—Gioia.
—¡Perfecto! ¿Te das cuenta de cómo ocurren a veces las cosas?
Tampoco lo que sucede al volver a casa ocurre por casualidad.
—Adiós.
—Gracias por echarme una mano, Caro. Yo no habría sabido cuál elegir…
—Oh, no tiene importancia, me he divertido un montón. Oye, ¿puedes mandarme por e-mail las fotografías del otro?
—¿De cuál?
—Del cocker.
—¿Por qué? ¿Te gustaba más que ése?
—No, ¡mi preferido es
Joey
! Pero si un día pudiese quedarme con
Lilly
…, bueno, me encantaría. ¡Así, al menos tengo una fotografía! ¡Te pediría la de
Joey
, pero luego me pondría triste al pensar que lo tiene tu prima!
Gibbo se ríe.
—Vale, venga, nos vemos mañana en el colegio.
Antes de que me dé tiempo a entrar en el portal, una mano sale de detrás de un arbusto y me agarra al vuelo.
—¡¿Dónde has estado?!
—¡Caramba, vaya susto! Lele…, ¿qué haces aquí?
—Te llamé, pero tenías el móvil apagado.
—Sí, está sin batería.
—Enséñamelo.
—Pero Lele… —Es extraño. Absurdo. Parece otra persona. Me da miedo—. ¿De verdad quieres verlo? Te estoy diciendo la verdad. ¿Qué razón podría tener para mentirte?
Y en ese preciso momento pienso… Yo… yo no debería justificarme. Además, ¿de qué? ¿Y con él? ¿Por qué? Sea como sea, meto la mano en el bolsillo y saco mi Nokia. Poco me falta para dárselo. De repente su expresión cambia. Se relaja. Se tranquiliza.
—No, perdona. Tienes razón. Es que por un momento… —Y no añade nada más, se queda callado—. Tenía miedo de que te hubiese ocurrido algo.
No es cierto. El motivo de su preocupación es otro. Temía por él, temía que yo hubiese salido con otra persona.
—¿Vamos a cenar juntos esta noche?
Le sonrío.
—No puedo.
—Venga, me gustaría hacer las paces contigo.
—Pero si ni siquiera hemos reñido. Es demasiado tarde para avisar a mis padres, no me dejarán.
—Invéntate algo.
En realidad podría decir que voy a casa de Alis. A veces cenamos allí, como la otra noche, cuando decidimos preparar una de esas pizzas precocinadas. La cocinera no estaba y la madre de Alis había salido para acudir a una fiesta. De manera que en la casa sólo estaban los perros y, como no podía ser de otro modo, la pareja de criados filipinos, que por lo general no suelen darnos la lata. ¡Clod organizó un lío! Quería aderezar las pizzas, que eran unas simples Margaritas congeladas, con jamón de York, alcaparras y anchoas. Después encontró también en la nevera calabacines y beicon. En resumen, ¡que le echó de todo y acabó siendo una pizza demasiado pesada! ¡Pero cómo nos reímos! ¡De haber tenido a mano castañas, seguro que Clod le habría añadido también algunas! Mis padres me dejan escaparme a casa de Alis si se lo advierto, al menos, con dos días de antelación, y siempre y cuando Clod pase a recogerme y me lleve de vuelta a casa a las once. Ahora sería difícil inventarse algo y, sinceramente, no sé… Tal vez sea por lo que acaba de suceder, el caso es que no tengo muchas ganas.
—Lele, mis padres me reñirían…
Él se queda en silencio por unos segundos. Agacha la cabeza. Después se convence de lo que le he dicho y vuelve a levantarla risueño.
—Vale. ¿Y qué me dices de mañana, te apetece jugar?
—¿Por qué no?, ¡te reto a un partido!
Le doy un beso en la mejilla, pero cuando me separo veo que se enfurruña, como si le hubiese molestado. Tiene dieciocho años y parece más infantil que yo. Me mira.
—¿Por qué te despides así de mí? —me pregunta.
