Caballo de Troya 1 (68 page)

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Authors: J. J. Benitez

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BOOK: Caballo de Troya 1
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Caballo de Troya

J. J. Benítez

en una casa del barrio bajo -en la de Elías Marcos, como bien sabes- y que su prendimiento podía ser cómodo. Según el Iscariote, sólo dos de los once hombres que habían quedado en el cenáculo ceñían espadas:

Pedro y Simón Zelotes. Pero Judas advirtió a Gudgeda que no convenía descuidarse. En el campamento de Getsemaní permanecían alrededor de sesenta discípulos y allí sí existía un respetable arsenal de armas.

«Gracias al cielo, los planes del traidor no salieron tal y como él había previsto.

-¿Por qué? -interrogué al anciano con gran curiosidad.

-Judas había llegado al Templo antes de lo previsto y fueron necesarias muchas idas y venidas del portero-jefe hasta la sede de Caifás y a las distintas dependencias del Templo para llegar a reunir un número apropiado de policías. Era imposible echar mano de los que montaban guardia en aquellos momentos en el exterior e interior del Santuario y eso, como te digo, retrasó considerablemente la salida del pelotón. Las dificultades para encontrar hombres francos de servicio fueron tales que, al final, desesperado, el sanguinario Yojanán se vio obligado a solicitar del sumo sacerdote en funciones el apoyo de los servidores y confidentes de Caifás. En total, si no recuerdo mal, salieron del Templo unos treinta y cinco o cuarenta esbirros, armados con toda clase de mazas y palos...

-Pero, ¿y la escolta romana? -le interrumpí de nuevo, sin poder contenerme.

-Aguarda, Jasón. Como te he dicho, afortunadamente, las cosas no iban sucediendo como habían sido planeadas. El Sanedrín quería prender al Maestro cuando la ciudad quedase vacía. Y

ésta era también la intención de Judas que, por lo que pude deducir, sentía miedo ante la posible reacción y represalias de los hombres de Jesús.

»Total, que Ismael se encargó de seguir al pelotón, mientras yo permanecía en el templo, en previsión de nuevos acontecimientos.

»Pero el traidor y su grupo rodearon la casa de Marcos cuando el Maestro y los once acababan prácticamente de salir hacia el huerto. Esa fue la información que recibió Ismael de Elías.

-Entonces, Judas no llegó a ver a Jesús y a los once...

-No. Pero faltó muy poco. Si la patrulla no se hubiera demorado tanto, seguro que la captura del Maestro se produce allí mismo. Elías, al ver a Judas y a los hombres armados, se dio cuenta en seguida de sus funestas intenciones y se negó a hablar con el Iscariote, arrojándole de su casa a patadas.

-¿A patadas?

-Sí y me temo que esa ofensa puede costarle cara al pobre Elías...

Había algo que no terminaba de comprender. Y así se lo comenté a José:

-Si Judas conocía las costumbres del Maestro, ¿por qué no le siguió hasta Getsemaní?

El de Arimatea dibujó una triste sonrisa.

-Si conocieras a Judas lo entenderías. Humillado y temeroso ante la violenta reacción del propietario de la casa, el Iscariote debió comprender que, si la actuación de aquel seguidor del rabí había sido tan radical, la del grupo acampado en la finca de Simón no podía ser menor. Y, según Ismael, el traidor -cada vez más nervioso- explicó a los que le seguían que el Nazareno y sus íntimos podían haber tomado la dirección del Olivete. Cuando los levitas le apremiaron para salir en su persecución, el Iscariote les detuvo, asegurando que no era prudente enfrentarse a sesenta hombres armados con espadas. Aquel cambio de planes, además, significaba que la policía del Templo tendría que luchar y, posiblemente, capturar también a los apóstoles o, cuando menos, a los líderes del grupo de Getsemaní. Y las órdenes de Caifás no eran precisamente éstas. Para el sumo sacerdote, el único hombre importante era el Galileo. ¿Qué hacer entonces?

»El pelotón se encontró, pues, en una difícil encrucijada. Y antes de arriesgarse tomando, además, una iniciativa que no había sido contemplada por Caifás, decidieron regresar al templo.

»Aquello tranquilizó un poco a Judas, pero aumentó el nerviosismo de los jefes de los levitas.

Tal y como suponía, la reunión secreta de Caifás con sus incondicionales del Sanedrín había sido fijada para la media noche. Y a eso de las once, cuando Judas y el grupo retornaron al templo, algunos de los fariseos, escribas y saduceos habían empezado a llegar hasta la sala de las «piedras talladas». El nerviosismo de los policías, al presentarse ante Caifás sin el prisionero, era más que comprensible. El tiempo se les echaba encima y, por un momento, tanto Judas como los sacerdotes llegaron a contemplar la idea de aplazar al prendimiento. No 218

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disponían de una fuerza lo suficientemente grande y poderosa como para arriesgarse a invadir el huerto y capturar al Maestro.

