Bruja blanca, magia negra (9 page)

Read Bruja blanca, magia negra Online

Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

BOOK: Bruja blanca, magia negra
2.73Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Lo digo en serio —dije desenrollándome la bufanda—. ¿Podrías mandar a alguien a echarle un vistazo a mi coche?

El hombre achaparrado alzó las cejas.

—¿Tienes problemas con la transmisión?

Me sonrojé, preguntándome si sabía que había sido yo la que lo había dejado hecho unos zorros mientras aprendía a utilizar el cambio manual.

—Ummm…, no. Acabo de ver a Tom Bansen junto a él. Tal vez me esté comportando como una paranoica, pero…

—¿Bansen? —exclamó, y Jenks asintió con la cabeza desde su hombro—. ¿Te refieres al tipo que pillaste invocando demonios en su sótano?

—Estaba mirando mi coche —expliqué pensando que, como argumento, sonaba muy pobre—. Dijo algo sobre ganarse la vida y, teniendo en cuenta que hay un montón de gente a la que le gustaría verme, ummm…, muerta. —En aquel momento preferí callarme lo de que había sido excluido, y Jenks tampoco dijo nada. Era un asunto entre brujos y, cuando sucedía algo así, todos nosotros nos sentíamos avergonzados—. He comprobado que no hubiera utilizado ningún hechizo letal, pero soy incapaz de distinguir una bomba del cable del cuentakilómetros.

La expresión del capitán de la AFI se tornó más seria.

—No te preocupes. La pediré a la unidad canina que salgan un momento. De hecho… —Entonces miró al oficial sentando a la mesa y sonrió—. Alex, vete al coche de la señorita Morgan y espera allí hasta que lleguen los artificieros.

Su subordinado se puso tenso e hice una mueca a modo de disculpa.

—No dejes que nadie se acerque a menos de tres metros —continuó Edden—. Si lo tocan, podrían convertirse en un sapo.

—Eso no es cierto —me quejé, pensando que convertirse en un sapo podía resultar muy agradable comparado con lo que Tom era capaz de hacer.

Edden sacudió la cabeza.

—Ahí fuera hay una unidad móvil. No pienso correr ningún riesgo.

Jenks se rió disimuladamente y me sentí reconfortada. Las posibilidades de que encontraran algo eran mínimas, y aunque me sentí como una niña pequeña, que Edden me apoyara la mano sobre el hombro hizo que me encontrara mejor. Sin embargo, la sensación se desvaneció cuando me volví hacia la puerta de la cocina en dirección al lugar por donde se alejaba su subalterno.

—Quizás Alex debería acompañarte a casa ahora mismo —dijo—. Así podrá echarle un vistazo a tu iglesia. Lo digo por tu propia seguridad.

¡
Por el amor de Dios
!
Está intentando librarse de mí
.

—Esa es la razón por la que tenemos una gárgola en la cornisa —respondí secamente y, zafándome de él, me encaminé con decisión hacia el interior de la casa. ¡
Llevarme a casa por mi propia seguridad
! ¡
Y una mierda
!
Si Ivy podía quedarse
, ¿
por qué yo no
?

—Rachel —protestó Edden mientras hacía girar su corpulento cuerpo para seguirme.

Jenks se echó a reír y, alzando el vuelo, dijo:

—Si yo fuera usted, me rendiría, capitán. Vas a necesitar mucha ayuda si quieres sacarla de aquí. ¿Te acuerdas de lo que Ivy y yo les hicimos a tus hombres la primavera pasada? Añade a Rachel y ya puedes ponerte a rezar.

En aquel momento oí que Edden decía a mis espaldas:

—¿Crees que a Ivy le gustaría tener que trabajar de nuevo como voluntaria en el hospital?

A pesar de todo, yo estaba allí, y él me iba a permitir al acceso al lugar donde se recogían las pruebas. Teniendo en cuenta que aquella era su casa, la AFI estaba convencida de que había sido Tilson el que había atacado a Glenn, pero su abogado podría intentar hacerlo pasar por un robo o por alguna otra cosa. Y eso no me gustaba un pelo.

