Y Kisten
, recordé,
no me dejó
. En mis pensamientos, tuve una visión de Kisten, confundido y no siendo él mismo, apartándome de mi captor para que pudiera recuperar mi voluntad. Lo había hecho a sabiendas de que el otro vampiro acabaría con su vida una segunda vez, pero su amor por mí era tan profundo que solo el recuerdo de ello había superado su primera muerte y había hecho el sacrificio.
La rabia se abrió paso a través de mi sufrimiento, llevando hasta lo más profundo el ardiente éxtasis que había provocado lo que estaba sucediendo entre Ivy y Skimmer, hasta un lugar que me permitiera ver más allá. Con la cabeza alta, me enjugué las lágrimas, deseando poder hacer lo mismo por mi memoria fragmentada, pero ahora estaba allí y jamás lo olvidaría. Me concentré en Skimmer e Ivy, con el corazón roto por lo que Ivy tenía que pasar solo por ser quien era y porque sus debilidades estuvieran estrechamente vinculadas a sus puntos fuertes. Kisten me había salvado y yo no podía hacer menos por Ivy.
Ivy estaba temblando, con la boca entreabierta y los ojos cerrados, olvidándose de cómo decir no, saboreando una dulzura que era incapaz de rechazar. La victoria se leía en el rostro de Skimmer, mientras acariciaba con la nariz el cuello de Ivy y sus ojos se volvían negros por el poder que tenía sobre ella, creciéndose a base de someter a Ivy hasta convertirla en algo insignificante.
Apreté los dientes y el recuerdo del olor a cemento húmedo se abrió paso a través de mi mente. Me puse en pie tambaleándome y fue como si pudiera sentir el sabor del hierro frío y seco en mi lengua. Avancé dando grandes pasos, apretando los puños mientras recordaba haber deslizado mis manos a través del corto pelo del asesino de Kisten.
Skimmer soltó un grito ahogado y se encorvó sobre Ivy sin ver que me acercaba a ella.
Era casi demasiado tarde. Los colmillos de Ivy estaban húmedos, brillando intensamente, y un recuerdo repentino de calor se encendió en mí al recordar cómo se deslizaban limpiamente dentro de mí, mezclando el placer y el dolor en una irreal oleada de adrenalina y endorfinas. Temblando, inspiré hondo.
—Lo siento, Ivy —susurré y, a continuación, le asesté un puñetazo en la garganta.
La respiración de Ivy produjo un sonido sibilante y, con las manos en el estómago, dio un traspié, luchando por respirar.
—¡Serás puta! —gritó Skimmer, demasiado sorprendida para moverse mientras le arrebataba la esperada acometida de un mordisco. Si la hubiera golpeado a ella, habría reaccionado de forma instintiva y, probablemente, estaría muerta. Incluso mientras moría, Kisten me había enseñado una última lección. Había salido corriendo detrás de su asesino, y aquello le había costado su existencia no muerta. Había muerto por mí.
Murió por mí
.
Ivy emitió una estremecedora boqueada. Le dediqué un rápido vistazo y luego me situé entre ellas con actitud defensiva.
—Deja en paz a Ivy.
Skimmer emitió un grito de frustración, con los ojos negros y las manos contraídas en forma de garras, pero ya la había noqueado antes y sabía que podía derrotarla.
—¿Ivy? —la llamé, arriesgándome a mirar hacia atrás para ver si todavía estaba perdida en sus ansias de sangre incluso aunque luchara por conseguir un poco de aire. Mierda. No se me había ocurrido la posibilidad de tener que lidiar con las dos al mismo tiempo—. ¡Ivy! —grité dándome la vuelta para sacarla de detrás de mí pero sin quitarle ojo a Skimmer—. Mírame. ¡Mírame! ¿Quién quieres ser mañana?
Con sus manos todavía en el estómago, Ivy me miró a través de la cortina que formaba su pelo. Entonces inspiró limpiamente y luego una segunda vez. A mi derecha, Skimmer empezó a temblar de frustración. Ivy la miró, con expresión horrorizada.
