Atlantis - La ciudad perdida (20 page)

BOOK: Atlantis - La ciudad perdida
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Herrín soltó una carcajada discordante, pero no dijo nada. Las miradas de los demás impidieron que las palabras acudieran a sus labios.

—Por aquí subes al pasillo de acceso —dijo Hudson, señalando un pequeño panel en el techo, encima de su terminal de trabajo.

Mansor se subió al escritorio y retiró el panel. Metió la cabeza en la oscuridad, encendió una linterna y miró alrededor.

—¿Ves unos cables a tu derecha? —preguntó Hudson.

—Sí.

—Son los cables de comunicación que llevan a la antena de radar. Los de alta frecuencia pasan por delante, de modo que lo que tienes allí son los del SATCOM y FM. Los de FM bajan a la antena de FM de la base. Los que llegan hasta la parte trasera son los cables del SATCOM. Limítate a seguirlos.

—Esto es muy estrecho —dijo Manson, bajando la vista.

—Puedes hacerlo —lo tranquilizó Hudson—. Cuando los cables desaparezcan, estarás justo debajo de la antena de radar. Esperemos que encuentres antes el corte.

—Está bien —dijo Mansor, y, agarrándose a los bordes de la pequeña abertura, se subió.

La último que Ariana y los demás vieron de él fueron sus botas, que desaparecieron en dirección a la parte trasera del avión. Le oyeron moverse despacio sobre sus cabezas y lo siguieron dentro del avión, justo debajo de él, todos tensos, atentos a oír un ruido siseante.

La puerta del cubículo de cristal estaba cerrada, aislando a Foreman del personal destinado en el centro de operaciones. Movió una palanca para conectar a los altavoces la llamada por satélite que acababa de recibir.

La voz que retumbó en las paredes de cristal traslució incredulidad ante lo que Foreman acababa de decir.

—¿Lleva haciéndolo desde 1946 y no tiene ni idea de con qué se las está viendo?

—Señor presidente, tengo una idea sobre ello —replicó Foreman con voz serena. Había esperado hacía mucho este momento y sabía que no iba a ser agradable, pero no le preocupaba.

Al otro lado del hilo se oyó ruido de papeles.

—Tengo aquí el informe de 1968. Dice que perdimos un submarino nuclear que estaba comprobando... ¿cómo la llama, la puerta del Triángulo de las Bermudas?

—Eso es, señor. El Scorpion.

—Esta puerta del Triángulo de las Bermudas es el Triángulo de las Bermudas, ¿verdad? —El presidente no esperó una respuesta—. Un mito, por el amor de Dios.

—No, señor, no lo es. A la tripulación del Scorpion no los mató ningún mito.

—¿Qué los mató?

—No lo sé, señor.

El estallido al otro lado del hilo hizo que Foreman se pusiera rígido en su siento de respaldo recto.

—¡ Vamos, hombre! ¿Cincuenta años y no lo sabe? ¿Un submarino desaparecido con toda su tripulación y no lo sabe? ¿Y qué más? Aquí dice que también se perdió un avión espía que trabajaba para usted. Y el comando de las Fuerzas Especiales que envió para recuperar la caja negra del avión espía nunca logró salir de allí.

—Un miembro de ese comando consiguió salir con vida, señor—respondió Foreman, echándose hacia adelante.

-¿Y?

—Parece ser que se dispone a entrar otra vez, señor.

—¿Y? —La voz del presidente era áspera—. Acabamos de perder un satélite y un reactor nuclear. Que Dios nos ayude si parte del material radiactivo cae sobre una zona poblada.

Foreman echó un vistazo a los papeles sujetos con celo en el cristal de su cubículo.

—Señor, tenemos un problema más serio.

Hubo una larga pausa, antes de que el presidente volviera a hablar, controlando la voz.

—¿Cuál?

—Nuestros satélites espías están detectando alteraciones radiactivas y electromagnéticas en varios lugares del globo. —Foreman hizo una pausa, pero nadie lo interrumpió, de modo que continuó—: Tales anomalías son las mismas que siempre anuncian una activación en las puertas de Angkor, el mar del Diablo o el Triángulo de las Bermudas, pero están produciéndose en una cantidad inusual y en lugares donde sospechábamos que había puertas, pero no estábamos seguros.

—¿Cuántos? —preguntó el presidente.

—Dieciséis, señor.

—¿Dónde?

—Por todo el globo.

—¿En qué lugar de Estados Unidos? —preguntó el presidente.

—Las mediciones no son exactas, señor, pero la del Triángulo de las Bermudas parece a punto de abrirse otra vez. Si se extienden un veinte por ciento del perímetro más amplio registrado, llegará a Miami. Pero también hay dos lugares nuevos, uno en la península de Baja California, al sur de San Diego, y el otro justo en la costa de Alaska, cerca de Valdez, la estación del sur de la Alaska Pipeline. También hay otro en Canadá, al norte de Calgary. Según las mediciones, las puertas que podrían abrirse en cada uno de estos lugares serían vagamente triangulares y medirían más de trescientos veinte kilómetros por lado.

