Read Atlantis - La ciudad perdida Online
Authors: Greg Donegan
—Tengo una pregunta —dijo durante una de las breves pausas en el interrogatorio—. ¿Cómo sugieren que lleguemos a la zona?
Freed sacó de debajo del mapa una lámina de acetato y la colocó encima.
—Éste es el perímetro de la zona que las Fuerzas Aéreas prohibieron sobrevolar durante la guerra de Vietnam. —Mostraba un triángulo invertido que cubría varios cientos de kilómetros cuadrados del centro norte de Camboya.
Dane la examinó. El ángulo oriental del triángulo corría a lo largo del río que había cruzado hacía tantos años.
—¿Dónde cayó exactamente su avión? —preguntó.
Freed utilizó un rotulador para señalar un lugar en la transparencia. Se hallaba en el interior del triángulo, a unos cinco kilómetros de su límite oriental.
—Por aquí.
—¿Cuándo empezó a tener problemas el avión?
Freed marcó otro lugar a unos diez kilómetros al este del último punto, justo fuera del triángulo.
—Es mayor —observó Dane.
—¿Qué es mayor? —preguntó Michelet.
—El triángulo —respondió Dane—. Si afectó tan pronto a su avión, ha cruzado el río.
Los otros tres miraron fijamente el mapa.
—Ese viejo cuartel que encontraron... —dijo Beasley.
-¿Sí?
—¿Dónde estaba?
—Si es aquí donde dice usted que yo estaba —respondió Dane, mirando el mapa—, entonces fue en terreno montañoso, al este de este río. —Dejó que su mente proyectara el contorno del mapa sobre una imagen mental de tres dimensiones—. Justo aquí.
—Sería un buen lugar para empezar a buscar —dijo Freed, anotando la posición.
—Ése es su cometido, señor Freed —dijo Michelet. Se volvió hacia Beasley—. Ha llegado el momento de que se gane usted su sueldo. Hábleme de Angkor Wat y de ese relieve de la criatura a la que disparó el jefe del equipo de Dane.
—Para que pueda entender lo que voy a decirle sobre Angkor Wat, antes debo darle una visión de conjunto de la historia de Camboya, porque es posterior. —Beasley recorrió el mapa con su gruesa mano—. Cerca del 800 D.C. toda esta zona estaba bajo el dominio del imperio Khmer. Casi todo el mundo ha oído hablar de Angkor Wat, que es el gigantesco templo construido en la antigua ciudad de Angkor Thom, justo aquí. Pero el templo de los Khmer estaba en Angkor Kol Ker.
—Creía que había dicho que era una leyenda —lo interrumpió Michelet.
—A veces todo lo que tenemos son leyendas —repuso Beasley—. Y en ellas a menudo hay algo de verdad. Después de todo, no surgen de la nada.
—¿De dónde vienen los Khmer? —preguntó Dane.
—Si pudiera responderle, pondría fin a uno de los mayores debates sobre esa parte del mundo. Nadie lo sabe. Históricamente, los Khmer parecen haber salido de la nada, y un milenio después su reino desapareció y abandonaron la ciudad. De los siglos V al XV el imperio Khmer fue el más importante del Sudeste asiático, y la ciudad de Angkor Thom, donde se halla el templo de Angkor Wat, fue una de las más grandes del mundo.
»Pero al principio del imperio —continuó Beasley—, antes de que se fundara Angkor Thom, la capital Khmer estaba, según dicen, en Angkor Kol Ker. En el 800 D.C. abandonaron la ciudad y el rey se trasladó al sur para fundar Angkor Thom. Entre los expertos en la historia de Camboya siempre se ha debatido la razón de ese traslado y la ubicación de Kol Ker.
—¿Cuándo se fundó Angkor Kol Ker? —preguntó Dane.
