Read Border of a Dream: Selected Poems of Antonio Machado (Spanish Edition) Online
Authors: Antonio Machado
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Greek word meaning “west,” a reference to Spain or Italy; in this instance, Spain.
Al gigante ibérico Miguel de Unamuno, por quien la España actual alcanza proceridad en el mundo.
Los ojos
1
Cuando murió su amada
pensó en hacerse viejo
en la mansión cerrada,
solo, con su memoria y el espejo
donde ella se miraba un claro día.
Como el oro en el arca del avaro,
pensó que no guardaría
todo un ayer en el espejo claro.
Ya el tiempo para él no correría.
2
Mas, pasado el primer aniversario,
¿cómo eran—preguntó—, pardos o negros,
sus ojos? ¿Glaucos?... ¿Grises?
¿Cómo eran, ¡Santo Dios!, que no recuerdo?...
3
Salió a la calle un día
de primavera, y paseó en silencio
su doble luto, el corazón cerrado...
De una ventana en el sombrío hueco
vio unos ojos brillar. Bajó los suyos
y siguió su camino... ¡Como ésos!
To the giant Iberian, Miguel de Unamuno, through whom present-day Spain has eminence in the world.
The Eyes
1
When his lover died
he made up his mind to grow old
in his closed house,
alone, with his memory and mirror
in which she gazed one bright day.
Like gold in a miser’s coffer,
he chose not to keep
a whole yesterday in the clear mirror.
Time for him would not run.
2
And after the first year,
“How were her eyes,” he wondered,
“brown or black? Pale green? Gray?
How were they? Good God! I can’t remember.”
3
He went into the street one day
of spring, and strolled silently
in double mourning, his heart locked.
From a window in the hollow shadow
he saw flashing eyes. He lowered his
and walked on. Like those!
Esto soñé
Que el caminante es suma del camino,
y en el jardín, junto del mar sereno,
le acompaña el aroma montesino,
ardor de seco henil en campo ameno;
que de luenga jornada peregrino
ponía al corazón un duro freno,
para aguardar el verso adamantino
que maduraba el alma en su hondo seno.
Esto soñé. Y del tiempo, el homicida,
que nos lleva a la muerte o fluye en vano,
que era un sueño no más del adanida.
Y un hombre vi que en la desnuda mano
mostraba al mundo el ascua de la vida,
sin cenizas el fuego heraclitano.
El amor y la sierra
Cabalgaba por agria serranía,
una tarde, entre roca cenicienta.
El plomizo balón de la tormenta
de monte en monte rebotar se oía.
Súbito, al vivo resplandor del rayo,
se encabritó. bajo de un alto pino,
al borde de una peña, su caballo.
A dura rienda le tornó al camino.
Y hubo visto la nube desgarrada,
y, dentro, la afilada crestería
de otra sierra más lueñe y levantada
—relámpago de piedra parecía—.
¿Y vio el rostro de Dios? Vio el de su amada.
Gritó: ¡Morir en está sierra fría!
Pío baroja
En Londres o Madrid, Ginebra o Roma,
ha sorprendido, ingenuo paseante,
el mismo
taedium vitae
en vario idioma,
en múltiple careta igual semblante.
Atrás las manos enlazadas lleva,
y hacia La tierra, al pasear, se inclina;
todo el mundo a su paso es senda nueva,
camino por desmonte o por rüina.
Dio, aunque tardío, el siglo diecinueve
un ascua de su fuego al gran Baroja,
y otro siglo, al nacer, guerra le mueve,
que enceniza su cara pelirroja.
De la rosa romántica, en la nieve,
él ha visto caer la última hoja.
Azorín
La roja tierra del trigal de fuego,
y del habar florido la fragancia,
y el lindo cáliz de azafrán manchego
amó, sin mengua de la lis de Francia.
¿Cúya es la doble faz, candor y hastío,
y la trémula voz y el gesto llano,
y esa noble apariencia de hombre frío
que corrige la fiebre de la mano?