Hubo un silencio antes de que el presidente volviera a hablar.

—Volviendo al comienzo de nuestra conversación, señor Foreman, ¿puede darme una idea de qué son esas puertas, aparte de que quien las atraviesa nunca sale? Llamarlas puertas me da a entender que conducen a alguna parte. ¿Adonde?

—Señor, los mejores cerebros han estudiado los datos disponibles que, por desgracia, no son muchos debido a los hechos que acaba de mencionar. Hasta donde hemos podido determinar, creemos que las puertas del mar del Diablo, el Triángulo de las Bermudas y Angkor podrían ser varias cosas.

»Una posibilidad es que sean una puerta a otra dimensión que no reconocemos aún con nuestro actual nivel de la física. Otra es que se abran a algún universo alternativo que coexiste con el nuestro. La tercera, que sean el intento de una cultura extraña de abrir una puerta interestelar desde su posición en la Tierra. La cuarta, que se trate simplemente de una anomalía física de nuestro planeta que aún no hemos desentrañado. O algo que sobrepase nuestra capacidad de comprensión.

—Eso no ayuda mucho —repuso el presidente.

—Yo no he sido el único que se ha interesado en este fenómeno, señor. Los rusos y los japoneses también lo han estudiado. De hecho, durante años, los rusos han estado mucho más interesados que nosotros. Tienen dos puertas dentro de sus fronteras.

—¿Y qué han descubierto?

—No mucho más que nosotros, señor. Aparte de investigar sus dos puertas, sé que han perdido dos submarinos que investigaban la puerta del Triángulo de las Bermudas y varios aviones que sobrevolaban la puerta de Angkor. También creo que enviaron a la puerta de Angkor de Camboya dos expediciones de reconocimiento por tierra, uno en 1956 y otro en 1978. Ambos desaparecieron sin dejar rastro.

—¿Qué hay de sus puertas? —preguntó el presidente.

—Como es natural, no dispongo de mucha información sobre ellas. Una está en el lago Baikal. La otra... —Foreman hizo una pausa antes de lanzarse—: La otra está situada justo alrededor de Chernobyl. Los rusos creen que el desastre ocurrido en esa planta está relacionado con ella.

—Ya les gustaría —se mofó el presidente—, pero la realidad es que no han sido capaces de construir una central nuclear decente.

—No puedo hacer ningún comentario al respecto —repuso Foreman—. Pero sé que los japoneses también han perdido algunos barcos y submarinos en la que yo llamo la puerta del mar del Diablo y ellos, el mar del Diablo. Según el último informe del servicio de inteligencia, el gobierno mantiene una célula activa vigilando la puerta del mar del Diablo, como yo estoy haciendo. —Advirtió la creciente frustración en el otro extremo del mundo y continuó—: Pero los rusos tienen una teoría, señor, y muchos de los nuevos datos que están recogiendo nuestros satélites, estos nuevos lugares, la apoyan en algunos aspectos.

—¿Qué creen que es? —preguntó el presidente.

—En los años sesenta, tres científicos rusos publicaron en el Khimiyai Zhizn, el periódico de la vieja Academia de Ciencias soviética, un artículo bajo el título: «¿Es la Tierra un gran cristal?».

No hubo ningún comentario. Foreman sabía que por fin estaban asimilando la gravedad de los hechos, y que después de una afirmación de tal naturaleza estaba justificado un silencio.

—Los tres científicos rusos poseían una sólida formación en historia, electrónica e ingeniería; un grupo bastante ecléctico. Empezaron con la teoría de que en el interior de nuestro planeta había una matriz de energía cósmica desde el principio de los tiempos, y que hoy día todavía veíamos los efectos de esa matriz en lugares como la puerta de Angkor o el Triángulo de las Bermudas.

—Dios mío —exclamó una nueva voz—. Nunca había oído tantas tonterías.

—Es el profesor Simmons, mi asesor científico —informó el presidente—. Acaba de llegar y le he pedido que escuche nuestra conversación.

—¿Continúo? —preguntó Foreman—. ¿O tal vez el profesor Simmons tiene una teoría mejor que ofrecer?

—Hablaré con él cuando haya acabado con usted —respondió secamente el presidente—. Continúe.

—La teoría rusa divide el mundo en doce bloques pentagonales, encima de los cuales hay veinte triángulos equiláteros. Los rusos sostienen que estos triángulos han ejercido una gran influencia en el mundo en muchos sentidos: a lo largo de ellos hay líneas de fallas que pueden provocar terremotos; existen anomalías magnéticas; y a lo largo de algunos de ellos tendieron a agruparse las antiguas civilizaciones.

»En nuestra situación actual, lo que más nos interesa es que en la intersección de esos grandes triángulos se hallan los denominados Vértices Perversos. Uno de ellos es la puerta del Triángulo de las Bermudas, conocido también como el Triángulo de las Bermudas. Otro es la puerta de Angkor, en Camboya, cuyo centro creemos que se halla en una antigua ciudad llamada Angkor Kol Ker. Y el tercero es la puerta del mar del Diablo, llamada el mar del Diablo, junto a la costa oriental de Japón. Chernobyl fue construido junto a uno de esos lugares, y el lago Baikal también se encuentra en una de esas intersecciones. Las nuevas puertas que ahora presentan alteraciones magnéticas también están situadas en los Vértices Perversos.

