Carolina se enamora (43 page)

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Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

BOOK: Carolina se enamora
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Por lo visto, Alis se siente en esa tienda como en su propia casa. Y, de hecho, nos arrastra fuera de allí con todos los vestidos imaginables.

—¡Vamos a causar sensación!

—Y ahora, a Ciòccolati. ¿Os apetece? —Clod y sus ideas fijas.

—Vale… —Alargo el brazo para aclarar de inmediato una cuestión—. ¡Pero esta vez invito yo!

—Está bien.

—No, no, hablo en serio, Alis, ¡de lo contrario, no vuelvo a poner un píe allí, qué narices!

Poco después estamos sentadas a nuestra mesa preferida.

—Hola, chicas, ¿qué os traigo?

Las tres nos quedamos con la boca abierta. Quiero decir que, en lugar de la consabida chica lenta, un tanto antipática y un poco lela, nos sirve él: Dodo. Al menos eso es lo que se lee en la tarjetita que lleva prendida de la chaqueta. ¿Os imagináis un extraño cruce entre Zac Efron y Jesse McCartney con una pizca de Scamarcio y de Raoul Bova? Pues bien, lo agitáis todo y, plop, se produce una especie de hechizo. Quiero decir, una sonrisa, una de ésas con los dientes bien alineados, la tez morena, el pelo negro y abundante, los ojos de color avellana, es tan moreno que casi parece un indígena, y un Bounty, por lo rico que está. Pero ¿dónde se había metido hasta hoy? Nos mira fijamente a las tres, que seguimos boquiabiertas, y extiende los brazos con un ademán afable.

—¿Todavía no os habéis decidido? ¿Queréis que vuelva más tarde?

—Ehh…

Clod está realmente embobada, o tal vez lo hace adrede. Le doy un codazo.

—¡Ay!

Dodo se echa a reír.

—Sí, creo que será mejor que vuelva luego.

Se aleja.

Seguro que lo hemos pensado todas, pero Alis es la primera que lo dice en voz alta.

—¡Si hasta el culo es de diez!

—¡Alis!

—¿Qué? ¿Qué pasa?, ¿he dicho algo malo? ¿Acaso no es verdad?

Clod esboza una sonrisa.

—A mí me recuerda al Magnum Classic, el primero y también el más rico…

Ella lo asocia todo a la comida. Alis apoya las manos en nuestros brazos.

—Escuchad. Se me acaba de ocurrir una idea superguay… ¿Queréis que hagamos una competición?

—¿Sobre qué?

—¡A ver quién lo consigue antes!

—Venga ya…

—Tenéis miedo, ¿eh?

Alis nos mira y enarca las cejas con aire de desafío.

—Yo no tengo miedo. —Le sonrío—. No te temo en lo más mínimo.

Clod arquea a su vez las cejas.

—Es que a mí me gusta Aldo.

—¡Pero si no te hace ni puñetero caso! Mira, quizá si ve que vas detrás de ése en lugar de hacerte las imitaciones de siempre… ¡pasa a la acción de una vez!

En pocas palabras, que nos hemos reído y hemos bromeado hasta que ha vuelto.

—¿Os habéis decidido ya, chicas?

Lo miramos fijamente, como si fuéramos bobas. Y da comienzo una especie de competición absurda durante la cual yo me siento un poco avergonzada; Alis, en cambio, es tan descarada que da miedo.

—Veamos, me apetecerían… profiteroles, ¿sabes a cuáles me refiero? Esos que tienen mucha nata y chocolate oscuro como… ¿como tú?

—¡Alis! —le susurro.

Ella se ríe y se tapa la boca.

Dodo, por su parte, no se inmuta.

—Lo siento, pero no tenemos profiteroles.

—¿Y tiramisú?

—Tampoco.

Al final, Clod y yo pedimos.

—Nosotras tomaremos un chocolate con pimienta.

