Aullidos (16 page)

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Authors: James Herbert

Tags: #Ciencia ficción, Intriga

BOOK: Aullidos
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Hay muchos insultos que se pueden arrojar a la cara de un perro sin que éste se ofenda, pero hay una cosa que no estamos dispuestos a tolerar, y es que nos llamen sucios. (Aunque lo seamos, no nos gusta que nos lo recuerden.) Yo solté un gruñido para hacerla callar.

Victoria no me hizo caso y siguió insultándome, empleando unas palabras que no merece la pena que repita, aunque reconozco que algunas eran muy ingeniosas. Yo estaba dispuesto a soportar sus ofensas hasta que, de pronto, me escupió en la cara. Entonces me abalancé sobre ella, que era precisamente lo que pretendía.

Se encaramó de un salto en el aparador, escupiendo y chillando. Yo traté de atraparla, gritando e insultándola. Victoria empezó a retroceder y de pronto chocó con los platos que se hallaban en el primer estante, los cuales se estrellaron contra el suelo.

En aquel momento apareció una sombra en la puerta, pero yo seguí ladrando como un imbécil. No reparé en la presencia de Miss Birdle hasta que ésta me atizó un golpe en el lomo con el rastrillo. Corrí hacia la puerta, pero la anciana la alcanzó antes que yo y la cerró de un portazo. Luego se volvió hacia mí, sosteniendo el rastrillo como si se tratara de una lanza y rozándome el hocico con sus dientes de hierro. Yo la miré y tragué saliva.

Su rostro había adquirido un tono violáceo; parecía como si las diminutas venas de sus mejillas fueran a estallar y los ojos a saltársele de las órbitas. Yo me moví una fracción de segundo antes que ella y el rastrillo cayó en el suelo a escasos centímetros de donde me encontraba. La anciana empezó a perseguirme alrededor de la habitación mientras la gata nos observaba desde el aparador, sonriendo satisfecha. Cuando iniciamos nuestra tercera vuelta, Miss Birdle advirtió su presencia y le propinó un golpe con el rastrillo (supongo que su rabia al no conseguir alcanzarme influyó en ello). Victoria saltó del aparador y se unió a mí en la batalla. Por desgracia (sobre todo para nosotros), al golpear a la gata Miss Birdle había derribado unos cuantos platos, junto con algunas tazas y un pequeño jarrón antiguo, los cuales se hicieron añicos.

El angustioso alarido que oímos a nuestras espaldas nos dio a entender que la situación se había puesto muy fea: Miss Birdle estaba a punto de sufrir un ataque. Victoria decidió ocultarse en la estrecha cavidad entre el respaldo del sofá y la pared, debajo de la ventana. Yo la seguí precipitadamente, casi montándome encima de ella. Aunque apenas cabíamos, conseguimos avanzar hasta la mitad del oscuro pasadizo. Luego nos detuvimos, temerosos de seguir avanzando y toparnos con Miss Birdle.

—Tú tienes la culpa —rezongó la gata.

Antes de que yo pudiera protestar, la ancina me golpeó en el lomo con el mango del rastrillo para obligarme a salir. La gata y yo nos precipitamos hacia el otro extremo del estrecho túnel, tropezando y chocando el uno con el otro. Cuando al fin aparecimos, la anciana se precipitó sobre nosotros.

Dado que yo era un blanco más grande, recibí más golpes que la gata, aunque me complace informarles que ésta se llevó también una buena tunda. La persecución duró unos cinco minutos, hasta que Victoria decidió que su única salida era a través de la chimenea. A medida que trepaba por ella empezaron a descender unas nubes de hollín, el cual se depositó alrededor de la chimenea. Esto enfureció aún más a Miss Birdle. La anciana tenía la costumbre de colocar la leña en la chimenea por la mañana y encender el fuego por la tarde, a pesar de que ya estábamos en primavera y hacía calor, pero aquel día decidió encenderlo antes.

