Soy el padre de Carolina. Me llamo Dario. Tengo cuarenta y ocho años, soy licenciado y trabajo en el policlínico. Si hay algo que no soporto son los discursos vanos, y que nadie se esfuerce de verdad por las cosas realmente útiles. Las prácticas. Las serias. Las que desde siempre han hecho avanzar el mundo. Te pasas la vida trabajando, luchas por esto y por lo otro y, en todo caso, poco por ti. Crees que has cumplido con tu deber, que te has sacrificado bastante, pero después las cuentas nunca cuadran y, empezando por tu propia familia, nadie te paga lo que te debe. Y sigues así hasta que un día mueres. La vida. Todo el mundo pide sin dar nada a cambio. Todo el mundo roba y les sale bien. Y, en cambio, tú, que intentas ser honesto, sales siempre malparado. Incluso en casa, donde jamás puedo estar en paz. Me gustaría volver y, al menos una vez, encontrarlo todo hecho, que las cosas fluyeran sin mayores obstáculos. Me gustaría ver a mi hijo Giovanni estudiando libros serios para aprobar los exámenes en lugar de perder el tiempo con esos sueños inútiles y el deseo absurdo de escribir. Porque no lo conseguirá. Los soñadores no tienen nada que hacer en este mundo. Basta con mirar alrededor. Con un diploma de medicina en el bolsillo, en cambio, al menos podría hacer algo. Por no hablar de lo que cuesta mantenerlo. Al menos se compraría una casa y así tendríamos un poco más de espacio en la nuestra. Porque nadie parece pensar nunca que aquí no estamos tan anchos. Y cuando uno cría a un hijo hasta los veinte años le gustaría que le diese alguna satisfacción, ¿no? Espero que Alessandra no me decepcione tanto. No va lo que se dice muy bien en sus estudios, pero creo que podrá obtener un diploma, y después podría trabajar como secretaria en un bufete de abogados o en un despacho comercial. Creo que encajaría. A fin de cuentas, a ella la universidad no le interesa. También me gustaría que se vistiese un poco mejor. Es guapa, eso sí, pero a veces resulta demasiado llamativa. Asegura que es la moda de hoy. A mí no me gusta y, sobre todo, detesto que la gente haga comentarios. Intento transmitirle esas ideas, pero no sirve de nada. Su madre le deja comprarse siempre lo que quiere. A Carolina no acabo de entenderla. Tengo la impresión de que, a medida que crece, se va pareciendo más y más a Giovanni. Y eso me preocupa. Cuando discuto con mi hijo, ella sale en su defensa, y también mi mujer. Y eso no se hace, quiero decir que los padres deberían tener una línea de conducta común, y no contradecirse el uno al otro delante de los hijos. Por eso crecen así. Me gustaría que Carolina pasase un poco más de tiempo en casa, sólo tiene catorce años. Después nos lamentamos de que las cosas van mal, y se oyen todas esas historias en televisión. Hace falta disciplina. Y a un padre que se pasa el día fuera de casa trabajando para llevar dinero a su familia le gustaría que su esposa fuese capaz de controlar un poco más las cosas, ¿no? De lo contrario, ¿para qué sirve todo? ¿Por qué se crean las familias? Y encima tengo que oír todos esos discursos inútiles de mis hijos. Tienen demasiados amigos acostumbrados a tener el plato en la mesa sin tener que hacer ningún esfuerzo. Sueños y amor, ¡ya me gustaría a mí! ¡Pero antes hace falta el dinero! Después puedes estar seguro de que realizarás tus sueños y de que encontrarás fácilmente el amor. No obstante, el dinero no se gana con trabajos modestos como el mío o el de mi esposa, y menos aún escribiendo libros. Porque, vamos a ver, ¿tanto les cuesta entender a mis hijos que si les digo que se esfuercen y que están en las nubes lo hago por su bien y no para hacerles sufrir? Sin embargo, da la impresión de que nadie lo entiende y siempre consiguen que, al final, me enfade y grite. Ahora bien, nadie me apoya, sólo Alessandra de vez en cuando, pero lo hace porque quiere que le dé permiso para hacer algo, sólo por eso. Me gustaría que mi esposa me apoyase un poco más. Nunca nos acostamos a la misma hora, ella se va a la cama antes, yo después, y cuando llego ella duerme ya. Ni siquiera sé si nos queremos o si, en cambio, seguimos juntos por inercia… Además, se ha abandonado un poco, ya no se cuida tanto. Quizá, si alguna noche la encontrase más arreglada, peinada y maquillada en lugar de con esa cara tan pálida y siempre con los mismos vestidos… En cualquier caso, creo que el amor de las parejas se acaba al cabo de un año como mucho. Luego, si las cosas van bien, se transforma en estima y afecto. El amor es cosa de las películas y de los libros.
Tres cosas que odio: cuando no mantengo una promesa, los problemas de geometría sólida y el pelo ingobernable.
Tres cosas que me gustan: las tarjetas de Navidad hechas a mano, los regalos que la noche del 24 se dejan en el buzón y el 31 de diciembre.
Tres comidas que me encantan: el arroz cantonés, el chocolate y las patatas fritas que hace mi madre.