—La primera vez que aparece mencionado el imperio Khmer es en las historias chinas del siglo V, por eso dije antes que el imperio había durado un millar de años. Pero incluso esas historias dicen que el imperio Khmer existió mucho antes, lo que es bastante singular si uno lo piensa. De hecho —Beasley parecía disfrutar con su papel de experto—, en un antiguo texto chino sobre el estado Xia, que solía considerarse el primer estado chino unificado en el ni milenio A.C., hay una oscura referencia a un imperio situado muy al sur, cuyos habitantes procedían del otro lado del gran mar.
—¿Qué gran mar? —preguntó Dane con el entrecejo fruncido.
—Supongo que el Pacífico —repuso Beasley—, dada la geografía de esa parte del mundo. Aunque en esos tiempos hasta el mar de China se habría considerado una extensión muy grande de agua.
—Si era el Pacífico, eso significa que los Khmer llegaron del continente americano tres mil años antes del nacimiento de Cristo.
—Posiblemente mucho antes que eso.
—Pero... —Dane sacudió la cabeza—. Pero creía que en esos tiempos no era posible cruzar el Pacífico debido a las condiciones de la navegación y los barcos.
—No sólo son los barcos. —Beasley se encogió de hombros—. Lo que conocemos como civilización se supone que no comenzó hasta 3000 A.C. en China y Mesopotamia. ¿Cómo es posible que ese pueblo que evidentemente procedía de un lugar con una avanzada civilización, cruzara el Pacífico y se estableciera en Camboya cuando los historiadores nos dicen que ni siquiera ha existido? Todo un misterio, ¿no?
»Todos ustedes me han mirado con asombro cuando he mencionado la Atlántida, pero puede que haya algo de verdad en la leyenda si uno empieza a relacionar los puntos por todo el mundo. No puedo estar seguro con los datos que poseo en estos momentos, pero no descartaría la posibilidad de haya existido realmente un lugar así, y que los fundadores de Angkor Kol Ker fueran refugiados llegados de allí.
—¿Dónde se supone que estaba Angkor Kol Ker? —preguntó Dane, recordando las palabras del hombre de la CÍA antes de morir y queriendo concentrarse en el problema inmediato.
—Nadie lo sabe con exactitud. —Beasly abarcó el mapa con un amplio ademán—. Calculamos que al nordeste de Angkor Thom y de los últimos palacios construidos en esa región. Lo más probable es que en la zona adonde nos dirigimos, la remota región de Banteay Meanchey. La selva puede sepultar por completo un lugar en pocos años y, por supuesto, nunca ha habido mapas muy detallados de la zona.
—¿Por qué abandonaron Angkor Kol Ker? —preguntó Dane.
—Sea lo que fuere lo que ahora esté pasando allí, sin duda fue motivo suficiente para abandonarla entonces, ¿no le parece? —respondió Beasley, echándose hacia adelante en su silla—. El fortín que usted ha descrito parece haber sido construido para vigilar este triángulo.
—¿Cuánto tiempo fue Angkor Kol Ker el centro espiritual del imperio Khmer? —preguntó Michelet.
—No lo sé —respondió Beasley—. Nadie lo sabe. La única historia oficial y aceptada que tenemos de los Khmer empieza con la fundación en el 802 D.C. de Angkor Thom. Como he dicho, podrían haber estado en Angkor Kol Ker durante cientos, si no miles, de años antes que eso. Y a saber dónde estuvieron antes.
—Todo esto es absurdo. —Michelet se levantó y empezó a pasear—. Está hablando de sucesos que ocurrieron hace más de un millar de años. ¿Qué ha podido permanecer allí durante un millar de años?
—¿Ha visto alguna vez mapas antiguos? —continuó Beasley, esbozando una forzada sonrisa—. ¿Mapas de cuando el hombre todavía tenía que aventurarse y adentrarse en lo desconocido, donde, que ellos supieran, no había estado nadie antes que ellos? —No esperó a que respondiera—. En esos mapas solía haber, grandes espacios en blanco, zonas de las que nadie sabía nada o de las que nunca habían regresado quienes habían ido a explorarlas. A falta de otra cosa, en esos espacios en blanco los cartógrafos escribían: «Aquí hay monstruos». Bueno, pues creo que aquí... —dio unos golpecitos en el mapa y miró a Dane— hay monstruos. Si hubiera algún lugar en la faz de la Tierra donde podrían seguir escondiéndose monstruos, sería allí, en medio de la selva camboyana, un lugar prácticamente inaccesible.