Me acerco y lo beso fugazmente en los labios, pero él no me da tiempo a separarme porque me abraza y me da un beso más largo. ¡Y profundo! ¡Desde luego! Justo aquí, junto al portón. Está chiflado. No me suelta. Me abandono. Sigue besándome. Con la lengua, y no se lo impido. Y me resulta extraño recibir aquí fuera, con el frío que hace, un beso tan… cálido. Por suerte, Rusty James ya no vive aquí. Parece el título de una película. Si me pillase, me mataría. Pero ¿cómo es posible que no deje de pensar en todas esas cosas mientras beso a Lele? ¿Qué es lo que se supone que debe pensar uno mientras besa? Tengo que preguntárselo a Alis. A Clod, por descontado, no. ¡O mejor aún, a mi hermana Ale! En cualquier caso, sigue besándome. ¿Y si viniese alguien?
—Esto, eh…
Ojalá no lo hubiese dicho. Al oír esas palabras, Lele y yo nos separamos. Ya está. Justo lo que no debía suceder. La señora Marinelli. Segundo piso. Una de las vecinas más cotillas del edificio. Mi madre no se cansa de repetir que esa mujer siempre tiene algo que decir sobre todo y sobre todos.
—Su hijo aparca mal la moto. Su hija tira los cigarrillos delante del portón…
—Pero si usted no sabe maniobrar, ¿qué podemos hacer nosotros? —le responde mi madre—. Además…, se equivoca usted, ¡mi hija Alessandra no fuma!
Y ahora, ¿qué le dirá? «Su hija Carolina nos impide entrar en el edificio mientras se besa delante del portal».
Qué mala suerte. La señora Marinelli saca las llaves y me sonríe de una manera extraña, forzada.
—Perdonad, ¿eh?, tengo que entrar.
—Disculpe…
Me hago a un lado. Lele aprovecha la ocasión para despedirse.
—Adiós, a lo mejor te llamo después.
También él parece ligeramente cohibido, así que desaparece de repente demostrando una habilidad que superaría la de más de un mago. La señora Marinelli tarda un poco en encontrar la llave del portón y, cuando por fin lo logra, oigo una voz a mis espaldas.
—¡Dejad abierto!
Mi madre. ¡No me lo puedo creer! ¿Qué es esto?
¡The Ring!
¡No, peor aún,
Saw 1, 2, 3
y
4
juntas! Una superpelícula de terror.
Mi madre llega exultante, parece un poco cansada, pero va cargada con dos bolsas de la compra.
—¡Hola, Caro!
—¡Espera, mamá, te echo una mano!
Corro hacia ella y le cojo una de las bolsas.
—No cojas ésa.
—¡Pero si pesan lo mismo!
—Sí, pero en ésa llevo los huevos.
La consabida confianza en mí. ¿Y si hubiese llegado un poco antes? ¡Más que romper los huevos, habríamos hecho una buena tortilla! Miro a mi madre y le sonrío. Ella me devuelve la sonrisa. A continuación alza los ojos al cielo como si dijese: «Teníamos que encontrarnos justamente a la señora Marinelli». Mejor evitarla, es una auténtica plasta. ¡Pues sí, a mí me lo vas a decir!… Arqueo las cejas como si quisiese darle a entender «Ya lo creo…». Pero en realidad ha sido gracias a su «Esto, eh…» que Lele y yo nos hemos separado, así que, ¡en el fondo le debemos un favor! ¡De no haber sido por ella, el «esto, eh…» lo habría dicho mi madre! ¡Socorro!
Y ahora, ¿qué hago? Las tres estamos delante del ascensor. ¿Subo por la escalera como siempre y las dejo solas? En ese caso, ¿de qué hablarán? La señora Marinelli lo está deseando, faltaría más… Hablará, se lo contará todo, nuestro secreto… Tengo que evitar que se queden solas. En cuanto llega el ascensor y se abren las puertas, me precipito dentro. Mi madre me mira sorprendida.
—¿No subes a pie?
