Read Breve Historia De La Incompetencia Militar Online
Authors: Edward Strosser & Michael Prince
Los finlandeses seguían presionando. Uno de sus destacamentos tendió una emboscada a una expedición soviética de unos 350 hombres: todos ellos murieron. Otro ataque nocturno a la retaguardia finlandesa fue abortado cuando los soviéticos detuvieron su avance para tomarse una sopa de salchichas en una cocina finlandesa abandonada. Mientras los soviéticos cenaban al fresco, los finlandeses se reagruparon y acabaron con los comedores de salchichas. Los finlandeses avistaron otro avance enemigo nocturno en un lago: abrieron fuego y no se detuvieron hasta que los doscientos atacantes soviéticos acabaron muertos sobre el hielo.
El 12 de diciembre, el comandante finlandés Mannerheim hizo avanzar a sus tropas. Atacaron presionando a pesar de la feroz resistencia soviética. Cuando las tropas soviéticas estaban demasiado menguadas, simplemente llamaban a más de refresco. Los finlandeses no podían permitirse este lujo, pero seguían luchando con sus fuerzas cada vez más reducidas.
Cuando el ataque empezó a detenerse el 23 de diciembre, los finlandeses habían desplazado al enemigo lo suficientemente lejos de las carreteras principales para sentirse seguros. El coste fueron unas 630 bajas finlandesas, unas 5.000 soviéticas y otros 5.000 heridos. A pesar de que era una sorprendente victoria para Mannerheim, estaba claro que los finlandeses se quedarían sin soldados antes que los soviéticos.
En Navidad, los soviéticos hicieron una pausa para reagruparse, aún en territorio finlandés. Habían lanzado más de siete divisiones contra la línea enemiga y los finlandeses los habían hecho retroceder con el sisu y habían destrozado casi un 60% de sus vehículos blindados. La línea de Mannerheim no se había visto afectada. Ahora bien, cuando uno ha purgado a la mayoría de oficiales del ejército, ha celebrado parodias de juicios para eliminar a sus amigos políticos y rivales, y ha enmascarado cualquier situación histórica inconveniente, no puede decirse que haya preparado el terreno para que sus ayudantes le digan las verdades. Pero el jefe de las fuerzas armadas soviéticas, Kliment Voroshilov, como un tonto, atribuyó vehementemente el fracaso de la guerra a las purgas a que Stalin había sometido al ejército y remató lo dicho aplastando un lechón contra la mesa en presencia del rex ruso. En lugar de matar a Voroshilov, el diabólico genio de Stalin se vengó convirtiéndolo durante años en su chico de los recados, sin dejar de mantener vivo el espectro del pelotón de fusilamiento.
La mayoría de atacantes o bien habría cambiado de estrategia o simplemente se habría rendido. Stalin tenía un sistema distinto. Reclutó nuevas divisiones de la prácticamente ilimitada provisión de infelices obreros y se dispuso a reincidir. Los soldados que se negaron a prestarse voluntarios para los ataques suicidas se enfrentaron al pelotón de fusilamiento. Era un asesinato en masa disfrazado de determinación.
Aunque parezca increíble, más lejos, al norte, los soviéticos sufrían aún peores derrotas. Había muy pocas carreteras y eran poco más anchas que senderos. Las columnas de blindados soviéticos pronto quedaron atrapadas y una sola división podía extenderse a lo largo de más de treinta kilómetros. Una batalla clave se libró durante semanas en el río Kollaa, donde los finlandeses se atrincheraron a lo largo de su orilla norte. Al principio los soviéticos lanzaron una división de soldados contra unos pocos miles de finlandeses. Después los soviéticos mandaron una segunda, luego una tercera y finalmente una cuarta división. Aun así, los finlandeses se mantuvieron firmes. A finales de enero, los soviéticos iniciaron una ofensiva total, pero lo único que consiguieron fue aumentar unas mil muertes diarias a la creciente lista de bajas. En una ocasión, 4.000 soviéticos atacaron a 32 finlandeses y lograron resquebrajar la línea de defensa. Finalmente, los soviéticos habían encontrado su ratio para vencer.
Para luchar contra las abrumadoras pocas posibilidades que tenían, los finlandeses adoptaron la táctica denominada motti: dividir la larga columna soviética en pedazos minúsculos e ir destruyendo lentamente cada fragmento. Mannerheim sabía que la táctica funcionaría cuando anticipó la respuesta de los petrificados y obtusos oficiales soviéticos. Éstos lucharían duro, pero nunca se aventurarían a adentrarse en los densos bosques y si una de sus columnas quedaba partida por la mitad, simplemente se quedarían sentados a esperar. ¿Esperar a qué? Nadie lo sabe, pero al parecer eso era para los soviéticos lo que más se acercaba a un plan.
La primera puesta en práctica del motti tuvo lugar contra una división soviética emplazada en las orillas del lago Ladoga.
Allí, los finlandeses hicieron picadillo a una bien pertrechada división soviética que fue sofocada lentamente. Los focos de resistencia defensiva sucumbieron poco a poco al frío y al hambre.
