Aullidos

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Authors: James Herbert

Tags: #Ciencia ficción, Intriga

BOOK: Aullidos
10.76Mb size Format: txt, pdf, ePub

 

Narra las aventuras de
Fluke
, un inteligente cachorro de perro que es acogido por una vagabunda. Cuando ésta muere,
Fluke
se hará amigo de
Rumbo
, un divertido chucho callejero que le iniciará en los secretos de la vida perruna. Obsesionado por unos enigmáticos recuerdos humanos,
Fluke
descubrirá con la ayuda de
Rumbo
que él es en realidad la reencarnación de Tom , un joven ejecutivo que murió en un misterioso accidente automovilístico tras discutir con su amigo Jeff .
Fluke
decidirá entonces marchar en busca de los que fueron su mujer y su hijo , con la intención de protegerlos, hacerles ver quien es él y descubrir la oscura trama que se oculta tras su propia muerte.

James Herbert

Aullidos

ePUB v1.0

AlexAinhoa
09.06.12

Título original:
Fluke

James Herbert, 1977.

Traducción: Camila Batlles.

Diseño/retoque portada: THE IMAGE BANK

Editor original: AlexAinhoa (v1.0)

ePub base v2.0

Para Kerry, Emma y Casey

Primera parte
Capítulo 1

Sentí que el sol me abrasaba los párpados, incitándome a abrir los ojos. Unos ruidos confusos, como un parloteo interrumpido de vez en cuando por unos sonidos estridentes, se filtraba por mis oídos hasta mi cerebro.

Con cautela, casi involuntariamente, entreabrí los ojos, húmedos y pegajosos, y distinguí un enorme cuerpo oscuro y peludo, tan grande como yo mismo, que respiraba profunda y rítmicamente, inmerso en un plácido sueño. Bostecé y abrí los ojos por completo. A mi alrededor yacían otros cuerpos, negros y grises —una mezcla de ambos colores—, algunos de pelo corto y liso, otros tupido y rizado. Una figura blanca se abalanzó sobre mí y me mordió en la oreja. Yo lancé un aullido y me aparté. ¿Dónde estaba? ¿Quién era yo? ¿Qué era yo?

Percibí distintos olores, al principio desagradables y luego, curiosamente, agradables. Arrugué la nariz, aspirando los potentes aromas que de alguna forma me hacían sentirme seguro. Me arrimé a los cálidos cuerpos que había junto a mí para librarme del pelmazo que me había mordido, el cual se alzó sobre sus cuartos traseros, apoyó las patas sobre la tela metálica que nos rodeaba y agitó el rabo. De repente, una enorme y pálida mano lo agarró por el pescuezo y lo sacó de la jaula.

Yo lancé otro aullido, asustado ante aquella mano inmensa y vigorosa que despedía unos extraños olores. Era aterradora y sin embargo… interesante. Me refugié entre los peludos y cálidos cuerpos, buscando un contacto que no comprendía. ¿Por qué estaba rodeado de esos monstruosos animales y por qué me sentía vinculado a ellos?

Me despabilé y sentí que los músculos de mi cuerpo se tensaban. Me hallaba en una jaula con el suelo cubierto de paja. La tela metálica que nos rodeaba era muy alta, mucho más que yo, y mis compañeros eran perros. Creo que en aquellos momentos no estaba asustado sino más bien desconcertado. Recuerdo que empecé a jadear y me oriné un poco, tan sólo unas gotitas. Traté de acurrucarme entre dos rollizos cuerpos con los cuales sentía cierta afinidad, como una especie de vínculo. Supongo que era porque estábamos emparentados, pero en aquellos momentos reaccioné de una forma puramente instintiva.

Miré a mi alrededor sin atreverme a levantar la cabeza. Todo tenía un color apagado, a base de grises y castaños que apenas se distinguían entre sí. Sin embargo, yo veía los colores mentalmente porque los había visto antes… antes…

¿Antes?

Dada la confusión que experimentaba en aquellos momentos, era inútil tratar de hallar una respuesta a esa pregunta.