—No, no. Voy con vosotras. —Le sonrío—, Así te ayudo a llevar la compra.
La señora Marinelli me mira como si pensase: «Sí, claro, ¿seguro que sólo vienes por eso?».
De modo que iniciamos nuestro viaje en ascensor. Las tres permanecemos calladas con una expresión que lo dice todo.
La señora Marinelli arquea las cejas, desaprobándome aguda y maliciosa, y a continuación me mira con una sonrisa interrogativa que parece querer decir: «Se lo contarás a tu madre, ¿verdad?».
Y yo le devuelvo la mirada con semblante de arrepentimiento como si le respondiese: «Claro, claro, he cometido un error, pero se lo diré todo…».
Ella parece asentir con la cabeza y esboza una sonrisa más tranquila que da a entender: «Ya sabes que, si no se lo dices tú, tarde o temprano se lo diré yo».
Y yo sonrío imperturbable como si le respondiese: «Sí, lo sé, quizá también ése sea el motivo de que haya decidido contárselo todo».
El ascensor se para en el piso de la señora Marinelli y ella sale.
—Adiós —dice, y acto seguido me sonríe de forma extraña—. Buenas noches —añade, como si en realidad quisiese decir: «Buena charla».
Mi madre pulsa el botón de nuestro piso. Apenas se cierran las puertas, me mira.
—¿Se puede saber qué le pasaba a la señora Marinelli?
—¡No sé…, yo qué voy a saber!
—Parecía muy extraña y además te miraba con una cara…
Es inevitable, a mi madre no se le escapa nada.
—Bueno, sí… —Quizá sea mejor coger el toro por los cuernos—. ¿Sabes, mamá? ¿Recuerdas a Lele, ese chico con el que juego al tenis de vez en cuando?
—Sí, dime.
La curiosidad de mi madre se acrecienta, parece también un poco preocupada. El ascensor llega a nuestro piso y yo me apresuro a salir de él.
—Oh, mamá, ya sabes…, lo de siempre.
Mi madre corre detrás de mí, se planta delante de la puerta y deja la compra en el suelo.
—No. No sé en absoluto de qué me hablas. —Ahora parece muy inquieta—. ¿Qué es «lo de siempre»?
—Lo que puede suceder entre un chico y una chica…
Mi madre me mira y casi pone los ojos en blanco. Es demasiado aprensiva. De manera que decido contárselo todo.
—¡Quería que le diese un beso y yo le dije que no!
—¡Ah!
Exhala un suspiro de alivio a medias.
—Eso es todo, te lo he contado todo.
Bueno, la verdad es que se lo he dicho casi todo, ¿no? Es decir, en un primer momento no quería darle ese beso. Eso es, digamos que le he contado esa parte de la historia… Pues bien, lo sabía, no ha sido suficiente. Al final hemos hablado durante toda la noche. Dado que mi padre había dicho que volvería tarde y que Ale había salido, nos hemos quedado solas. Mi madre me ha dicho algo precioso: «¡Por fin! ¡Como dos verdaderas amigas, tú y yo, nosotras dos solas!».
A una amiga puedes contárselo todo. Pero ¿a una madre? Bastaría ponerla al corriente de la mitad de las cosas que saben Alis y Clod para que no me dejase salir en una semana. ¿Qué digo?, ¡un mes! ¡Puede que incluso dos! De manera que me he visto obligada a hablarle un poco de Lorenzo, aunque no mucho, un poco de Lele, pero no lo suficiente, prácticamente nada de Gibbo y de Filo, y en absoluto de Massi. Y al final nos hemos dado un fuerte beso, mi madre ha exhalado un hondo suspiro y ambas nos hemos ido a dormir como dos amigas felices y serenas. Qué sencilla es la vida, ¿no?
