Read Bruja blanca, magia negra Online

Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja blanca, magia negra (23 page)

BOOK: Bruja blanca, magia negra
3.62Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¿Para qué te hace falta la espada? —le pregunté. De repente sentí un escalofrío. Había estado en el barco. Había descubierto algo, e iba a seguirle la pista, espada en mano, hasta la salida del sol.
Mierda
.

—Has estado en el barco.

Su perfecto rostro ovalado mostraba una expresión serena, pero el ímpetu y la decisión con que caminaba provocaron que se me hiciera un nudo en la garganta.

—Sí. He estado en el barco —me confirmó—, pero todavía no sé qué es lo que había allí, si es eso lo que quieres saber. ¿Tú no tenías una cita con Marshal?

—No es una cita —respondí ignorando el hecho de que Jenks estuviera suspendido en el aire a poca distancia, despidiendo chispas de frustración—. Me va a rescatar de una madre excesivamente entusiasta. ¿Para qué quieres la espada si no sabes lo que había en el barco?

—¡A la mierda con la espada, Ivy! —gritó Jenks. Y no me sorprendió que sus hijos estuviesen cuchicheando en la oscuridad de las vigas del santuario en ese momento—. ¡Esto es serio! ¡Lleva meses aquí! Ha estado cambiándole los tonos del móvil y asustando a mi gata. ¡Espiándonos!

—Pierce no ha estado espiándonos. ¡Por el amor de Dios, Jenks! ¡Alegra esa cara! —exclamé. Ivy salió de su habitación con la espada, un trapo y el producto que utilizaba para limpiar el acero—. No me importa saltarme la cena en casa de mi madre. ¿Te apetece que salgamos juntas por ahí? ¿Una noche de chicas? —le pregunté dirigiendo la vista hacia su espada.

—No, pero gracias por la propuesta. —Ivy extrajo la hoja un par de centímetros y el olor a metal engrasado hizo que me picara la nariz—. Le he echado un vistazo a la lista de personas que visitaron a Piscary mientras estuvo en prisión. —Su sonrisa hizo que reprimiera un escalofrío y, cuando bajé la vista, añadió—: La espada es solo un pequeño recurso para romper el hielo. Rynn… —Un tenue rubor tiñó su pálida tez y se encaminó hacia la cocina—. No soy una de sus descendientes, pero me va a permitir que me apoye en él.

Apreté los labios, sin poder evitar preguntarme qué le estaba dando ella a cambio. Entonces reprimí mis pensamientos. No era asunto mío. Mientras Ivy fuera feliz, yo también lo era.

Y, por aquel entonces, ya estaba muerto.

—Entonces, ¿has conseguido sacar algo en claro de tu conversación con Ford? —preguntó Ivy por encima de su hombro mientras yo echaba a andar tras ella en dirección a la cocina.

—¡Solo que tenemos un jodido fantasma! —protestó Jenks en un tono lo suficientemente alto como para que me dolieran hasta los globos oculares. Rex caminaba pegada a los talones de Ivy, con las orejas de punta y expresión ansiosa—. ¿Es que no me has oído? Creo que es uno de sus exnovios. Rachel se lo cargó y ahora se dedica a espiarnos.

—Escúchame, Jenks. Pierce y yo nunca fuimos novios —le expliqué, a punto de perder los estribos, sin dejar de seguirlos—. Tan solo pasamos juntos una noche. Y, cuando lo conocí, ya estaba muerto.

Ivy se rió entre dientes.

—Cuando trabajábamos para la SI, tenías suficiente con una noche para enamorarte de alguien —dijo. Tras una breve pausa preguntó—: Pero ¿está muerto?

—¡Es lo que llevo diciéndote desde hace un buen rato! —gritó Jenks, alejándose de mí para acercarse a ella—. ¡Por las bragas verdes de Campanilla! ¿Tienes polvo de hadas en las orejas?

