—¿Y ésta te gusta? —Le enseño una blanca con unas rayas beis y azules delante.
Ella la mira ladeando la cabeza.
—No está mal, pero tengo la impresión de que no es de marca. ¿Qué lleva escrito ahí arriba, en el pecho?
—«IL.»
—Bah…, no lo he oído en mi vida.
Cojo la camiseta y miro bien la pequeña etiqueta que tiene detrás.
—Aquí dice «Fila».
—Sí, ¡pues desfila! Con ese nombre no cogerás ni una pelota.
—Pero ¡qué dices! Es una marca famosa. —Le señalo la pared donde están colgadas las fotografías de los mejores tenistas que la han llevado.
—Noooo, qué pasada… —Clod lee el nombre que figura en uno de los carteles, bajo la fotografía—, ¡Pero si hasta Dmitry Tursunov las ha llevado!
—¿Y ése quién es?
—Y yo qué sé, el tipo de la foto. Si lo ponen ahí, será famoso, ¿no?
—¡Qué idiota eres!
—Sí, pero tú cógela, ¡ya verás como así juegas como una profesional!
—¿Y ésta? ¡Es Sergio Tacchini!
Y seguimos así, pescando en el interior de las grandes cestas metálicas rebosantes de camisetas de todo tipo, modernas o antiguas, en cualquier caso artículos nuevos, no de segunda mano, y a unos precios increíbles. En nuestra peculiar pesca nos acompañan las personas más variopintas. Mujeres grandes y gorilas, chicos delgados y menudos, un tipo de color, un asiático, un viejecito, una joven de treinta años, una de cuarenta y una pareja de veinte. A poca distancia se encuentran las falditas de tenis y, en otra cesta, los calcetines y más camisetas y unos estantes con una infinidad de zapatillas deportivas y cientos de raquetas, de entre quince y ciento cincuenta euros. Éstas, sin embargo, están sujetas entre sí con una pequeña cadena de hierro y si las quieres, tienes que llamar a un dependiente o a una dependienta, como esa chica que está ayudando a un anciano a encontrar un chándal Adidas que le vaya bien.
—Lo quiero negro con las rayas blancas. Sin más colores, sencillo, ¡como los que hacían antes! ¿Me entiende?
Y la dependienta sigue rebuscando en la cesta.
—¿Así?
Saca uno. El anciano la mira y alza un poco las gafas para ver mejor.
—Pero es azul oscuro… ¿Qué pensaba? ¿Que no me iba a dar cuenta?
La dependienta lo deja caer nuevamente en la cesta.
—¡No! Quería decir como este modelo…
—Sí, pero yo lo quiero negro… Negro.
El viejecito patea y sacude la cabeza como si en un instante hubiese perdido toda la sabiduría de sus años y hubiese regresado a la infancia.
Poco después, estamos fuera. Veamos, de abajo arriba: zapatillas de tenis, calcetines, falda con
slip
Adidas debajo, una camiseta Fila, un chándal Nike, una raqueta y dos muñequeras. No voy combinada, eso desde luego, pero llevo muchos colores y, sobre todo, el coste de la operación…
—¿Sabes cuánto nos hemos gastado?
—¿Cuánto?
—¡Ochenta y uno con cincuenta!
Clod se frota las manos, exultante.
—¡Genial! Hemos ahorrado. Nos ha sobrado incluso para dos chocolates calientes…
—Pero, Clod…
—¡Hace frío!
—Sí, lo sé, pero podríamos hacer un poco de dieta, ¿no?
—¡Precisamente, el frío te ayuda a quemar calorías!
Bueno, pues en menos que canta un gallo se quema en el auténtico sentido de la palabra. Mientras nos acercamos al Chatenet, vemos que un guardia le está poniendo una multa. Clod corre tratando de llegar a tiempo.
—¡Eh, no, perdone! Pero si estamos aquí, mire, ¡acabamos de llegar!
—Lo sé, ¡también la multa llega ahora!
—¡Se lo ruego, bajamos sólo un segundo, hemos vuelto en seguida!
