Pero, aun así, no dejo de desgarrarme, de destruirme, de aniquilarme, de sufrir y de sentir unas inmensas ganas de gritar. De estar quieta. De tumbarme en el suelo. De escapar. De no volver a hablar. De correr. De cualquier cosa que pueda liberarme de esta presión que me ahoga. ¿Quién habrá dicho «Nos vemos en tu casa por la mañana, a primera hora» o, peor aún, anoche? Sí, anoche. Habrán dormido juntos. Y al pensar en eso siento que me mareo. Se me empaña la vista, noto un extraño hormigueo en la cabeza, tengo la impresión de tener los oídos tapados con algodón. Poco falta para que me caiga al suelo. Me apoyo en un poste cercano y permanezco así, sintiendo que el mundo gira a la vez que mi cabeza en tanto que las lágrimas, por desgracia, se han acabado ya.
—Caro… —Oigo una voz. Me vuelvo. Un Mercedes azul claro, uno de esos antiguos, frena delante de mí, todo abierto, nuevo, precioso. Sonrío sin comprender—, ¿Qué ocurre? ¿Qué te pasa? —Veo que se apea—. ¿Qué te sucede, Caro?
Es Rusty James. Se acerca a mí corriendo, me coge de inmediato, antes de que me desplome. Sonrío entre sus brazos.
—Nada… Que apenas he dormido… Estoy un poco mareada. Debo de haber comido algo que me ha sentado mal…
—Chsss. —Me tapa la boca con una mano—. Chsss, tranquila…
Y me sonríe. Y yo lo abrazo con todas mis fuerzas.
—Oh, Rusty James…, ¿por qué?
Y me echo a llorar sobre su hombro.
—Vamos, Caro, no te preocupes… Sea lo que sea, lo resolveremos.
Me ayuda a subir al coche, a sentarme, me levanta las piernas y cierra la puerta. A continuación sube a mi lado y arranca. Me mira de vez en cuando. Está preocupado, lo sé, lo siento. Luego intenta distraerme.
—Te estaba buscando, ¿sabes? Quería enseñarte el regalo que acabo de hacerme. ¿Te gusta?
Asiento con la cabeza sin pronunciar palabra. Trata de evitar que piense, lo sé…, lo conozco. Sólo que no lo consigo. Sigue mirándome mientras habla e intenta sonreír, pero sé que está sufriendo por mí.
—¡Han aceptado
Como el cielo al atardecer
! ¡Tenías razón! De modo que he decidido celebrarlo y te estaba buscando porque quería compartir este momento contigo.
Por un instante me gustaría alegrarme por él, como se merece en este momento, pero me resulta imposible. No lo logro. Perdóname, Rusty. Apoyo una mano sobre la suya.
—Disculpa…
Me sonríe y cierra los ojos lentamente como si pretendiese decir: «No te preocupes, sé de sobra lo que es. No digas nada, yo también he pasado por eso».
Y a saber qué otras muchas cosas más hay en esa mirada.
—¿Adónde quieres ir? —se limita a decirme, en cambio.
—A ver el mar…
De forma que cambia de marcha, acelera un poco, conduce tranquilo y yo siento que el viento me acaricia el pelo. Apoyo la cabeza en el asiento y me dejo transportar así. No tardamos en dejar la ciudad a nuestras espaldas. Me pongo las gafas grandes de sol y Rusty enciende la radio para escuchar un poco de música. Cierro los ojos. Cuando los vuelvo a abrir, ha pasado algo de tiempo. Sé que el mar está delante de mí. En calma. Unas olas pequeñas rompen en la orilla, las dunas de arena se alternan con un poco de verde aquí y allá. Respiro profundamente y huelo el aroma de los pinos, del mar y del sol sobre el asfalto que nos rodea. Leo un cartel, estamos en las dunas de Sabaudia.
En la playa hay una pareja. Él corre arrastrando una cometa. Ella está parada con las manos en las caderas, mirándolo. Él corre sin cesar. Pero, dado que apenas hay viento, la cometa traza lentamente una parábola y a continuación cae en picado y acaba clavándose en la arena. Ella se echa a reír y él le da alcance a duras penas, derrotado por esa inútil tentativa de vuelo. Ella se ríe aún más y se mofa de él. Entonces él la abraza y la aferra tirando de ella. Ella forcejea un poco, pero al final se besan. Se besan así, frente al mar, en esa playa libre y vacía, intemporal, con el infinito azul del cielo, con el sol en lo alto y con ese horizonte lejano donde el mar y el cielo se confunden. Y yo me echo a llorar de nuevo. Las lágrimas se detienen en el borde inferior de la montura de mis gafas, de manera que las levanto para dejarlas salir. Y suelto una carcajada. Me rio. Lo miro. No se ha dado cuenta. Después se vuelve hacia mí y me acaricia el brazo, me sonríe, pero no me dice nada. Así que me inclino y me apoyo en él. Me rodea los hombros con su brazo. Me abraza y, de repente, me siento un poco más serena y dejo de llorar. Claro que sí. Mañana será otro día. Me siento realmente estúpida. Me entran ganas de echarme a reír de nuevo. Estoy muy cansada. Me río y después vuelvo a llorar, sorbo por la nariz y él esta vez se da cuenta y me estrecha un poco más entre sus brazos. Cierro los ojos. Lo siento, pero no lo consigo. Me da un poco de vergüenza. Pero la verdad es que estaba muy enamorada. Estoy muy enamorada. Exhalo un prolongado suspiro. Abro los ojos. Ahora el sol se encuentra justo delante de nosotros. Algunas gaviotas sobrevuelan el mar. Rozan levemente el agua y se elevan de nuevo hacia el cielo.
