Aullidos (19 page)

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Authors: James Herbert

Tags: #Ciencia ficción, Intriga

BOOK: Aullidos
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—¿Eres… eres… un perro? Sí, creo que eres un perro —dijo el tejón.

Yo carraspeé, dudando entre quedarme inmóvil o echar a correr.

—No temas —dijo el tejón—. No te haré ningún daño a menos que tú pretendas lastimarnos a nosotros.

El tejón salió de su madriguera. Medía unos cien centímetros de longitud y era muy alto.

—Me ha parecido reconocer tu olor. No suelen venir muchos perros por aquí. ¿Estás solo? No habrás venido acompañado de uno de esos granjeros que se dedican a cazar de noche…

El tejón, lo mismo que la zorra, no se fiaba de la asociación de los perros con los hombres. Yo le aseguré que estaba solo.

El tejón guardó silencio mientras me observaba con curiosidad. Al cabo de unos instantes salió otro tejón de la madriguera y supuse que se trataba de su compañera.

—¿Qué sucede? ¿Quién es éste? —preguntó bruscamente.

—No te inquietes. Es un perro y no pretende lastimarnos —dijo el tejón—. ¿Qué haces solo por estos parajes, amigo? ¿Te has perdido?

Antes de que pudiera responder, su compañera exclamó:

—¡Échalo de aquí! ¡Quiere apoderarse de nuestras crías!

—No, no —la tranquilicé—. Sólo estoy de paso. Me iré en seguida. No se enoje.

Cuando me disponía a marcharme, el tejón me detuvo, diciendo:

—Un momento. Quédate un rato. Quiero hablar contigo.

Yo no me atrevía a salir huyendo.

— ¡Échalo de aquí! ¡No me gusta! —insistió su compañera.

—¡Cállate! —le ordenó el tejón en voz baja pero con firmeza—. Vete a cazar. Deja un buen rastro para que pueda seguirte y más tarde me reuniré contigo.

Su compañera comprendió que era inútil ponerse a discutir y se fue. Al pasar junto a mí, sus glándulas anales emitieron un olor nauseabundo a modo de comentario.

—Acércate para que te vea mejor —dijo el tejón. Su enorme cuerpo se había encogido y supuse que al verme se le había erizado el pelo y ahora había recobrado su volumen normal—. Cuéntame qué haces aquí. ¿Perteneces a alguien?

Temoroso, avancé unos pasos.

—No pertenezco a nadie. He tenido un amo, pero ahora soy libre.

—¿Te han maltratado?

—Como a todos los perros.

El tejón asintió y dijo:

—Y como a todos los hombres.

Yo le miré perplejo. ¿Qué sabía él sobre los hombres?

El tejón se sentó cómodamente en el suelo y me invitó a hacer lo mismo. Tras vacilar unos instantes, le obedecí.

—Hablame de ti. ¿Cómo te llamas? —me preguntó.


Fluke
—contesté, extrañado de sus conocimientos. Para ser un tejón, parecía muy humano—. ¿Y tú?

El tejón soltó una risa seca.

—Los animales salvajes no tenemos nombre, sabemos perfectamente quiénes somos. Son los hombres los que ponen nombres a los animales.

—¿Cómo lo sabes? Me refiero a los hombres.

El tejón lanzó una sonora carcajada y contestó:

—Yo era antes un hombre.

Me quedé estupefacto. ¿Había oído bien? Le miré boquiabierto.

El tejón volvió a soltar una risotada. Les aseguro que la risa de un tejón es capaz de poner nervioso a cualquiera. Conteniendo mis deseos de levantarme y echar a correr, dije:

—De modo que has sido un…

—Así es. Y tú también, como todos los animales.

—Pero…, yo sé que he sido un hombre. Creía que era el único. Yo…

El tejón me interrumpió sonriendo.

—Chitón. Comprendí que no eras como los otros en cuanto te olí. He conocido a algunos animales parecidos a ti, pero tú tienes algo especial. Tranquilízate y cuéntame tu historia. Luego te contaré algunas cosas sobre ti y sobre nosotros.

Mientras trataba de dominar los furiosos latidos de mi corazón, empecé a relatarle mi vida: le hablé sobre mis primeros recuerdos en el mercado, mi primer amo, la perrera, el taller de desguace, el jefe,
Rumbo
, la anciana y mi episodio con la astuta zorra. Le dije a dónde me dirigía y le referí mis recuerdos de cuando era un hombre. A medida que proseguía mi relato mis nervios se fueron aplacando, aunque todavía estaba muy excitado. Era fantástico poder hablar con alguien que me escuchaba, que comprendía las cosas que yo le contaba y mis sentimientos. El tejón permanecía en silencio, asintiendo unas veces y otras sacudiendo la cabeza para demostrarme que se compadecía de mí. Cuando terminé me sentía exhausto pero al mismo tiempo satisfecho. Era como quitarse un peso de encima. Ya no estaba solo, pues existía alguien que sabía lo que sabía yo. Miré ansiosamente al tejón y éste me preguntó:

—¿Por qué quieres ir a esa ciudad llamada Edenbridge?