—¿Quién quieres ser mañana? —le pregunté de nuevo, al ver que recuperaba la conciencia—. No has perdido nada de tu control, Ivy. Todo está bien. No lo has perdido. Sigues siendo la misma.
Ella parpadeó, y una aureola marrón asomó alrededor de sus pupilas.
—¡Oh, Dios mío! —susurró Ivy, antes de erguirse—. ¡Maldita vampiresa estúpida! —gritó—. ¿Cómo has podido hacerme algo así?
Ivy dio tres pasos y yo me puse entre ellas. Detrás de mí, Skimmer se encontraba contra la pared, muerta de miedo.
—¡Ivy, no! —le pedí.
Sus ojos seguían negros, pues todavía pesaba el miedo de haber estado a punto de perder el control, de dejarse llevar por sus instintos, y me estremecí.
—Déjalo —le dije, y su mandíbula se relajó. Respiré aliviada y luego inhalé. Olía de maravilla cuando estaba cabreada.
Skimmer vio a Ivy recuperar su voluntad y, al darse cuenta de que yo se la había devuelto, algo en ella se rompió.
—¡Es mía! —gritó la vampiresa dando un salto con los colmillos al descubierto y gruñendo.
Me agaché y escuché un suave «uff». Skimmer cayó al suelo junto a mí como un fardo. Yo me encontraba en cuclillas y alcé la vista para mirar a Ivy. El dolor y la traición habían reemplazado su hambre y, más profundamente, la gratitud.
—¡No puedes tenerla! —gritó Skimmer, contrayéndose en un ovillo de desdicha—. ¡Es mía! ¡Es mía! Te mataré. Te mataré al igual que hice con Piscary.
Ivy extendió una mano temblorosa para ayudarme a levantarme.
—¿Te encuentras bien?
La miré, de pie entre una celosa muerte y yo. Sus ojos eran marrones en su mayor parte, y en ellos se reflejaba el dolor por lo que estaba sucediendo, un dolor que me resultaba muy familiar. Me volví hacia Skimmer, que lloriqueaba asustada. Respirando de forma superficial, puse mi mano sobre la de Ivy y dejé que me ayudara a ponerme en pie.
—Sí —susurré tambaleándome hasta que conseguí recobrar el equilibrio. En realidad, no me encontraba demasiado bien.
Ivy se negó a mirar a Skimmer.
—Creo que deberíamos irnos.
Ella se movió hacia la puerta y yo miré a Skimmer.
—No hemos conseguido lo que habíamos venido a buscar.
—Me da igual.
Ivy dio unos golpecitos en la puerta y, cuando estos provocaron la aparición de Miltast, algo que no habían conseguido los gritos, Skimmer se recuperó.
—¡Puta! —gritó, abalanzándose de nuevo sobre mí. Ivy estaba preparada y Skimmer fue a parar directamente contra la palma de su mano. Mi pulso se aceleró por la velocidad a la que se había desarrollado todo.
Jadeando, Skimmer cayó de espaldas. Tenía la cara cubierta por sus manos, pero le sangraba la nariz. Llorando, esta vez en serio, la pequeña vampiresa se desplomó sobre el sofá. Se encontraba de espaldas a nosotros y, mientras yo cruzaba la puerta todo lo rápido que podía, Ivy vaciló. Observé desde el pasillo cómo apoyaba la mano cariñosamente en el hombro de Skimmer.
—Lo siento —la oí susurrar—. Estuve enamorada de ti, pero no puedo seguir con esto.
Skimmer se encorvó aún más.
—La mataré —gimoteó—. Si sigues con ella, la mataré.
Un escalofrío me recorrió de arriba abajo. No por sus palabras, sino por el amor que emanaba de los brazos de Ivy cuando se curvaron, rodeando el cuerpo de Skimmer.
—No. No lo harás. Rachel no fue la que me mostró que merecía que me quisieran. Fuiste tú. Dime quién vino a visitar a Piscary.
