De pronto, los aullidos de frustración del niño se convirtieron en gritos de alegría, y me volví justo para ver que su madre retiraba el círculo. Se la veía radiante y tenía un aspecto fantástico, a pesar de lo cansado que resultaba conseguir que sus agotadores hijos se movieran dentro de los límites impuestos por la sociedad. Seguí con la mirada al pequeño mientras corría en dirección a una atractiva joven vestida con un elegante traje de chaqueta. La mujer se agachó para tomarlo en brazos, y los cinco se unieron en una oleada de felicidad. A continuación empezaron a desplazarse formando una maraña confusa y, tras un sentido beso entre las dos mujeres, la del traje entregó un bolso a la última moda a su pareja a cambio de una pequeña criatura que no paraba de gorjear. La escena resultaba ruidosa, caótica y muy reconfortante.
Conforme se alejaban, mi sonrisa se desvaneció y me acordé de Ivy. Nunca habíamos tenido una relación tan tradicional, en la que cada uno de los miembros de la pareja cumplía un papel de acuerdo con los parámetros de la sociedad. Ivy y yo sí que teníamos una relación, pero si hubiéramos intentando adecuarla a sus ideas e ir más allá de mis límites, se habría ido todo al garete.
Algo mucho más primitivo que el lenguaje verbal despertó mis instintos y aparté la vista de las espaldas de la pareja que desaparecía entre la multitud. Fue entonces cuando divisé a mi hermano y en mis labios se dibujó una sonrisa. Todavía se encontraba en el túnel, pero su cabeza resaltaba por encima de las personas que se encontraban delante. Además, era imposible no ver su llamativo cabello pelirrojo. Llevaba una barba de varios días, y unas modernas gafas de sol que, de no ser por las pecas que llenaban su cara, le habrían dado un aspecto de lo más
cool
. Al ver su amplia sonrisa cuando nuestras miradas se cruzaron, me aparté del gentío y esperé, mientras sentía un hormigueo en los dedos de los pies. ¡Dios! ¡Lo había echado tanto de menos!
Finalmente, cuando la gente que se interponía entre nosotros se retiró, pude ver su estrecha estructura corporal. Llevaba puesta una chaqueta ligera y de su hombro colgaban una brillante bolsa de cuero y su guitarra. Al llegar a la salida del túnel, se detuvo y le dio las gracias a un pequeño hombre de negocios con un aspecto extraño que le entregó una bolsa de viaje y desapareció entre la multitud. Supuse que le había pedido que se la llevara para no tener que facturarla.
—¡Robbie! —exclamé, incapaz de contenerme, y su sonrisa se hizo más amplia. Antes de que quisiera darme cuenta, sus largas piernas recorrieron la distancia que nos separaba y, tras dejar sus cosas en el suelo, me dio un abrazo.
—¡Hola, hermanita! —dijo apretándome aún con más fuerza antes de soltarme y dar un paso atrás. La gente se vio obligada a esquivarnos, pero a nadie parecía importarle. Al fin y al cabo, éramos solo uno de los pequeños grupos que se iban formando poco a poco por toda la terminal—. Tienes muy buen aspecto —dijo revolviéndome el pelo y ganándose un buen puñetazo en el hombro. Entonces me agarró el puño y se quedó mirándolo, sonriendo al descubrir el pequeño anillo de madera de color rosa—. Siguen sin gustarte tus pecas ¿eh? —¿Cómo podía contarle que las pecas habían desaparecido debido a los efectos secundarios de una maldición demoníaca?
En vez de eso, le di otro abrazo, advirtiendo que, con los tacones, era más o menos de su misma altura. Él, en cambio, llevaba puestos unos… ¿mocasines? Con una carcajada lo miré de arriba abajo.
— Te vas a congelar el culo ahí fuera.