No le pongáis, al fondo, la espesura
de aborrascado monte o selva huraña,
sino, en la luz de una mañana pura,
lueñe espuma de piedra, la montaña,
y el diminuto pueblo en la llanura,
¡la aguda torre en el azul de España.!
Al escultor Emiliano Barral
... Y tu cincel me esculpía
en una piedra rosada,
que lleva una aurora fría
eternamente encantada.
Y la agria melancolía
de una soñada grandeza,
que es lo español (fantasía
con que adobar la pereza),
fue surgiendo de esa roca,
que es mi espejo,
línea a línea, plano a plano,
y mi boca de sed poca,
y, so el arco de mi cejo,
dos ojos de un ver lejano,
qu you quisiera tener
como están en tu escultura:
cavados en piedra dura,
en piedra, para no ver.
Madrid, 1922
Soledades a un maestro
1
No es profesor de energía
Francisco de Icaza,
sino de melancolía.
2
De su raza vieja
tiene la palabra corta,
honda la sentencia.
3
Como el olivar,
mucho fruto lleva,
poca sombra da.
4
En su claro verso
se canta y medita
sin grito ni ceño.
5
Y en perfecto rimo
—así a la vera del agua
el doble chopo del río—.
6
Sus cantares llevan
agua de remanso,
que parece quieta.
Y que no lo está;
mas no tiene prisa
por ir a la mar.
7
Tienen sus canciones
aromas y acíbar
de viejos amores.
Y del indio sol
madurez de fruta
de rico sabor.
8
Francisco de Icaza,
de la España vieja
y de Nueva España,
que en áureo centén
se graben tu lira
y tu perfil de virrey.
Los sueños dialogados
1
¡Cómo en alto llano tu figura
se me aparece!... Mi palabra evoca
el prado verde y la árida llanura,
la zarza en flor, la cenicienta roca.
Y al recuerdo obediente, negra encina
brota en el cerro, baja el chopo al río;
el pastor va subiendo a la colina;
brilla un balcón en la ciudad: el mío,
el nuestro. ¿Ves? Hacia Aragón, lejana,
la sierra de Moncayo, blanca y rosa...
Mira el incendio de esa nube grana,
y aquella estrella en el azul, esposa.
Tras el Duero, la loma de Santana
se amorata en la tarde silenciosa.
2
¿Por qué? decísme, hacia los altos llanos
huye mi corazón de esta ribera,
y en tierra labradora y marinera
suspiro por los yermos castellanos?
Nadie elige su amor. Llevóme un día
mi destino a los grises calvijares
donde ahuyenta al caer la nieve fría
las sombras de los muertos encinares.
De aquel trozo de España, alto y roquero,
hoy traigo a ti, Guadalquivir florido,
una mata del áspero romero.
Mi corazón está donde ha nacido.
no a la vida, al amor, cerca del Duero...
¡El muro blanco y el ciprés erguido!
3
Las ascuas de un crepúsculo, señora,
rota la parda nube de tormenta,
han pintado en la roca cenicienta
de lueñe cerro un resplandor de aurora.
Una aurora cuajada en roca fría,
que es asombro y pavor del caminante
más que fiero león en claro día
O en garganta de monte osa gigante.
Con el incendio de un amor, prendido
al turbio sueño de esperanza y miedo,
yo voy hacia la mar, hacia el olvido
—y no como a la noche ese roquedo,
al girar del planeta ensombrecido—.
No me llaméis, porque tornar no puedo.
4
¡Oh soledad, mi sola compañía,
oh musa del portento, que el vocablo
diste a mi voz que nunca te pedía!,
responde a mi pregunta. ¿con quién hablo?
Ausente de ruidosa mascarada,
divierto mi tristeza sin amigo,
contigo, dueña de la faz velada,
siempre velada al dialogar conmigo.