—Vete —lloriqueó Skimmer, empujando suavemente a Ivy. La sangre había manchado su chándal blanco, y Miltast se puso rígido cuando la vio.
—¿Quién visitó a Piscary fuera de las listas? —insistió Ivy.
Finalmente, Skimmer cedió y sus temblores desaparecieron.
—El único que vino fue Kisten —respondió con voz anodina—. Una vez a la semana, tres días antes de ti. Nadie más.
Exhalé y una sensación de insignificante depresión se apoderó de mí. Nada. No habíamos conseguido nada.
—Te quise mucho, Ivy —susurró Skimmer en una voz apagada—. Lárgate. Y no vuelvas nunca más.
Ivy se puso en pie, con la cabeza gacha y, tras recobrar la compostura, se encaminó hacia la puerta; al pasar junto a mí, me bañó en un amargo olor a vampiro desdichado. Taconeando con las botas sobre el duro suelo, continuó sola por el pasillo.
Di un respingo y salí tras ella. Escuché a Miltast cerrar la puerta y luego el sonido de sus pasos. Alcancé a Ivy delante de la puerta cerrada con llave y, juntas, esperamos al guardia.
—¿Te encuentras bien? —le pregunté, sin saber cómo se sentía.
—Ya se le pasará —dijo Ivy, con la mandíbula apretada y sin mirarme.
Miltast buscó a tientas la cerradura, pasó la tarjeta y se retiró cuando Ivy lo apartó para pasar primero.
—No puedo creer que no te mordiera —dijo con evidente temor.
Entorné los ojos y llegué a la conclusión de que me habían dejado entrar con la esperanza de que saliera malherida o muerta. Él era un brujo blanco que tenía la bendición del Gobierno para utilizar la magia negra. Y si daba un paso en falso, reaccionaría. Asqueada, me di media vuelta y seguí a Ivy.
Podía oír sus lentos pasos tras de mí, y sentí un hormigueo en la piel. La alcancé en la primera puerta. La anciana mujer del detector de hechizos, que se encontraba de pie preparando los formularios, pareció sorprendida al vernos.
—Ivy —dije mientras esperábamos a que Miltast nos alcanzara—, lo siento.
Finalmente su estoica expresión se resquebrajó y alzó la vista, con los ojos bañados en lágrimas.
—Gracias por golpearme. Yo… no conseguía decir que no. ¡Maldita sea! No podía. Pensé…
En ese momento interrumpió sus pensamientos cuando Miltast descorrió la puerta de cristal. El aire no era mucho más fresco, pero me llené los pulmones de él mientras cruzaba hasta terreno neutral, intentando desembarazarme de las feromonas vampíricas que se habían acumulado. Suspirando, me eché la mano al cuello y la dejé caer.
—Espero que no hablaras en serio sobre lo de abstenerte de beber sangre —dije entregándole mi distintivo a Miltast.
Los dedos de Ivy temblaban mientras se arrancaba la tarjeta con su nombre y se la entregaba al agente.
—Lo estaba considerando —dijo en un tono calmado.
Incluso Miltast sabía que era una mala idea, y se me quedó mirando mientras volvíamos a firmar los impresos y me dirigí hacia la última puerta. Si estaba intentando dejar de morder a la gente, vivir con ella iba a resultar mucho más difícil.
—¡Qué pérdida de tiempo! —dijo Ivy quedamente mientras pasábamos por debajo del detector de hechizos y la mujer nos devolvía nuestras cosas. Sin embargo, aquello no era cierto, y el pulso se me aceleró. Había recordado. Había recordado muchas cosas. Ignorando el temblor de mis rodillas, me enrollé la bufanda alrededor del cuello y, con el bolso bajo el brazo, me dirigí hacia las puertas de cristal y el brutal pero honesto frío nocturno. Milktoast y su amiga ya se habían enterado de demasiadas intimidades sobre nuestro drama personal.
—A decir verdad —dije intentando ponerme los guantes mientras Ivy me sujetaba la puerta para que pasara—, no fue una pérdida de tiempo. Al veros a ti y a Skimmer… recordé algo.