Tres cosas que no pueden faltar en mi mochila: el iPod, el desodorante y la agenda.
Tres cosas que me gustan de mi habitación: los peluches, los almohadones de la cama y las innumerables fotografías que tengo sobre el escritorio.
Tres cosas que querría cambiar de mi habitación: el armario pequeño, la alfombra vieja con los círculos y la tabla de uno de los cajones rotos de la mesilla.
Diciembre ha sido un mes aún más increíble. Me ha hecho descubrir algo que jamás habría imaginado o, mejor dicho, de lo que había oído hablar y que, de alguna forma, había intentado comprender. Sólo que pensaba que era todo una exageración, es decir, me parecía imposible. El final de un amor.
Pero antes os contaré lo del bien alto que me pusieron en italiano. He escuchado
Parlo con te
, de Giorgia. El silencio. Todo ese vacío que se produce a veces. Que cierto es. Cuántas palabras digo a la gente sin decírselas realmente. Será que estamos en diciembre. Será que los días cortos me producen un poco de melancolía. Será que mañana tengo el examen de inglés y que debo acabar un trabajo de arte y no tengo ganas. Será, pero cuando escucho esa canción me parece la pura verdad. Es delicada, mía. Será que, como os decía, esta mañana me han devuelto el examen de italiano. Un bien alto. Jamás he entendido qué quiere decir ese «alto». ¿Muy bien? ¿Realmente bien? Ni idea. En cualquier caso, ya el título me había hecho sonreír y me había puesto de buen humor: «Descríbete a ti misma y a tus padres. Lo que no saben, lo que querrías decirles y lo que nunca tendrás el valor de decirles».
Una palabra. Es obvio que siempre hay que mentir un poco. Sea como sea, he aceptado el reto, si bien pienso que los profesores proponen esos títulos porque son peores que agentes de mi servicio secreto. En cualquier caso, al final escribí algunas cosas ocultando lo más grave.
Queridos papá y mamá, me llamo Carolina, aunque eso lo sabéis ya porque el nombre lo elegisteis vosotros. Mis amigos me llaman Caro. Para describirme diría que las canciones
Fango
de Jovanotti o
Parlo con te
de Giorgia me van como anillo al dedo. Dicen que soy mona. También lo decís vosotros, pero no me lo creo. Lo extraño es que cuando me miro al espejo y os miro a vosotros no encuentro que nos parezcamos tanto, pero la profe de ciencias, que es además la de matemáticas, asegura que es normal: lo atribuye a la genética. De mí cambiaría muchas cosas, como la estatura. Si bien no estoy del todo segura.Leo muchos libros, incluso aquellos que no entiendo en seguida bien, porque quizá contienen temas difíciles. Aun así, lo intento. Son los libros que saco de la estantería de Giovanni, mi hermano, al que también llamamos Rusty James. Me encanta la música y me gustaría ser disc-jockey, pero me da vergüenza Tengo dos amigas íntimas, Alis y Clod, que, en realidad, se llaman Alice y Claudia, pero Alis y Clod me parece más bonito. Como sabéis, estoy en tercero de secundaria y voy…, bueno, depende, ni fenomenal ni de pena. «Tengo golpes de suerte» —como dice el profe Leone— que me procuran unos «resultados inesperados en las notas». Tengo también miles de sueños, y todavía conservo el valor de realizarlos. Es decir, creo en ellos, pese a que también tengo miedo. Me gustaría que en casa comiésemos juntos y con la televisión apagada, pero eso nunca sucede. Me llevo bien con mis hermanos, excepto con mi hermana; mucho mejor con mi hermano. Me gustan los atardeceres porque significan que he pasado un día más, puede que incluso bueno. Me encanta el mar porque el agua es blanda y moldeable, se transforma en lo que tú quieres. El colegio también me gusta, a pesar de que siempre tengo muchos deberes y exámenes que hacer. Trato siempre de hacerlo lo mejor que puedo. Cuando me preguntan me avergüenzo un poco y me pongo toda roja, pero hablo mucho y al final siempre me las arreglo. La gente a veces no comprende que lo hago por timidez, pese a que no lo parece porque soy una charlatana. A ti, papá, me gustaría pedirte que escuchases un poco más a los demás, porque en ocasiones los demás también tienen razón, y que no te defiendas siempre, que la vida es bonita y debes disfrutarla. A ti, mamá, te digo que eres fantástica, muy dulce, y que sería bueno que hubiese muchas más personas como tú en este mundo. A mi hermana me gustaría pedirle que fuese un poco menos superficial, mientras que a mi hermano le digo que es un tío genial. Él es mi modelo, lo quiero con locura porque saca sus cosas adelante con mucho valor, y creo que llegará muy lejos Quizá sea la persona de la familia a la que más me parezco. Mientras que Ale es idéntica a mi padre… Y mi madre, pese a ser la que nos ha traído al mundo, se pasa la vida intentando mediar entre nosotros, es decir, tratando de evitar que riñamos. ¿Cuáles son las cosas que jamás tendré el valor de decir a mis padres? ¡Si las contase tendría la impresión de estar desviándome del tema! Mejor dicho, me parecería que no he tenido el coraje necesario para decírselas directamente a ellos. ¿No le parece justo como razonamiento, profe? Pues bien, en cualquier caso, tengo un carácter alegre, soy un poco torpe, pero, según dicen, eso forma parte de mi simpatía. Y, por encima de todo, soy muy franca, lo que a veces puede ser bueno y otras malo. En este caso, le confieso sin problemas que esta redacción me ha gustado.
