Blanca como la nieve roja como la sangre (5 page)

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Authors: Alessandro D'Avenia

Tags: #Drama, romántico

BOOK: Blanca como la nieve roja como la sangre
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»Eso dice el Soñador. No sé bien lo que significa. Pero sé que me gusta. He de intentarlo. Tengo que dejarme aconsejar, aunque no lo creeré demasiado, porque yo tengo los pies en la tierra. Una vida sin sueños es un jardín sin flores, pero una vida de sueños imposibles es un jardín de flores falsas... ¿Tú qué piensas
Terminator

?

Por toda respuesta,
Terminator

 se planta contra un poste y mea. Su meada es proporcional a la duración de mis palabras.

—Gracias,
Terminator

, tú sí que me entiendes...

Beatrice seguramente está enferma. Hay mucha gripe, pero yo no la pillo nunca... No la veo desde hace dos días. Me parecen más vacíos los días sin el reflejo rojo de su pelo. Se vuelven blancos, como los días sin sol.

Regreso a casa con Silvia. Hago un caballito con el bativespino y ella no para de pedirme que vaya más despacio. Mujeres. Hablamos largo y tendido y le pregunto si tiene algún sueño, como dice el Soñador. Le cuento que Niko tiene uno bien concreto. Niko dice que seguirá el camino de su padre. Su padre es dentista. Niko tiene mogollón de dinero. Hará odontología y trabajará en la clínica de su padre. Dice que ese es su sueño. Pero yo creo que ese sueño no vale. Porque ya se sabe todo de antemano. El sueño —si lo he entendido bien— tiene que tener una parte de misterio: algo aún por descubrir. Y Niko ya está enterado de todo.

Yo todavía no tengo un sueño concreto, pero justo eso es lo bonito. Es tan desconocido que me emociono solo de pensarlo. Silvia también tiene un sueño. Quiere ser pintora. Silvia pinta muy bien, es su afición preferida. Una vez me regaló un cuadro. Hace copias de cuadros famosos. Es un cuadro bonito con una mujer protegiéndose del sol con una sombrilla blanca. Es un cuadro especial porque la ropa, el rostro, los colores de aquella mujer son tan ligeros que se confunden con la luz que cae sobre ella. Es como si la mujer estuviese hecha de la luz de la que se protege. Y es el único caso en que el blanco no me da miedo. En este cuadro, Silvia se ha burlado del blanco. Me gusta. Después de evitar no menos de quince accidentes mortales con mis frenos necesitados de la intervención de un mecánico, llegamos al portal de la casa de Silvia.

—Pero mis padres no quieren. Dicen que eso solo puede ser una afición pero jamás mi futuro, «es un camino difícil en el que muy pocos salen adelante, y además como no triunfes puedes pasar hambre».

Definitivamente, los mayores están en el mundo para recordarnos los miedos que nosotros no tenemos. Los mayores tienen miedo. En cambio, a mí me alegra que Silvia tenga ese sueño. Cuando habla le brillan los ojos, como brillan los ojos del Soñador cuando explica. Como brillaban los ojos de Alejandro Magno, de Miguel Ángel, de Dante... Los ojos rojosangre, llenos de vida... Para mí, el de Silvia es el sueño oportuno. Le he pedido que me mire los ojos y que me avise cuando brillen, así a lo mejor descubro mi sueño mientras le hablo de algo, no vaya a ser que esté distraído y no me dé cuenta. Silvia acepta.

—Cuando vea brillar tu sueño en tus ojos, te lo diré.

Le pido que me haga otro cuadro. Acepta. Se le iluminan los ojos y tengo la sensación de que me calienta la piel. Brillan azules. Ese es su sueño. Yo aún no tengo ninguno, pero noto que está llegando. ¿Que cómo lo sé? Por mis ojeras. Sí, tengo bolsas debajo de los ojos que sirven para llevar mis sueños. Cuando encuentre el mío, las vaciaré y mis ojos brillarán ligeros...