—Pero no cree que haya monstruos, ¿verdad? —preguntó Dane.
—Creo que todo tiene una explicación científica —respondió Beasley—. Durante años la gente creyó que había un monstruo en el lago Ness. Hasta le hicieron una foto, o eso afirmaron los defensores de esa teoría. Pero era una fotografía trucada. Allí no había ningún monstruo.
—En el lago Ness no desaparecieron ni personas ni aviones —observó Freed.
—Sí, ése es un detalle alarmante —repuso Michelet.
—Creo que vale la pena que lleve un poco más lejos la analogía —repuso Beasley—. En los mapas antiguos, los espacios en blanco aparecen poblados de monstruos y demonios. A medida que exploraban esas zonas, se representaban con lo que había realmente en ellas. —Dio un golpecito en el mapa—. Tal vez todo lo que tenemos aquí sea un fenómeno natural que se nos escapa.
—Tiene que ir allí para estudiarlo —replicó Dane—. Y hasta hoy nadie ha conseguido hacerlo.
—¡Pero imagínese! —exclamó Beasley—. ¡Si encontráramos Angkor Kol Ker, podríamos demostrar la existencia de una civilización que es anterior al punto de partida comúnmente aceptado de la civilización! ¡Y si la leyenda china es cierta, esa civilización hasta podría haber cruzado el Pacífico procedente de alguna parte del continente americano, o incluso de más lejos! Eso daría al traste con el curso, que hemos aceptado, de la historia de la civilización. Abre toda clase de emocionantes posibilidades.
Freed se echó hacia adelante, pasando por alto el entusiasmo del científico y concentrándose en Dane.
—Las cosas que usted ha descrito, ¿cómo pudieron afectar a un avión, e interferir en los instrumentos de navegación y la radio?
—No lo sé —respondió Dane—. Ese haz de luz que levantó a Flaherty del suelo. Está claro que poseía una gran energía. La cosa a la que él disparó era un monstruo o alguna clase de criatura, tal vez hasta —miró a Beasly— una clase de animal que había permanecido todos esos años escondido en la selva. Pero lo otro... —Hizo una pausa—. Bueno, la esfera que alcanzó a Castle es otro tema. No creo que fuera natural, pero tampoco una máquina.
—Yo sólo quiero sacar de allí a mi hija —repuso Michelet—. Todas estas hipótesis no nos llevan a ninguna parte.
—Nos dan una idea de que nos encontramos en una situación sin precedentes —intervino Freed.
—Tal vez haya un precedente —observó Beasley—. Hay otro lugar en el planeta donde desaparecen personas, aviones y barcos, y donde se ha denunciado la presencia de monstruos. Estoy seguro de que han oído hablar del Triángulo de las Bermudas.
—¡Dios mío! —murmuró Freed, abandonando su coraza profesional y revelando por fin sus sentimientos.
—¡Piénsenlo! —exclamó Beasley excitado—. El Triángulo de las Bermudas está encerrado en agua. ¿Y si hubiera algo así en tierra firme?
—¿Qué es exactamente el Triángulo de las Bermudas? —preguntó Dane, interesado en esa nueva teoría. Nunca había pensado en tal conexión.
—Nadie lo sabe en realidad —respondió Beasley encogiéndose de hombros—. Pero se han documentado un montón de sucesos extraños en esa zona. Cada vez que han intentado adentrarse en esta zona de Camboya, también han ocurrido cosas extrañas. Además —añadió—, las dos tienen forma de triángulo.