—Bonita casa —dije recorriendo con la vista las luminosas paredes, los techos bajos y la limpia pero gastada moqueta. A través de un corto pasillo llegamos a una enorme sala de estar. Una vez allí me detuve en seco.

—¡Oh, Dios mío! —exclamé sin poder dar crédito a lo que veía—. Tienen una alfombra de pelo largo.

Una alfombra verde de pelo largo. Aquella podía ser la razón por la que el señor Tilson estaba pirado. Yo también me habría vuelto loca.

En aquel momento quedaba tan solo un puñado de agentes de la AFI trabajando en aquella estancia. Uno de ellos hizo un gesto a Edden para que se acercara, y el capitán se alejó mirándome con severidad para indicarme que no debía tocar nada. El tenue olor al polvo para detectar huellas hizo que me picara la nariz. Ivy se encontraba en una esquina junto a una mujer alta que, a juzgar por las cámaras que le colgaban del cuello, debía de ser la fotógrafa. Ambas estaban examinando en el ordenador portátil las imágenes que había tomado anteriormente.

El lugar estaba bien iluminado y hacía bastante calor, y Jenks abandonó el hombro de Edden para acomodarse en lo alto de las cortinas. Probablemente, la temperatura era aún más agradable allí arriba. Antes de permitirnos la entrada, la AFI había pasado allí la mayor parte de la jornada, pues no les hacía ninguna gracia que me pusiera a revolver su valioso «territorio inexplorado», aunque a mí seguía pareciéndome que le faltaba vida.

La mesita auxiliar de baldosas verdes que separaba el sofá de rayas naranjas y verdes de la chimenea de ladrillos (que, por cierto, habían pintado del mismo color que el suelo) estaba volcada y metida en el hogar. Las cortinas que cubrían los amplios ventanales estaban descorridas y, a través de ellos, se veía el patio trasero. Para mi desgracia, hacían juego con la horrorosa combinación de colores. Al observar el conjunto, sentí ganas de vomitar. Era como si los años setenta se hubieran refugiado en aquel lugar para evitar su extinción y estuvieran preparándose para invadir el mundo.

No se veían restos de sangre a excepción de unas pequeñas salpicaduras en el sofá y la pared, una desagradable mancha marrón que contrastaba con la pintura de color verde amarillento. Tal vez provenía de la nariz rota de Glenn. Alguien había empujado un sillón contra un piano vertical, y algunas partituras sueltas se apilaban sobre el taburete. Apoyado contra la pared en la que se encontraba la amplia ventana desde la que se veía un par de columpios cubiertos de nieve, divisé un cuadro. Había caído del revés, y me moría de ganas de darle la vuelta para ver de qué se trataba.

En una de las esquinas se apoyaba un desaliñado árbol de Navidad, y la mancha oscura de la alfombra que había dejado el agua derramada evidenciaba que en algún momento se había volcado. Había un excesivo número de adornos para una sola habitación, y llamaba la atención especialmente la disparidad de estilos. La mayor parte de ellos no parecían muy caros y se notaba que habían sido fabricados en serie, pero había una bola de nieve de cristal que debía costar unos dos mil dólares, y un antiguo adorno navideño estilo Tiffany. Aquello era muy extraño.

De la repisa colgaban tres calcetines decorativos que también parecían demasiado caros y elegantes en comparación con la mayor parte de los adornos. Tan solo el más pequeño tenía nombre: «Holly». Probablemente el de la niña. No había ninguna fotografía, lo que me pareció bastante insólito teniendo en cuenta que hacía poco que habían tenido un bebé. En la parte superior del piano tampoco había nada.

Jenks había bajado de las cortinas para hablar con el tipo que estaba junto al piano e Ivy tenía la cabeza pegada a la de la fotógrafa. Edden, por su parte, había dejado de prestarme atención. Todos parecían ocupados, así que me acerqué a la chimenea y pasé el dedo por la lisa madera de la repisa intentando dilucidar si en algún momento había habido algún marco de fotos.
Ni rastro de polvo
.