Acelero hacia el azul del horizonte y tengo la sensación de estar casi volando, sin frenos ni sueños...

Beatrice sigue sin venir al insti.

Tampoco está frente al insti por la tarde.

Mis días están vacíos.

Están blancos, como los de Dante cuando dejó de ver a Beatrice.

No tengo nada que decir, porque cuando no hay amor se terminan las palabras.

Las páginas se vuelven blancas, a la vida le falta tinta.

Por fin he hablado con el Soñador.

—¿Cómo encuentra uno su sueño? Pero no vaya a tomarme el pelo, profe.

—Búscalo.

—¿Y cómo?

—Haz las preguntas oportunas.

—¿Eso qué quiere decir?

—Lee, observa, pon interés... todo con entusiasmo, pasión y dedicación. Plantea una pregunta a cada una de las cosas que te llamen la atención y apasionen, pídeles que te digan por qué te apasionan. Ahí está la respuesta a tu sueño. Lo importante no son nuestros humores, sino nuestros amores.

Eso me ha dicho el Soñador. Solo él sabe de dónde saca esas frases. Debo encontrar lo que me importa. Pero para ello necesito tiempo y esfuerzo, y eso no me convence...

Trato de seguir el método del Soñador: he de empezar por lo que ya sé. Me importa la música. Me importa Niko. Me importa Beatrice, me importa Silvia, me importa mi scooter, me importa mi sueño, que no conozco. Me importan mamá y papá cuando no me dan el coñazo. Me importa... tal vez nada más... Son muy pocas cosas, hacen falta más. Debo esmerarme en descubrirlas y a cada una plantearle las preguntas oportunas.

Me he preguntado por qué me importa Silvia. Me he dicho que la quiero, quiero que cumpla su sueño; cuando estoy con ella siento una paz en el vientre, como cuando mamá me agarraba de la mano en medio del gentío del supermercado. ¿Por qué Niko?

Me he respondido que estoy bien con él. No tengo que explicarle nada. No me siento juzgado. Dicho sea de paso, tengo que hacer algo, no podemos seguir con este silencio, dentro de poco tenemos otro partido y si no nos llevamos bien los Piratas naufragan...

Luego le he preguntado a mi música y me ha contestado que con ella me siento libre. Le he preguntado a mi bativespino sin frenos y me ha contestado lo mismo. Ya tengo algunas piezas del rompecabezas: me importa el afecto de las personas, me importa la libertad. Mi sueño posee estos ingredientes. Al menos he descubierto algunos. Pero siguen siendo pocos.

¿Por qué me importa Beatrice? Esto es más difícil. Todavía no he encontrado una respuesta. Hay en ella algo misterioso. Algo más que no consigo entender. Un misterio rojo como el del sol naciente que hace que la noche sea más oscura antes del alba, por eso no puede explicarse. Para no dormir. Veo una película de terror. Para no dormir. Noche en blanco al cuadrado.

Este es el único ejercicio de griego con el que me lo pasaba bien en secundaria. Teníamos que anotar en el cuaderno el significado de ciertas palabras sacadas de las versiones y una palabra derivada al italiano, que nos ayudara a recordar el término en griego. De esa manera pude aprender bien dos palabras.

Leukos:
blanco. De ella se deriva la palabra «luz».

Aima:
sangre. De ella se deriva la palabra «hematoma» (grumo de sangre).

De la unión de esas dos palabras espantosas se obtiene otra todavía más terrible:
leucemia.
Así se denomina el tumor en la sangre. Un nombre que procede del griego (todos los nombres de las enfermedades proceden del griego...) y significa «sangre blanca».

Ya sabía que el blanco era un petardo. ¿Cómo puede la sangre ser blanca?

La sangre es roja y punto.

Y las lágrimas son saladas y punto.

Silvia me lo ha dicho entre lágrimas:

—Beatrice tiene leucemia.

Y sus lágrimas se han vuelto mías.

