Oigo un ruido. El portón se abre a mis espadas y entra… ¡no me lo puedo creer! ¡La señora Marinelli! Si bien he llamado el ascensor, no lo espero.
—Buenas tardes.
Subo corriendo la escalera. Sólo me faltaba eso, que hubiese presenciado otro beso… ¡Y con otro chico! No lo habría soportado. Le habría faltado tiempo para tapizar el portal con octavillas.
Durante los días siguientes no les dije nada a Clod y a Alis. No sé muy bien por qué. Volvimos sólo una vez a Ciòccolati y bromeamos con Dodo como si no hubiese ocurrido nada.
—Sí, gracias, las tres queremos lo mismo.
Alis y sus alusiones. Él se ríe. Luego, en cuanto se aleja, Alis saca el móvil del bolso.
—Mirad esto. —Se trata de una fotografía de Dodo disfrazado de pelota—. Me la ha mandado con el móvil…
Clod suelta una carcajada.
—¿Ah, sí? Pues vaya.
Saca el móvil de un bolsillo. La misma fotografía.
—¡Qué capullo! —Alis pierde los estribos. Alza la barbilla en dirección a mí—: ¿Tú también la tienes?
—No… En la mía está nadando… ¡Sin traje de baño!
—¿Ah, sí? —Alis se levanta, nos coge del brazo y nos saca a rastras del local—. ¡En ese caso, invita él!
Nada más salir a la calle echamos a correr, escapamos sin pagar, riéndonos, con Alis, que, de vez en cuando, vuelve la cabeza para ver si él ha salido del establecimiento.
—Lo tiene bien merecido. Así aprenderá a no ser tan cretino.
Los días sucesivos son tranquilos. He empezado a leer
El diario de Bridget Jones
. Me gusta, ¡pero cuando lo leo por la noche suelo quedarme dormida!
He ido a ver a
Joey
. Hemos paseado a orillas del río mientras Rusty James escribía en la barcaza. Es un sitio precioso, el verde, las flores, y el Tíber, que en ese punto no parece tan sucio como en otros. Por la orilla pasan siempre unos chicos que hacen piragüismo. Llevan unas camisetas azules y quizá formen parte de un equipo. Llegan y se marchan veloces sin tener siquiera tiempo de saludar. Debe de ser un deporte agotador.
El otro día Alis prácticamente nos secuestró a la salida del colegio.
—Venga, acompañadme.
—Pero ¿adónde vamos?
—¡Tú sígueme!
Acabamos en un lugar absurdo. Yo, en el coche con Clod, y ella delante.
—Mamá, no voy a ir a casa.
—¿Se puede saber adónde vas?
—A comer con Alis. Clod también viene. Después estudiaremos en su casa.
—¡No volváis tarde!
—No…
—¿Me lo prometes?
—Te lo prometo.
Nos ha llevado a comer al japonés. Clod se niega a entrar.
—No me gusta, es todo pescado crudo.
—Es el mismo que comes cocinado, con la única diferencia de que así no engorda.
—¿Sabéis una cosa?… Una vez tuve un pececito.
—¿Y eso qué tiene que ver?
—Pues que se llamaba
Aurora
y una mañana no lo encontré en el acuario, había saltado a la pila y por lo visto encontró el camino del mar…
Clod y sus fantasías.
—Sí, lo mismo que ese de Disney, ¿cómo se llamaba? Ah, sí,
Nemo
.
—Eso es, muy bien, Caro. He visto esa película cuatro veces.
El entusiasmo de Clod, el cinismo de Alis.
—Venga ya,
Aurora
murió porque tus padres lo tiraron a la basura… No quisieron decírtelo para que no te sintieses mal.
Clod reflexiona por un instante.
—Bueno, en una ocasión le cambié yo el agua y luego me lo encontré del revés en el acuario, boqueando.
—¡Claro! A buen seguro le echaste agua helada. Lo dejaste medio tieso. Probablemente se murió.
—Pero ¿y si está vivo, le acaban de pescar y yo voy y me lo como en ese japonés?
—Eres un coñazo, Clod, estás fatal.
En fin, una discusión interminable. Al final hemos ido a un japonés que está en la vía Ostia donde sirven también comida tailandesa, china y vietnamita. Así despejábamos cualquier duda sobre lo que queríamos pedir.
—Mmm, estas chuletas de cerdo están deliciosas.
Clod prácticamente las engulle en un abrir y cerrar de ojos. Parece una ametralladora de comer.
Alis espera a que haya acabado para decírselo.
—Veo que te han gustado, ¿eh?
—Sí, estaban riquísimas.
Como tiene por costumbre, Clod se chupa los dedos.
—¿Sabes que, en la mayoría de los casos, la carne que comes en los chinos es, en realidad, de gato…, de ratas callejeras?
—Pero ¿qué dices?
—Sí, son idénticos: los matan y los trocean.
Clod nos mira a punto de echarse a llorar.
—Yo tenía un gato,
Tramonto
, desapareció hace tres meses…
—Perdona…, pero… ¡no nos habías dicho nada!
—Confiaba en encontrarlo.
—¡Y, en lugar de eso, te lo has comido!