—¡Eh! —exclamó el hombre que estaba con Edden—. ¿Qué demonios estás haciendo?

Con el rostro encendido, miró a Edden, claramente cabreado por el hecho de no poder echarme de allí a patadas.

Todas las miradas recayeron sobre mí y, avergonzada, di un paso atrás.

—Lo siento.

La habitación se había quedado en completo silencio e Ivy alzó la vista del ordenador portátil. Tanto ella como la fotógrafa se quedaron mirándome con expresión interrogante, y me di cuenta de que el contraste entre los oscuros cabellos cortos de Ivy y la melena rubia de la fotógrafa hacía que parecieran el yin y el yang. Recordé haber visto a esta última tomando fotos en las caballerizas de Trent, pero Ivy no había estado allí, y me pregunté cómo había conseguido intimar tanto con ella en tan solo quince minutos para estar cabeza con cabeza discutiendo sobre ángulos y sombras.

Casi con una sonrisa, Edden se aclaró la garganta. Con la cabeza ladeada y alzando una de sus regordetas manos para indicar que él se ocuparía de todo, se puso en marcha. Ivy entregó una de nuestras tarjetas a la fotógrafa y cruzó la habitación para reunirse conmigo. Cuando se encontraba a medio camino, Jenks aterrizó en uno de sus hombros y me di cuenta de que mi compañera le hacía un comentario que provocó una carcajada al pixie.

En el momento en que todos ellos llegaron adonde me encontraba, yo me había cruzado de brazos y había ladeado la cadera en actitud desafiante.

—¡No voy a tocar nada más! —exclamé, preguntándome si la severidad en los rostros de los agentes de la AFI se debía a que me había saltado el protocolo o a la sospecha de que tenía algo que ver en la muerte de Kisten. Sabía que Edden había hecho todo lo que estaba en su mano para desterrar aquellos rumores, pero sus esfuerzos no podían lograr gran cosa contra toda una vida guiada por los prejuicios.

Mirando a Ivy con los ojos entornados, Edden me tomó del codo y me condujo hacia el pasillo. Ivy también sonreía, pero tan pronto como nos vimos rodeadas por la privacidad de aquel pasillo, se puso seria de nuevo.

—Rachel ya está aquí, así que, ¿por qué no dices dónde le dieron la paliza a Glenn? —preguntó, dejándome boquiabierta.

—Fue ahí —dijo mirando por encima de mi hombro en dirección al salón—. Todo el resto parece intacto.

Agité el brazo para que me soltara y me apoyé en la pared. Jenks batió las alas y vino a acurrucarse en mi bufanda, e Ivy sacudió la cabeza con incredulidad.

—No hay suficiente carga emotiva como para que alguien haya sufrido una agresión semejante —sentenció—. ¿Y dices que sucedió esta mañana? Imposible.

Edden torció el gesto y yo miré a Ivy. Los vampiros podían percibir las feromonas que flotaban en el aire y hacer una valoración cualitativa de las emociones a las que habían dado rienda suelta las personas, aunque no resultara muy exacta en cuanto a la cantidad. Por la expresión de Edden, imaginé que conocía aquella habilidad, pero que no confiaba en ella. Tampoco los tribunales, pues desestimaban los testimonios de los vampiros, a menos que hubieran recibido la preparación necesaria, estuvieran registrados y asistieran a un seminario trimestral sobre evaluación. Ivy no cumplía los requisitos, pero si ella hubiera dicho que en aquel lugar no se había producido ninguna pelea, yo la habría creído aunque nos hubiéramos topado con toda una pared ensangrentada.

—No hemos encontrado nada anormal en el resto de la casa —nos informó Edden, e Ivy frunció el ceño—. Si os parece, puedo contaros lo que sí hemos descubierto mientras recorremos las demás habitaciones en busca de… emociones —concluyó.

