Breve Historia De La Incompetencia Militar (21 page)

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Authors: Edward Strosser & Michael Prince

BOOK: Breve Historia De La Incompetencia Militar
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Ulrich Graf, el guardaespaldas que le salvó la vida a Hitler, no llegó a formar parte del círculo más íntimo de Hitler después de salir de prisión.

Todo el asunto fue minimizado por los tribunales y Hitler y su círculo recibieron una condena de diez meses que pasaron tranquilamente en la prisión de Landesberg, un cómodo castillo. Allí el dictador putativo aprovechó para finalmente anotar sus pensamientos acerca de cómo apoderarse del mundo en un libro titulado Mein Kampf.

Hitler y sus secuaces finalmente consiguieron un amplio éxito utilizando sus viles mensajes para seducir al único poder en Alemania que podía evitar que llevasen a cabo sus diabólicos propósitos: el alto mando del ejército alemán.

La guerra del Chaco
Año 1932

Algunos países nunca han ganado una guerra. Podría decirse que habitan en la categoría de perdedores de la historia.

Para ellos, la forma de salir de esta categoría es derrotar a alguien. Quien sea. Pero lo que no comprenden es que derrotar a otro perdedor no les sitúa a ellos en la categoría de los vencedores, sino que simplemente les eleva alguna posición en la categoría de los perdedores.

Dos países miembros de la categoría de los perdedores son Paraguay y Bolivia. Paraguay había combatido en la desastrosa guerra de la Triple Alianza, mientras que Bolivia sufrió una aplastante derrota durante la guerra del Pacífico, y ambos países acabaron en la pobreza y además sin acceso al mar. Tras mucho meditar, se les ocurrió que el único camino para entrar a formar parte del círculo de vencedores de la historia era vencer al otro perdedor. Estuvieron durante décadas rondándose y se prepararon para la batalla —lo que en sus tradiciones militares significaba que se prepararon muy poco—. En 1932, ninguno de los dos siquiera se aproximaba a lo que se entiende como estar listo para la batalla, pero parecía como si la misma historia los hubiese condenado a luchar. Esta guerra se convirtió en la batalla más sangrienta del siglo en América del Norte y del Sur.

Al final no se ganó ni perdió nada, excepto un montón de vidas y dinero.

Los actores

Mariscal José Félix Estigarribia:
Inteligente y tranquilo. Estigarribia ascendió rápidamente al rango de oficial y lideró a las tropas paraguayas. Para prepararse para estar al mando del ejército paraguayo, pasó tres años en Francia y se graduó en la Escuela Superior de Guerra del ejército francés el año después de que lo hiciera Charles de Gaulle.

La verdad desnuda: De joven fue reconocido como un destacado oficial y lo mandaron a Chile para que recibiera formación complementaria en su ejército profesional.

Méritos: Sus victorias consiguieron más territorio sin valor para Paraguay que cualquier otro líder militar en su historia.

A favor: A pesar de sus años de preparación militar en Francia, consiguió ganar algunas batallas para su país.

En contra: Se autoproclamó dictador después de la guerra.

General Hans Kundt:
Arma secreta de Bolivia, conocido por el avispado apodo de «El Alemán», porque era de Alemania. Kundt, oficial del Estado Mayor, primero fue a Bolivia en 1911 para ayudar a construir el ejército y regresó allí después de la Primera Guerra Mundial para pluriemplearse como comandante del ejército. Sin embargo, en 1930 escapó de Bolivia después de que un golpe de Estado le echase a él y a su aliado presidencial del cargo.

Después, cuando su patria de adopción tuvo problemas con Paraguay, se convirtió en «Das Ringer» y regresó del exilio en 1933 para llevar a Bolivia al borde de la victoria.

La verdad desnuda: Luchó a las órdenes del kaiser en la Primera Guerra Mundial, obteniendo el rango de general de brigada.

Méritos: Venía de Alemania, donde sabían cómo hacer la guerra.

A favor: Regresó a Bolivia por voluntad propia. Algo de lo que los bolivianos se alegraron.

En contra: a menudo confundía Bolivia con Baviera y viceversa.

La situación general

La guerra había tenido sus pros y sus contras, tanto para Bolivia como para Paraguay. Por una parte, ambos países habían combatido en calamitosas guerras que los habían sumido en la devastación. Por otra, las guerras son la principal razón por la que los extranjeros leen algo de estos dos países.

Paraguay, liderado por su irresponsable dictador, Francisco Solano López y su hermosa pero viperina amante, Eliza Lynch, irlandesa de nacimiento y entrenada como amante en París, inició una guerra contra Brasil, Argentina y Uruguay en 1865. La guerra finalizó en 1870 cuando los brasileños dispararon a López en la orilla de un río y obligaron a Lynch a enterrarlo en una fosa poco profunda. Unos años después, Bolivia se unió a Paraguay en la categoría de los perdedores. Bolivia había iniciado una guerra poco aconsejable contra Chile para quedarse con los beneficios de los excrementos de ave, y lo único que consiguió fue una apestosa y aplastante derrota superada únicamente en estupidez por sus aliados peruanos, que continuaron con la guerra mucho después de haberla perdido. Tras la guerra, Bolivia se quedó sin salida al mar y ardiendo en fervientes deseos de vengarse en alguien, con quien fuese, y la víctima más probable era un vecino contra el que aún no había librado una guerra.

