Bajo el sol de Kenia (39 page)

Read Bajo el sol de Kenia Online

Authors: Barbara Wood

Tags: #Novela histórica

BOOK: Bajo el sol de Kenia
3.7Mb size Format: txt, pdf, ePub

* * *

—No te dan miedo unos cuantos relámpagos, ¿verdad? —preguntó Mona.

David puso cara de estoico. De buena gana habría vuelto corriendo a la choza donde dormía su madre. Pero hubiese parecido cobardía y tenía que demostrarle a la hija del bwana que él no tenía miedo.

Ella le había desafiado.

Al encontrarse cerca del río a primera hora de la tarde, Mona había anunciado osadamente su vuelta «permanente» a Kenia y David le había contestado que no era verdad, que no estaría allí mucho tiempo. Luego habían discutido sobre de quién era el país, David basándose en lo que decía su madre y Mona en las palabras de su padre. La discusión había engendrado un desafío: encontrarse a medianoche en un terreno que fuera tabú. El que demostrara ser más valiente era el propietario legítimo de la tierra.

Y por ello David estaba allí, a una hora tan avanzada, agazapado junto a la pared de paja de la choza de cirugía, para demostrarle su valor a Mona. Un viento frío penetraba por su delgada camisa; los relámpagos rasgaban el cielo e iluminaban los negros nubarrones que traían la lluvia. A David no le gustaban las tempestades; a ningún kikuyu le gustaban. Sabía que ésa no era una lluvia normal. Las tempestades furiosas como la que se avecinaba eran raras y hacían que los Hijos de Mumbi se preguntaran si Dios estaba enfadado con ellos; no el Dios
wazungu,
al que cantaban canciones el domingo y alababan en los momentos buenos, sino Ngai, el antiguo dios de los kikuyu, a quien volvían cuando sus temores primitivos afloraban a la superficie.

El viento azotaba los cabellos cortos y negros de la niña. El mono de color caqui, bajo el cual llevaba una blusa de manga larga, se hinchaba como un globo alrededor de su cuerpo. Se había acostado completamente vestida, sin que la tía Grace se enterase porque, al entrar para darle el beso de las buenas noches, Mona estaba tapada hasta el mentón.

—Vamos a ver si eres un guerrero valiente —dijo Mona—. ¡A que no te atreves a entrar ahí! —señaló la puerta de la choza de cirugía.

Era una estructura pequeña, no mucho mayor que la choza donde vivía la madre de David. No tenía galería, sencillamente una abertura con una puerta de madera; David apoyó las palmas de las manos en ella y empujó. La puerta se abrió con un crujido y la luz de un relámpago permitió ver durante unos segundos el suelo de madera, los armarios, las luces eléctricas que colgaban de las vigas y una tosca mesa de operaciones.

Era la choza más limpia de Grace, tan libre de insectos y roedores como podía estarlo una estructura de paja. En ella operaba a los enfermos que no enviaba al hospital grande de Nairobi: operaciones de poca importancia y urgencias. David nunca había visto el interior de ese lugar, que los trabajadores de la misión miraban con gran temor porque en su interior la memsaab Daktari se valía de una magia muy poderosa. ¡Sin duda era tabú que David entrara allí!

—¡Anda! —susurró Mona detrás suyo—. ¡A que no te atreves!

David tragó saliva. Tenía la boca seca y el pulso disparado. Cada trueno parecía sacudir el suelo. Los relámpagos iluminaban el recinto de la misión, revelando escenas rápidas, fantasmales. El viento azotaba frenéticamente los árboles del perímetro; un fuerte ruido, como de una avalancha, bajaba del monte Kenia; parecía que Ngai estuviera furioso.

David quedó paralizado por el terror.

—¡Anda! —gritó Mona, el viento arrancándole las palabras de la boca y llevándoselas—. ¿O es que eres un cobarde?

Con los puños apretados, el cuerpo delgado temblando de miedo y de frío, David cerró los ojos y dio un paso al frente.

—¡Vamos… entra de una vez!