Yo me introduje en la cocina a través de una fina capa de destellos dorados. Estaba hecha un desastre y, cuando vi que Ivy se detenía en seco y se quedaba mirando el desorden, me sonrojé. Los armarios en los que guardaba los utensilios para preparar los hechizos estaban abiertos de par en par, y mis cosas estaban esparcidas por las encimeras, dejando bien claro que había estado elaborando los amuletos localizadores. Debería haber utilizado la maldición. De ese modo, ya habría acabado, pues las últimas dos horas habían sido una completa pérdida de tiempo. Ni siquiera me había molestado en invocar las seis últimas pociones, que se encontraban alineadas en la parte posterior de la encimera.

Ford, que se había situado en la esquina más alejada de la puerta para hablar con Pierce, alzó la vista. Junto a él se encontraba la improvisada güija y un pequeño bloc de notas con una página llena de garabatos. Al vernos, se sacudió las migas de galleta de la ropa y se recostó sobre el respaldo de la silla. En aquel momento me pregunté si debía saludar a Pierce. Al fin y al cabo, se encontraba allí… En alguna parte.

—Se lo diré —musitó mientras Rex entraba alegremente y se acurrucaba alrededor de sus pies. Era evidente que el psiquiatra no estaba hablando con nosotros, y su amuleto adquirió un intenso y profundo tono azul en señal de agradecimiento.

Jenks empezó a dar vueltas a su alrededor como un colibrí hasta arriba de esteroides.

—¿Decirle qué? ¿Qué es lo que ha dicho el fantasma? —preguntó.

Le lancé una mirada asesina. Su paranoia estaba yendo demasiado lejos.

Sin abandonar su expresión de sorpresa, Ivy agarró con delicadeza un saco de hierbas y lo retiró de la encimera para hacer sitio a su espada.

—¿Has estado cocinando? —preguntó en un tono sosegado.

—Ummm, sí. Estaba preparando un amuleto localizador para encontrar a Mia —respondí sin querer reconocer que mi primer intento no había funcionado. Me dispuse a recogerlo todo.

—Si me dejaras ordenar tus cosas, no acabarías con todo revuelto —dijo, y empujó una caja de velas hasta el fondo de la encimera y adelantó la tostadora—. Hola, Ford —añadió dirigiéndose lentamente hasta el frigorífico y sacando una bolsa de
bagels
—. ¿Rachel te ha ocasionado problemas?

—Si no lo hiciera, no sería Rachel.

Inspiré profundamente dispuesta a protestar, pero me detuve cuando Jenks se colocó inesperadamente delante de mí con los brazos en jarras. Su camiseta verde tenía un jirón, algo bastante inusual en el meticuloso pixie.

—¡Cuéntale lo que estabas intentando hacer! —me exigió bajando las manos para taparse el roto cuando se dio cuenta de que lo había notado—. ¡Cuéntaselo!

Puse los ojos en blanco y miré a Ivy.

—Si consigo encontrar el hechizo, voy a darle un cuerpo temporal a Pierce para poder hablar con él.

Ivy se quedó parada con el
bagel
abierto por la mitad en una mano y mi cuchillo ceremonial de líneas luminosas en la otra. El elaborado mango tenía un aspecto extraño entre sus dedos y su rostro mostraba una expresión divertida.

—Pierce es el fantasma, ¿verdad?

Jenks despidió un estallido de luz.

—¡Ha estado espiándonos! —gritó, y yo me pregunté por qué estaba tan desquiciado. Ni Ivy ni Ford parecían estarlo.

—¡Por las tetas de Campanilla! ¿Nadie más se da cuenta de lo que eso supone? ¡Lleva un año aquí! ¡Escuchándolo todo! ¿Tenéis idea del montón de mierda en el que hemos estado metidos durante los últimos doce meses? ¿Y tú quieres darle una voz a este tipo?

Fruncí el ceño. En cierto modo, Jenks tenía razón. Secretos. Gracias a ellos, seguía con vida: el hecho de que Trent fuera un elfo, que yo fuera una protodemonio y también mi pacto con Al. Mierda. Lo más probable era que Pierce conociera el nombre de invocación de Al. Y el mío. Todo.