Poco a poco empecé a percibir los colores con mayor claridad, como si poseyera un don que me diferenciaba de mis compañeros. Los suaves grises se convirtieron en castaños claros, los grises más plomizos en marrones oscuros. Los negros seguían siendo negros, aunque más intensos. El deslumbrante arco iris me mareaba, cegándome con su intensidad. Los negros ya no eran negros sino azul, cobalto, cientos de tonalidades marrones. Los colores herían mis pupilas y cerré los ojos. Pero el sol seguía abrasándome los párpados y los colores estallaban ante mí. De pronto, el espectro adquirió un orden y los colores hallaron su justo equilibrio; los destellos de color se hicieron más tenues y las diversas tonalidades comenzaron a relacionarse entre sí. Abrí los ojos y comprobé que el breve universo monocromático había desaparecido, sustituido por un deslumbrante lienzo móvil en el que cada color era independiente y al mismo tiempo se interrelacionaba con los otros. Todavía hoy me deleito contemplando todo cuanto me rodea, los sorprendentes colores que aparecen súbitamente, como si se revelaran ante mí por primera vez aunque siempre han estado ahí, sólo que yo no me fijaba en ellos. Los colores son ahora más suaves, pero todavía poseen cierta frescura y resultan más interesantes que antes. Supongo que se debe a que el mundo me parece mayor; el hecho de estar más cerca del suelo hace que me sienta más vinculado a la Naturaleza.

Después de atravesar esa curiosa etapa que ni comprendía ni apreciaba, decidí aventurarme un poco más en mis exploraciones. Alcé la cabeza y vi pasar unos rostros que me miraban sonriendo afectuosamente. En aquellos momentos todos me parecían iguales; no distinguía a los machos de las hembras, ni a un individuo de otro. Tampoco sabía exactamente lo que eran. Curiosamente, desde el principio aprendí a distinguir a los gigantes más pequeños no ya de los mayores, sino como individuos. Algunos me contemplaban riendo y emitiendo extraños sonidos con la boca, girándose para mirar inquisitivamente a unos gigantes más altos que los acompañaban. Por encima de sus cabezas vi unos inmensos edificios de ladrillo gris que se erguían hacia el cielo, el cual tenía un maravilloso color azul, nítido y profundo. El cielo es lo más puro que he conocido, ya sea el frío azul pálido del amanecer, el intenso azul cobalto del mediodía o la profunda negrura salpicada de plata de la noche. En los días nublados, hasta el más pequeño fragmento de cielo azul hace que me sienta alegre. En aquellos momentos tuve la impresión de estar contemplando el cielo por primera vez, y en cierto modo así era, aunque a través de otros ojos.

Extasiado, contemplé el sol durante unos instantes, hasta que sus intensos rayos me cegaron y parpadeé. Súbitamente comprendí lo que yo era. No me llevé un sobresalto, pues mi nuevo cerebro todavía funcionaba como es debido y los recuerdos se hallaban agazapados en él. Yo aceptaba lo que era; no fue hasta más tarde que comencé a interrogarme acerca de mis orígenes. En aquellos momentos, sin embargo, me parecía absolutamente normal ser un perro.

Capítulo 2

¿Dudan ustedes de mi palabra? ¿O es otra sensación la que detecto? ¿Acaso temor? Sólo les pido que dejen escuchar a su mente, que durante unos instantes desechen sus prejuicios y creencias hasta que haya terminado mi relato. Hay muchas cosas que todavía no están claras para mí y que nunca lo estarán, al menos en esta vida, pero quizá pueda ayudarles a comprender mejor su propia existencia. Y quizá les ayude a sentirse menos atemorizados.

Mientras miraba en torno mío, con unos ojos muy distintos de los suyos, sentí de improviso un tirón en el pescuezo y una mano me alzó de la jaula mientras yo agitaba las patas en el aire. Luego otra mano me sostuvo por el trasero, aliviando la tensión que sentía en el pescuezo. El olor y la dureza de aquellas manos me desagradaban. Cada olor era distinto y nuevo para mí. No formaban un solo olor, sino que cada uno poseía su propia identidad y se combinaban para caracterizar al individuo. Resulta difícil de explicar, pero lo cierto es que los seres humanos se identifican entre sí componiendo visualmente los rasgos de la otra persona —la forma de la nariz, el color de los ojos, del cabello, el tono de la piel, la forma de los labios y la estructura del cuerpo—, mientras que a nosotros, los animales, nos resulta más sencillo captar a través de nuestros sentidos los diversos olores corporales. Son mucho más fiables, pues los rasgos físicos pueden disimularse o modificarse con el paso del tiempo, pero es imposible ocultar nuestro aroma personal. Es algo que se compone de todo lo que uno ha hecho en la vida, y por más que uno se lave y se frote, es imposible hacer que desaparezca. Los alimentos que uno ha ingerido, las ropas que se ha puesto, los lugares que ha visitado, todo ello nos proporciona nuestra identidad, y no existe un aspecto visual más fácilmente reconocible.