La choza temblaba en medio de los truenos y el vendaval. Puñados de paja se desprendían del techo, arrancados por el viento. Columnas de polvo se elevaban del suelo y se metían en los ojos de los dos pequeños. Dedos de fuego cruzaban el cielo negro. En la cercana selva un rayo alcanzó un árbol, que empezó a arder.

Mona dio un empujón a David, que cayó sobre las manos y las rodillas. Mona le dio otro empujón al mismo tiempo que el viento la lanzaba hacia el interior de la choza. La puerta se cerró de golpe.

Los dos niños soltaron una exclamación.

El viento se colaba entre las cañas y el papiro y hacía que las paredes de la choza se estremecieran. David y Mona alzaron los ojos.

El techo estaba ardiendo.

Corrieron hasta la puerta e intentaron abrirla, pero no lo consiguieron.

Estaban atrapados.

* * *

Al notar olor a humo, Grace dejó su diario y se acercó a la ventana.

Tres chozas ardían.

—¡Santo Dios! —susurró—. ¡Mario! ¡Mario! —salió corriendo por la puerta principal, bajó los escalones y dio la vuelta a la choza de Mario, que ya salía de ella, subiéndose los pantalones.

Empezaban a aparecer trabajadores de la misión, parpadeando, con cara de sueño, corriendo hacia las chozas en llamas. Al ver que Mario se encaminaba hacia la choza de cirugía, Grace gritó:

—¡No! Olvídate del equipo. ¡Salva a los pacientes!

Se dirigieron rápidamente hacia la choza larga donde estaban los enfermos hospitalizados y vieron que las dos enfermeras de noche ya hacían salir a la gente. Dos de las paredes y el techo aparecían envueltos en llamas.

El viento llevaba chispas de una choza a otra hasta que todas las estructuras empezaron a arder. Las llamas subían hacia el cielo mientras los trabajadores forcejeaban con camillas, sillas de ruedas y muebles. Grace intentaba supervisar el caos, gritando para hacerse oír en medio del estruendo del viento y el fuego. Pero el pánico se apoderó de la multitud. Los hombres entraban en las chozas incendiadas y quedaban atrapados al intentar poner a salvo mesas y sillas. Las balas de oxígeno estallaban y el ruido de cristales rotos se imponía al estruendo infernal. La gente corría de un lado a otro, agitando los brazos, chillando; Grace les hacía detenerse, les daba órdenes e intentaba dirigir la evacuación de los pacientes.

—¡Memsaab! —gritó Mario, tirando de su camisón de dormir—. ¡Mire!

Al volverse, Grace vio que su bungalow ardía también.

¡Mona!

—¿Dónde está Mona, Mario? ¿La has visto?

El muchacho corrió hacia el bungalow, pero se vio empujado hacia atrás por la explosión de llamas que surgió de una choza. Grace lo arrastró hasta un lugar seguro. Luego echó a correr hacia su casa, llamando a Mona a gritos. Al pasar por delante de la choza de cirugía, que estaba medio incendiada, le pareció oír voces que llamaban desde dentro.

Corrió hasta la puerta y apretó la oreja contra la madera. El humo salía por las grietas y las rendijas. El tejado era un cono de fuego. Grace aguzó el oído. Oyó las voces de los niños, que llamaban débilmente.

—¡Mona! —Grace trató de abrir la puerta.

Unos hombres llegaron corriendo con hojas de platanero y empezaron a golpear las llamas que lamían las paredes. Alguien arrojaba puñados de tierra. Grace empujaba la puerta con toda su fuerza; un africano la obligó a apartarse y luego embistió la madera con su propio cuerpo.

El techo empezaba a hundirse y ya no se oían los gritos de los dos pequeños.

Pronto todo el recinto se convirtió en un infierno de llamas y los africanos comenzaron a retirarse, asustados.

Grace gritaba y golpeaba la puerta mientras una lluvia de ceniza y chispas caía sobre ella. Notaba el calor en el rostro y los pulmones.