Horrorizado, vi como el papel y la leña comenzaban a arder. Miss Birdle se olvidó de mí durante unos instantes y se sentó en el sillón, sosteniendo el rastrillo en su regazo. Ambos nos quedamos observando la chimenea, Miss Birdle conteniendo apenas su impaciencia y yo aterrado. La acogedora salita había quedado patas arriba.

Las llamas y el humo comenzaron a elevarse. Victoria se puso a toser, haciendo que descendiera otra nube de hollín, y comprendimos que se hallaba atrapada en la chimenea. Mientras aguardábamos, las comisuras de los rígidos labios de Miss Birdle se curvaron en una rígida sonrisa. El único sonido que se oía en la habitación era el crepitar de la leña.

En aquel momento sonaron unos golpes en la puerta.

Miss Birdle giró la cabeza, sobresaltada.

—¿Está usted ahí, Miss Birdle? —preguntó una voz.

La anciana colocó rápidamente el rastrillo detrás del sofá, enderezó los muebles y ocultó los pedazos de la vajilla debajo del sillón. Tan sólo la alfombra manchada de hollín y el leve desorden de la habitación indicaban que se había producido un incidente fuera de lo común. Miss Birdle se detuvo unos instantes para pasarse la mano por el pelo y estirarse el vestido antes de abrir la puerta.

El vicario había alzado la mano, dispuesto a llamar de nuevo a la puerta.

—Lamento importunarla —dijo, sonriendo tímidamente—. Se trata de los arreglos florales para la fiesta del sábado. ¿Podemos contar este año con su valiosa colaboración, Miss Birdle?

La anciana le sonrió dulcemente y respondió:

—Por supuesto, Mr. Shelton. ¿Acaso les he fallado alguna vez?

El cambio que se había operado en ella era asombroso; el demonio vengador se había convertido de nuevo en un ángel puro e inocente. Mientras la anciana y el vicario intercambiaban unas frases de cortesía, la gata se estaba asando en la chimenea.

—¿Cómo está el pequeño vagabundo? —oí preguntar al vicario.

—Perfectamente —respondió Miss Birdle. Luego tuvo la desfachatez de volverse y mirarme sonriendo—. Ven a saludar al vicario,
Fluke
.

Supongo que esperaba que corriera a lamer la mano del clérigo, agitando el rabo para demostrarle lo contento que estaba de verlo, pero yo me hallaba todavía aturdido y corrí a ocultarme detrás del sillón.

—Parece que los extraños no le caen bien —observó el vicario, sonriendo.

Yo no estaba seguro si se dirigía a mí o Miss Birdle, pues había adoptado ese tono bobalicón que suelen emplear las personas cuando se dirigen a los animales. Ambos me miraron afectuosamente.

—No, es que es muy tímido —dijo Miss Birdle dulcemente.

—¿Ha localizado la Policía a sus dueños? —preguntó el vicario.

—El sargento Hollingbery me dijo ayer que nadie había denunciado su desaparición, lo cual me hace suponer que sus dueños no le querían mucho.

Ambos se giraron simultáneamente y me miraron con lástima.

—No importa —dijo el vicario alegremente—. Ahora ha encontrado un buen hogar, en el que seguramente se siente feliz. Estoy convencido de que se porta muy bien, ¿no es así? —La pregunta iba dirigida a mí.

Seguro, pensé, y la pobre gata que se está asando en la chimenea también se porta muy bien.

—La habitación se está llenando de humo. ¿No tendrá la chimenea atascada, Miss Birdle?

La anciana soltó una risita y contestó:

—No, siempre hace esto cuando la enciendo, hasta que el aire empieza a circular.

—Yo que usted haría que la revisaran, sería una lástima que el humo echara a perder su preciosa casita. Mañana le enviaré a un operario para que se la arregle. Bien, el comité de la Asociación de Mujeres se reúne el miércoles…

En aquel momento apareció Victoria.