Pero el verdadero desastre soviético ocurrió en los lejanos bosques del norte. Allí los finlandeses perfeccionaron el motti contra la 163ª División. Un 10% de la división murió de frío incluso antes de que se hubiese disparado un solo tiro. El 12 de diciembre los finlandeses separaron la división soviética mediante breves, duras y bien planeadas operaciones, cortando la división en dos. Los finlandeses lanzaban dos o tres ataques diarios, y poco a poco la iban cortando en secciones cada vez más pequeñas.
Para rescatar a la 163ª División, los soviéticos enviaron allí a la 44ª. El 23 de diciembre, una serie de rápidos ataques paralizaron su avance. Simplemente, se detuvieron porque su comandante sufría de un enorme ataque de congelamiento cerebral. Después de un mes de guerra, los soviéticos aún no tenían ni idea de cómo tomar la iniciativa o contraatacar con efectividad. Los finlandeses intensificaron los ataques contra la 163ª, hasta que el 28 de diciembre la división soviética se vino abajo: unos trescientos soldados cayeron en campo abierto bajo el fuego de las metralletas sin que se produjera ni una baja finlandesa; los pocos intentos de fuga que hubo por parte de los supervivientes fracasaron. Mientras, la relativamente fresca 44ª División simplemente no hizo nada.
A continuación, los finlandeses se dirigieron hacia la desventurada 44ª División. El 1 de enero, el motti había empezado.
Los petrificados soviéticos empezaron a venirse abajo. Empezaron a disparar salvajemente hacia el bosque, quemando su munición. Los finlandeses fueron cerrando poco a poco el círculo. Los soviéticos planearon escapar y luego desistieron. Los comandantes parecían estar paralizados mientras sus soldados morían lentamente de frío y hambre. Entretanto, las tropas finlandesas se turnaban entre las líneas del frente y sus cálidos bunkeres con comida caliente y sauna de vez en cuando. Los finlandeses escogían sus objetivos cuidadosamente, centrándose en las grandes cocinas de campaña soviéticas, ayudando a los soviéticos a aumentar su agonía. El 6 de enero, el comandante soviético declaró el sálvese quien pueda y cualquier resistencia organizada se vino abajo. La segunda división soviética pereció.
En total, los finlandeses mataron a más de 27.000 invasores soviéticos y destruyeron unos 300 vehículos blindados, pero perdieron a 900 hombres, un enorme diferencial de 30 a 1. El comandante de la 163ª División regresó a la Unión Soviética, donde fue sometido a un juicio militar y, seguidamente, ejecutado. Nunca se supo por qué no se movió. Simplemente se quedó allí sentado esperando a que las dos divisiones murieran.
Las victorias finlandesas sorprendieron al mundo entero. Los líderes aclamaron a los finlandeses por haber combatido a los temibles soviéticos, pero eso fue todo lo que obtuvieron de ellos. Suecia proporcionó algo de ayuda e Italia donó diecisiete bombarderos, mientras sus ciudadanos dispensaban un buen apedreamiento a la embajada rusa en Roma.
Fue la hibrís bigotuda la que empezó la guerra, pero serían dos mujeres las que propiciarían su final. Helia Wuolijoki, dramaturga finlandesa, inició conversaciones con su amiga Alexandra Kollontai, la embajadora soviética en Suecia. Mediante estas conversaciones, los soviéticos cortaron el 31 de enero sus relaciones con el falso gobierno de Kuusinen, allanando el camino para negociar directamente con los finlandeses. Stalin quería salir de la guerra, si podía conseguir el trato que quería.
Ya había tenido suficiente con aquella campaña secundaria. Su poderoso ejército había sido humillado ante el mundo entero y temía quedar empantanado en Finlandia mientras la temporada invasora de primavera y verano por las llanuras de Europa se acercaba. También temía que los británicos y los franceses interviniesen y atacasen a los soviéticos en Finlandia o en la propia Unión Soviética.
Lo que no sabía Stalin es que los británicos y los franceses tenían ideas distintas para Finlandia. Querían utilizar la guerra como pretexto para enviar miles de soldados a Suecia y Noruega a luchar contra los alemanes. Los campos de mineral de hierro del norte de Suecia proporcionaban casi la mitad de la creciente demanda de acero de Alemania. Dejar de suministrárselo a los alemanes significaría aumentar los esfuerzos de guerra de los aliados. Además, los astutos franceses pensaban que si conseguían que la guerra contra Alemania empezase en Escandinavia, de este modo no tendría lugar en Francia. Básicamente, querían exportar los campos de batalla. De forma que tramaron magníficos planes para ayudar a los finlandeses, sin molestarse en decirles que el grueso de las tropas permanecería en Suecia.
Pero los suecos no tenían ninguna intención de ayudar a los británicos y los franceses. Querían que la guerra finalizase tranquilamente con un estado finlandés superviviente que actuara de amortiguador con Rusia. Sin embargo, los suecos se olieron la estrategia francesa de hacer caer sobre ellos a los alemanes, y permanecieron neutrales, excepto por el goteo de ayuda que les permitía cubrir las apariencias. Los alemanes querían que la guerra terminase para seguir manteniendo relaciones pacíficas con los rusos; de este modo, podrían centrarse en destruir Gran Bretaña y Francia, que se encontraban por encima de Rusia en la lista de objetivos de Adolf.
