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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja blanca, magia negra (21 page)

BOOK: Bruja blanca, magia negra
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—¿Por qué? —preguntó como si supiera que estaba intentando escabullirme—. Sus emociones son estables —añadió bebiendo un sorbo de café—. Son las tuyas las que no dejan de saltar como un montón de conejitos en una freidora.

Fruncí el ceño al escuchar el símil y me senté en mi silla acercándome mi café frío.

—Es por Matalina —respondí en voz baja esperando que el curioso no me oyera, y mucho menos Jenks.

Ford dejó la taza sobre la mesa, aunque siguió rodeándola con los dedos para disfrutar del calor que desprendía.

—Rachel —dijo en un tono aún más bajo—. No quiero sonar manido, pero es ley de vida, y Jenks encontrará el modo de superarlo. Todo el mundo lo hace.

Eché la cabeza hacia atrás y hacia delante sintiendo un escalofrío.

—Ese es el problema —dije—. Él no es humano, ni tampoco un brujo o un vampiro. Es un pixie. Es posible que, cuando su esposa muera, decida abandonarse para marcharse con ella.

Era una idea bastante romántica, pero tenía la sensación de que era algo bastante común entre los pixies.

—Tiene muchos motivos para seguir viviendo. —Los huesudos dedos de Ford apretaron con fuerza la porcelana, y luego se relajaron—. Tú, la empresa, los niños. —Y, con la mirada perdida, sugirió—: Tal vez podrías preguntarle a alguno de sus hijos si es normal.

—Me da miedo —reconocí.

Se oyó el zumbido de las alas de Jenks, que entraba en la sala de estar, y el rostro de Ford adquirió una expresión neutra.

—Me ha contado Edden que Marshal encontró a alguien bajo tu iglesia.

Entorné los ojos.

—Sí. Tom Bansen, un antiguo miembro de la división Arcano, estaba intentando colocar unos amuletos para escuchar lo que se hable aquí. Marshal había venido a devolverme la caja que me dejé en su coche y lo pilló in fraganti —expliqué arreglándomelas para esbozar una sonrisa a pesar del dolor que sentía por haberle pedido que la tirara a la basura—. Por cierto, lo he invitado a cenar esta noche con mi madre y mi hermano.

—Mmmm…

Era un sonido largo y arrastrado y, cuando levanté la vista, descubrí que el psicólogo de la AFI, que por lo general se mostraba muy comedido, me observaba con una tenue sonrisa.

—¿Qué se supone que significa ese «mmmm»? —pregunté con aspereza.

Ford bebió otro trago de café con un brillo malicioso en sus ojos marrones.

—Me alegra saber que has decidido presentarle a tu familia. Significa que estás empezando a superarlo. Estoy orgulloso de ti.

Me quedé mirándolo sorprendida.
Cree que Marshal y yo

—¿Marshal y yo? —exclamé con una sonora carcajada—. ¡No seas tonto! La única razón por la que va a acompañarme es porque me sirve de pretexto para que mi madre no me organice una cita a ciegas con el repartidor de periódicos.

Marshal era un tipo genial, pero también resultaba agradable saber que, si me esforzaba, podía dejar las cosas como estaban.

—Como quieras.

Su comentario estaba cargado de incredulidad, y dejé la taza sobre la mesa.

—Marshal no es mi novio. Solo salimos de vez en cuando para que los demás no intenten ligar con nosotros. Es cómodo y agradable y no voy a permitir que lo conviertas en otra cosa con tus chorradas psicológicas.

Ford me miró plácidamente con las cejas arqueadas y me puse tensa cuando Jenks entró como una flecha y dijo:

—No sé lo que le has dicho,
sheriff
, pero, cuando se pone así, es porque has estado a punto de dar en el clavo.

—¡Es solo un amigo! —protesté.

Intentando apaciguar los ánimos, Ford bajó la vista y sacudió la cabeza.