El vicario se quedó boquiabierto cuando la gata, cubierta de hollín y con el pelo chamuscado, cayó por la chimenea, gritando y escupiendo de rabia. Luego pasó corriendo junto a él y desapareció por el sendero, dejando una estela de humo negro. El vicario se volvió hacia la anciana y la miró atónito.

—Hace rato que me preguntaba dónde se habría metido la gata —dijo Miss Birdle sin inmutarse.

La gata no regresó, al menos mientras permanecí allí, y dudo mucho de que regrese nunca. La extraña vida en casa de Miss Birdle prosiguió como de costumbre y mi benefactora olvidó el episodio. Durante algunos días, después de la desaparición de Victoria, Miss Birdle solía asomarse a la puerta para llamarla, pero supongo que la gata debía hallarse a centenares de kilómetros de allí (todavía sueño por las noches que me la encuentro en la oscuridad, mirándome enfurecida). Sin embargo, Miss Birdle olvidó pronto a Victoria y centró toda su atención en mí, aunque, como es natural, yo no acababa de fiarme de ella. Me andaba con mucha cautela y aprendí a controlar mi impetuoso temperamento, pues temía que volviera a darle otro arrebato. Pensé en irme de su casa, pero confieso que la idea de estar bien alimentado y dormir en un lecho confortable era más fuerte que mi temor ante lo que pudiera sucederme. En resumidas cuentas, me comporté como un estúpido (
Rumbo
tenia razón), y hasta yo mismo me asombro de que fuera capaz de cometer un error tan estúpido como el que cometí unos días más tarde.

Una noche descubrí un interesante objeto de plástico junto al fregadero. Yo dormía en la cesta de Victoria, en la cocina, la cual se había convertido en mi territorio. Por las noches, o a primeras horas de la mañana, solía darme una vuelta para ver si encontraba algo, y esta noche tuve la suerte de encontrar un objeto con el que podía jugar. Lo mordí y comprobé que no era demasiado duro ni demasiado blando, sino que tenía la consistencia justa. No tenía un sabor agradable, pero era muy gracioso, rosa y con un volantito blanco. Me entretuve durante varias horas jugando con él.

Cuando Miss Birdle entró en la cocina a la mañana siguiente, se puso furiosa. Abrió la boca pero no pudo emitir ningún sonido. Yo la miré y, al comprobar que le faltaban los dientes, mi faceta humana identificó inmediatamente el objeto que yacía entre mis patas, hecho pedazos.

—¡Mi dentadura! ¡Mi dentadura postiza! —consiguió gritar al fin Miss Birdle.

Soy un estúpido, es cierto, y yo mismo me asombro de mi estupidez. Pero en un determinado momento hasta el perro más estúpido sabe perfectamente lo que debe hacer. Y lo hice.

El terror que sentía me ayudó a conseguir lo que no había conseguido antes (saltar sobre el fregadero) y arrojarme por la ventana como había hecho la gata (a través de un nuevo cristal). El hecho de que Miss Birdle agarrara un enorme cuchillo que colgaba en la pared junto a sus culinarios compañeros me convenció de que éste podía ser el arrebato más temible de cuantos había sufrido hasta entonces. De todos modos, no me quedé para averiguarlo.

Salté sobre los macizos de flores, atravesé los arbustos y eché a correr hacia el prado, imaginando que Miss Birdle me perseguía blandiendo el cuchillo. Resultaba muy útil tener cuatro patas cuando tienes que estar corriendo continuamente.