Tengo que conseguirlo. Ya añoro el amor. Y me siento sola, terriblemente sola. Pero volveré a ser feliz algún día, ¿verdad? Quizá necesite algo de tiempo. Da igual, no tengo prisa. Entonces sonrío y miro a Rusty James, que, a su vez, me mira y me sonríe también. Exhalo un hondo suspiro y noto que voy recuperando la seguridad.
Sí, lo lograré. Porque, a fin de cuentas, sólo tengo catorce años, ¿no?
Gracias a Giulia y a todos sus relatos. Algunos son realmente divertidos y, a pesar de que esos días yo no estaba allí, al final me hicieron reír tanto que tengo la impresión de haberlos vivido yo también de alguna manera.
Gracias a Alberto Rollo, que ha leído este libro con particular afecto, ha conocido y encontrado entre sus páginas todo lo que habíamos comentado ya durante nuestras conversaciones, y ha sabido darme sugerencias adecuadas.
Gracias a Maddy, que se apasiona y te arrastra con su entusiasmo y su gran profesionalidad.
Gracias a Giulia Maldifassi por su curiosidad y su diversión, en ocasiones tan extraña, y a todo su departamento de prensa.
Gracias a Ked, Kylee Doust, a su pasión y a todas sus útiles sugerencias.
Gracias a Francesca, que me sigue siempre divertida y sabia, pese a que al final ha decidido cambiar de moto.
Gracias a Inge y a Carlo, que te acompañan con su sonrisa mientras trabajas.
Gracias a Luce porque está presente en estas páginas con todo su amor.
Gracias a Fabi y a Vale, mis atentas y divertidas lectoras.
Gracias a Martina, en ocasiones casi tengo la impresión de estar en clase con ella, e incluso un poco en sus días. ¡Bueno, eso quiere decir que, por esta vez, te debo un mordisco!
Gracias al Departamento de Ventas de Feltrinelli, que, con unas cuantas preguntas sencillas, me ha permitido enfocar mejor lo que pretendía contar.
Gracias a todo el equipo de
marketing
, ¡su entusiasmo es tan grande que logran transmitirlo!
Y, además, un agradecimiento especial a los amigos de mis padres. Creo que cualquier libro se compone de todo lo que te ha sucedido, y puede que incluso de más cosas. Quizá en el pasado se me escapó algo y escribir me ayuda a recuperarlo en cierta manera, a entender mejor, a no perder ni siquiera uno de esos instantes que, de cualquier forma, he vivido. De manera que mi agradecimiento va, con todo mi corazón, a esas personas que me acompañaron durante mi adolescencia en Anzio. A los simpáticos amigos de mis padres que hace más de treinta años dieron vida a los bellísimos recuerdos de hoy.
Un agradecimiento especial también para mi amigo Giuseppe. Si bien a menudo tengo la impresión de equivocarme en algo, no me preocupa. Sé que siempre estás ahí para echarme una mano.
FEDERICO MOCCIA (Roma, 1963). Su historia es increíble: su primera novela,
A tres metros sobre el cielo
, fue rechazada por todas las editoriales a las que la mandó, por lo que Moccia decidió publicarla por su cuenta, y tuvo un éxito tan clamoroso que pronto fue contratada por una gran editorial que apostó por el autor y lo catapultó a la fama. Desde entonces, Federico Moccia se ha convertido en un referente para millones de lectores con sus novelas:
A tres metros sobre el cielo
,
Tengo ganas de ti
,
Perdona si te llamo amor
,
Perdona pero quiero casarme contigo
y
Carolina se enamora
.
En
Tengo ganas de ti
, la esperada segunda parte de
A tres metros sobre el cielo
, Federico Moccia nos cautiva con una deliciosa novela que nos habla de deseos, amor y sueños. Tras pasar dos años en Nueva York, Step regresa a Roma. El recuerdo de Babi lo ha acompañado todo este tiempo y teme el momento de reencontrarse con ella. Pronto se da cuenta de que las cosas han cambiado y de que, poco a poco, tendrá que reconstruir su vida en Italia: hacer nuevos amigos, conseguir un empleo, empezar una nueva etapa… Cuando conoce a Gin, una chica alegre y preciosa, cree que podrá volver a enamorarse. Pero no es fácil olvidar a Babi y cuando, por casualidad, tropieza con ella siente cómo todo su mundo se tambalea… ¿Es posible revivir la magia del primer amor?