El gigante que me sacó de la jaula (en aquel momento todavía no tenía un concepto del hombre) apestaba a tabaco, a alcohol, a comidas grasientas y al olor que, según comprobé más tarde, se halla siempre presente —el sexo—, aunque en aquellos momentos todos los olores me resultaban nuevos y, como ya he dicho, aterradores, desagradables y al mismo tiempo interesantes. El único olor que me resultaba familiar era el olor a perro, el cual perseguía con mi sensible olfato pues hacía que me sintiera seguro. Vi millones de animales de dos patas andando de un lado para otro, cuyas voces lastimaban mis oídos y me confundían. Me hallaba en un mercado callejero, e incluso en aquellos primeros momentos me pareció reconocer el lugar. De pronto oí unos gruñidos junto a mi oreja y volví la cabeza. Los labios de la criatura que me sostenía se movían continuamente y comprobé que los gruñidos salían de allí. Naturalmente, en aquel momento no reconocía las palabras que pronunciaba, pero captaba la intención.

De pronto oí otra voz junto a mí y me encontré en brazos de otra criatura, de la cual emanaba un aroma muy distinto. Supongo que los olores de cuanto había comido y bebido seguían presentes, pero no olía a nicotina. La bondad también se puede oler, pues es como una fragancia. No es muy interesante, pero resulta reconfortante. El hombre no despedía un olor a bondad muy intenso, pero en comparación con las manos que acababa de abandonar, era como verse envuelto en el más exquisito perfume. Empecé a lamer sus manos, en las cuales aún había restos de comida. Es muy agradable lamer una mano o un rostro humano; el sudor que emana un individuo sabe a los alimentos que éste acaba de ingerir y el gusto salado realza el sabor. Es un gusto sutil que se desvanece al instante, pero el delicado sabor, combinado con el cosquilleo que se siente en la lengua al lamer la piel, constituye un placer para todos los perros. No se trata de una afectación (aunque al cabo de un rato resulta más agradable percibir un sabor familiar que uno desconocido y se convierte casi en un gesto de afecto), sino más bien un ejercicio de las papilas gustativas.

Mientras el bondadoso gigante me oprimía con una mano contra su pecho, con la otra me acariciaba la cabeza y me hacía cosquillas detrás de las orejas. Yo traté de morderle la nariz, pero él se apartó emitiendo un sonido que sólo podía interpretarse como un gruñido de satisfacción y yo redoblé mis esfuerzos para alcanzar el bulboso apéndice. Mi lengua rozó su hirsuta barbilla y me aparté sobresaltado, pero en seguida me lancé de nuevo al ataque. Esta vez, el gigante me contuvo con firmeza.

Ambos gigantes discutieron y regatearon durante unos minutos y luego volvieron a depositarme en la jaula. Yo di un salto y apoyé las patas en el borde de la tela metálica, tratando de alcanzar al gigante bondadoso. En aquel momento apareció un cuerpo blanco y peludo que intentó apartarme a un lado, pero yo me resistí, pues presentía que iba a sucederme algo agradable. Luego vi que el gigante bondadoso entregaba unos billetes verdes a mi cuidador y mi nuevo dueño me sacó de la jaula y me estrechó contra su pecho. Yo lancé un ladrido de alegría y traté de lamer el enorme semblante que se inclinaba sobre mí. No recuerdo haber sufrido a manos del otro gigante, pero sabía que era preferible alejarme de su lado, pues exhalaba maldad por todos los poros de su cuerpo. Al contemplar los otros cuerpos que yacían en la jaula sentí lástima de ellos; eran mis hermanos, mis amigos. Mientras nos alejábamos del mercado recordé la imagen de un perro mucho mayor que yo, probablemente mi madre, y me embargó una profunda tristeza. Rompí a llorar y me acurruqué en los brazos de mi protector, el cual me acarició el lomo mientras emitía unos sonidos suaves y reconfortantes.

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