Hoy pienso: este que soy será quien sea;
no es ya mi grave enigma este semblante
que en el íntimo espejo se recrea,
sino el misterio de tu voz amante.
Descúbreme tu rostro, que yo vea
fijos en mí tus ojos de diamante.
De mi cartera
1
Ni mármol duro y eterno,
ni música ni pintura,
sino palabra en el tiempo.
2
Canto y cuento es la poesía.
Se canta una viva historia,
contando su melodía.
3
Crea el alma sus riberas;
montes de ceniza y plomo,
sotillos de primavera.
4
Toda la imaginería
que no la brotado del río,
barata bisutería.
5
Prefiere la rima pobre,
la asonancia indefinida.
Cuando nada cuenta el canto,
acaso huelga la rima.
6
Verso libre, verso libre...
Líbrate, mejor, del verso
cuando te esclavice.
7
La rima verbal y pobre,
y temporal, es la rica.
El adjetivo y el nombre,
remansos del agua limpia,
son accidentes del verbo
en la gramática lírica,
del Hoy que será Mañana,
del Ayer que es Todavía.
This I Dreamt
The wanderer of the road becomes the road,
and in the orchard by the serene sea
a mountain fragrance follows him; grass mowed
across the pleasant fields is fiery hay.
The pilgrim on his lengthy journey reined
his heart in check. He found that it was best
for iron lines to wait and be contained
until the soul could ripen in his chest.
All this I dreamt: a homicidal time
floating us to our death or drifting (and
in vain) was just the peak of Adam’s dream.
I saw a man who in his naked hand
revealed the coals of life, a constant flash
of Heraclitean fire, and yet no ash.
Love and the Sierra
He galloped over harsh sierra ground
one afternoon amid the ashen rock.
The tempest’s leaden ball was heard rebound
mountain to mountain echoing with shock.
Suddenly, amid the glazing radiance
of burning lightning bolts, below high pines
his horse reared up next to a precipice.
He swerved back to the path, seizing the reins.
He looked. The sundered cloud came into view,
and in the rift the sharpened summits grew
of farther sierra peaks hanging above,
blazing. It seemed to be lightning of stone.
And did he see God’s face? He saw his love.
He screamed: To die in these cold hills alone!
Pío Baroja
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In London or Madrid, Geneva or Rome
he is the ingenuous passerby surprised,
a
taedium vitae
in varied language foam,
in sundry masks but of one face comprised.
He strolls about, his hands folded behind
him, and as he goes by he tilts toward
the earth. All in his path are a new find,
whether on high or ruinous regard.
The nineteenth century offered—very late—
the great Baroja embers of flaming coal,
and in the twentieth, world war’s at his gate,
covering all of his red-haired face with ash.
From the romantic rose, lost in the snow,
he’s seen the last petal linger and crash.
Azorín
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The red meadow made of fiery wheat,
the flowery beanfield floating with fragrance,
cups of Manchegan saffron were his treat.
He didn’t miss the fine lily of France.
Whose is that double look of candor and
boredom, the quivering voice and honest sign,
a cold man, with nobility of mein,
who counters with the fervor of his hand?
Don’t place him in the end under the weight
of stormy summits or unfriendly wood,
but in a transparent morning’s plain light
where the far mountain wears a foaming hood
of stone near a small village on the plain
and the sharp tower against the blue of Spain!
To Emiliano Barral, Sculptor
Your chisel chopped me
out of a roseate stone
holding a cold dawn
eternally spellbound.
And the sour melancholy
of dreamed-about grandeur
so Spanish (a fantasy
dressing up my laziness)
emerged from that rock
that is my mirror. The face
came line by line, plane by plane,
my mouth of little thirst,
and under the arc of a hazy brow
two eyes with a far-off gaze
that I wish were mine
as they are in your sculpture:
eyes dug out of hard stone,
in stone, so as not to see.
Madrid, 1922
Solitudes to a Master
1
Not a professor of energy,
Francisco de Icaza,
but of melancholy.