—Caballeros —interrumpió Paul Michelet—. Ciñámonos a lo que sabemos y no nos salgamos del tema. —Miró el reloj de la pared—. Llegaremos a Tailandia dentro de seis horas.
—Todavía no nos ha hablado de Angkor Wat —insistió Dane, intrigado por el hecho de que una de las criaturas que habían atacado a su equipo apareciera en un relieve de un templo de esta antigua ciudad. Era la primera prueba consistente, además de la cicatriz, de que su recuerdo no era una pesadilla producida por el combate. También era un vínculo con la cordura en otro sentido: tal vez esas criaturas de la leyenda habían existido en la realidad y algunas habían sobrevivido al paso de los siglos, ocultas en lo más profundo de esa tierra prohibida a la que se dirigían.
—Angkor Wat es el templo principal de la ciudad de Angkor Thom —dijo Beasly—. Angkor Thom era la capital del conocido imperio Khmer establecido en el 802 D.C. En esa época el imperio se extendía de las montañas Dangrek, en el oeste, a las Cardomon, en el este y sur, hacia la costa.
»Cuenta la leyenda de Camboya que hubo un tiempo en que toda la zona formaba parte del golfo de Siam, pero un príncipe se enamoró de la hija de una serpiente de siete cabezas, el rey naga, como ya he dicho. La serpiente se bebió toda el agua para hacer sitio a su hija, y así nació Camboya. —Hizo una pausa al advertir la falta de interés de Michelet y Freed—. Caballeros, conviene recordar que detrás de cada leyenda hay una parte de verdad.
—¿Una serpiente de siete cabezas? —gruñó Michelet—. Lo único que me preocupa es sacar a mi hija de allí.
—Continúe —apremió Dane.
—De acuerdo —repuso Beasley—, sólo los hechos. Además de las montañas que la rodean, los dos rasgos geológicos más importantes de Camboya son el lago Tonle Sap y el río Mekong. Tonle Sap es el mayor lago de agua dulce del Sudeste asiático. Se comunica con el Mekong por medio del río Tonle Sap, que durante la estación de las lluvias, cuando el Mekong se desborda, invierte su curso y fluye de nuevo hacia el lago, duplicando su tamaño. Este fenómeno, que es muy interesante, ha hecho que una enorme cantidad de tierra, parte de la cual se encuentra dentro de su triángulo —añadió, mirando a Michelet a la cara—, permanezca anegada la mitad del año. Cuando el Tonle Sap se desborda, llega a unos kilómetros de Angkor Wat. No creó que la situación del templo ni de la ciudad fueran una coincidencia. —Se echó hacia adelante—. El agua es la clave. No sólo el Tonle Sap y el Mekong, sino la forma en que los Khmer construyeron sus ciudades y templos. —Abrió su maletín de cuero y sacó varias fotografías—. Éstas son las imágenes de Angkor Thom y Angkor Wat obtenidas en 1994 por una lanzadera espacial. Fíjense en los fosos. En ningún otro lugar del planeta el hombre se ha esforzado tanto en construir unas estructuras tan gigantescas, con semejantes barreras de agua como parte integral.
»En la mitología Khmer, los fosos separaban el mundo sagrado del exterior. Fíjense en cómo rodean totalmente el templo de Angkor Wat.
Dane comprendió lo que Beasley quería decir. Una banda oscura muy ancha rodeaba el templo.
—¿Qué es eso? —preguntó, señalando dos grandes rectángulos que flanqueaban la ciudad.
—Más agua —respondió Beasley, asintiendo—. Son barays o presas, un elemento interesante si tenemos en cuenta que en esa región no se necesitan presas para la agricultura, ya que suele haber suficiente agua. Esas barays, de más de dieciséis kilómetros cuadrados, servían para llenar los fosos que rodeaban tanto Angkor Thom como Angkor Wat. Mantener llenos esos fosos debía de ser importantísimo para los Khmer. —Señaló con un dedo grueso el cuadrado que representaba el Angkor Wat.