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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja mala nunca muere (20 page)

BOOK: Bruja mala nunca muere
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—¿Has ido de compras? —dijo contoneando un pie para indicarme que se había fijado en mis botas nuevas.

Cansada, me apoyé en la cadena de la valla.

—¿Le apetece un bombón? —le pregunté y me hizo señas para que entrase.

Jenks zumbaba preocupado.

—Rachel, una bola de líquido estaría fuera del alcance de mi olfato.

—Es un pobre anciano solitario —susurré abriendo la puerta de la valla—, solo quiere un bombón. Además, parezco una vieja arpía. Cualquiera que nos vea pensará que soy su cita. —Descorrí el cerrojo sin hacer ruido y me pareció que Keasley ocultaba una risita con un bostezo.

Jenks dejó escapar un diminuto suspiro. Dejé mi bolso en el porche y me senté en el último escalón. Girándome, saqué una bolsa de papel del bolsillo de mi abrigo y se la ofrecí.

—Ah… —dijo fijando la vista en el logotipo del jinete y el caballo—, hay algunas cosas por las que merece la pena arriesgar la vida.

Como imaginaba, eligió uno de chocolate negro. Un perro ladró a lo lejos. Masticando, el anciano miró a la calle silenciosa.

—Has estado en el centro comercial. Me encogí de hombros.

—Entre otros sitios.

Las alas de Jenks me abanicaron el cuello.

—Rachel…

—Relájate, Jenks —dije, molesta. Keasley se levantó con dolorosa lentitud—. No, tiene razón. Es tarde.

Entre los obtusos comentarios de Keasley y los instintos de Jenks lograron inquietarme. El perro volvió a ladrar y me puse en pie de un salto. Mis pensamientos volvieron al montón de bolas de líquido junto a la puerta trasera. Quizá debería haber escalado el muro del cementerio, disfrazada o no.

Keasley se dirigió con lentitud hacia la puerta.

—Ten cuidado, señorita Morgan. En cuanto descubran que puedes esquivar sus medidas de seguridad, cambiarán de táctica. —Abrió la puerta y entró en la casa. La mosquitera se cerró sin hacer ruido—. Gracias por el bombón.

—De nada —murmuré mientras me marchaba, sabiendo que aún me oía.

—Un anciano inquietante —dijo Jenks balanceándose en mi pendiente mientras cruzaba la calle y me dirigía hacia la moto aparcada frente a la iglesia. El falso amanecer se reflejaba en sus cromados y me pregunté si Ivy habría recogido su moto del taller.

—Quizá me deje usarla —pensé en voz alta observándola al pasar. Era toda negra brillante, con remates dorados y suave cuero, una Nightwing. Preciosa. Pasé la mano con envidia por el asiento, dejando una marca en el rocío.

—¡Rachel! —gritó estridentemente Jenks—, ¡al suelo!

Me tiré y mis manos golpearon la acera. Entonces oí un silbido de algo que pasaba por encima, justo donde antes estaba yo de pie. La adrenalina empezó a bombear a raudales, provocando que me doliese el corazón. Rodé por el suelo poniendo la moto entre mi cuerpo y la acera contraria.

Contuve la respiración. No se movía nada entre los arbustos y los setos altos. Me puse el bolso delante de la cara y rebusqué con una mano.

—Quédate en el suelo —susurró Jenks. Su voz era tensa y un halo morado bordeaba sus alas.

Me sacudí de pies a cabeza al pincharme el dedo. El amuleto de sueño se invocaba en cuatro o cinco segundos, era mi mejor marca hasta el momento. No es que me sirviese de mucho si quienquiera que fuese se quedaba entre los arbustos. A lo mejor podía tirárselo. Si la SI pensaba hacer esto todos los días, quizá debiera invertir en una pistola de bolas de líquido. Siempre ha sido mi estilo confrontarlos directamente y dejarlos inconscientes. Esconderse entre los arbustos como un francotirador era de cobardes, pero donde fueres…

Agarré el amuleto por el cordón para que no me afectase a mí y esperé.