En fin, que cuando por fin se aleja soltamos una carcajada y nos sentimos muy ridículas. Pero la vergüenza no tarda en pasar y, luego, me divierto como una enana y, por primera vez en mi vida, me siento transgresora. No disimulo en absoluto, al contrario, lo observo mientras prepara el chocolate con la pimienta detrás del mostrador. Y de repente me siento frágil. Experimento una de esas sensaciones difíciles de entender. Cosa de un instante, él alza los ojos, nuestras miradas se cruzan y permanecen fijas la una en la otra quizá durante demasiado tiempo hasta que, al final, soy yo la que cedo y aparto la vista mientras enrojezco cohibida. Cuando vuelvo a mirarlo, él ha desaparecido.

—Alis…

—¿Sí? ¿Qué pasa?

Me mira con gravedad, un poco preocupada.

—¿Qué pasa? ¿Qué ocurre?

Le sonrío.

—Pues que me gusta de verdad…

—¡Menudo susto me has dado!

Me golpea en el hombro de manera que casi me hace caer de la silla.

—¡Alis!

—Bueno, pues a mí también me gusta un montón.

Y, de esta forma, empieza la competición.

—Te veo muy sonriente, Caro.

—¡Sí, abuela, lo estoy!

—Demasiado sonriente.

—¡Sí, abuela, lo estoy!

Nos echamos a reír. Me ha pillado. Le hago compañía mientras prepara la comida. Me encanta que los abuelos vivan cerca de nosotros, así puedo ir y venir sin problemas cuando me siento sola, cuando mis padres discuten, cuando Ale incordia demasiado o cuando de repente echo de menos a Rusty. En todos esos casos, me refugio allí.

—¡¿Qué están haciendo mis mujeres preferidas?!

El abuelo Tom es genial. Tiene el pelo lleno de canas y lo lleva siempre despeinado. Es alto, un poco rollizo y, pese a que sus manos son grandes, tiene los dedos muy finos. Le encanta construir, crear, pintar y dibujar. Y yo siempre me echo a reír cuando lo veo.

—¡Chismorrear!

—¡En ese caso, no os mováis!

Coge la cámara fotográfica que lleva colgando del cuello, una Yashica digital, y nos saca unas fotografías en el sofá. Yo me descalzo en un pispas, levanto las piernas y las coloco detrás, posando, después me recojo el pelo con ambas manos, hacia, arriba, sobre la cabeza.

—¿Se puede saber quién eres tú?, ¿Brigitte Bardot?

—¿Quién? ¿Quién demonios es ésa?

Mi abuelo baja la cámara de fotos.

—Los verdaderos hombres de antaño no pueden olvidarla.

—¡En ese caso, sí, se parece un montón a mí!

Y esbozo una sonrisa dejando a la vista un sinfín de dientes. El abuelo saca más fotografías.

—¡Voy en seguida a imprimirlas! Tengo ganas de ver cómo han salido…

Exultante, con sus piernas largas y torpes, se mueve por el pequeño salón, poco le falta para tropezar con la alfombra y luego choca contra el canto de una mesita. Una cajita de plata se cae al suelo. Tom la recoge. La coloca donde estaba antes, la mueve un poco, intenta dejarla en la misma posición en que estaba. Acto seguido sonríe por última vez a la abuela Luci y desaparece al fondo del pasillo. La abuela lo sigue con la mirada. No se enfada por las cosas que hace caer el abuelo. Nunca se lo recrimina. Y sus ojos reflejan alegría mientras permanecen fijos en esa dirección. Mi madre jamás ha mirado así a mi padre. Después se vuelve hacia mí.

—¿Qué era lo que me estabas contando, Caro?

Le explico lo del sitio donde vamos siempre, Ciòccolati, lo de Dodo y la competición que hemos organizado entre las tres.

—Ten cuidado…

—¿Por qué dices eso, abuela?

—Porque tal vez una de vosotras se enamore realmente y podría pasarlo mal.

—¡De eso nada, sólo es un juego!

—El amor no mira a nadie a la cara.

Me encojo de hombros y sonrío. No sé qué responderle. En parte me gusta la frase de la abuela, pero sus palabras me han dejado una extraña sensación.

—Mira… ¡Mira lo bien que has salido! Eres la nueva B. B.