»Tanto Ismael como yo -dejó entrever José con una gran amargura- llegamos a creer que, de momento, toda estaba resuelto y que Jesús quedaría libre. Vana esperanza... Caifás no es hombre que se dé por vencido fácilmente y su odio hacia Jesús es tal que no dudó en proponer una solución que repugnó, incluso, a sus compinches: solicitar una escolta armada del procurador romano. «De esta forma -argumentó el astuto sumo sacerdote-, el apresamiento de ese impostor no será difícil y, de paso, la responsabilidad de la captura recaerá en las fuerzas extranjeras de ocupación...

»Algunos de los miembros del Sanedrín trataron de que Caifás renunciara a este proyecto, aludiendo a las constantes manifestaciones de Jesús sobre la no violencia. Pensaban, con razón, que el Galileo no permitiría a sus hombres que desenvainaran sus armas. Pero Judas intervino nuevamente. Y su cobardía salió a flote una vez más. Se manifestó de acuerdo con los sacerdotes, pero no admitió que los discípulos llegaran a obedecer al Maestro. «La sugerencia de Caifás -añadió- me parece excelente. Acudamos cuanto antes a la Torre Antonia...»

»Y los sacerdotes designaron una representación del Sanedrín, que acudió de inmediato al cuartel general romano.

»Pero el centurión de guardia se negó a facilitarles una escolta. Era muy tarde y, por otra parte, «esa orden debe partir de Poncio Pilato», les explicó el oficial. Los sacerdotes insistieron y el centurión no tuvo más remedio que llamar a Civilis, el comandante en jefe de la guarnición destacada en Antonia, a quien tú conoces.

»Nuestro común amigo -muy molesto por aquella visita- les preguntó las razones por las que debía proporcionarles la escolta. Y Judas, antes de que los sacerdotes reaccionaran, se enfrentó a Civilis, advirtiéndole que Jesús formaba parte de un grupo de «zelotes», clandestinamente asentado en la finca de Getsemaní
1
.

»Aquella vil mentira del Iscariote hizo dudar al centurión. Los romanos, como sabes, persiguen con saña a los revolucionarios.

1
Cuando consulté con el módulo sobre los «zelotes» o «zelotas», Santa Claus me facilitó la siguiente información:

"Este movimiento revolucionario y clandestino -similar en alguna medida a los actuales grupos terroristas de Europa y América- empezó a desplegar su actividad guerrillera y de acoso al ejército romano en la época de Augusto y acaudillados, en un principio, por un tal Judas ben Ezequías, de Galilea, que ya se había destacado en tiempos de Herodes por el asalto a un arsenal del ejército real y por sus desmanes e incendios. Al tener noticia de estas bandas que asolaban al país, Varo se apresura a llegar desde Antioquía con dos legiones. Arrasa las ciudades de Zippora (Séforis) y Emmaús y los habitantes, partidarios del rebelde Judas ben Ezequías, son vendidos como esclavos. Varo ordena la captura y ejecución de todos los «partisanos» del galileo, crucificando a más de 2 000 guerrilleros. Pero el jefe, Judas «Galileo», logra escapar y, con la ayuda de otro extremista -un fariseo llamado Zadok- inicia tan lento pero profundo movimiento de lucha clandestina contra el Imperio romano. Ya en tiempos de la infancia y juventud de Jesús de Nazaret, este movimiento -que adopta el nombre de «zelotas» o «celadores»- empieza a ganar adeptos, extendiéndose como una mancha de aceite por todo Israel. Galilea, una vez más, fue la cuna y corazón de estos patriotas extremistas, que no cesan en sus hostigamientos contra la legión romana asentada en Cesárea y en el resto de la nación judía. Camuflados bajo un ardiente espíritu religioso, estos «terroristas» del siglo I empuñan las armas, bajo una doctrina que podría sintetizarse en los siguientes principios: 1. El Reinado de Dios sobre Israel es incompatible con cualquier dominación extranjera. Aceptar al César de Roma como rey es violar la ley divina. Dios es el único rey del pueblo.

2. El culto al emperador, en cualquiera de sus formas, es abominable. El celo de muchos de estos «zelotas»

llegaba al extremo de no tocar siquiera las monedas romanas que llevasen la efigie del César. El pago de los impuestos a Roma era una idolatría y una apostasía, ya que implicaba un sometimiento a Roma y al Emperador. (Precisamente el nacionalismo «zelota» surge con Judas ben Ezequías a raíz de la orden de Augusto de que toda la nación hebrea se empadrone. Esta operación de censo tenía, en realidad, una motivación económica, más que de estadística. Y ello indignó a los judíos.)

3.

Los judíos no debían esperar pasivamente la llegada del Reino de Dios. Era necesaria la colaboración con Dios, mediante la revolución y la guerra santa. Creían en los milagros de Dios y consideraban que éstos debían estar siempre al servicio de esa idea liberadora.