—Guárdatelo —dijo Jenks relajándose cuando de pronto nos vimos rodeados por sorpresa por un montón de niños pixie que se arremolinaban a nuestro alrededor, hablando tan rápido y agudo que no podía entenderlos—. Se han ido —añadió Jenks—. Lo siento, sabía que estaban ahí pero…

—¿Lo sabías? —exclamé. Me dolió el cuello al girarlo hacia él. Un perro ladró y bajé el tono de voz—. ¿En qué estabas pensando?

Forzó una sonrisa.

—Tenía que hacerlas salir de su escondite.

Enfadada me levanté del suelo.

—Estupendo, gracias. Dímelo la próxima vez que haga de cebo.

Me sacudí el abrigo e hice una mueca de fastidio al comprobar que había despachurrado los bombones.

—Vamos, Rachel —dijo poniéndose zalamero y acercándose a mi oído—. Si te lo hubiese dicho, tus reacciones nos hubieran delatado y las hadas simplemente habrían esperado el momento en que no estuviese vigilando.

Me quedé pálida.

—¿Hadas? —dije helada. Denon debía de haberse vuelto loco. Las hadas eran muuuy caras. Quizá le hubieran hecho descuento por el incidente de la rana.

—Ya se han ido —dijo Jenks—, pero yo que tú no me quedaría aquí fuera mucho rato. Se rumorea que los zorros quieren la revancha. —Se quitó el pañuelo rojo y se lo dio a su hijo—. Jax, tú y tus hermanas podéis quedaros con la catapulta de las hadas.

—¡Gracias, papá!

El pequeño pixie se elevó un metro por la emoción. Atándose el pañuelo rojo a la cintura, él y otros seis pixies se separaron del grupo y se lanzaron al otro lado de la calle.

—¡Ten cuidado! —gritó Jenks—, puede que tenga alguna trampa.

Hadas
, pensé cruzándome de brazos y observando la desierta calle.
Mierda
. El resto de crios de Jenks se apelotonaban a su alrededor, todos hablando a la vez e intentando arrastrarlo a la parte trasera.

—Jvy está con alguien —dijo Jenks adelantándose—, pero parece inofensivo. ¿Te importa si me voy a casa?

—Adelante —dije, volviendo a mirar la moto. Entonces no era de Ivy—, y… gracias.

Todos se elevaron como un enjambre de luciérnagas. Siguiéndoles a poca distancia iban Jax y sus hermanas, aunando esfuerzos para transportar una catapulta tan pequeña como ellos. Con un sonido de aleteos y gritos todos desaparecieron volando detrás de la iglesia, dejando un pesado silencio en la calle.

Me di la vuelta y subí los escalones de piedra. Eché un último vistazo al otro lado de la calle. Vi una cortina moverse en la única ventana iluminada.
Se ha terminado el espectáculo
,
vete a dormir
,
Keasley
, pensé empujando la pesada puerta y colándome dentro. Cerré la puerta con cuidado y corrí el engrasado cerrojo, sintiéndome mejor a pesar de saber que la mayoría de los sicarios de la SI no solían usar las puertas. ¿
Hadas
?
Denon debe de estar que echa chispas
.

Resoplando agotada, me apoyé contra la pesada puerta y dejé fuera la mañana que empezaba. Lo único que quería era ducharme y meterme en la cama. Crucé lentamente el santuario vacío y oí proveniente de la salita la suave música de
jazz
y la voz de Ivy que gritaba enfadada:

—¡Maldita sea, Kist! —la oí exclamar al entrar en la cocina a oscuras—. Si no mueves el culo de ese sillón ahora mismo te voy a mandar de una patada al sol.

—Venga, anímate, Tamwood. No voy a hacer nada —dijo otra voz. Era masculina, grave pero un poco quejumbrosa, como si proviniese de alguien mimado. Me detuve para dejar mis amuletos usados en el recipiente con agua salada junto a la nevera. Aún servían, pero no era buena idea dejar amuletos activos por ahí tirados.