Al oír eso, Clod se levanta de un salto.
—¡Ahhh! ¡Qué asco! —grita.
Todo el restaurante se vuelve hacia nosotras.
—Perdónenla…, se ha comido a
Tramonto
sin darse cuenta.
Alis es realmente terrible. Sólo que a veces nos hace reír y, además, tiene otra cualidad fundamental: siempre invita ella.
Pero el plan de Alis no acaba ahí.
—¡Venid conmigo!
—¿Adónde vamos?
—Seguidme.
Sube a su coche y desaparece por la via della Giuliana. Yo me río con Clod.
—¡Sigue a ese coche!
Doblamos una curva contra dirección mientras circulamos junto a las murallas aurelianas. Nosotras detrás de ella. Nuestro microcoche detrás del suyo. Parece una de las «
misiones imposibles
» de Tom Cruise. No estaría de más conocerlo, aunque no tanto por él, sino porque eso significaría que somos realmente guays. ¡En esa película todas las mujeres son guapísimas! Alis conduce de maravilla. Derecha, izquierda, serpentea entre los coches como si estuviese haciendo un eslalon. Después, sin poner el intermitente, gira a la izquierda. Clod la sigue.
—¡Cuidado!
Casi volcamos. Las dos ruedas del lado derecho se levantan. Clod suelta el volante, lo recupera de inmediato, el coche aterriza de nuevo en el suelo, se balancea un poco y a continuación enfilamos la cuesta a toda velocidad. Derecha, izquierda, y de nuevo derecha.
—¡Oh, no nos superaría ni Daniel Craig en james Bond!
Clod está muy tensa.
—No puedo perderla. Conduce como una loca.
—Tú tampoco te quedas corta —le digo mientras me sujeto para no perder el equilibrio—. ¿Cómo lo haces? ¡Jamás has conducido así!
Clod me mira y respira profundamente por la nariz, parece un toro enfurecido.
—Pienso en
Aurora
, mi pez, y, sobre todo, en
Tramonto
, mi gato, ¡dado que la imbécil de Alis dice que me los he comido! Les dedico esta carrera.
Y con esta última frase acelera aún más y embocamos a toda velocidad la via Aurelia adelantando a Alis, que nos mira pasmada sin dejar de reírse.
Un poco más tarde. Avanzamos en dirección a Fregene, entre los campos verdes y oscuros de la Aurelia más apartada.
—Eh, pero ¿dónde estamos? ¿Por qué hemos venido hasta aquí?
—Las Palmas…
—¿De qué se trata? ¿De una bendición?
—Venga, bromas aparte, ¿qué es?
—Un club.
—¿Puedes explicarnos algo más?
Pero ella está tranquila. Saca un paquete de cigarrillos del bolso y enciende uno. En realidad no es que le guste fumar. Lo hace adrede cuando debe darse aires o decir algo importante. Luego me mira.
—¿Qué hora es?
—Casi las seis.
Alis tira al suelo el cigarrillo que acaba de encender y lo apaga con el pie.
—¡Vamos!
La seguimos sin comprender adónde nos dirigimos. Clod y yo nos miramos por un momento.
—Bah… —digo en voz baja.
Clod sacude la cabeza.
—Está como una cabra.
—¡Venid, pasad por aquí!
Recorremos un corredor que rodea el club y llegamos a un gran campo de fútbol.
—Sentémonos aquí.
En cuanto nos acomodamos en la grada, los jugadores salen de una suerte de túnel.
—Ahí está… ¡Es él!
Alis se pone en pie y salta eufórica agitando los brazos.
—¡Dodo, Dodo! ¡Estamos aquí! ¡Aquí!
La verdad es que resulta muy gracioso, porque si alguien mira hacia las gradas sólo puede vernos a nosotras, que lo llamamos.
Dodo se separa de los demás y se acerca.
—Chsss. —Sonríe llevándose un dedo a los labios—. ¡Que os he visto! —Acto seguido se aproxima a la valla—. Qué bonita sorpresa… Me alegro de que hayáis venido. Después os presentaré al resto del equipo. Quizá vayamos juntos a comer una pizza…
Miro a Alis y después a Clod.
—Yo, la verdad, no sé si voy a poder…
Alis se encoge de hombros.
—Eres un muermo.
Permanezco en silencio, pero he de reconocer que me enfado cuando me dice esas cosas; sabe de sobra cómo es mi padre.
Dodo me mira ladeando la cabeza.
—¿Qué pasa? ¿Todavía estás enfadada por lo de la otra noche?
—No, no…
Miro a Alis y a Clod intentando restar importancia a la situación. Piiiiii. Se oye un silbato. Dodo se vuelve.
—Disculpad pero ahora tengo que marchame. Están empezando.
Y se encamina hacia el centro del campo.
—Caramba, si hasta tienen un árbitro.
Alis me mira de soslayo.
—¿A qué se refería? ¿Qué ocurrió la otra noche?
—No, nada.
—Nada, no, de lo contrario no te habría preguntado si seguías enfadada.
—Te digo que no es nada.
—¡Cuéntanoslo!
Resoplo. Ya no puedo echarme atrás.