4. El objetivo principal de su lucha armada era conseguir la libertad e independencia política de Israel. Los

«zelotas» habían tomado la liberación de Egipto por Yavé como un símbolo y modelo a imitar.

5.

Según la filosofía «zelota», la conversión a Dios exigía necesariamente la desobediencia a la autoridad romana y estar dispuesto a sacrificar el dinero, la tranquilidad y hasta la vida en beneficio de estos principios «salvadores».

A la vista de todo esto, es fácil entender la confusión de algunos de los discípulos y apóstoles de Jesús -caso de Simón, el Zelotes, y del propio Judas Iscariote-, que creyeron desde un principio que la doctrina del Galileo tenía mucho que ver con todo este movimiento de liberación nacional.

Los «zelotas» fueron los causantes directos de las sangrientas revueltas contra Roma en los años 68 al 70 de nuestra Era, así como de la registrada en el año 135.
(N. del m.)
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»No obstante, el oficial en jefe de la legión les ordenó que esperasen, mientras acudía a la residencia del procurador.

»Total, que entre unas cosas y otras, el Sanedrín perdió una hora.

»Pilato se había retirado a dormir y, en un primer momento, no quiso saber nada del tema.

Pero los enviados de Caifás no cesaron en su empeño, obligando a Civilis a entrevistarse por segunda vez con Poncio, anunciándole que en el referido campamento se había descubierto un considerable arsenal de armas y que, si lograban capturar al «jefe» -a Jesús de Nazaret- el procurador se apuntaría un importante triunfo, de cara al César.

»Al final, y quizá para quitarse de encima a los odiosos sacerdotes, Pilato dio la autorización y el centurión de guardia encomendó el mando de un pelotón de 30 o 40 legionarios -no sabría precisarte el número exacto- a su
optio:
un tal Arsenius. Y de esta forma, con grandes prisas, aquella tropa salió de Jerusalén, guiada por Judas. El resto ya lo conoces...

Sí, lo conocía, pero varios detalles seguían sin explicación. Por ejemplo: ¿por qué el Iscariote se despegó del pelotón? Lo lógico es que, si debía conducir a los soldados y a los levitas y sirvientes del Templo hasta la finca de Getsemaní y revelar a la turba la identidad del rabí, no se hubiese separado en ningún momento de sus secuaces. Además, si la intención del suboficial romano era capturar a un supuesto «jefe zelota» y a su grupo, ¿por qué Arsenius se contentó con prender a Jesús de Nazaret? ¿Por qué no asaltó el campamento?

(Como dije, en la mañana del sábado siguiente quedaría despejada la primera de las incógnitas. En cuanto a la segunda, el propio procurador me daría una explicación en mi próxima visita a la Torre Antonia.)

José, naturalmente, no puso aclararme estas dudas. Ni él ni Ismael se habían atrevido a unirse al pelotón que salió del Templo minutos después de la doce y media de la noche por la puerta Dorada. En cuanto a mi pregunta de por qué el Maestro había sido traído a la casa de Anás, en lugar de ser trasladado de inmediato ante la presencia de Caifás, el de Arimatea -

evidentemente cansado- comentó:

-Feliz tú, Jasón, que no tienes que vivir las constantes intrigas de estos hombres impuros...

No lo sé con certeza, pero tengo entendido que Anás y su yerno están de acuerdo para retener al Maestro en este lugar hasta que Caifás consiga reunir a un máximo de sacerdotes adictos. De esta forma, el juicio será implacable. La ley señala, además, que el Consejo del Sanedrín no puede reunirse antes de la primera ofrenda.

-¿Y a qué hora tiene lugar ese primer sacrificio?

-A las tres de la madrugada. Como ves, aún tenemos tiempo. Quizá se obre el milagro que tanto deseamos...

Y José concluyó su detallada exposición, afirmando que aquel reptil llamado Caifás, con el fin de no levantar sospechas -ni siquiera entre sus propios hombres y servidores-, había ordenado a dos de sus confidentes que pagaran espléndidamente al
optio
romano para que, en contra incluso de la opinión del jefe de los policías del templo, condujera a Jesús de Nazaret al palacete de su suegro, Anás.

El de Arimatea se despidió, indicándome que tenía intención de entrar en la residencia del ex sumo sacerdote y hacer cuanto estuviera en su mano -incluso sobornar al viejo Anás- para que Jesús fuera puesto en libertad. Al verlo desaparecer en el interior de la casa no pude reprimir un sentimiento de tristeza por aquel leal seguidor del Maestro. Estaba en su derecho de alentar la esperanza. Lo que él no podía saber es que esa esperanza había muerto mucho antes: en el huerto de Getsemaní...

Semioculto en la oscuridad del patio informé a Eliseo del curso de los acontecimientos, rogándole que me avisase poco antes del alba. En aquellos instantes eran las tres de la madrugada.

Volví al fuego. Pedro, encerrado en sus pensamientos, ni siquiera había advertido la llegada de José de Arimatea. Se había sentado detrás de los levitas, cubriendo su calvicie con el manto.

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