Me había alejado un buen trecho de la casa cuando al fin me dejé caer exhausto, decidido a no regresar jamás. Eso no era vida, ni siquiera para un perro. Un escalofrío me recorrió el cuerpo al pensar en la esquizofrénica anciana quien, inopinadamente, se convertía en una salvaje asesina. ¿Había conseguido engañar a sus amigos con sus encantadores modales? ¿Nadie había adivinado que debajo de su bondad y dulzura latía una locura dispuesta a desencadenarse en el momento más impensado? Supuse que no, ya que todo el mundo la apreciaba y respetaba. Todo el mundo quería a Miss Birdle y Miss Birdle quería a todo el mundo. ¿Quién iba a pensar que esa encantadora anciana pudiera ser tan malvada? ¿Por qué iban a pensar tal cosa? Conociendo como conocía su lado amable, incluso a mí me resultaba difícil creer que su amabilidad pudiera dar paso a tal violencia. Me juré que jamás volvería a fiarme de las viejecitas encantadoras. ¿Cómo es posible que un ser humano tan dulce y bondadoso se transforme de pronto en un monstruo? Es muy sencillo. Estaba loca de remate.

Capítulo 14

Una vida de perros, un día de perros, tratar a uno como a un perro, morir como un perro… ¿Por qué se emplea tantas veces nuestro nombre en sentido peyorativo? Es cierto que se utiliza el nombre de otros animales para describir a cierto tipo de personas —gallina (cobarde), oca (estúpido)—, pero son unas descripciones individuales. Sólo a nosotros nos aplican esta amplia gama de insultos. Incluso se utilizan los nombres de varias especies de forma elogiosa: tiene la memoria de un elefante (no es cierto), más alegre que un jilguero (no es cierto), más valiente que un león (absolutamente incierto), más sabio que una lechuza (¿bromean?). ¿Dónde están los elogios a los perros? Y, sin embargo, ustedes nos quieren y nos consideran el mejor amigo del hombre. Nosotros les protegemos, les guiamos; vamos de caza con ustedes, jugamos con ustedes. Incluso utilizan a algunas razas como perros de carreras, para trabajar y para ganar premios. Somos leales, fieles y les amamos; hasta el individuo más perverso es amado por su perro. Así pues, no me explico por qué nos insultan de esa forma. ¿Por qué no pueden decir «libre como un perro», «orgulloso como un perro» o «astuto como un perro»? ¿Por qué una vida desgraciada es «una vida de perros»? ¿Por qué cuando llueve dicen que hace «un día de perros»? ¿Qué hemos hecho para merecer estos insultos? ¿Quizá porque estamos siempre metidos en algún lío? ¿Porque parecemos estúpidos? ¿Porque nos excitamos con facilidad? ¿Porque peleamos con coraje pero nos acobardamos cuando nuestro amo nos levanta la mano? ¿Porque somos sucios? ¿Por que nos parecemos más a ustedes que ningún otro animal sobre la Tierra?

¿Creen que nuestros infortunios son similares a los suyos? ¿Que nuestra personalidad es un reflejo de la suya, aunque más simple? ¿Nos compadecen, nos aman y nos odian porque ven su humanidad reflejada en nosotros? ¿Es por este motivo que nos insultan? ¿No será que se insultan a sí mismos?

Sin embargo, debo reconocer que la expresión «una vida de perros» poseía un significado muy real para mí mientras me hallaba tendido en la hierba, agotado y jadeando. ¿Iba a tener siempre tan mala suerte en la vida? Era mi lado humano el que se hacía estas preguntas, pues no existen muchos animales capaces de ponerse a filosofar de esta forma (existen algunas excepciones). El temor y la autocompasión, una característica típicamente humana, habían despertado de nuevo en mí la faceta semialetargada de mi personalidad, haciéndome reflexionar como un hombre aunque con cierta influencia canina.

Aparté de mi mente estos pensamientos y me levanté. Había abandonado el objetivo que me había fijado y decidí que era el momento de reanudar mi búsqueda. Hacía un hermoso día y el aire estaba impregnado de diversos aromas. Me había quedado sin amo y sin amigo, pero era libre: libre para hacer lo que quisiera e ir adonde me apeteciera. Sólo tenía que responder ante mí mismo.

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