—Sí, yo también te quiero —respondió con una sonrisa mientras se quitaba las gafas y las metía en la bolsa—. No seas tan dura conmigo. Cuando he salido eran las siete de la mañana y estábamos a veintidós grados. Apenas he dormido cuatro horas en el avión y, como no me tome un café cuanto antes, me voy a caer redondo al suelo. —Acto seguido, inclinándose para coger la guitarra, añadió—: ¿Mamá sigue haciendo ese mejunje que parece petróleo?
Sin poder quitar la sonrisa de mi cara, recogí la bolsa más grande recordando la última vez que lo había ayudado a llevar el equipaje.
—Será mejor que nos lo tomemos aquí. Además, me gustaría hablarte un momento sobre mamá.
Robbie, que estaba intentando coger la bolsa de cuero y la guitarra con la misma mano, se alzó de golpe, mirándome con expresión preocupada.
—¿Se encuentra bien?
Me quedé mirándolo fijamente y, de pronto, me di cuenta de lo mal que había sonado mi comentario.
—¡Oh sí! Está más contenta que un trol bajo un puente de peaje. Por cierto, ¿qué le hiciste cuando fue a visitarte? Al volver, se había puesto morenísima y se pasaba el día canturreando canciones de programas de televisión.
Robbie me cogió la bolsa y juntos nos dirigimos al puesto de café más cercano.
—No fui yo —dijo—. Fue su… compañero de viaje.
Fruncí el ceño y el pulso se me aceleró.
Takata
. Tenía que habérmelo imaginado. Habían decidido hacer un viaje por la Costa Oeste para pasar más tiempo juntos, y yo todavía no sabía qué pensar de él. A pesar de que tenía claro quién era, no se podía decir que nos conociéramos.
Sin decir una palabra, nos pusimos a la cola y de repente, al colocarme hombro con hombro con él, me di cuenta de lo altos que éramos. Takata era el padre biológico de ambos, un noviete de la universidad que había dado a mi madre los dos hijos que su marido, un humano, y casualmente el mejor amigo de Takata, no había podido darle. Mientras tanto, Takata huyó, renunciando a su vida a cambio de fama y fortuna, hasta el punto de teñirse el pelo y cambiarse de nombre. Sin embargo, yo era incapaz de verlo como un padre. La persona que consideraba mi verdadero padre había muerto cuando tenía quince años, y nada ni nadie podían cambiar aquello.
No obstante, una vez a su lado, lo miré de reojo y me di cuenta de lo mucho que me recordaba al viejo rockero. ¡Maldita sea! Cada vez que me miraba al espejo, era como si estuviera viendo a Takata. Mis pies, las manos de Robbie, mi nariz y la altura de ambos. Sin embargo, en lo que más me parecía a él era en el pelo. Aunque el de Takata fuera rubio y el mío pelirrojo, no se podía negar que teníamos los mismos rizos.
Robbie dejó de mirar el cartel con el menú y me agarró del hombro.
—No te enfades con él —dijo, adivinando mis pensamientos. Siempre había tenido esa habilidad, incluso cuando éramos niños, lo que resultaba tremendamente frustrante cuando intentaba esconder alguna trastada—. A mamá le viene muy bien —añadió, empujando su equipaje con el pie conforme adelantaba la fila—. La está ayudando a superar los remordimientos por la muerte de papá. Yo… tuve oportunidad de pasar un poco de tiempo con ellos —dijo en un tono excesivamente bajo por culpa del nerviosismo—. La quiere mucho. Y, cuando están juntos, consigue que se sienta especial.
—No estoy enfadada con él —dije. A continuación, dándole un manotazo en el hombro con la suficiente fuerza como para que lo notara, aclaré—: Con quien estoy enfadada es contigo. ¿Por qué no me dijiste que Takata es nuestro padre?
El ejecutivo que teníamos delante volvió la cabeza y lo miré con cara de pocos amigos.
Robbie avanzó un paso más.