—¡Para reunirme con mi esposa y mi hija! Para decirles que no he muerto.

El tejón calló durante unos minutos y luego dijo:

—Lo cierto, sin embargo, es que estás muerto.

Sus palabras me dejaron helado.

—No es cierto. ¿Cómo puedes decir esto? Estoy vivo, no como un hombre, sino como un perro. ¡Estoy atrapado en el cuerpo de un perro!

—No. El hombre que tú eras ha muerto. El hombre que conocieron tu esposa y tu hija ha muerto. Para ellas sólo serías un perro.

—¿Por qué? —grité angustiado—. ¿Por qué me he convertido en un perro?

—Podrías haberte convertido en cualquier otro animal, según la vida que hubieras llevado anteriormente.

Desesperado, sacudí la cabeza y dije:

—No lo comprendo.

—¿Crees en la reencarnación,
Fluke
?

—¿La reencarnación? ¿Te refieres a vivir de nuevo como otra criatura, en otra época? Creo que no.

—Tú mismo eres una prueba palpable.

—No, debe de existir otra explicación.

—¿Por ejemplo?

—No tengo ni idea. ¿Por qué habríamos de regresar a la tierra bajo otra forma?

—¿De qué sirve tener una sola existencia?

—¿Y de qué sirve tener dos? —repliqué.

—O tres, o cuatro. El hombre debe aprender, y no puede aprenderlo todo durante una vida. Muchas religiones fundadas por los hombres defienden esta tesis y aceptan la reencarnación en forma de animales. El hombre debe aprender desde todos los niveles.

—¿El qué?

—A resignarse.

—¿Por qué tiene que aprender a resignarse?

—Para poder pasar al siguiente estadio.

—¿Qué es eso?

—Lo ignoro, todavía no lo he alcanzado. Pero presiento que debe de ser muy agradable.

—¿Cómo sabes tantas cosas? ¿Por qué eres distinto de nosotros?

—Llevo mucho tiempo rondando por estos mundos,
Fluke
. He observado, he aprendido y he vivido muchas vidas. Creo que estoy aquí para ayudar a las criaturas como tú.

Sus palabras eran reconfortantes, pero yo me rebelaba contra ellas.

—Me siento confundido. ¿Pretendes decirme que debo aceptar el hecho de ser un perro?

—Debes aceptar lo que la vida te ofrece,
Fluke
. Debes aprender a ser humilde, y sólo lo conseguirás si aceptas tus circunstancias. Entonces estarás listo para pasar al siguiente nivel.

—Espera un momento —dije, tratando de hallar una solución a este galimatías—. ¿Todos los hombres nos convertimos en animales al morir?

El tejón asintió.

—Casi todos. Aves, peces, mamíferos, insectos…, no hay reglas respecto a las especies en las que nos transformamos.

—Pero en estos momentos deben de existir miles de millones de animales en el mundo. Es imposible que todos sean unos seres humanos reencarnados, nuestra civilización no es tan antigua.

El tejón sonrió y dijo:

—Cierto. Existe por lo menos un millón de especies de animales conocidas, y más de tres cuartas partes son insectos, los cuales constituyen la especie más avanzada.

—¿Los insectos son la especie más avanzada? —pregunté, incrédulo.

—En efecto. Pero permíteme que responda al primer punto que has planteado. Este planeta nuestro es muy viejo y ha sido purificado en numerosas ocasiones a fin de que la vida pueda recomenzar de nuevo, un ciclo constante de desarrollo que nos permite aprender cada vez un poco más. Nuestra civilización, como la llamáis vosotros, no ha sido la primera.

—¿Y estas… estas personas siguen reencarnándose y aprendiendo?

—Desde luego. Gran parte de nuestro progreso se debe a la memoria de las razas, no a la inspiración.

—Pero independientemente de cuándo empezó todo, el hombre ha evolucionado a partir de los animales, ¿no es cierto? ¿Cómo es posible que los animales sean unos seres humanos reencarnados si fueron los primeros en aparecer sobre la Tierra?

El tejón se echó a reír.

Imagínense mi confusión: en parte deseaba creerle porque necesitaba obtener respuestas (y el tejón se expresaba de forma concisa y reconfortante), pero por otra parte me preguntaba si no estaría chalado.

—Dices que los insectos son más avanzados…

—En efecto, aceptan sus vidas, las cuales son breves y probablemente más arduas. Una mosca de las frutas completa su ciclo vital en diez días, mientras que una tortuga puede vivir hasta trescientos años.

—No quiero ni pensar lo que habrá hecho la tortuga en su otra vida para merecer semejante penitencia —observé secamente.

—Penitencia. Sí, es una buena forma de expresarlo —dijo el tejón.

Me sentía totalmente desconcertado. El tejón me miró y soltó otra risotada.