—Bueno, fui a Ciòccolati y me acompañó a casa y, luego, cuando estábamos abajo…
—Cuando estabais debajo de casa…
—Me pidió…
—¿Qué te pidió?
Alis está empezando a ponerse nerviosa.
—Me preguntó si quería salir con él y yo le dije que no, que mi madre no me dejaba.
—Entiendo, y ahora se preocupa porque la que se fastidió fuiste tú…
Alis se dispone a mirar el partido. Clod me escruta y tuerce la boca de manera divertida, como si dijese: «Ya sabes el carácter que tiene». Alis enciende otro cigarrillo y me mira de improviso.
—No sé por qué tengo la impresión de que no nos lo has contado todo, ¿me equivoco?
—¡No, Alis! —Me echo a reír confiando en que todo esto la confunda y evite que la verdad salga a la luz—. Te lo aseguro…, no ocurrió nada más.
—Como me hayas dicho una mentira…
—Pero ¿qué motivo podría tener para hacerlo? Además, se trata de una competición, ¿no? Así que… todavía no has ganado tú.
—Mentirnos equivale a negar nuestra amistad.
Y de nuevo desvía la mirada hacia el campo. Han empezado a jugar y ella anima a los jugadores enardecida. Se pone en pie y grita.
—¡Sí, vamos, Dodo! ¡Dodo! ¡Dodo!
Al final entonamos incluso una especie de coro.
—¡Dedícanos un gol, Dodo Giuliani!
Nos abrazamos y casi nos caemos de las gradas y nos sentimos amigas…, y nos reírnos un montón…, ¡somos amigas! Y yo me alegro mucho de haberle mentido a Alis.
Clod no ha podido resistirlo y se ha comprado un paquete de Smarties.
—Eh, pero ¿por qué los sacas? ¿Eliges los que prefieres y el resto vuelves a meterlos dentro?
—¡Porque me gustan los de chocolate!
—Pero si son todos de chocolate…
—Los marrones llevan más chocolate.
Clod y sus manías. Todas referentes a la comida. La dejo por imposible y decido pasar de ella.
Los jugadores han acabado.
—Van a los vestuarios. —Alis los mira por el rabillo del ojo. Espera a que el último de ellos desaparezca—. ¡Venid conmigo!
Tira de nosotras aferrándonos los brazos. A Clod se le resbala el paquete de Smarties.
—¡Nooo! Has hecho que se cayeran.
—¡Te compraré otro paquete, vamos! Además, he visto que sólo te quedaban los amarillos.
—¡No, los azules también están buenos!
—Venga, venid.
Tira sin cesar e incluso nos empuja. Nos hace seguir un extraño recorrido. Prácticamente rodeamos el edificio del club y acabamos detrás de él, donde hay un campo lleno de hierba, árboles y setos.
—Eh, pero si esto es campo abierto.
—Tengo miedo…
—¡Chsss! ¿De qué tienes miedo?
—De los animales.
—¡El único animal que hay aquí eres tú!
Clod resopla. Avanzamos entre la hierba alta.
—Mirad…
Nos sentamos en la ladera de una pequeña colina. A nuestros pies, a poca distancia, están las ventanas estrechas y largas que ocupan la parte alta de la construcción que hay detrás del campo.
—Ahí están…, ahí están.
Llegan. Veo entrar a los jugadores y, después, a Dodo.
—Nooo… Pero si son los vestuarios.
—Sí. —Alis sonríe ufana—, Y están a punto de desnudarse.
Miro a Alis sorprendida.
—¿Cómo lo sabías?
—Mi madre frecuenta este club. Ése de ahí, el de la izquierda, es el vestuario femenino. El verano pasado solía venir por aquí, hay una piscina.
Sigo mirándola. No sé si me está tomando el pelo, aunque la verdad es que no me importa mucho.
—Mirad, mirad…
Varios de los chicos se han quedado en calzoncillos. Otros ya no llevan nada encima. Se meten, en la ducha, se enjabonan. Ríen y bromean, pero no podemos oír lo que dicen, sólo algún que otro retazo de frase que rompe el silencio nocturno, que no logra atravesar esas ventanas, que tropieza con los sonidos que producen los bancos o las bolsas de deporte que dejan caer al suelo. Poco a poco se van desnudando ante nuestros ojos.
—Mira… Mira ése, qué tipazo…
—¿Y ése? —Alis señala a otro. Está desnudo y tiene las manos
ahí
—. ¿Habéis visto una cosa igual?
—¡Alis!
—¡Pero es que es impresionante!
—Sí, pero…
—Chsss.
Nos quedamos un rato allí, en silencio, observando esos cuerpos.
Los oímos reírse a lo lejos y hablar sin poder apartar los ojos de ellos. Miro hacia abajo, entre sus piernas. Me ruborizo un poco, por un lado preferiría no mirar, aunque por el otro sí. Me siento extraña, y tengo calor. Pero ¿hace calor? Quizá no…
Clod parece preocupada.
—Yo sólo sé una cosa… Creo que será dolorosísimo.
—Sí… ¡Cuando llegue el momento!
Luego, de repente…