—Sí, claro —masculló—. ¿Qué esperabas que hiciera? ¿Llamarte por teléfono para decirte que nuestra madre era una
groupie
?
Resoplé en tono burlón.
—Las cosas no fueron exactamente así.
Él me miró abriendo mucho los ojos.
—Hubiera tenido mucho más sentido que lo que sucedió. ¡Por el amor de Dios! Si te hubiera contado que nuestro verdadero padre era una estrella del rock, te habrías muerto de risa. Luego hubieras corrido a preguntarle a mamá, y ella se hubiera echado… a llorar.
A llorar
, pensé. Había sido todo un detalle por su parte no decir: «En brazos de su rockero», porque eso, precisamente, es lo que hubiera hecho. Y ya había resultado todo lo bastante traumático cuando la verdad salió a la luz. Solté un suspiro y, encogiéndome de hombros, me acerqué al mostrador apenas el tipo que estaba delante de nosotros se largó con su
latte
en vaso largo con nosequé.
—Un
latte
grande, doble
espresso
de mezcla italiana —pidió Robbie, con los ojos puestos en el menú—. Con poca espuma y extra de canela. Y una cosa más, ¿podrías usar leche entera?
El dependiente asintió con la cabeza mientras apuntaba el nombre en el vaso de papel.
—¿Van juntos? —preguntó, alzando la vista.
—Sí. Yo tomaré un café en vaso mediano con la mezcla de la casa —respondí desconcertada. No estaba del todo segura, pero, por lo que me parecía recordar, el café que había pedido Robbie era igual que el que le gustaba a Minias.
—¿No quiere que le ponga un chorrito de algo? —sugirió el dependiente mientras yo pasaba la tarjeta por la máquina antes de que Robbie se me adelantara.
—No. Me gusta solo.
Al ver que Robbie batallaba con sus cosas, agarré los dos vasos y lo seguí hasta una mesa tan pequeña y pringosa que daban ganas de tomarse el café de un trago y salir pitando.
—Podrías dejar que te ayudara —dije al ver que se tambaleaba.
—No —respondió con una sonrisa ladeada—. Ya me ocupo yo. Tú siéntate.
Obedecí complacida y me quedé mirando cómo luchaba con los bultos y le preguntaba a una pareja de ancianos si podían cederle una silla. De pronto, descubrí, aterrorizada, que alguien había dejado sobre la mesa un periódico doblado en el que se veía la foto de la casa de los Tilson. Rápidamente, lo agarré y lo guardé en el bolso justo en el instante en que Robbie se unía a mí.
Tras dejarse caer sobre su silla, levantó la tapa del café, inhaló brevemente el aroma y bebió un buen trago.
—¡Qué gozada! —exclamó con un suspiro, y yo hice lo propio. Tras unos segundos en silencio, me miró por encima del borde del vaso y dijo—: Entonces, ¿qué tal está mamá?
El ejecutivo que había estado delante de nosotros en la cola se puso en pie con una mancha de espuma en la nariz y se quedó mirando la pantalla de las salidas.
—Bien.
Robbie me miró en silencio e hizo crujir los nudillos.
—¿Hay algo que me quieras decir? —preguntó con aire de suficiencia.
Que hay un coche de policía vigilando la casa de mamá y que, cuando lo descubras, querrás saber por qué. Que estoy colaborando en la investigación de un asesinato que podría afectar a mi vida personal. Que la universidad no me deja inscribirme en sus cursos. Que todos los sábados tengo una cita en siempre jamás con el Gran Al y que, gracias al padre de Trent Kalamack, soy la fuente de la próxima generación de demonios
.
—Ummm…, no.
Él soltó una carcajada y acercó aún más su guitarra.
—Has abandonado la SI —dijo mirándome divertido con sus profundos ojos verdes—. Te advertí que no era una buena idea entrar a trabajar para ellos, pero noooo. Mi hermanita tiene que hacer las cosas a su manera, y luego trabajar el doble para solucionarlo. Por cierto, estoy muy orgulloso de que, al final, te dieras cuenta de que había sido un error.