Fiesta en el colegio. Árbol de Navidad. Es el día del curso que más me gusta. Es un poco antes de Navidad, en lugar de estudiar desenvolvemos los regalos, con un poco de suerte, incluso recibes algo bonito. Lo más divertido es que todos tratan de averiguar cuál es el paquete de Alis, porque ella es la que compra las mejores cosas y, sobre todo, las más caras. El año pasado regaló una cámara de fotos digital Canon. Lo peor fue que Raffaelli, la famosa empollona que nos cae tan mal a todos, fue la afortunada que pilló su paquete. Cuando lo abrió se emocionó, se llevó las manos a la boca, tan excitada que apenas podía creérselo. Y, como no podía ser de otra forma, Cudini tuvo que hacer una de sus aportaciones.
—¡Ojo con fotografiarte a ti misma porque podría fundirse la cámara!
Y todos nos echamos a reír. A excepción de Alis, que torció la boca revelando quién era el autor del regalo, aunque, a decir verdad, ésa era una cuestión que quedaba fuera de toda duda. ¿Quién sino ella podía permitirse un regalo así? Es difícil engañar a los demás. Todo el mundo debe llevar un regalo. Los paquetes se numeran del uno al veinticinco, de forma que haya uno para cada alumno de la clase. Cada uno pesca un papelito en el que figura el número correspondiente al regalo que le toca de un cuenco que tiene el profe Leone y que, evidentemente, no suelta ni que lo maten. El problema es que los chicos siempre llevan unos regalos birriosos: una manzana a medio comer, una entrada para un concierto que ya se ha celebrado o, peor aún, unos calcetines sucios y malolientes. Este año se han lucido especialmente.
—Venga, enséñanos lo que te ha tocado.
—¡Caramba, qué mona, es una bufanda!
—¡Y a mí una gorra!
—¿Y a ti?
—¡No! ¡La bandera de la Roma! Pienso quemarla, soy del Lazio.
—Ni se te ocurra, o el que te prenderá fuego a ti seré yo.
—¿Qué es esto? Qué chulo… ¡Una pelotita! Pero tiene una forma extraña.
Le ha tocado precisamente a Raffaelli. Y todos Los chicos se parten de risa. Ella insiste y no hace sino empeorar las cosas.
—¿Por qué os reís?
Cudini no deja escapar la ocasión.
—¡Porque no te enteras, coño!
Nuevas carcajadas.
—¡Es un condón!
Cudini, naturalmente, lo había llenado de agua. Jamás se ha llegado a saber si el paquete lo preparó él o no. Sólo que lo amonestaron, que su amigo Bettoni lo grabó con el móvil y que volvió a quedar clasificado en www.scuolazuo.com.
La tarde siguiente fui a repartir los regalos. Clod me acompañó con su coche. Fue realmente divertido; me sentía como un extraño cartero. Lo mejor fue que ninguno de mis amigos estaba en casa. No hay nada que me parezca más embarazoso que ver cómo alguien abre un paquete delante de mí porque, si no le gusta, se nota en seguida. El gesto que se queda de repente suspendido… Hay personas que no consiguen disimular. De manera que entraba, dejaba el regalo en la portería con una tarjeta y partía rumbo a una nueva entrega.
La única a la que no pude por menos que entregarle el regalo personalmente fue a Clod. Y, claro, lo hice cuando estaba en el coche con ella.
—Ten…, ¡este último es para ti!
—¡Qué guay! ¡Es ideal!
—Clod, pero si todavía no lo has abierto.
—Sí, lo sé, ¡pero ya sé que me va a encantar! Yo también tengo algo para ti. —Abre la guantera del coche y me entrega un paquete no muy pesado—. Lo abrimos juntas, Caro, ¿te apetece?
¿Cómo negarme? De modo que empezamos a desenvolver dentro del coche nuestros respectivos regalos. Yo me demoro un instante y Clod se da cuenta.
—¿Te gusta? Es un recopilatorio.
—Sí, mucho.
Lo giro entre las manos y a continuación lo abro. Es un CD con varias canciones. Lo ha grabado ella misma. En la carátula están los títulos y un dibujo muy mono.
—¡Pero si está también
Rise your hand
! ¡Me encanta!