Por eso no venía al insti. Por eso había desaparecido. Como el marido de Argentieri. O peor: un tumor en la sangre. Leucemia. Aunque a lo mejor puede curarse. Sin Beatrice estoy acabado. También mi sangre se vuelve blanca.

Los sueños son una trola colosal. Ya lo sabía. Siempre lo he sabido. Porque luego llega el dolor y ya nada tiene sentido. Porque construyes, construyes, construyes, y de repente alguien o algo se lo lleva todo. ¿De qué sirven, pues? En mi sueño estaba Beatrice y Beatrice era la parte misteriosa del sueño. La llave que abría la puerta. Y ahora llega esta cosa griega que se me la quiere llevar. Si ella desaparece, desaparece el sueño. Y la noche se queda en su oscuridad más oscura, porque ya no habrá ningún amanecer.

¿Por qué cono tendrá que haber una enfermedad como esta, que vuelve blanca la sangre? ¡Soñador, eres un mentiroso de la peor calaña, de los que se creen las mentiras que cuentan! Mañana te romperé las ruedas de tu bici de pringado. Ahora tengo hambre. SMS: «Niko, necesito verte».

En el Mac por la tarde: la cosa más triste de la galaxia. Únicamente el olor a Mac y los pringados de primaria. Qué más da, todo me vale. A Niko nunca le he hablado de Beatrice. Beatrice ha sido siempre mi secreto. Una isla caribeña con un mar transparente donde refugiarme solo. Niko y yo hablamos de tías, sobre todo de las que están buenas... Beatrice no es una simple tía y, aunque está buena, no es de esa especie. No pertenece a la especie «radiografía», o sea, una cuyas medidas y partes sobresalientes sometes a examen... No, a Beatrice no se la toca, ni siquiera con las palabras. Esta vez tampoco hablo de Beatrice y me guardo toda mi rabia y todo mi dolor. Niko llega y se sienta, enfurruñado.

—¿Qué pasa?

—Anda, dejemos de portarnos como tontos. Los Piratas no se pelean como nenas...

Niko no se esperaba otra cosa. Sonríe y parece que los ojos se le empiezan a agrandar. Me da un empujón.

—Somos dos auténticos gilipollas...

—Habla por ti...

Reímos. Mientras nos trincamos dos Coca-Colas gigantes y Niko modula unos eructos, hablamos. Hablamos. Recomenzamos justo donde nos habíamos quedado. Como solo saben hacerlo los verdaderos amigos.

—Tenemos que tocar, hace mucho que no lo hacemos.

—Sí, y también tenemos que preparar el próximo partido.

—¿Contra quién jugamos?

—Contra los pavisosos de primero A.

—¿Los X-Men?

—Sí.

—Un paseo...

—Niko...

Me mira.

—¿Tú tienes miedo de la muerte?

—¿Qué cono pinta la muerte cuando tienes delante una Coca-Cola en un MacDonald's? Te has vuelto majara, Leo. Para mí que es por el pelo, deberías cortártelo: ya no te llega aire al cerebro.

Rompo a reír, pero en realidad estoy frío como el hielo.

—¿Qué te he dicho mil veces?

Remedo su voz metálica.

—¡No debes pensar en el blanco!

—Anda, vamos al centro a ligarnos a unas tías...

—No, tengo que ir a casa... a estudiar...

Niko ríe.

Yo finjo reír.

—Hasta mañana.

—Hasta mañana. ¡Los machacaremos!

No es fácil ser débil.

Por Silvia he sabido que Beatrice está en el hospital. Silvia es la única que tiene derecho a contarme ciertas cosas. Beatrice necesita sangre. Transfusiones de sangre de su mismo grupo. Hay que luchar contra la sangre blanca y esperar a que se rehaga una sangre pura, nueva, roja. Luchar contra la sangre blanca puede salvar a Beatrice. No sé de qué grupo sanguíneo es Beatrice, pero sí que en el cuerpo tengo mogollón de esa sangre roja que se la daría entera con tal de verla transformarse en el rojo de su pelo. Pelo rojosangre.