—¡Mona! —gritó.

Finalmente la puerta cedió y el humo salió por ella. Cubriéndose la cara, Grace se arrodilló y alargó las manos hacia el interior. El techo empezaba a venirse abajo. Tocó una extremidad, la asió y tiró de ella con todas sus fuerzas. El cuerpo de David salió de la choza en el momento en que una masa de papiro llameante caía del techo sobre la cabeza de Grace. Siguió tirando de David hasta dejarlo fuera de peligro. Luego, luchando contra el calor y el humo, volvió a entrar para buscar a Mona.

Y entonces empezó a llover.

Las nubes abultadas reventaron y el agua cayó sobre el infierno. Las llamas se encogieron y un fuerte sonido sibilante empezó a llenar el aire. Los truenos y los relámpagos se alejaron y la lluvia comenzó a caer con fuerza, como un río.

Grace chapoteaba en el barro, tropezando con su propio camisón. La paja que momentos antes ardía era ahora una masa empapada y pesada. Grace se metió en el vapor, resbalando y tropezando, y se puso a buscar a Mona.

Los africanos se retiraron, luego se esfumaron en el diluvio.

Grace encontró a Mona atrapada debajo del armario de los instrumentos, que se había volcado. Antes de que pudiera sujetarla, el techo se derrumbó bajo la fuerza de la tempestad y enterró a la niña. Grace se puso a escarbar frenéticamente, apartando la paja empapada, hasta que le sangraron las manos. Mona yacía inmóvil, un brazo pálido formando un ángulo muy poco natural.

La lluvia azotaba con violencia a Grace, pegándole los cabellos al rostro. Intentó alzar el armario, pero no pudo. Llamó pidiendo ayuda y el viento le llenó la boca de lluvia. Apenas podía ver lo que tenía delante. La lluvia era como un muro sólido y el suelo de la choza se estaba transformando rápidamente en un lago. Hacía sólo unos momentos Mona corría peligro de morir abrasada, ahora se ahogaría si Grace no lograba sacarla a tiempo.

—¡Socorro! —gritó—. ¡Que venga alguien! ¡Mario!

Miró a su alrededor, presa de desesperación. El recinto estaba desierto; los negros restos de las chozas y el mobiliario del hospital producían un sonido sibilante bajo el chaparrón.

—¡Socorro! —volvió a gritar—. ¿Dónde están todos?

Entonces vio que una forma salía de la cortina de lluvia y se le acercaba despacio.

—Ayúdeme, por favor —sollozó Grace—. Mi niña está atrapada. Puede que aún esté viva.

Wachera la miró con expresión pétrea.

—¡Maldita sea! —exclamó Grace—. ¡No te quedes ahí parada! ¡Ayúdame a levantar este armario!

La hechicera pronunció una sola palabra:

—Thahu.

—¡Ni
thahu
ni narices! —gritó Grace, tirando del armario y rompiéndose las uñas—. ¡Es una tempestad y nada más! ¡Ayúdame!

Wachera no se movió. Siguió de pie bajo el aguacero, su vestido de cuero empapado, la lluvia resbalándole por la cabeza afeitada.

Grace se levantó de un salto.

—¡Maldita sea! —gritó—. ¡Ayúdame a salvar a esta niña!

Los ojos de la hechicera se movieron hacia el brazo patético que salía de debajo del armario. El nivel del agua iba subiendo alrededor del cuerpo inerte de Mona.

—¡Yo he salvado a tu hijo! —gritó Grace.

Wachera volvió la cabeza y, al ver a David, que empezaba a recobrar el conocimiento en el barro, su expresión cambió. Apartó la mirada del chico, la dirigió hacia la mujer blanca y luego hacia el armario. Sin decir palabra se agachó y asió un extremo. Grace asió el otro y juntas, jadeando y forcejeando, consiguieron levantar el pesado mueble.

Grace se arrodilló y con movimientos delicados dio la vuelta al cuerpo de la niña. Mientras apartaba los cabellos y limpiaba el barro de la cara, que estaba blanquísima, dijo:

—¿Mona? Mona, cariño. ¿Me oyes?