¡
Ah, eso
! Aliviada, levanté la tapa del café y soplé sobre la negra superficie, mirándolo de reojo. «Abandonar» no era, precisamente, la palabra que habría utilizado yo. «Cometer la estupidez de dejarla» habría resultado más apropiado. O, tal vez, «intento de suicidio».
—Gracias —acerté a decir, aunque, lo que me hubiera gustado era soltarle una diatriba que empezara por dejar claro que no había sido ningún error. ¿
Lo ves
?
Puedo cambiar
.
—Ya no van a por ti, ¿verdad? —preguntó echando un vistazo a nuestro alrededor y revolviéndose incómodo en su asiento. Negué con la cabeza y su alargado rostro pareció aliviado, aunque todavía mostraba un atisbo de desconfianza.
—Me alegro —sentenció, inspirando profundamente—. Trabajar para ellos era demasiado peligroso. Podría haberte sucedido cualquier cosa.
Y, de hecho, así fue
, pensé con los ojos cerrados, disfrutando del placer que me producía sentir cómo el primer trago de café descendía por mi garganta.
—¿Y qué te crees? ¿Que lo que hago ahora es más seguro? —le pregunté abriendo los ojos—. ¡Por el amor de Dios, Robbie! Tengo veintiséis años. Ya no soy la niña esmirriada que era cuando te marchaste.
Tal vez mi respuesta había sonado un poco brusca, pero todavía le guardaba rencor por intentar impedirme entrar en la SI.
—Lo que quiero decir es que está dirigida por un montón de vampiros mentirosos y corruptos —replicó—. No era solo el peligro. Nunca te habrían tomado en serio, Rachel. Nosotros, los brujos, no contamos. Una vez que traspasas cierta barrera, te quedas ahí para el resto de tu vida, no te permiten llegar más allá.
Hubiera podido ponerme furiosa con él pero, echando la vista atrás, y evaluando lo que había sucedido el último año que había pasado en la SI, sabía que tenía razón.
—A papá no le fue tan mal —dije.
—Hubiera podido hacer mucho más.
A decir verdad, había hecho mucho más. Robbie no lo sabía, pero quizá nuestro padre había sido un topo en la SI, pasando información y advertencias al padre de Trent.
Mierda
, pensé cuando caí en la cuenta de lo que eso significaba.
Como Francis
. No, papá no era como Francis. Francis lo había hecho por dinero y estaba segura de que papá lo había hecho por un motivo más elevado. Lo que planteaba la pregunta de qué había visto en los elfos para arriesgar su vida por evitarles la extinción. No había sido a cambio de la cura ilegal que me había salvado la vida. Eran amigos desde mucho antes de que yo naciera.
—¿Rachel?
Mientras escudriñaba la concurrida terminal en busca de Jenks, bebí otro trago de café. Estaba empezando a sentir cierta inquietud, y casi me atraganto cuando divisé a un miembro de seguridad que nos observaba atentamente desde el otro lado del vestíbulo.
Genial. Esto cada vez pinta mejor
.
—Tierra llamando a Rachel… ¿Estás ahí, Rache?
Intentando recuperar la compostura, aparté la vista del agente aeroportuario.
—Perdona, ¿qué decías?
Robbie me miró de arriba abajo.
—Te has quedado callada de repente.
—Solo estaba pensando —respondí intentando no mirar al vigilante armado y al compañero que acababa de unirse a él.
Mi hermano se puso a mirar su café.
—Eso ya es un cambio —me provocó. Por aquel entonces el número de guardias había ascendido a tres. Con dos, más o menos, podía manejarme, pero con tres, la cosa se complicaba. ¿
Dónde demonios te has metido, Jenks
? Quería salir de allí cuanto antes, así que volqué el vaso del café, fingiendo que había sido un accidente.