Vuelo sobre mi bativespino sin decir nada a nadie. Todo se ha vuelto blanco: la calle, el cielo, la cara de la gente, la fachada del hospital. Entro y me acomete un olor a desinfectante que me recuerda la clínica del dentista. Busco su habitación. No pregunto dónde está, porque tengo una brújula en el corazón que apunta siempre directamente hacia su norte: Beatrice. En efecto, al tercer intento la encuentro. Me acerco y la miro desde lejos: duerme. Como una princesa durmiente. A su lado hay una mujer pelirroja: tal vez sea su madre. Ella también tiene los ojos cerrados. No me atrevo a aproximarme. Tengo miedo. Tampoco sé qué decir en estas circunstancias. A lo mejor Silvia sabría qué hacer, pero no la puedo estar llamando siempre...

Luego me acuerdo del sueño y de que Beatrice es mi sueño. Entonces voy a la recepción del hospital y digo que estoy ahí para donar mi sangre roja y para que la reemplacen por la blanca de Beatrice. La enfermera de turno me mira embobada.

—Oye, aquí no podemos perder tiempo.

La miro mal.

—Yo tampoco.

Comprende que estoy hablando en serio.

—¿Cuántos años tienes? —Con cara de asco.

Con cara de asco:

—Dieciséis.

Me dice que los menores de edad necesitan una autorización de los padres. ¡Esta sí que es buena! Quieres donar sangre para una persona que está enferma y tienes que pedir una autorización. Quieres construir un sueño o salvarlo y tienes que pedir una autorización. ¡Vaya mierda de mundo! Te animan a tener un sueño y después te impiden cumplirlo cuando acabas de empezarlo: son todos unos envidiosos. Y entonces te salen con que para soñar tienes que pedir una autorización y para no pedirla tienes que ser mayor de edad. Me volví a casa. Tenía la impresión de flotar en un mar blanco, sin puertos, sin atraques. No pude hacer nada. No hablé con Beatrice ni le doné mi sangre. Voy a llamar a Silvia, si no esto va a acabar mal.

—¿Qué tal? —le pregunto.

—Más o menos, ¿y tú?

—Mal, no me han dejado donar sangre para Beatrice.

—¿Y eso?

—Si eres menor de edad necesitas una autorización.

—Me parece normal, puede ser peligroso...

—¡Cuando hay amor todo es posible! ¡No hace falta ninguna autorización!

—Claro... —responde Silvia, y permanece callada.

—¿Qué pasa? Hoy me pareces rara...

Repite mecánicamente mi penúltima frase, como si no me estuviera oyendo:

—Cuando hay amor todo es posible...

No consigo concentrarme en nada. Mi sueño se está desmoronando como un castillo de arena cuando sube la marea y lo reduce a escombros de apenas unos centímetros de alto. Mi sueño se ha vuelto blanco, porque Beatrice tiene un tumor. El Soñador dice que tengo que plantear las preguntas oportunas para descubrir mi sueño. ¡Pues probemos con esta mierda de leucemia! ¿Qué cono pintas tú entre mi vida y la de Beatrice? ¿Por qué envenenas la sangre de una vida tan llena que no ha hecho sino empezar? No hay respuesta a estas preguntas. Es así y punto. Y si es así, no sirve soñar. O al menos, más vale no hacerlo, porque daña más. Mejor tener sueños a lo Niko, los seguros, los que te compras. Me voy a comprar unas zapatillas nuevas, las Dreams, así los sueños por lo menos los llevas en los pies y los pisoteas.

Yo con los pies piso el suelo y pisoteo los sueños. El Soñador dice que los sueños tienen que ver con las estrellas:
de
más
sidera,
que en latín significa «estrella». ¡Trolas! La única manera de ver las estrellas no consiste en desear, sino en hacerse daño...

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