—Pero ¿qué dices? He recorrido toda la fila y vuestro coche lleva aparcado aquí por lo menos media hora…
—Es que dentro había mucha gente… —Clod se da cuenta de que como excusa no basta—. Además, mi amiga no se decidía por nada. —Ve que sigue sin ser suficiente—. ¡Y por si fuera poco, la cola que había delante de la caja era interminable!
—Perdona —le responde el guardia— pero, dadas las innumerables dificultades, ¿no te habría convenido pagar el aparcamiento? Dos euros bastaban para dos horas, con eso lo resolvías todo. Te lo has buscado…
—¿Y no puede resolverlo todo ahora? Por favor…
—Lo siento, pero no puedo. La próxima vez, piénsalo antes de aparcar.
Le iría como anillo al dedo la frase que me dijo en una ocasión mi abuela Luci: «Pronto y bien rara vez juntos se ven». Pero no se lo digo a Clod porque no quiero que se enfade aún más.
—Gracias, ¿eh? —Espera a que el guardia se aleje—. ¿Qué le costaba hacerme un favor?, son unos cabrones. A ellos qué más les da, a fin de cuentas… —Coge la multa y la abre—. Mira, ¡setenta y tres euros! A ver quién es el guapo que los tiene… ¡Cuando mi madre se entere, se pondrá hecha una furia!
—Lo siento, ha sido culpa mía.
—De eso nada, fui yo la que te dijo que aparcaras ahí. Además, ni siquiera se veían las rayas azules.
En realidad se veían, y mucho, sólo que no lo pensamos.
—Venga, la pagamos a escote…
—No…
—Sí, has venido hasta aquí por mí. Vamos, toma diez euros. Te debo veinticinco, mejor dicho, veintiséis con cincuenta céntimos, ¿de acuerdo?
Clod coge los diez euros.
—De acuerdo, cuando puedas me das los otros veinticinco. Mientras tanto yo les daré buen uso a éstos…
—¿Se los vas a dar a tu madre para pagar la multa?
—Cinco, sí; el resto pienso gastármelos en dos tazas de chocolate caliente con nata de Ciòccolati ¿Te apetece? ¡Venga! ¡Yo invito!
Cuando regreso a casa, mi madre quiere ver cómo me sienta la ropa.
—Pero ¿no había un conjunto completo? Quiero decir, ¿una falda a juego con la camiseta?
Se sienta en la cama un poco perpleja.
—Pero, mamá, ahora se juega así al tenis, no todo ha de combinar. ¿No has visto a Nadal?
—No, ¿quién es?
—Sí, ese tío que gana siempre; es un cachas y, además, está como un tren. Bueno, pues él lleva unos pantalones anchos azules y se los pone muy bajos, con el tiro ahí abajo. —Meto la mano bajo las piernas—. ¡Vaya tío bueno!
Mi madre compone una expresión absurda, realmente divertida.
—¿Y cómo lo hace para jugar al tenis sin tropezar?
—Pero, mamá, ¡son pantalones elásticos!
—Ah.
—Además, lleva siempre una camiseta sin mangas.
—¿Qué quieres decir?
—Abierta por aquí, con las mangas cortadas.
—¿Y está bueno?
—¡Está cañón!
—Si tú lo dices… Venga, lávate las manos, que cenamos dentro de nada.
—Vale.
—Una última cosa… No se te ocurra traerme nunca a casa a un tipo como ese Nadal.
Me echo a reír. Sí, como si fuera tan fácil. Pero eso, naturalmente, no se lo digo.
Sale del dormitorio. Me miro al espejo. El conjunto me queda ideal…,
vintage
. Eso es, puedo llamarlo así, conjunto
vintage
. Me pongo la gorra con mi nombre. Luego la giro Me coloco la visera atrás. Así. Después pruebo a dar un golpe, pero sin raqueta, que de lo contrario seguro que rompo algo. Mi habitación es demasiado pequeña para un
smash. Stock
. Intento dar el golpe con determinación. Un bonito derecho, intachable. En ese momento, Ale pasa por delante de la puerta.