Esbocé una sonrisa burlona. Ya veríamos cómo iban a reaccionar cuando supieran lo que había descubierto. Sin embargo, Ivy me indicó con la mirada que tuviera la boca cerrada y dejé escapar un suspiro.
De acuerdo… Esperaré
.

—Soy todo oídos —dijo a Edden, recorriendo los escasos metros de pasillo. Caminaba dando largos pasos con aire decidido, y el agente que se encargaba de recoger pruebas con la aspiradora se apoyó contra la pared para dejarle pasar. En primer lugar, entró en un pulcro y opulento dormitorio, decorado con almohadones, ricos drapeados, alfombrillas y hermosos objetos que rodeaban lo que parecía una antigua alcoba de madera tallada. Los cajones estaban abiertos y era evidente que en el armario faltaban algunas perchas. El indiscutible toque femenino no cuadraba mucho con el resto de la casa. Más bien, no pegaba ni con cola, salvo por la bola de cristal, los calcetines y el adorno navideño.

—La hipoteca está a nombre del señor y la señora Tilson —explicó Edden balanceándose sobre los talones con las manos en los bolsillos, dejando claro que no le interesaba la incongruencia de los estilos decorativos—. Son humanos —añadió.

Yo estuve a punto de llevarle la contraria, pero me mordí la lengua.

—Él y su mujer compraron la casa hace, aproximadamente, un año y medio —continuó, y Jenks soltó un bufido que solo yo escuché—. Ella no trabaja fuera de casa para poder cuidar de la niña, pero hemos descubierto que Holly está inscrita en tres guarderías diferentes. El marido trabaja de conserje, tras retirarse después de ejercer de profesor de ciencias en Kentucky. Imagino que solicitó la jubilación anticipada y que quería tener algo que lo mantuviera entretenido y le sirviera para complementar la pensión.

¿
Como limpiar la mierda de las paredes del baño de los chicos
? ¡Oh, sí! Aquello tenía mucho sentido.

—Hemos pinchado el teléfono y estamos comprobando los movimientos de las tarjetas de crédito —explicó Edden mientras Ivy se movía a hurtadillas por la habitación—. De momento no hemos podido localizar a ningún familiar, ni de ella ni de él, pero en estas fechas mucha gente está fuera por vacaciones y nos está llevando mucho tiempo conseguir información.

De pronto dejó de hablar y se quedó mirándome fijamente.

—¿Por qué estás sonriendo?

Me puse seria de inmediato y forcé un gesto de inocencia.

—Por nada. ¿Qué más habéis descubierto?

—Poca cosa —respondió sin quitarme un ojo de encima—. Pero los encontraremos.

Ivy se alejó del mobiliario como si fuera una sombra y, tras apartar las cortinas con un bolígrafo, asintió con la cabeza al ver el distintivo de una empresa de seguridad pegado en la ventana.

Ella no quiso saber nada. Su brillante ropa de cuero le daba el aspecto de una asesina a sueldo muy bien pagada frente a la elegante decoración oculta en las profundidades de la casa. Alguien tenía un gusto exquisito, y no creía que fuera el conserje Tilson. Tal vez Tilson el matón.

—Aquí tenéis una fotografía reciente —dijo Edden entregándome una copia del carné de la escuela de Tilson. Jenks me pegó un buen susto cuando saltó desde los suaves pliegues de hilo y se quedó suspendido sobre el trozo de papel de tamaño folio. La imagen estaba borrosa, pero según la tarjeta de identificación, tenía el pelo rubio y los ojos azules. Mostraba una expresión seria, con algunas arrugas, y tenía unas pocas entradas.

Other books

Breath (9781439132227) by Napoli, Donna Jo
The Awakening by Shakir Rashaan
Touched by Vicki Green
The Box and the Bone by Zilpha Keatley Snyder
Canary by Nathan Aldyne
Prey by Carlos King
Betrothed by Lori Snow