En la década de 1920, los dictadores de turno de ambos países vieron de pronto claro que su única oportunidad de beber de la dulce copa de la victoria militar era vencer al país vecino. Cada país llegó simultáneamente a la misma conclusión: ¡nosotros podemos con ellos! Para colmo, ambos países habían encontrado la razón perfecta para iniciar una guerra sin sentido: la misma franja de territorio igualmente sin sentido.

Este territorio se llama el Chaco y son muy pocos los que han oído hablar de él. Claro que todavía son menos los que han estado allí, y aún menos los que se han quedado, y nadie ha dicho jamás que le hubiese gustado. El Chaco, situado en el centro de América del Sur, es una ciénaga tórrida y húmeda en verano y un desierto seco en invierno, y consigue incorporar lo peor de ambas estaciones. Es una vasta tierra llana plagada por un ejército de hormigas, pirañas, jaguares, serpientes, arañas y cubierta por un aire pestilente. Quienes han estado allí lo describen nostálgicamente como un infierno verde. Sus pocos habitantes son indios que aparentemente no son conscientes de que los demás miembros de la raza humana pueden pasar sus días sin estar rodeados de aterradoras nubes de moscas superdesarrolladas y beligerantes mosquitos.

Otro de los encantos del Chaco es su falta de agua. Desde luego hay de sobra para contentar a los ingentes enjambres de mosquitos pero no bastante para los humanos. Los abrevaderos están a kilómetros de distancia y, con frecuencia, no son suficientes para abastecer a grandes cantidades de personas. Si un ejército quiere luchar en el Chaco, primero tiene que pensar en cómo abastecerse de agua.

Bolivia tenía una razón para controlar zonas del Chaco. Es un país del interior sin acceso a la costa y no tenía ninguna esperanza de conseguir su acceso al océano pasando por su archienemigo Chile, así que miró hacia el este. Si ocupaban el Chaco, conseguirían acceso al Atlántico a través de una serie de ríos. Por su parte, el igualmente interior Paraguay quería el Chaco para expandir su cosecha del árbol quebracho, cuya corteza contenía valiosos taninos, una de las pocas exportaciones del país.

Sin embargo, había una razón más profunda: los líderes de ambos países estaban convencidos de que se les había presentado una oportunidad que no podían permitirse dejar pasar. Los bolivianos, hartos de que sus vecinos más poderosos los hicieran pasar por el aro, no estaban dispuestos a aceptar nada que no fuese el control total del Chaco. Que Chile los maltratara no era divertido, pero sí comprensible. Ahora bien, que lo hiciera Paraguay ya habría sido demasiado humillante, incluso lo era el solo hecho de considerarlo. Paraguay albergaba sentimientos similares, pero aún estaba más desesperado.

Después de sufrir su devastadora derrota en la guerra de la Triple Paliza, el país estaba alerta a la menor provocación de sus vecinos. Demostrar debilidad significaría dejar al país expuesto al ataque y al desmembramiento, acabando así con su prolongado experimento de supervivencia en la pobreza y el aislamiento. Igual que un animalillo herido, Paraguay necesitaba demostrar fortaleza y no bajar la guardia ni un solo momento.

La tensión entre Paraguay y Bolivia fue escalando a medida que avanzaban las décadas y, en la de los años veinte, el redoble del tambor del fracaso de ambos países elevó aún más la presión. Decididamente iba a pasar algo gordo. Empezaron a estallar las escaramuzas. Los ataques aquí y allá mantenían a todo el mundo en vilo. Las relaciones diplomáticas se rompían y se restablecían al cabo de unos pocos meses. Cada uno se echaba atrás en el momento de atacar, porque ninguno de los dos disponía de algo parecido a un ejército que funcionase.

Sobre el papel, Bolivia tenía una gran ventaja en la inminente guerra. Su población casi triplicaba a la de Paraguay y su potencial armamentístico era igualmente mayor. Además, Bolivia tenía un próspero negocio de exportación de estaño, que proporcionaba un sólido flujo de ingresos al país. Paraguay solamente exportaba té y obreros sin formación.

Para prepararse para el inminente conflicto, los combatientes fueron a comprar a lo loco. En 1926, Bolivia acordó con una firma británica un gran envío de aviones de combate, artillería, armas de pequeño calibre y montones de munición. Pero nunca recibieron todo el envío de armas (tal vez porque nunca llegaron a pagarlo del todo) y muchas de las que recibieron no funcionaban. Pero estos detalles sin importancia no consiguieron hacer desfallecer a los animosos bolivianos. Al parecer no acababan de comprender que las armas aún por pagar que esperaban en almacenes de Gran Bretaña no iban a ayudarles a ganar la guerra.