El abuelo llega con las fotografías impresas en blanco y negro. En ellas aparezco yo con el pelo recogido, riéndome, mientras me dejo caer sobre el sofá, bromeando y abalanzándome sobre la abuela. En ese momento lo decido.

—¡Quiero hacer fotografía!

—Me parece muy bien… Empieza con ésta.

Y me cuelga la cámara del cuello.

—Abuelo…, que pesa…

—Colócatela delante de los ojos y mira… ¡Mírame!

La levanto y enfoco al abuelo. Acto seguido abro el otro ojo, el que no queda tras la cámara. Veo que él me sonríe.

—Eso es… Ahora aprieta arriba. ¿Ves que ahí, a la derecha, hay un botón?

—¿Éste?

—Sí, ése.

—Vale…

Trato de que quede todo dentro del objetivo, pero el abuelo está gordo. No obstante, al final lo consigo.

—Enséñamela. —El abuelo me quita la cámara del cuello y mira la pantalla. Por un momento se queda perplejo, mas en seguida su semblante se relaja al esbozar una preciosa sonrisa—. Vas a ser muy buena.

Jamás habíamos ido tanto a Ciòccolati como en los días siguientes, cada una por su lado. Para Clod fue un verdadero festín, con la excusa de ligar con Dodo seguro que probó todos los pasteles. Al final se convirtió en un auténtico reto. Hasta el día en que comprendí que, tal vez, la victoria era mía.

—Hola…, ¿y tus amigas? ¿Dónde has dejado a tus guardaespaldas?

—¡Oh! —Le sonrío—. No tardarán en llegar.

—Bueno, ¿quieres que te traiga algo mientras tanto?

—Sí, un chocolate caliente,
light

—Eres el polo opuesto de Claudia, ¿eh?

—Pues sí.

¡Si sabe hasta el nombre de mi amiga! Seguro que sabe también el de Alis. Faltaría más. Alice le habrá dicho su apellido, dónde vive y a qué se dedica su padre. De manera que quizá no sepa sólo el mío. Mejor, así no me confundirá con las demás.

—Aquí lo tienes. Te he traído también unas galletas nuevas que estamos probando, una es de coco y la otra de naranja; tienen un sabor muy delicado. Pruébalas, a ver qué te parecen.

Le doy de inmediato un pequeño mordisco a la primera.

—Mmm, ésta me parece deliciosa.

Doy un mordisco a la segunda.

—¡Y ésta también! Hay que ver lo rico que está todo aquí…

—Sí y, además del chocolate, de vez en cuando preparan pequeñas sorpresas…

Me mira y me hace sentirme un poco avergonzada, de manera que echo una ojeada al móvil.

—No me han llamado, lo más probable es que ya no vengan. Si me traes la cuenta, me tomo el chocolate y me marcho.

Dodo se acerca a mí.

—Oh… Ya está pagado. Invita la casa… —me susurra.

—No, de eso nada.

—Sí, es justo. —Se pone serio y muy erguido—. Acabas de probar las nuevas galletas, ¡no eres una clienta cualquiera, sino nuestro conejillo de Indias!

Me guiña un ojo antes de alejarse de nuevo.

—Bueno, pues en ese caso, gracias.

Veo que se queda detrás del mostrador y que, de vez en cuando, me mira. Hago como sí nada, de tanto en tanto echo un vistazo al móvil simulando que, de verdad, estoy esperando una llamada o un mensaje de Alis o de Clod. En realidad hemos establecido turnos bien precisos. Una tarde cada una para ver cuál de nosotras consigue ligar antes con Dodo. La verdad es que está cañón. Cada vez que me sonríe, yo… No sé. El corazón me late a mil por hora. Aunque quizá se deba sobre todo a la idea de competir con mis amigas y, en parte, también al deseo de superar la timidez… Bah, no lo sé. Quiero decir, es guapo, sobre eso no se discute, pero no me gusta. Miro alrededor, ¿dónde se habrá metido? Bueno, basta por hoy. Me marcho. Salgo del establecimiento y echo a andar.