—Es así como empiezan las mejores relaciones, Rachel —dijo con ternura—. Fíjate en ti y en Ivy.

De pronto sentí que los músculos de la cara se me aflojaban de golpe y parpadeé.

—¿Perdona?

—Tenéis una relación estupenda —dijo trasteando de nuevo con la taza de café—. Mejor que la de muchas parejas casadas que conozco. Para alguna gente, el sexo lo echa todo a perder. Me alegra que hayas aprendido que se puede querer a alguien sin necesidad de demostrárselo con el sexo.

—Ya —respondí con cierta inquietud—. Deja que te ponga un poco más de café.

Cuando me di la vuelta para coger la jarra, escuché cómo cambiaba de posición. ¿Y pretendía que me dejara hipnotizar? Ni hablar. Ya sabía demasiadas cosas sobre mí.

—Ford —dijo Jenks bruscamente—. Tus superpoderes están algo atrofiados. Mis hijos están todos en el santuario. Tal vez se trate de Bis. —A continuación se quedó mirando las esquinas—. Bis, ¿estás ahí?

Yo sonreí y llené la taza de Ford hasta la mitad.

—No puede ser él. Nunca entra en casa antes de que se ponga el sol. Esta tarde, cuando he salido a coger el periódico, lo he visto en el alero.

Ford sonrió y tomó otro trago de café.

—Además del mío, hay tres grupos de emociones en esta habitación. Debe de haber sido un error. De todos modos, no importa —añadió al ver que Jenks empezaba a despedir chispas verdes—. Olvídalo.

De pronto, se escucharon los suaves acordes de
Sharp Dressed Man
, de ZZ Top. Era un sonido amortiguado pero molesto. Se trataba del teléfono de Ford, y me quedé mirándolo con interés, pensado que era una música algo extraña para un tipo tan mojigato, hasta que me di cuenta de que provenía de mi bolso. ¿
Mi teléfono
? ¿Cómo era posible? Estaba segura de haberlo puesto en vibración. Además, ¡yo no tenía ese tono!

—¡Maldita sea, Jenks! —dije revolviéndolo todo en busca de mi bolso—. ¿Te importaría dejar en paz mi teléfono?

—¡Yo no he tocado tu teléfono para nada! —respondió en tono beligerante—. Y tampoco mis hijos. La última vez les retorcí las alas uno a uno, pero todos dijeron que no habían sido ellos.

Fruncí el ceño, deseando creerlo. A menos que tuvieran ganas de fastidiar, los hijos de Jenks nunca hacían la misma travesura dos veces. Colocándome el bolso en el regazo, saqué el teléfono y descubrí que se trataba de un número desconocido.

—Entonces, ¿por qué se desactiva una y otra vez el modo de vibración? Casi me muero de vergüenza la noche que detuve a Trent. —En ese momento levanté la tapa, y acerté a responder educadamente—: ¿Diga?

Jenks aterrizó en el hombro de Ford con una sonrisa.

—Se puso a sonar
White Wedding
.

Ford se echó a reír y me aparté el teléfono de la oreja. Habían colgado. Entonces accedí al menú y lo puse otra vez en vibración.

—Ya vale —gruñí. Justo en ese momento, empezó a sonar de nuevo.

—¡Jenks! —exclamé.

El pixie salió disparado hasta el techo con una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Yo no he sido! —protestó, aunque costaba creerlo, teniendo en cuenta lo bien que se lo estaba pasando.

No merecía la pena intentar cogerlo, así que lo metí en el bolso y lo dejé sonar. Ford estaba muy callado y, cuando lo miré a los ojos, me invadió una sensación de inquietud, casi de miedo.

—Hay alguien más en esta habitación —dijo quedamente, y Jenks dejó de reírse de golpe. Yo observé cómo Ford sacaba su amuleto. Era un torbellino de emociones, confusas y caóticas. No era de extrañar que quisiera trabajar con una sola persona cada vez.