2
From his old race
he keeps the brief word
and deep phrase.
3
Like the olive grove,
he gives a lot of fruit
and scant shadow.
4
In his clear poem
he sings and meditates,
but no shout or frown.
5
And in perfect rhyme
—at the edge of the water
the double black poplar—.
6
His singing carries
pools of water
that look still
and are not,
but in no hurry
to go to the sea.
7
His songs have
the smell and zip
of old loves.
From Indian sun
a ripeness of fruit
and rich taste.
8
Francisco de Icaza,
from Spain of old
to the New España,
from a dawn-gold coin
you shape your lyre
and viceroy’s profile.
Dreams in Dialogue
1
How suddenly her face on the plateau
appears to me! And then my word evokes
green meadows and the arid plains below,
the flowering blackberries and ashen rocks.
Obedient to my memory, the black oak
bursts on the hill, the poplars then define
the river, and the shepherd climbs the cloak
of knolls while a town balcony shines: mine,
ours. Can you see? Remote, toward Aragón,
the sierra of Moncayo, white and rose.
Look at the bonfire of that cloud, and far
shining against the blue, my wife, a star.
Santana hill, beyond the Duero, shows,
turning violet in soundless afternoon.
2
You ask me why my heart flies from the coast
back to Castilla, to towering raw terrains,
why, near the sea, in fertile fields, I most
long to be back on high and barren plains.
No one chooses his love. It was my fate
that one day chose to send me to gray hills
where falling snows freeze and obliterate
the shadows of dead oaks—now winter still.
Out of that spur of Spain, rocky and high,
I bring you now, blooming Guadalquivir,
a sprig of rosemary, a pungent thorn.
My heart is living, yes, where it was born,
but not to life—to love, the Duero near,
the whitewashed wall and cypress in the sky!
3
Lady, the embers of a shattered dusk,
its storm clouds a monotony of brown,
have quickly painted rocks of ashen rust
on a far hill with blazings of the dawn.
It is a dawn congealed on frozen rock
that overwhelms the traveler with awe
and dread—more than a furious lion stalk-
ing the bright day, or great bears in the claw
of mountains. Seized by flaming love, with burns
and turbulence of dreams of hope and fright,
I’m walking toward the sea, oblivion,
and not like those huge boulders toward the night
as the dark somber planet turns and turns.
Don’t try to call them back. I must go on.
4
O solitude and now my one companion!
O muse of wonder offering the word—
I never asked for—to my voice! A question:
Whom am I talking to? And am I heard?
Abstracted from the noisy masquerade,
I turn my sadness, punctured by no friend,
to you, my lady of the veiled face, in shade,
who when you talk to me are always veiled.
Today I think: who I am I don’t care;
it’s not my grave enigma when I stare
into my inner mirror, but the mystery
of your warm loving voice. Now clear the glare
and show your face to me. I want to see
your eyes made out of diamonds fixed on me.
From My Notebook
1
Not marble hard and enduring,
not music or painting,
but the word in time.
2
Song and story are poetry.
A live story is sung
told by its melody.
3
The soul creates its banks,
mountains of ash and lead,
small copses of spring.
4
All imagery
not springing from the river
is cheap jewelry.
5
Choose poor rhyme,
undefined assonance.
When the song tells nothing
maybe the rhyme is lame.
6
Free verse, free verse.
Better to be free of verse
when it enslaves.
7
Rhymes verbal and weak
and temporal are strong.
Adjective and noun
are still pools of clear water,
are accidents of a verb
in the lyric grammar
of today that will be tomorrow,
of yesterday that is still.
45
These sonnets under one title are sometimes related, but they are not a sequence and are to be taken as separate sonnets.
46
Spanish novelist (1872–1956).
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Pseudonym of Spanish essayist and novelist José Martínez Ruiz (1873–1967), known for his descriptions of Castilian towns and landscapes.