—¡Vaya tela! ¿No te da vergüenza salir vestida así? ¿Ahora te ha dado por el sóftbol?
—No, voy a jugar al tenis. —Y le cierro la puerta en las narices. ¡Creo que no voy a poder mantener la promesa que le hice a mi madre de no acribillarla a pelotazos!
La semana casi ha pasado volando. Tranquila, Ningún examen oral importante. La redacción de italiano ha ido superbién, bueno, pese a que el profe Leone me ha puesto al final de la hoja una nota entre paréntesis: «Procura no adquirir mucha seguridad, divagas demasiado». La última vez me escribió que había sido demasiado escueta, ¡Nada le parece bien! ¡Pues sí que…! Entre otras cosas, el título era especial: «¿En qué consiste la verdadera belleza?». ¿Eh? ¿Cómo puedes saber si eres guapa? ¿Con un bellómetro? Una pregunta estúpida que, aun así, todo el mundo se hace. ¿Quién decide si soy o no guapa? ¿Los chicos que me miran? Yo me tengo por mona…, pero ¿hasta qué punto? Los cumplidos de los padres no valen. No son objetivos. Todos los padres piensan que sus hijos son los más guapos del mundo. Sin ir más lejos, mi padre dice que soy demasiado normal. ¿Ves? Normal. Una chica del montón. ¡Pero yo soy yo! ¡Carolina! ¡Única! Uf. Pero ¿por qué no me siento así? Quizá, si fuese como Alis… Ella es increíble, genial. Se parece un poco a Angela Hayes, la de
American Beauty
, esa película que Rusty James me hizo ver el año pasado en DVD. Sólo que tiene el pelo más oscuro. Entonces, ¿cómo puedo saber si soy guapa? ¿Por mis amigas? Alis dice que soy mona, pero que podría mejorar mi
look
. Clod, en cambio, asegura que me envidia porque tengo un bonito cuerpo, pero que de cara le gusto ya menos. Uf. Yo me veo a veces mona y otras como un adefesio. Sea como sea, en la redacción escribí varias cosas, las que se me ocurrieron. ¡No creo que se pueda hablar siempre de la misma forma sobre todos los temas! Algunos te interesan más y tienes más cosas que decir, otros, en cambio, los desarrollas y los comentas porque no te queda más remedio. Este tema, sin embargo, me ha gustado. A diferencia del que el profe Leone nos puso el año pasado, «La importancia de reciclar». Pero ¿es que se puede decir mucho sobre eso? Una vez que has comentado que el medio ambiente y la naturaleza están en peligro a causa de la contaminación, quizá puedes citar a Al Gore, después puedes mencionar los coches de hidrógeno y ya está, el tema queda agotado. Sería estupendo escribir una redacción que, cuando empieza a hartarte, puedas pasar a otro tema y entonces puedas decir otras cosas y luego, cuando ya no sabes qué decir, puedas pasar a otro tema. Igual que cuando se habla. En el fondo, el colegio sirve para que lleguemos preparados a la sociedad. Y digo yo, ¿cuando te invitan a alguna parte hablas siempre de lo mismo? La gente te consideraría un muermo y dejaría de invitarte. En fin, si un día llego a ser por casualidad, qué sé yo, ministro de Educación, cambiaré un montón de cosas. Por ejemplo, aboliré los exámenes durante las dos primeras horas del lunes. ¡Eso para empezar! Es obvio que uno puede acostarse tarde el domingo por la noche. A menudo es el único día de la semana en que te invitan a una fiesta, de manera que, a la mañana siguiente, uno debe recuperarse un poco, no pueden obligarle a hacer en seguida un examen, ya sea oral o escrito. O cuando, por ejemplo, un profe se equivoca al corregirte algo en un examen. Una vez sucedió en la hora de matemáticas, Raffaelli encontró una corrección que luego resultó ser errónea, en esos casos, perdonadme, al profe que se equivoca deberían infligirle un castigo constructivo como, pongamos por