—Pierce nunca diría nada —repliqué, pero Jenks interpretó el tono quedo de mi voz como signo de inseguridad y voló triunfante hasta Ivy.

Ignorándolo, la vampiresa introdujo el pan en la tostadora.

—¿Puedes hacer algo así? —preguntó sin mirarme a la cara—. ¿Otorgarle un cuerpo a un espíritu…?

En ese momento se le quebró la voz y se giró. El atisbo de esperanza que bordeaba su mirada era tan frágil como una delgada capa de hielo, y su visión me resultaba tremendamente dolorosa. Sabía muy bien en qué estaba pensando. Kisten estaba muerto. Jenks, que había percibido lo mismo que yo, perdió parte de su energía.

Sacudí la cabeza y las comisuras de sus párpados se tensaron de una forma casi imperceptible.

—Se trata de un hechizo temporal —le expliqué de mala gana—. Solo funciona con las almas que se encuentran en el purgatorio. Y se requiere una gran cantidad de energía colectiva para llevarlo a cabo. Tendré que esperar hasta Año Nuevo solo para intentarlo. Lo siento, pero no puedo hacer volver a Kisten, ni siquiera por una noche. —Inspiré profundamente y concluí—: Si Kisten estuviera en el purgatorio, ya lo sabríamos.

Ella asintió con la cabeza como si no le importara, pero cuando estiró el brazo para coger un plato, su rostro estaba teñido de tristeza.

—No sabía que pudieras hablar con los muertos —comentó en tono reposado dirigiéndose a Ford—. No se lo cuentes a nadie o te convertirán en un inframundano y la SI te pondrá a trabajar.

El psiquiatra se revolvió inquieto en su silla; probablemente estaba absorbiendo el abatimiento de Ivy.

—En realidad, no puedo —admitió—. Sin embargo, con este tipo… —Con una tenue sonrisa apuntó hacia donde se encontraba Rex, sentado junto al umbral, mirándome de un modo que hizo que se me pusiera la carne de gallina—. Se expresa con una coherencia inusitada. Nunca me había topado con un fantasma que fuera consciente de que estaba muerto y que se mostrara abierto al diálogo. La mayoría están enganchados a un patrón de comportamiento compulsivo, atrapados en su propio infierno personal.

Arrodillándome, introduje bajo la encimera los pucheros de cobre para realizar hechizos que no había llegado a manchar, con mi pistola de pintura de color rojo cereza en el interior del más pequeño. Los guardaba casi a ras del suelo por una buena razón. Sin embargo, cuando Ivy soltó un grito ahogado, me puse en pie de golpe.

—¡Eso es mío! —exclamó ondeando el mapa del invernadero en el que yo había escrito las letras del alfabeto. Ford estaba encogido contra el respaldo de su silla y los ojos de Ivy se estaban tornando de color negro.

—Lo siento —se disculpó Ford esquivando su mirada como si hubiera sido el culpable del estropicio.

Jenks emprendió el vuelo y yo me sacudí la sal de las rodillas.

—He sido yo —admití—. No sabía que fuera importante. Lo borraré.

Ivy se detuvo a pocos centímetros del psiquiatra con la mirada encolerizada, agitando las puntas doradas de sus negros cabellos y Jenks aterrizó en el hombro de Ford con intención de protegerlo. El pobre hombre se estremeció por la cercanía, pero no se movió de donde estaba mientras Ivy parecía recuperar la compostura.

—No te molestes —dijo bruscamente y, cuando su
bagel
saltó de la tostadora, dejó el papel bocabajo sobre la mesa que había delante de Ford con un sonoro manotazo.

Temblando, limpié las migas de mi cuchillo ceremonial y le acerqué uno de mesa. Permitir que una vampiresa utilizara un instrumento ceremonial de magia negra para cortar por la mitad un panecillo en forma de rosquilla no era una buena idea. Lentamente, mientras extendía una gruesa capa de queso de untar en el
bagel
, Ivy relajó su postura. Luego se quedó mirando el cajón en el que había metido el cuchillo y, con lo que interpreté como una gran concesión por su parte, rompió el silencio con un escueto: «Tampoco era tan importante».