La música se detuvo inesperadamente.

—Fuera —dijo Ivy en voz baja—, ahora.

—¿Ivy? —llamé en voz alta, muerta de curiosidad. Jenks me había dicho que quien fuera no era peligroso. Dejé mi bolso en la encimera de la cocina y me dirigí a la salita. Mi cansancio se tornó enfado. No lo habíamos discutido, pero suponía que mientras se ofreciese un precio por mi cabeza intentaríamos pasar desapercibidas.

—Oooh —se mofó el invisible Kist—, ha vuelto.

—Compórtate —amenazó Ivy cuando entré en la habitación—, o te arranco la piel.

—¿Me lo prometes?

Avancé tres pasos en la salita y me detuve en seco. Mi enfado desapareció, borrado por completo por una oleada de instinto primario. Un vampiro vestido de cuero estaba recostado en el sillón de Ivy, como si estuviese en su casa. Sus inmaculadas botas descansaban sobre la mesita de café e Ivy las apartó con desagrado. Se movió más rápido de lo que la había visto hacerlo jamás. Se alejó dos pasos de él y parecía echar humo. Ladeó la cadera y cruzó los brazos con gesto agresivo. Se oía claramente el tictac del reloj de encima de la chimenea.

Kist no podía ser un vampiro muerto. Estaba en terreno consagrado y ya era casi de día; pero que me aspen si no le faltaba poco. Golpeó el suelo con sus botas con exagerada lentitud. La mirada indolente que me dedicó me llegó al alma, cubriéndome como una manta mojada y estrangulándome las entrañas. Y sí, era guapo, peligrosamente guapo. Mis pensamientos volvieron de golpe a la tabla 6.1 y tragué saliva.

Tenía una barba de un día lo que le proporcionaba un aspecto de tipo duro. Poniéndose derecho, se apartó el pelo rubio de los ojos en un gesto ladino que seguramente habría tardado años en perfeccionar. Llevaba la chaqueta de cuero abierta encima de una camiseta negra de algodón ajustada sobre un musculoso y atractivo torso. Tenía dos pequeños pendientes brillantes en una oreja y en la otra un pendiente y una antigua cicatriz. Aparte de eso no se veía ninguna otra cicatriz. Me preguntaba si podría descubrirlas si le acariciaba el cuello con los dedos.

El corazón se me aceleró y miré al suelo, prometiéndome a mí misma no volver a mirarlo. Ivy no me asustaba tanto como él, que se movía por instintos animales, regido por su capricho.


Mmm
, es guapa —dijo Kist revolviéndose en el sillón—, tenías que haberme contado que era tan prrrreciosa. —Advertí que respiró hondo, como si paladease la noche—. Huele a ti, Ivy, cariño. —Su voz bajó de tono—. ¿No es encantadora?

Sentí un escalofrío, me cerré el cuello del abrigo y retrocedí hasta colocarme en el umbral de la puerta.

—Rachel —dijo Ivy con tono seco—, este es Kisten, pero ya se iba, ¿verdad Kist?

No era una pregunta. Contuve la respiración cuando por fin se levantó con una gracia fluida, felina. Kist se desperezó levantando las manos hacia el techo. Su fibroso cuerpo se movió como una cuerda, mostrando cada gloriosa curva de sus músculos. No podía apartar la vista. Sus brazos bajaron y nuestros ojos se encontraron. Eran marrones. Sus labios se abrieron con una leve sonrisa y supo de inmediato que lo había estado observando. Sus dientes eran afilados como los de Ivy. No era un gul. Era un vampiro vivo. Aparté la vista; aunque sabía que los vampiros vivos no podían dominar la voluntad si uno se resistía.

—¿Te gustan los vampiros, brujita? —susurró.

Su voz sonó como el viento sobre el agua y se me aflojaron las rodillas por la provocación con la que habló.

—No puedes tocarme —dije, incapaz de evitar mirarlo mientras intentaba dominarme. Mi voz sonó como si saliese de dentro de mi cabeza—. No he firmado ningún papel.

