergonzado y asustado. La señora Boynton agitó su bastón, intentó levantarse y, al fin, quedó inmóvil.

Cinco minutos más tarde, lady Westholme se reúne con la señorita Pierce y comenta la escena que acaba de presenciar, imprimiendo su versión de los hechos en el cerebro de la otra. Después se van a dar un paseo y, al pasar bajo el saliente donde está la señora Boynton, lady Westholme le pregunta algo a la anciana. No obtiene respuesta. La señora Boynton está muerta, pero ella hace notar a la señorita Pierce que la anciana es "muy grosera por contestarles de esa manera, con un gruñido". La señorita Pierce lo acepta así, se deja sugestionar. A menudo ha oído a la señora Boynton responder con un gruñido. Si fuera necesario juraría sinceramente que lo había oído de verdad. Lady Westholme ha estado ya en suficientes comités con mujeres del tipo de la señorita Pierce para saber exactamente hasta qué punto su poderosa personalidad puede influir en ellas. Lo único que falló en su plan fue la devolución de la jeringuilla. El hecho de que el doctor Gerard volviera tan pronto al campamento desmontó su esquema. Ella tenía la esperanza de que el médico no notase la ausencia de la aguja, o de que pensara que se le había pasado por alto, y la volvió a poner en su sitio aquella noche.

Se paró.

Sarah dijo:

—Pero, ¿por qué? ¿Por qué lady Westholme habría de querer matar a la señora Boynton?

—¿No me dijo usted que, en Jerusalén, cuando habló con la señora Boynton, lady Westholme estaba bastante cerca? Era a lady Westholme a quien la señora Boynton dirigió aquellas palabras: "No he olvidado nunca nada. Ni una acción, ni un nombre, ni una cara". Una a esto el hecho de que la señora Boynton había sido, en su tiempo, celadora en una cárcel y podrá hacerse una idea muy aproximada de la verdad. Lord Westholme conoció a su esposa en un viaje, cuando regresaba de América. Antes de casarse, lady Westholme había sido una criminal y había estado en prisión.

"Comprenden el terrible dilema en el que se hallaba? Su carrera, sus ambiciones, su posición social. ¡Todo estaba en juego! Aún no sabemos, pero no tardaremos en averiguarlo, cuál fue el crimen por el que cumplió sentencia, pero debía de ser suficiente para hundir su carrera política si llegaba a hacerse público. Y recuerden que la señora Boynton no era una chantajista vulgar. No quería dinero. Deseaba sentir el placer de atormentar a su víctima durante un tiempo y después habría disfrutado revelando la verdad de la manera más espectacular. No, mientras la señora Boynton viviera, lady Westholme no estaría segura. Obedeció las instrucciones de la señora Boynton y se reunió con ella en Petra (siempre me pareció extraño que una mujer con tal sentido de su propia importancia como lady Westholme hubiera preferido viajar como una simple turista), pero sin duda meditaba ya las posibles formas de asesinarla. Vio su oportunidad y la aprovechó audazmente. Sólo cometió dos errores. Uno, hablar demasiado, me refiero a la descripción de los pantalones rotos, pues esto fue lo primero que orientó mi atención hacia ella, y el otro, confundirse de tienda y entrar primero en la de Ginebra, que estaba dentro medio dormida. De ahí la historia de la chica, mitad fantasía, mitad verdad, acerca del Jeque disfrazado. Ginebra lo trastocó todo, obedeciendo a su instinto de transformar la realidad haciéndola más dramática, pero aquella indicación fue suficientemente significativa para mí.

Se paró.

—Pronto lo sabremos todo. Hoy he conseguido las huellas dactilares de lady Westholme sin que ella se diera cuenta. Si las enviamos a la prisión donde en un tiempo fue celadora la señora Boynton, en cuanto sean comparadas con las que tienen en los ficheros, sabremos toda la verdad.

Calló.

En aquel breve silenció se escuchó una detonación.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó el doctor Gerard.

—Me ha parecido un disparo —dijo el coronel Carbury, levantándose rápidamente—. En la habitación de al lado. ¿Quién está en esa habitación?

Poirot murmuró:

—Tengo una ligera idea. Es la habitación de lady Westholme.

Epílogo

Extracto del Evening Shout:

"Lamentamos anunciar la muerte de lady Westholme, miembro del Parlamento, a causa de un desgraciado accidente. Lady Westholme, que era aficionada a viajar a países lejanos, siempre llevaba un pequeño revolver con ella. Estaba limpiándolo cuando éste se disparó accidentalmente y le produjo la muerte. El fallecimiento fue instantáneo. Damos nuestro más sentido pésame a lord Westholme, etc., etc."

Una cálida noche de junio, cinco años más tarde, Sarah Boynton y su marido estaban sentados entre bastidores en un teatro de Londres. La obra representada era Hamlet. Sarah estrechó el brazo de Raymond cuando las palabras de Ofelia surgieron flotando por encima de las candilejas: "¿Cómo podré distinguir tu amor verdadero de otro cualquiera? Por su sombrero y su bastón y sus sandalias. Está muerto y se ha ido, señora. Está muerto y se ha ido. A su cabeza, un césped de hierba verde; a sus pies, una piedra. Oh!".