En ese momento, Ford se guardó su amuleto como si hubiera decidido marcharse.

—¿Vas a salir, Ivy? —preguntó.

Ella se giró con el
bagel
en un plato y se apoyó sobre la encimera más distante.

—Tengo pendiente una charla con alguna gente —respondió dándole un cuidadoso bocado al trozo de pan y dejando entrever sus colmillos—. He estado en el barco —comentó con la boca llena—. Por cierto, gracias por esperar. Ha sido todo un detalle por tu parte.

Ford inclinó la cabeza y la tensión del ambiente disminuyó.

—¿Has descubierto algo?

Yo ya conocía la respuesta y me incliné por debajo del nivel de la encimera para volver a guardar en la parte posterior del armario mi bolsa de sal de diez kilos. Una vez quedó oculta tras la freidora, cerré de un portazo pensando que las últimas dos horas habían supuesto una pérdida de tiempo. Ya no recordaba la última vez que había preparado un hechizo sin obtener ningún resultado. Quizás podía preguntarle a mi madre. De ese modo, también tendría una excusa para subir al ático.

—El asesino de Kisten era un vampiro no muerto —declaró Ivy reprimiendo tal cantidad de rabia en su voz de seda gris que sentí un escalofrío—. Pero eso ya lo sabíamos. Sin embargo, su olor me resulta familiar —añadió.

Al oír sus palabras, me giré con un puñado de cucharas de cerámica para realizar hechizos en la mano. Sus ojos volvían a tornarse negros, pero era consciente de que no lo había provocado mi pulso acelerado.

—Es una buena noticia —dijo con una voz algo ronca—. Significa que debe de tratarse de un vampiro de Cincy y probablemente todavía sigue aquí, tal y como sugirió Rynn Cormel. Estoy segura de haberlo olido antes, pero no logro ubicarlo. Tal vez me topara con él en alguna ocasión en una casa de sangre. Hubiera sido más sencillo si el olor no hubiera tenido seis meses.

Sus últimas palabras eran algo más que una acusación velada, y yo me puse de nuevo a recoger sin decir ni una palabra. Me alegraba de no haber presenciado el momento en que Ivy había descubierto que conocía al vampiro que había asesinado a Kisten. Tenía que ser alguien de fuera de su camarilla, o habría percibido el olor la misma mañana que encontramos a Kisten.

—Eso no sería un problema si alguien que yo me sé no me hubiera suministrado una poción para olvidar —dije secamente.

Jenks dejó escapar un intenso destello de luz blanca.

—¡Ya te dije que lo sentía! —gritó. Sus hijos se dispersaron y Ford alzó la cabeza de golpe—. Estabas decidida a intentar atravesar con una estaca a ese cabrón, Rachel, y tenía que detenerte antes de que acabara contigo. Ivy no estaba allí, ¡y yo soy jodidamente pequeño!

Conmocionada, estiré la mano para detenerlo cuando vi que salía disparado.

—¿Jenks? —lo llamé—. ¡Lo siento mucho, Jenks! No pretendía que sonara de ese modo.

Abatida, me giré hacia Ford e Ivy. Me estaba comportando como una fastidiosa insensible. ¡Con razón Jenks estaba de mal humor! Ivy y yo intentábamos encontrar al asesino de Kisten, y Jenks era el que había echado a perder la forma más sencilla de solucionarlo.

—Lo siento —dije con expresión culpable—. Ha sido muy desconsiderado por mi parte.

Ford me miró a los ojos y metió los pies bajo la silla.

—No te mortifiques. No eres la única que toma decisiones precipitadas que acaban pesando sobre su conciencia. Jenks tiene algunos conflictos internos que tiene que resolver. Eso es todo.

BOOK: Bruja blanca, magia negra
3.62Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Legacy: The Girl in the Box #8 by Crane, Robert J.
Enigma by Lloyd A. Meeker
Redeeming Love by Francine Rivers
Solace & Grief by Foz Meadows
The Pact by Monica McKayhan
Stonebrook Cottage by Carla Neggers