¡Y después concluí con varias citas! ¡Tres columnas y media! ¡Además, la reflexión, sobre el valor de decirles algo en serio a mis padres y sobre el hecho de que me estaba desviando del tema, y la pregunta directa al profe contribuyeron a que sacase esa nota! En fin, que todo salió a pedir de boca y por eso soy feliz.
Pero la cosa que ha dado de verdad sentido a este mes de diciembre ha sido el final de un amor. Vayamos por partes.
He mejorado en tenis. Ésta es, sin lugar a dudas, una noticia importante. Ale ya no me toma el pelo, pese a que me ha visto salir de casa otras cuatro o cinco veces vestida, como decía al principio, de sóftbol. Creo que ha comprendido que ahora puedo asestarle unos cuantos pelotazos. Hasta he estudiado ya la posición: ella llegará al cruce donde, por lo general, se para con la moto, y yo, que me encontraré a unos cinco metros, apuntaré perfectamente a su hombro o al casco, o, si todo sale como pretendo, a la mejilla. Sea como sea, le haré daño. Lo he pensado. O le hago un
top spin
o un
slice
. Salta a la vista que también he aprendido la terminología. Lele ha sido de verdad un maestro paciente. Incluso los vecinos de pista de la primera vez tuvieron que reconocerlo cuando me vieron jugar de nuevo.
—¡Eh, cómo has mejorado! ¡Si incluso las mandas al otro lado de la red!
Bromas aparte, creo que notaron alguna mejoría. En serio, no lo digo para alardear. He mejorado.
Después del 7 de diciembre, nuestra relación dio un vuelco, y no sólo desde el punto de vista tenístico.
—Oye, ¿qué hacemos? ¿Quieres darte una ducha rápida y luego nos vamos a comer?
—Claro, por supuesto…
Subo y le pido permiso a mí madre. Extrañamente, logro convencerla. Bueno, en realidad he metido por medio a toda la clase: le he dicho que hemos organizado una especie de superfiesta en una pizzería para celebrar el cumpleaños de Giacomini.
Antes de salir anoto la mentira en el diario para no repetir otro día que esa misma persona celebra de nuevo su cumpleaños. Mi madre no tiene buena memoria, pero algunas cosas, no sé por qué, las intuye o las recuerda de verdad. O, lo que es más probable, se da cuenta de que le estoy mintiendo. Clod y yo pensamos una vez que no estaría de más que organizasen un «curso de mentiras». En nuestro colegio hay un curso de teatro por las tardes y, gracias a él, he visto mejorar a algunos chicos, actuar a final de año mejor que otras veces. A todos nos ayudaría hacer un curso para aprender a mentir. ¿Quién no se ve tarde o temprano en la necesidad de decir una mentira incluso para no hacer sufrir, para no dar un disgusto o, sencillamente, para evitar que una persona se entere de algo? ¡Y si no estás preparado te ruborizas en seguida, y eso me pone negra! Lo noto en seguida cuando me sucede, entiendo que quien me mira se está dando cuenta, ¡y entonces me ruborizo aún más! En pocas palabras, que es una trampa mortal…
Clod y yo pensamos que Alis sería una maestra perfecta. Consigue decir mentiras de una forma, pero de una forma… ¡única! Con una frialdad, una tranquilidad, una sonrisa… Bueno, me recuerda a Hilary Duff, y no porque ella diga muchas mentiras, Dios mío, la verdad es que no lo sé, sino porque actúa bien y me cae fenomenal, de manera que, equiparando a Alis con ella, me parece dar a mi amiga la importancia que se merece.
Todavía recuerdo un día en su casa. Estábamos bailando y saltando sobre su cama que, como no podía ser de otro modo, es superancha, ya que es la única que, con catorce años, tiene una de matrimonio. La televisión estaba encendida y escuchábamos la MTV a todo volumen, un vídeo de Finley,
Questo sono io
. ¡Y los imitábamos perfectamente! ¡Me encanta cuando hacemos eso las tres! Además, Alis, porque siempre tiene que ser ella, estaba fumando y quería que nosotras probáramos también, a lo que Clod y yo nos negábamos en redondo.
—Venga, probad.
—No.
—¡Pero si es genial!
De improviso, se para.
—Chsss…, ¡silencio!
—¿Qué pasa, Alis? ¿Qué ocurre?
—El ascensor…, debe de ser mi madre.
Abre la ventana y tira el cigarrillo, coge un chicle y lo mastica a toda velocidad. Se pasa la lengua por los labios y a continuación lo tira a la papelera. Justo a tiempo.
—¿Alice? ¿Estás ahí, Alice?
—Sí, mamá, estoy en la habitación.