Pero los franceses estaban haciendo todo lo que estaba en su mano para mantener viva aquella guerra. Cuando los finlandeses y los soviéticos estaban a punto de sellar el acuerdo de alto el fuego, los franceses, en un ataque de exageración gala, prometieron cincuenta mil soldados y cien bombarderos a condición de que los finlandeses siguiesen luchando. La oferta sorprendió a los finlandeses. Entonces reconsideraron el trato con Stalin. Todos sus sueños y esperanzas podrían hacerse realidad. Pensaron que tal vez los franceses acudirían de veras al rescate de alguien.
Por unos momentos, la alineación para librar la Gran Guerra quedó en suspenso mientras los finlandeses tenían la llave. Si éstos hubiesen pedido ayuda públicamente a los aliados, los británicos y los franceses habrían acudido. Y aquello probablemente habría significado posicionarse contra los soviéticos. Por su parte, Alemania habría invadido Finlandia para combatir a sus enemigos británicos y franceses. Y éstos, a su vez, se habrían enfrentado a los alemanes y soviéticos. Fue un momento en el que se podría haber alterado el curso de la historia.
Pero el soufflé militar francés pronto se desinfló bajo el peso de la realidad británica. Los ingleses les dijeron que en realidad solamente llegarían doce mil soldados y no antes de mediados de abril. Los finlandeses tocaron de nuevo con los pies en el suelo. Nunca pidieron ayuda.
En enero, mientras ambos bandos hacían una pausa en tierra, los soviéticos reanudaron la carrera en la guerra aérea. A pesar de su abrumadora ventaja numérica, los soviéticos consiguieron poco de sus fuerzas aéreas y, nuevamente, acabaron vapuleados por los finlandeses. Cuando la guerra empezó, los finlandeses tenían solamente cuarenta y ocho cazas, pocos de ellos modernos, pero hicieron pedazos a los soviéticos. Atacaron usando su formación de dos pares de aviones, llamada «fingerfour», que superaba en maniobrabilidad a los aviones soviéticos, que volaban en una única formación de tres. Hacia el final de la guerra, habían abatido 240 aviones soviéticos frente a una pérdida finlandesa de sólo 26. En total, incluidos los aviones abatidos por fuego antiaéreo, los soviéticos perdieron en la guerra 800 aviones, unos ocho diarios. Con aquellas pérdidas, los soviéticos consiguieron realmente volar montones de nieve y matar miles de árboles. Aunque, ciertamente, de vez en cuando alcanzaron algún que otro edificio.
Mientras, de nuevo en tierra, las divisiones soviéticas crecían dispuestas para la matanza, pero a los finlandeses entonces se les estaban acabando los proyectiles. Aunque Stalin alteró en cierto modo sus tácticas, se negó a renunciar a un punto clave de la negociación: si las conversaciones para llegar a un trato fracasaban, soportaría las bajas que fuesen necesarias para alcanzar la victoria. El 1 de febrero, los soviéticos abrieron fuego con bombardeos masivos desde tierra y aire, los más importantes de la historia militar por aquel entonces. El bombardeo aéreo sorprendió incluso a los estoicos finlandeses. Como siempre, los soviéticos avanzaron en masa. Y después murieron también en masa. Los finlandeses siguieron luchando furiosamente, a pesar de las bombas que destruían sus bunkeres. Los soviéticos sencillamente aterrizaban ante los finlandeses y los obligaban a descargar su munición en los pechos de los desventurados soviéticos. Miles de ellos caían en cada asalto, y las nuevas oleadas de soldados debían avanzar por encima de los cuerpos congelados de sus camaradas. En una ocasión dieron muerte a 2.500 en menos de cuatro horas.
Más tarde, el 11 de febrero, los soviéticos movilizaron a dieciocho divisiones de refresco. Pero los finlandeses se mantuvieron firmes. Las tropas enfrentadas avanzaban y retrocedían en oleadas, pero los exhaustos finlandeses no se venían abajo. Finalmente, el 15 de febrero, después de que los soviéticos abriesen una brecha en la resistencia, Mannerheim ordenó que parte de las tropas de su línea se retirasen a una segunda posición de defensas. Los soviéticos avanzaron. El 28 de febrero, Mannerheim se retiró a la línea final de defensa. Mientras los diplomáticos negociaban y los franceses hacían sus vanas promesas, los soviéticos golpeaban la línea de retaguardia con treinta divisiones. El 10 de marzo, el ejército finlandés había perdido la mitad de las fuerzas con las que contaba al principio de la guerra. La línea de retaguardia estaba formada por esporádicos focos de resistencia de finlandeses que tenían que cargar contra ingentes tropas y blindados rusos. Luchaban casi sin fuerzas, pero no abandonaban.