Ivy se detuvo en seco sobre sus huellas, tirando de mí para que me parara bajo la luz de una farola justo a la salida. Parecía que la temperatura había descendido durante la hora que habíamos pasado dentro, y el aire nocturno me cortó los pulmones como un cuchillo, haciendo que se me aclararan las ideas después de la acalorada confusión detrás de los muros de cristal. Inspiré profundamente el aire seco, que olía a nieve y a tubo de escape, y lo expulsé viendo los momentos pasados con mayor claridad.
—Kisten… —dije entrando en calor. De pronto me sonrojé. ¡Dios! ¡Qué difícil era aquello! Entonces cerré los ojos para evitar que se me llenaran de lágrimas. Tal vez sería capaz de decirlo si no la veía—. El asesino de Kisten tenía las manos frías —dije—. Y ásperas. Olía a cemento húmedo, y las puntas de sus dedos sabían a hierro frío. —Lo sabía porque los había tenido en mi boca. ¡
Por Dios bendito
!
Le supliqué que me mordiera
.
En aquel momento apreté la mandíbula, pero me obligué a relajarla al mismo tiempo que abría los ojos.
—Kisten estaba muerto —dije mientras la nieve hacía su aparición en el hombro cubierto de cuero de Ivy—. Creo que fue un accidente. Su asesino todavía no había tocado su sangre, y estaba furioso por ello… De manera que decidió convertirme en su sombra. Él… estaba consiguiendo que se lo suplicara. —Tomé aire, temblando. Si no se lo contaba en aquel momento, era posible que no lo hiciera nunca—. Jugueteaba con mi cicatriz para que le suplicara que me mordiera. Kisten lo detuvo. Sabía que podía acabar muriendo de nuevo, pero lo hizo de todos modos.
Ivy bajó la cabeza y se frotó la frente.
—Lo siento —dije sin saber muy bien por qué—. Dejó que lo mataran de nuevo porque me quería.
Cuando alzó la cabeza, la luz se reflejó en los ojos de Ivy, húmedos por las lágrimas.
—Pero no era capaz de recordar por qué te amaba, ¿verdad?
Sacudí la cabeza cuando brotó en mi interior el recuerdo de un dolor mental.
—No, no lo era.
Ivy lo asimiló en silencio. En lo más profundo de sus ojos en penumbra pude ver que deseaba que yo pudiera encontrar la manera de salvarla de su destino.
—No quiero vivir sin recordar por qué amo —dijo finalmente, con el rostro desvaído, como si pudiera mirar al futuro y ver la muerte de su propia alma.
—Lo siento, Ivy —susurré cuando conseguí alcanzarla mientras nos dirigíamos a mi coche.
—Es lo que somos —dijo estoicamente.
Pero no era lo que quería ser.
Ivy tenía la cabeza gacha mientras entrábamos en el aparcamiento y nos dirigíamos a mi descapotable rojo, situado bajo una distante luz de seguridad. La nieve lo había cubierto todo excepto los coches todavía calientes, y el mundo seguía en blanco y negro.
—Lo siento ——dijo, sin mirarme—. Podrías haber muerto ahí dentro, y habría sido culpa mía.
Inspiré profundamente, llenándome los pulmones de aire frío, intentando aclarar mis pensamientos.
—Estoy bien. No te sientas mal.
—Pero podría haber pasado —insistió aminorando la velocidad para dejarme pasar primero entre los dos coches, mirándome con una expresión engañosamente apacible—. Tu aura no estaba en condiciones y no puedes trazar un círculo. Lo siento. Pedirte que lo hicieras cuando no te encontrabas bien fue un error. Esperaban que murieras ahí dentro, o algo peor.
Agarrándola del brazo, tiré de ella para que me siguiera, buscando el camino más corto para llegar a mi coche. Podía verlo, con su brillante pintura roja que parecía gris por efecto de la farola y la nieve que se acumulaba solo en la fría capota.