caso, ¡tener que responder a las preguntas de todos sus alumnos! ¿Por qué no? Ellos se inventan a menudo los castigos más inverosímiles. ¡Como aquella vez que armamos un poco de jaleo en clase y la profe de matemáticas nos exigió que escribiésemos una carta de disculpa! Teníamos que disculparnos por la manera en que nos habíamos comportado y «sugerir soluciones para que no volviese a ocurrir». ¿Cuándo se ha visto algo semejante? Una vez me propusieron que fuese la delegada de clase y yo me negué en redondo. Quiero decir, que me lo pidieron Alis, Clod y otras tres o cuatro amigas. Y ningún chico. Oh, a los chicos les importa un comino cómo se organizan y se deciden ciertas cosas. Ellos están para armar barullo y punto. Ahora bien, cuando algo de lo que se ha decidido no les gusta, protestan. ¡Pero para entonces ya es demasiado tarde! De manera que siguen armando jaleo y ahí se acaba la cosa. En pocas palabras, para ellos cualquier excusa es buena. Sea como sea, ésa es otra historia. Pero a mí, la mera idea de tener que volver de vez en cuando al colegio por la tarde, fuera del horario de clases, para hacer de delegada, bueno, me espantaba…, ¡no estoy tan chalada! De modo que al final eligieron a Raffaelli, la única que, en mi opinión, quería ser delegada en serio y que, en cambio, simulaba que no le interesaba mucho el tema. Creo que tenía miedo de que no la eligiesen… En cualquier caso, el papel de delegada de clase le va como anillo al dedo. ¡En parte porque ella sí que está realmente loca! En fin, que regresé a casa radiante de felicidad.
Por la tarde tuvimos gimnasia artística sin la consabida imitación de Aldo. ¡Increíble! ¡Supuse que eso quería decir que había mejorado! Que había comprendido que aún le quedaba mucho por aprender, que debía practicar solo en casa, en su habitación, donde nadie lo ve. Pero no, lo que ocurrió fue algo mucho más simple: Aldo no vino porque se encontraba mal, eso es todo.
Clod le mandó un mensaje: «Lo siento».
«Yo también», le respondió él.
¿Se iniciará hoy una posible historia? Quién sabe. Aún hay muy pocos elementos para poder manifestar una opinión. Lo que más nos hizo reír fue que en cierto momento Aldo le mandó una frase extraña, y ¿sabéis qué escribió al final?, pues «¡¿¡Adivina quién soy!?!».
¿Os dais cuenta? Una imitación por sms. Lo más absurdo, sin embargo, fue la respuesta de Clod: «¡Pippo Baudo!».
«¡Sí! ¡Eso significa que lo imito bien!».
Sí, pensándolo bien, quizá empiecen a salir juntos. Si eso no es amor…
Noche superserena. Mi padre no volvió a casa para cenar porque había quedado con sus colegas del trabajo. Ale fue al cine con dos de sus amigos, de modo que, por fin, pude disfrutar de una cena a solas con mi madre. Preparó las patatas fritas que tanto me gustan y carne a la siciliana, que es un trozo de carne empanada, pero que se asa en lugar de freírse, está riquísima, es mi carne preferida. El problema es que a Ale también le gusta, de manera que tenemos que compartirla y ella se come siempre los trozos más grandes.
—Mmm, está buenísima, mamá, deliciosa.
—Pero si la he hecho como siempre.
—¡No, hoy está más buena!
Y doy un buen bocado y, curiosamente, no me dice nada, sino que me sonríe. La verdad es que si tuviese que elegir una amiga perfecta, no dudaría, la afortunada sería ella.
Algo más tarde nos encontramos delante de la televisión, seguimos solas, como si fuésemos dos amigas que comparten una salita. Las dos nos hemos acomodado en el sofá con las piernas recogidas hacia atrás, bajo los cojines. Mi madre es un encanto.
Estamos viendo «Amici», un programa que no le entusiasma, la verdad.