—¿Por qué se están activando ahora estos lugares? —preguntó el presidente.

—No lo sé, señor. Con los años he visto todo un flujo y reflujo en el mar del Diablo, el Triángulo de las Bermudas y Angkor, hasta el extremo de que en ciertos períodos desaparecen sin dejar rastro. Los rusos creen que en toda esta estructura cristalina hay una armonía matemática interna, y eso explica la naturaleza rítmica de las alteraciones.

—¿Cree usted en la teoría rusa?

—No la descartaré, señor, mientras no conozca la causa.

—¡Bah! —exclamó el profesor Simmons en tono despectivo.

—Adelante, profesor—dijo el presidente.

—La teoría de que la Tierra es un gran cristal es una bobada —repuso Simmons—. La litosfera, la superficie exterior del planeta, que es donde están situadas estas puertas, lleva millones de años moviéndose. De modo que cualquier formación de cristal estaría tan desfigurada por el movimiento de los continentes como para volver irreconocibles tales patrones. Además, no hay pruebas de que el planeta tenga una estructura cristalina masiva.

—¿Algo que objetar, Foreman? —preguntó el presidente.

Foreman imaginó al presidente sentado en su oficina con su asesor; un hombre que no había nacido siquiera cuando Foreman volaba en misiones de combate en la Segunda Guerra Mundial, sentado entre otros hombres que no habían conocido las luchas de un conflicto mundial.

—Nadie ha demostrado de forma concluyente la teoría del movimiento de los continentes ni...

—¿En qué está licenciado? —preguntó el profesor Simmons.

—No estoy licenciado en nada —respondió Foreman—. Sólo comentaba una teoría, y quiero que el presidente sepa que eso mismo está haciendo usted, comentar una teoría. Creo que damos por descontado un hecho que, aunque la mayoría de las pruebas apuntan en esa dirección, podría no ser un hecho. Llevo más de cincuenta años estudiando esas puertas, profesor Simmons, pero al menos reconozco que no es mucho lo que sé.

—Es evidente que usted sabía que ocurría algo extraño en esta zona de Camboya antes de que Michelet Industries enviara su avión a la puerta de Angkor —comentó el presidente.

—Sí, señor. Así es.

—¿No le pareció aconsejable prevenir al señor Michelet?

—¿Cómo iba a hacerlo, señor? Usted ha visto cómo han sido destruidos los datos del Bright Eye y sigue dudando de lo que le estoy diciendo sobre estos lugares. Dimos a Michelet los datos sobre la zona de la puerta de Angkor: los aviones derribados y el comando de las Fuerzas Especiales desaparecido. Le prevenimos lo mejor que pudimos, pero él siguió adelante.

—¿Qué le ha ocurrido a su avión?

—Se estrelló, señor, dentro de las fronteras de la puerta de Angkor. El Bright Ere logró hacer una fotografía de ella y determinar su posición. Se la enviaré al señor Michelet para que le ayude a recuperar a su hija y el avión.

—No lo habrá preparado todo usted, ¿verdad, Foreman? —intervino Bancroft, asesor de Seguridad Nacional, tras un breve silencio.

—¿Preparado qué?

—Que el señor Michelet enviara su avión de reconocimiento a la puerta de Angkor.

—Señor, Michelet Technologies lleva muchos años interesada en esta zona. Era inevitable que acabara haciendo alguna clase de reconocimiento. Como he dicho antes, no hubo manera de disuadir a Michelet. Le envié suficiente información para que fuera consciente del peligro.

—Una respuesta muy bien formulada —advirtió el presidente—. ¿Y si estas puertas aparecen en otra parte? ¿Qué ocurrirá?

—Sólo puedo ofrecerle una conjetura, señor, basándome en el mar del Diablo, el Triángulo de las Bermudas y Angkor. Existe una leyenda de una antigua ciudad que era la capital del imperio Khmer, una ciudad llamada Angkor Kol Ker. Al parecer, la puerta de Angkor la invadió en el 800 D.C.

—¿Y? —preguntó el presidente, impaciente.

—Y la ciudad quedó destruida. Un imperio que tal vez era el más poderoso de la Tierra en su tiempo desapareció de la noche a la mañana, y su capital sólo se conoce como una leyenda.

»Y eso sólo fue una puerta, no las dieciséis que tenemos ahora. También tengo la sospecha de que lo que está sucediendo ahora es anterior incluso a ese trágico suceso ocurrido hace tanto tiempo. He hablado con el profesor Takato Nagoya, director del equipo japonés que se ocupa de investigar la puerta del mar del Diablo. Basándose en distintos datos, sostiene que lo que está ocurriendo ahora ya ha ocurrido una vez en la historia de la Tierra.

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