Grace palpó el cuello de la pequeña y encontró pulso. Acercó la mejilla a los labios grises y detectó una leve respiración. Vivía. Pero a duras penas.

Intentó pensar. Se sentó a medias con su sobrina en brazos y sus ojos recorrieron el recinto. ¿Dónde estaban todos?

Como si leyese su pensamiento, Wachera dijo:

—Todos te han abandonado. Tienen miedo a la thahu. Temen el castigo de Ngai.

Grace no le hizo caso. Apretando a la niña inerte contra su cuerpo, buscó ansiosamente un lugar donde refugiarse. Todas las chozas aparecían destruidas. El fuego había consumido su propio bungalow y el viento lanzaba la lluvia contra los restos. Su cerebro se debatía, incapaz de pensar con claridad. Siguió sentada en el barro, procurando que la lluvia no mojase el rostro de Mona.

«Mis instrumentos, mis medicinas, mis vendas…»

Todo había desaparecido.

Entonces pensó en Bellatu, en sus dormitorios y sus camas secas. En alguno de los cuartos de baño habría medicinas y podía hacer vendas con las sábanas.

Grace intentó levantarse. El golpe en la cabeza la había dejado mareada. Un hilillo de sangre le entraba en el ojo derecho. Decidió ir a la casa grande. Pero el camino… ¡estaría intransitable!

Bajo la lluvia vio su propio camión Ford hundido en el barro hasta el estribo. La carretera de Nyeri también sería un largo pantano. Sabía que nadie conseguiría llegar.

Apretando fuertemente a Mona contra sí, Grace intentó levantarse de nuevo, pero resbaló y cayó. Entonces vio la tremenda herida en la pierna de la niña e intentó encontrarle el pulso.

«¡Se me muere!»

A la tercera intentona, Grace logró tenerse en pie. Echó a andar con pasos vacilantes bajo la lluvia, hacia el sendero que subía hasta el risco. Mona era un peso muerto en sus brazos; el mundo tempestuoso que la rodeaba parecía dar vueltas; el suelo daba la impresión de moverse bajo sus pies.

Grace prorrumpió en sollozos. Siguió avanzando con el barro hasta las rodillas, tropezando con el camisón, la lluvia empujándola hacia atrás, Mona pesando cada vez más. Tenía que llegar a la casa o las dos morirían ahogadas en el barro, solas…

Entonces dos brazos negros, relucientes de lluvia, se extendieron hacia ella y de pronto la liberaron de su carga. Wachera tomó a Mona con facilidad y se volvió. Grace la siguió con los ojos.

Vio que el niño caminaba detrás de su madre y que los dos se dirigían hacia el campo de polo.

—Esperad —susurró Grace. La cabeza le daba vueltas; se tocó la frente con una mano y, al apartarla, vio que estaba ensangrentada.

Aterida, mojada y aturdida, Grace avanzó trabajosamente por las ruinas detrás de la hechicera africana, que caminaba hacia su choza.

Capítulo 26

Grace abrió los ojos.

Había poco que ver, sólo el interior humoso de una choza africana. Al tratar de moverse, notó que le dolían todas las articulaciones y músculos. Tenía el cerebro lleno de niebla y no conseguía acordarse de dónde se encontraba, de lo que había ocurrido.

Permaneció tendida e inmóvil, escuchando el ruido de la lluvia sobre el techo de paja, reconociendo los olores de la choza. Eran a la vez conocidos y extraños. Alguien hablaba. ¿Cantaba? De nuevo intentó moverse. La choza giraba en torno a ella y se sintió mareada.

Other books

The Friends We Keep by Holly Chamberlin
Cold Touch by Leslie Parrish
Magic by Danielle Steel
A Pale View of Hills by Kazuo Ishiguro
Threading the Needle by Marie Bostwick
Appointment with Death by Agatha Christie
Renegade (2013) by Odom, Mel
Naked Edge by Charli Webb