Además, los vecinos de Bolivia habían bloqueado la mayoría de envíos de armas, de forma que la única opción que les quedaba a los bolivianos era que esos envíos pasasen por los puertos de Perú, su exaliado en el fracaso, donde los lugareños de dedos demasiado largos ayudarían a aligerar el transporte de la carga. A través de Brasil fluía un goteo de armas hacia la ciudad boliviana de Puerto Suárez, pero allí el sistema de transporte boliviano era tan primitivo que no había forma de hacer llegar las armas a las tropas en combate. He ahí la peliaguda vida de un país interior y además despreciado.

Los bolivianos fueron a la guerra sin haber recibido la mayoría de las armas que creían que iban a ayudarles a ganar.

Además, tenían otros problemas, y el principal era la geografía. La mayor parte de la población del país residía en zonas muy distantes, al oeste, en el Altiplano, alrededor de La Paz, la capital. Para trasladar tropas y equipo al frente había que hacer un viaje de dos días por carretera o ferrocarril y, después, una larga caminata por carreteras polvorientas sin asfaltar durante bastantes días más. Los camiones intentaban recorrer la ruta, pero pronto se estropeaban con el calor extremo y el polvo. La escasez de piezas de recambio y mecánicos obligó a los bolivianos a abandonarlos. Nunca se habían construido puentes sobre los ríos, así que tenían que cruzarse con puentes flotantes. Los políticos hablaban con firmeza para entusiasmar al pueblo con la guerra, pero nunca pusieron el énfasis necesario para conseguir que algún ataque se realizase con éxito. El ejército se vino abajo y quedó olvidado al lado de la carretera.

Paraguay también fue de compras de armas a lo loco, pero con mayor éxito. A principios de la década de 1920, los paraguayos destinaron una gran parte de su magro tesoro nacional a la compra de armamento. Enviaron agentes a Europa para que hicieran algún trato y distribuyeran la compra por varios países. Ello condicionó a las empresas armamentísticas a competir entre sí por el precio y la calidad. Los compradores incluso consiguieron dos importantes cañoneras fluviales de primera categoría. Además, Argentina, preocupada por la agresión boliviana, permitió que los envíos de armas destinados a Paraguay pasaran a través de su territorio y ellos mismos les proporcionaron armas secretamente. Paraguay tenía respecto a Bolivia una ventaja importante: su sistema de transporte funcionaba. Soldados y equipo viajaron por el río hacia el Chaco y luego en tren al frente.

La capacidad de liderazgo también era distinta en uno y otro bando. En Bolivia se sucedían los dictadores. En los cien años anteriores a 1930, el país había soportado 40 gobiernos y 187 intentos de golpe de Estado. Esto representa unos dos al año durante un siglo. Cuando tenían éxito, los golpes generalmente se trataban como asuntos entre caballeros. Los competidores buscaban apoyo entre los militares y, cuando llegaba la hora de efectuar el golpe de Estado, comparaban la lista de seguidores, como cuando se juega al póquer: el que tenía la mejor baza ocupaba el cargo y el perdedor se marchaba cabizbajo a un exilio dorado en Europa, el inevitable lugar de aterrizaje de los déspotas caídos.

Para complicar más la situación, el presidente boliviano Daniel Salamanca lideraba el partido proguerra y su oponente político, Luis Tejada Sorzano, del partido antiguerra, ocupaba el cargo de vicepresidente y era el líder de los opositores.

Desde luego, la estrategia militar boliviana era osadamente brillante. Dadas sus extremadamente limitadas capacidades para librar una guerra, la mejor arma que poseía el país era el calor que hacía en el Chaco, que iba a desgastar al enemigo sin necesidad de que los bolivianos disparasen un solo tiro. Por lo tanto, el plan del ejército era retirarse y obligar a los paraguayos a luchar a través del infierno verde adentrándose en Bolivia y distanciándose de las líneas de aprovisionamiento.

Después, los bolivianos arrollarían al desgastado y debilitado enemigo. Pero la idea de abandonar el territorio haría saltar chispas, despertaría protestas generalizadas y, por supuesto, desencadenaría un golpe de Estado. Para impedir el inevitable contragolpe y retrasarlo lo más posible, Salamanca rechazó el plan e insistió en los ataques agresivos.

En 1932, Bolivia marchó firmemente hacia la guerra, sin faltarle de nada, excepto armas, una estrategia y la capacidad de transportar a su ejército al frente.

En comparación, Paraguay era un modelo de organización racional. En los 61 años que habían precedido esa guerra, el país había tenido 41 presidentes. Los golpes de Estado sangrientos se sucedían como el paso de las estaciones. Pero, inevitablemente, la gente se unía tras cualquiera que fuese presidente en un intento desesperado de evitar que el país tuviera que abandonar el pulso que estaba echándole a Bolivia. Juraban luchar con las agallas y la determinación que habían hecho famosos a los paraguayos y en Estigarribia tenían una baza reconociblemente militar y sólida. Bolivia libraba aquella guerra para conquistar un territorio extranjero, Paraguay luchaba por la supervivencia. Paraguay adoptó la misma estrategia de distanciar al enemigo de sus líneas de aprovisionamiento mediante continuas retiradas. Pero el temor de sufrir un golpe de Estado evitó que los paraguayos pusieran en marcha su plan de retirada. La política había ganado a la estrategia en ambos bandos.

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