—¿Puedo acompañarte, Carolina?

Me vuelvo. ¡No me lo puedo creer! Es él. Ya no lleva el uniforme. ¡Y sabe mi nombre!

—Claro, pero ¿no te dirán algo? —Señalo el establecimiento.

—Oh, me han dejado salir.

—Qué amables.

—Sí, me aprecian mucho.

—Tampoco exageres.

—Sí, empecé a trabajar aquí porque quería cambiarme la moto y necesitaba ahorrar un poco de dinero.

—¿Y te contrataron así, sin más?

—Bueno, la propietaria siente debilidad por mí…

—¡Vaya!

—Hablo en serio…, ¡soy su hijo!

Volvemos a casa charlando, y os aseguro que incluso me divierto. Es un bromista, y le gusta jugar a fútbol.

—En mi equipo todos somos modelos… ¿Te acuerdas de los Centocelle Nightmare? Pues nosotros estamos aún mejor. ¡Nos gusta el fútbol, pero si no podemos formar un equipo nos dedicaremos al
striptease
!

Me río. La verdad es que, bien mirado, tiene un cuerpo bonito. Hablamos por los codos. Es muy simpático, en serio.

—Diecinueve años. ¿Y tú?

—Catorce.

Qué más da, ya casi estamos llegando.

—Ah…

No sé por qué, pero cada vez que digo mi edad se produce la misma reacción. ¿Desilusión, sorpresa o el deseo de poner pies en polvorosa? Quién sabe… ¡Imaginaos si llego a decirle que todavía tengo trece!

—¿En qué estás pensando?

—¡Oh, en nada! Tiene gracia…, jamás se me habría ocurrido que podías ser el hijo de la propietaria de Ciòccolati.

—En realidad preferiría no trabajar con mi madre pero ¿sabes?, hago lo que quiero, y cuando lo necesito me concede un poco de libertad…

Me mira divertido.

—Ah, claro…

—Hace poco he leído un libro que me ha gustado mucho,
El diario de Bridget Jones
.

¡No! No me lo puedo creer. Es el mismo que me aconsejó Sandro, el de Feltrinelli, y todavía no lo he leído. Podría haber quedado como una reina y, en lugar de eso, hago el ridículo, como siempre.

—¿Lo conoces?

Si le digo que yo también lo tengo pero que aún no lo he leído pareceré una mentirosa.

—Sí, me han hablado de él.

—Léelo. Ya verás, estoy seguro de que te gustará.

Llegamos al portón. Me paro. Entre nosotros se crea un extraño silencio. Me mira risueño.

—Me alegro de que hoy hayas venido sola.

No digo nada.

—Así he podido acompañarte a casa.

Otro silencio. Después Dodo hace acopio de valor. Se acerca lentamente a mi boca, por encima de ella, sin dejar de sonreír. Creo que hay momentos en los que todo se decide. Es un instante, pero después nada vuelve a ser igual. Y Dodo avanza lentamente, cada vez más lentamente, mirándome a los ojos y sonriendo. Sus dientes son perfectos y su sonrisa preciosa. Sus ojos oscuros, profundos, intensos. Y, sin embargo… Justo en el último momento me vuelvo de golpe y le pongo la mejilla. Me da un beso fugaz que manifiesta decepción, desilusión, amargura. Después se aparta.

—Pero…

—Hasta la vista, ahora tengo que marcharme. —Y escapo así, sin añadir nada más.

Abro la puerta, entro y la cierro a mis espaldas. Veo que sigue allí y que me mira. A continuación se encoge de hombros y se aleja. Sé de sobra lo que se estará preguntando; ¿cómo es posible que una chica de catorce años lo haya plantado de esa forma? A saber durante cuánto tiempo rumiará ese pensamiento. O, por el contrario, ¿se tratará simplemente de una nube ligera que en poco menos de un segundo se disipará en su mente? Quién sabe. Yo, en cambio, sonrío. Estoy convencida. Era un simple juego con mis amigas. Y, por algún motivo, ese beso no me decía nada, no me inspiraba en lo más mínimo.

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