A Sarah se le hizo un nudo en la garganta. Aquella exquisita y beatífica belleza, aquella sonrisa encantadora y etérea, la de alguien que había superado el dolor y había llegado a una región donde los espejismos eran verdad...

Sarah murmuró para sí misma:

—¡Es preciosa...!

La inolvidable y armoniosa voz, con su siempre bello tono, pero disciplinada y modulada para ser un instrumento perfecto.

Cuando el telón cayó al final del acto, Sarah dijo con decisión:

—Jinny es una gran actriz. ¡Una actriz maravillosa!

Más tarde se sentaron alrededor de una mesa en el Savoy. Ginebra, sonriendo, distante, se volvió hacia el hombre barbudo que estaba a su lado.

—Fue estupendo, ¿verdad, Theodore?

—Estuviste fantástica, chérie.

Una sonrisa de felicidad afloró a los labios de la joven.

—Tú siempre creíste en mí —murmuró—. Tú siempre supiste que podría hacer grandes cosas... dominar multitudes...

En una mesa a poca distancia, el Hamlet de la noche estaba diciendo en tono lóbrego:

—¡Su amaneramiento! Desde luego, a la gente le gusta sólo al principio, pero lo que yo digo es que eso no es Shakespeare. ¿Vieron ustedes cómo echaba a perder mi mutis? Nadine, sentada enfrente de Ginebra, dijo:

—¡Es excitante estar aquí, en Londres, con Jinny representando a Ofelia y hecha una celebridad!

—Os agradezco mucho que hayáis venido. Ha sido hermoso teneros a todos aquí —dijo Ginebra con suavidad.

—Somos una familia normal —dijo Nadine sonriendo y recorriendo a todos con la mirada. Después, se dirigió a Lennox— Creo que los niños podrían ir a la matinée, ¿no te parece? ¡Ya son mayorcitos y tienen tantas ganas de ver a la tía Jinny en el escenario!

Lennox, un Lennox sereno, alegre y con sentido del humor, levantó su copa.

—Por los recién casados, el señor y la señora Cope. Jefferson Cope y Carol agradecieron el brindis.

—¡El enamorado infiel! —dijo Carol riendo—. Jeff, ¿por qué no bebes a la salud de tu primer amor, que está sentado justo delante de ti?

Raymond dijo en tono de broma:

—Jeff se está poniendo colorado. No le gusta que le recuerden los viejos tiempos.

Su rostro se ensombreció de repente.

Sarah le tomó la mano y la nube se alejó. Él la miró y sonrió.

—¡Parece sólo un mal sueño!

Una pulcra figura se detuvo junto a su mesa. Hércules Poirot, impecable y elegante, con las puntas de sus bigotes mirando orgullosamente hacia arriba, hizo una reverencia:


Mademoiselle
—le dijo a Ginebr —,
mes hommages
. ¡Estuvo usted soberbia!

Todos lo saludaron afectuosamente y le hicieron un lugar junto a Sarah. Miró a su alrededor con una sonrisa y, cuando los demás volvieron a enfrascarse en la charla, se inclinó un poco hacia Sarah y le dijo:

—Eh bien, parece que ahora todo va bien en la famille Boynton.

—Gracias a usted —dijo Sarah.

—Su marido se está haciendo muy famoso. Hoy he leído una excelente crítica de su último libro.

—Es realmente un libro muy bueno, aunque esté mal que yo lo diga. ¿Sabe que Carol y Jefferson Cope se han casado por fin? Y Lennox y Nadine tienen dos niños encantadores, monísimos, como dice Raymond. Y en cuanto a Jinny, bueno, creo que Jinny es un talento.

Dirigió su mirada al otro lado de la mesa, a aquella cara encantadora, enmarcada por el cabello rojo dorado, y, de repente, tuvo un pequeño sobresalto.

Durante un momento, se puso muy seria. Lentamente, se llevó la copa a los labios.

—¿Está usted brindando, madame? —preguntó Poirot.

Sarah respondió:

—De repente... he pensado... en ella. Al mirar a Jinny, he visto, por primera vez, el parecido. Es la misma fuerza, sólo que en Jinny hay luz allí donde en ella sólo había tinieblas.

Ginebra dijo inesperadamente:

—Pobre mamá... era mala... Ahora que todos somos tan felices, siento pena por ella. Nunca consiguió lo que esperaba de la vida. Tuvo que ser muy desgraciada.

Casi sin que mediara pausa, su voz tembló ligeramente al pronunciar unas palabras de Cimbelina, mientras los otros escuchaban hechizados: "Ya no tengas miedo del calor del sol, ni de la rabia furiosa del invierno; has completado tu tarea en este mundo, has vuelto a casa y has obtenido tu premio"

Notas

[1]
Domadora. (N. del T.)

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