—Esto es demasiado profundo para ti, ¿no es cierto? —dijo—. Lo comprendo. Pero piensa en ello: ¿Por qué ciertos animales repugnan a los hombres? ¿Por qué los pisotean, los maltratan, los aniquilan y los desprecian? ¿Quizá porque esos animales han sido tan malvados en su otra vida que su maldad persiste? ¿No será un castigo por las faltas que han cometido? La serpiente se pasa la vida arrastrándose sobre su vientre, la araña muere aplastada cada vez que se tropieza con el hombre. El gusano es despreciado por los seres humanos, la babosa hace que se estremezcan. Sin embargo, su muerte constituye para ellos un alivio después de una existencia tan amarga. La Naturaleza ha dispuesto que la vida de estas criaturas sea breve, y el instinto del hombre le impulsa a aniquilarlas. No sólo porque la inspiran repulsión, sino también compasión, el deseo de poner fin a sus desgracias. Estas criaturas han pagado su precio.

»Y existen muchas más,
Fluke
, muchísimas más debajo de la superficie de la Tierra. Unas criaturas que ningún ser humano ha visto jamás; unos insectos que habitan entre las llamas en el centro de la Tierra. ¿Qué daño han hecho para merecer semejante castigo? ¿No te has preguntado nunca por qué los seres humanos suponen que el infierno se encuentra "ahí abajo"? ¿Por qué alzamos la vista cuando nos referimos al "cielo"? ¿Es acaso nuestro instinto el que nos dicta estas cosas?

»¿Por qué muchos temen a la muerte mientras que otros la desean? ¿Quizá porque sabemos que constituye tan sólo una hibernación forzosa, que seguiremos viviendo bajo otra forma, que debemos pagar por las faltas que hemos cometido? No es de extrañar que quienes hayan llevado una existencia pacífica sientan menos temor.

El tejón se detuvo, no sé si para recuperar el aliento o para darme tiempo a asimilar sus palabras.

—¿Qué me dices de los fantasmas? Sé que existen, yo mismo los he visto —dije—. ¿Por qué no renacen en forma de animales? ¿Acaso han superado ese nivel? ¿Es ése el nivel al que aspiramos? Si es así, no creo que desee alcanzarlo.

—No. No han llegado a nuestro estadio de desarrollo,
Fluke
. Están más próximos a nuestro universo que a su universo anterior, por eso podemos verlos, pero están perdidos. Por eso poseen ese aura de tristeza. Están desorientados y perdidos. Al final, con un poco de ayuda, consiguen hallar el camino adecuado y renacen.

Renacer. Esa palabra me chocó. ¿Era por este motivo que yo poseía una vista extraordinaria, la cual me permitía contemplar los colores en toda su intensidad? ¿Que podía apreciar desde los aromas más delicados a los más penetrantes? ¿Porque había renacido pero seguía conservando algunos vagos recuerdos? ¡Poseía unos viejos sentidos equiparables a los nuevos! Un niño recién nacido aprende de inmediato a adaptar su visión, a atenuar la intensidad de los colores, a organizar las formas. Aprende a no aceptar. Es por este motivo que al nacer estamos casi ciegos, para que nuestro cerebro pueda ir adaptándose a los objetos que contemplamos a fin de asimilarlos. Mi vista no era en estos momentos tan clara ni imparcial como cuando era un cachorro. Mi oído tampoco. Mi cerebro, el cual había nacido con la facultad de apreciar mis sentidos, los había organizado de forma que éstos le resultaran aceptables, para que no le aturdieran.

Aparté esos pensamientos de mi mente y pregunté al tejón:

—¿Por qué los otros no pueden recordar? ¿Por qué no son como yo?

—No puedo responder a eso,
Fluke
. Tú eres distinto, aunque ignoro el motivo. Quizá seas el primero de una nueva especie. He conocido a otros que se parecían a ti, pero tú eres especial. Quizá seas un fenómeno de la Naturaleza. ¡Ojalá lo supiera!

—¿No eres tú igual que yo? ¿No era
Rumbo
prácticamente igual que yo? Un día encontramos a una rata que se parecía a nosotros.

—Sí, nos parecemos algo a ti. Supongo que yo me parezco más que
Rumbo
y la rata. Pero tú eres especial,
Fluke
. Yo también soy especial, pero en otro sentido. Como te he dicho, estoy aquí para ayudarte. Quizá
Rumbo
y la rata se parecieran a ti, pero dudo de que fueran idénticos. Puede que seas un precursor; quizá signifique que va a producirse un cambio.

—Pero, ¿por qué recuerdo únicamente unos fragmentos? ¿Por qué no puedo recordarlo todo?

—No tienes que recordar nada. Muchos animales poseen las características de su personalidad anterior; pero no piensan como tú, no piensan en términos humanos. En tu interior se está librando una batalla —el hombre contra el perro—, pero creo que al final el conflicto se resolverá por sí solo. O bien te convertirás definitivamente en un perro o ambas facetas de tu personalidad alcanzarán un equilibrio. Espero que ocurra esto último, pues significaría que se está produciendo una nueva evolución en la que todos estamos implicados. Pero escúchame bien: jamás volverás a ser un hombre en esta vida.

La desesperación se apoderó de mí. ¿Qué me había figurado? ¿Que algún día, por obra de un milagro, regresaría a mi antiguo cuerpo? ¿Que llevaría de nuevo una vida normal? Lancé un angustioso gemido y lloré como jamás había llorado.

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