—Será mejor que os pongáis junto al frigorífico —dijo, provocando que el frío se apoderara de mi cuerpo.
Mierda
. ¿
Qué demonios está pasando
?

—¡Venga! —exclamó agitando la mano. Me quedé de pie, muerta de miedo.
Tal vez sea un demonio
, pensé. No exactamente allí, sino al otro lado de siempre jamás, observándonos con su segunda mirada. El sol todavía no se había puesto, pero faltaba muy poco.

Jenks se posó en mi hombro en silencio y retrocedimos hasta que el amuleto adquirió un frustrante color negro.

—Él o ella siente una extremada frustración —explicó Ford suavemente—. Él, me parece.

No podía creer lo que estaba pasando. ¿Cómo podía estar tan tranquilo?

—¿Estás seguro de que no es un pixie? —pregunté casi en un gemido. Ford sacudió la cabeza y entonces pregunté—: ¿Es un demonio?

El amuleto de Ford adquirió un confuso color naranja.

—Puede ser —admitió Ford y, cuando el amuleto se volvió de color violeta por la rabia, sacudió de nuevo la cabeza—. No es un demonio. Creo que tenéis un fantasma.

—¿Qué? —gritó Jenks despidiendo un montón de polvo amarillo que aterrizó en el suelo para desvanecerse lentamente—. ¿Cómo es posible que no nos hayamos dado cuenta antes? ¡Llevamos un año aquí!

—Vivimos junto a un cementerio. —En ese momento eché un vistazo a la cocina y, de pronto, tuve la sensación de encontrarme en un lugar extraño. ¡Maldición! Debería haber hecho caso de mi instinto cuando vi por primera vez las lápidas. Aquello no me gustaba nada, y las piernas empezaron a fallarme—. ¿Un fantasma? —farfullé—. ¿En mi cocina? —Entonces el corazón me dio un vuelco y me quedé mirando los libros demoníacos que había bajado del campanario—. ¿Es mi padre? —grité.

Ford llevó una mano a la cabeza.

—¡Atrás! ¡Atrás! —gritó—. Estás demasiado cerca.

Con el corazón a punto de salírseme del pecho, me quedé mirando los tres metros que nos separaban y pegué la espalda contra el frigorífico.

—Creo que se lo estaba diciendo al fantasma —dijo Jenks secamente.

Las rodillas empezaron a temblarme.

—Esto no me gusta nada, Jenks. Estoy muerta de miedo.

—¡No me digas! —respondió el pixie—. ¡Como si yo estuviera tan campante!

La expresión de Ford se relajó y el amuleto que rodeaba su cuello adquirió un triste color marrón con algunas trazas del rojo de la vergüenza.

—Lo siente mucho —dijo Ford con la mirada perdida para poder concentrarse—. No quería asustarte. —Una sonrisa, inusualmente dulce, se dibujó en su cara—. Tú le gustas.

Parpadeé y Jenks se puso a maldecir con frases de una sola sílaba como solo un pixie es capaz de hacer.

—¿Que le gusto? —balbucí horrorizada—. ¡Dios! —gimoteé—. Tengo un fantasma mirón. ¿Quién es?

El amuleto estaba completamente rojo. Ford bajó la mirada como si necesitara confirmación.

—No diría que se trata de un mirón. Por lo que puedo percibir, está frustrado y es benévolo, y ahora que has descubierto su presencia, empieza a sentirse mejor. —Ford deslizó la vista hasta mi bolso—. Apuesto lo que quieras a que ha sido él el que ha estado cambiando los tonos de tu teléfono.

Estiré los brazos para agarrar una silla, la arrastré hasta el frigorífico y me senté.

—Pero ¡si mi teléfono lleva haciéndolo desde el otoño! —dije mirando a Jenks en busca de confirmación—. ¡Meses! —La rabia estaba empezando a apoderarse de mí—. ¿Lleva aquí todo ese tiempo? ¿Espiándome?

Una vez más, el amuleto se puso de color rojo.