—¿No? —susurró. Arqueó las cejas con seductora confianza. Se acercó sin hacer ruido al andar. Con el corazón en la boca miré al suelo. Alargué la mano a mis espaldas retrocediendo hasta tocar el marco de la puerta. Era más fuerte que yo y más rápido, pero un rodillazo en la entrepierna le dolería como a cualquier hombre.

—A los tribunales no les importará —dijo en voz baja, y se detuvo—. Ya estás muerta de todas formas.

Abrí los ojos de par en par cuando se abalanzó sobre mí. Su perfume me inundó, olía a tierra húmeda y negra. El pulso se me disparó y di un paso hacia delante. Su mano cálida se posó en mi barbilla. Me recorrió una sacudida que me dobló las rodillas. Me agarró por el codo, apoyándome sobre su pecho. Mi sangre se aceleró en anticipación de una promesa desconocida. Me dejé caer sobre él, esperando. Sus labios se abrieron para susurrar unas palabras que no pude entender pero que sonaban bellas y oscuras.

—¡Kist! —gritó Ivy, asustándonos a ambos. Una llama de ira cruzó sus ojos y luego desapareció.

Mi voluntad regresó con dolorosa rapidez. Intenté liberarme, pero aún me sujetaba. Olía a sangre.

—Suéltame —dije casi sintiendo pánico cuando no lo hizo—. ¡Suéltame!

Dejó caer las manos y se giró hacia Ivy, ignorándome por completo. Me apoyé contra el marco de la puerta, temblando, pero incapaz de marcharme voluntariamente hasta saber que él se había ido.

Kist se colocó frente a Ivy, tranquilo y sereno, todo lo opuesto al nerviosismo de ella.

—Ivy, cariño —dijo con tono meloso—, ¿por qué te torturas? Tiene tu olor, pero su sangre todavía huele pura. ¿Cómo puedes aguantar? Lo está pidiendo a gritos. Se resistirá y se quejará la primera vez, pero te lo agradecerá al final.

Con gesto tímido se mordió suavemente el labio. Brotó un hilo carmesí y se lo limpió lenta y deliberadamente con la lengua. Mi respiración sonaba violenta incluso para mí e intenté contenerla.

Ivy se puso furiosa. Sus ojos se convirtieron en dos pozos negros. La tensión no me dejaba respirar. Los grillos en la calle cantaban más rápido. Con una exagerada lentitud Kist se inclinó cautelosamente hacia Ivy.

—Si no quieres iniciarla tú —dijo con voz grave y excitada—, déjamela a mí. Te la devolveré. —Sus labios se entreabrieron para dejar ver sus brillantes caninos—. Palabra de honor.

La respiración de Ivy se tornó un jadeo rápido. Su cara era una mezcla irreal de lujuria y odio. Podía notar su lucha por superar el hambre y observé fascinada como desaparecía para dejar únicamente odio.

—Sal de aquí —dijo con voz ronca y trémula.

Kist suspiró y la tensión se disipó en él al exhalar. Advertí que yo también podía respirar de nuevo. Inspiré varias veces rápida y poco profundamente mientras mis ojos viajaban de uno a otro. Se había terminado. Ivy había ganado. Estaba… ¿a salvo?

—Es una estupidez, Tamwood —dijo Kist colocándose bien la chaqueta negra de cuero y demostrando su tranquilidad—. Un despilfarro de oscuridad por algo que no existe.

Con zancadas abruptas, Ivy se dirigió a la puerta trasera. El sudor me caía por la espalda cuando me rozó la brisa que levantó al pasar junto a mí. El aire fresco de la mañana entró, desplazando la oscuridad que parecía haber llenado la habitación.

—Es mía —dijo Ivy como si yo no estuviese allí—. Está bajo mi protección. Lo que haga o deje de hacer con ella es cosa mía. Dile a Piscary que si vuelvo a ver a una de sus sombras en mi iglesia, asumiré que buscan lo que tengo. Pregúntale si quiere iniciar una guerra conmigo, Kist, pregúntaselo.

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