—Intentaba llamar tu atención —explicó Ford en un tono amable, como si el fantasma necesitara un abogado.

Coloqué los codos sobre las rodillas y sumergí la cabeza entre las manos.
Genial
.

Claramente frustrado, Jenks aterrizó sobre la repisa, junto a la pecera de agua salada en la que flotaba su artemia.

—¿Quién es? —inquirió—. Pregúntale cómo se llama.

—Solo capto emociones, Jenks —dijo Ford—. No palabras.

Intentando calmarme, inspiré profundamente y levanté la vista.

—Pues, si no es mi padre… —De pronto me quedé petrificada—. ¿No será Kisten? —farfullé sintiendo que todo mi mundo se tambaleaba. ¡Dios! ¿Y si fuera Kisten? Existía un hechizo que permitía hablar con los muertos que estaban atrapados en el purgatorio, pero el alma de Kisten se había esfumado. ¿O no?

Ford pareció dudar, y contuve la respiración.

—No —sentenció finalmente, y el amuleto empezó a dibujar remolinos violetas y negros—. Y… no me parece que Kisten le cayera muy bien.

Jenks y yo exhalamos al unísono y Ford se irguió en su silla. No sabía muy bien lo que sentía. ¿Alivio? ¿Decepción?

—Señor —dijo Ford dirigiendo la vista hacia un rincón de la cocina mientras yo sentía un hormigueo que me recorría toda la piel—, piense en su contacto en esta dimensión. ¡Ah! Probablemente se trata de Rachel.

Volví a contener la respiración y Jenks despidió un montón de chispas doradas. Los colores se sucedían en el amuleto de Ford, pero no sabía lo suficiente como para interpretarlos cuando estaban así de mezclados.

—Percibo el nerviosismo de un peligro que compartisteis en el pasado —dijo Ford en un tono reposado—. Y cariño y gratitud. Te está profundamente agradecido por algo.

En aquel momento abrió los ojos y reprimí un escalofrío al ver que parecían los de otra persona. No habían cambiado, pero se percibía la sombra del espíritu con el que estaba contactando.

—¿Ha muerto alguno de tus clientes? —preguntó Ford—. ¿Alguien a quien estuvieras intentando ayudar?

—Brett —dijo Jenks.

—¿Peter? —pregunté yo.

Sin embargo, el amuleto se volvió de un negativo color negro.

—Entonces Nick —dijo Jenks con tono despreciativo, y el color del disco de metal adquirió un violento color violeta.

Ford parpadeó, intentando no dejarse llevar por el odio que el fantasma desprendía.

—Diría que no —respondió en un susurro.

Aquello era realmente extraño. Quienquiera que fuera conocía a todos mis exnovios. Entonces sentí una oleada de culpa y cerré los ojos. Había conocido a mucha gente que ahora estaba muerta. Era el jodido albatros.

—Rachel.

La voz de Ford estaba cargada de afecto y amabilidad y, cuando abrí los ojos, me di cuenta de que me miraba con compasión.

—Te mereces a alguien que te quiera tal y como eres —dijo. Me sonrojé.

—¡Deja de espiar mis sentimientos! —musité, y las alas de Jenks empezaron a emitir un zumbido de agitación.

—El fantasma también lo piensa —añadió.

Yo tragué saliva.

—¿Estás seguro de que no es mi padre?

La sonrisa de Ford se volvió benevolente.

—Sí. No es tu padre, pero quiere protegerte. Está frustrado. Ha estado observándote durante estos últimos… ¿meses?, sin poder ayudarte.

Vacié los pulmones con un resoplido. Jenks echó a volar y el ruido de sus alas se volvió más agudo. Lo que me faltaba. Otro caballero andante.

—¿De quién se trata? —preguntó Jenks casi enfadado. Acto seguido, en un estallido de chispas que competía en intensidad con las luces de la cocina, gritó—: ¡Rachel! ¿Dónde está tu güija?

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