Anécdotas de Enfermeras (14 page)

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Authors: Elisabeth G. Iborra

Tags: #humor

BOOK: Anécdotas de Enfermeras
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—Entonces me habrán puesto chico y chica, ¿no?

Y no, no se puede elegir el sexo, eso queda al azar igual que en un coito normal. Esta mala interpretación se basa en el nivel cultural, por decirlo de alguna manera, de la población. Una cosa es la capacidad de estudiar memorizando y otra la capacidad de comprensión y de análisis de lo que se les está aclarando para no dar lugar a equívocos.

No hay ningún tipo de educación sexual en este país. A pesar de que se habla mucho de sexo, de juergas sexuales de unos y otros, de liberalidad entre famosos y de prácticas varias que esto parece el puti-club más grande del mundo, aquí te das cuenta de que en cuanto a información sexológica, nadie tiene ni idea. A nivel escolar y mediático, se difunde cada vez más, pero la gente no lo asimila, no sabe exactamente lo que significa todo lo que les cuentan.

También me ha pasado que me entren por el lateral en la camilla donde les hacemos las citologías, que tiene los dos apoyaderos para las piernas delante, con lo cual, las ves que se sientan por el lado y tienen que levantar las piernas, se hacen una zeta... y cualquier día se nos cae alguna. Con lo fácil que es sentarse por el frontal, elevar las piernas y abrirlas para apoyarlas en donde corresponde.

O les dices: «Quítese la ropa de cintura para abajo», y te salen en pelotas. Les tienes que especificar: «Solamente el culo al aire, nada más que el culo». Es por inercia, no escuchan, las señoras mayores vienen tan apuradas que no atienden a lo que les estás diciendo, van con el chip de «ginecólogo = pecho y culo» y se lo quitan todo. Cuando ves que el nivel cultural de las abuelillas es muy justito, les especificas: «Quítese sólo las bragas, nada más, y déjese los zapatos» (que si se los quita te tira para atrás).

Por la mañana, que nosotras tenemos las monitorizaciones de las inducciones de ovulación, entran las señoras y les pides:

—Reina, te has de desnudar de cintura para abajo, te coges una toallita de allí para no quedarte a la intemperie y te sientas en la punta de la camilla.

Y se meten dentro a cambiarse y te preguntan:

—¿La braga también?

—Claro, es que si no, me lo pones difícil para hacer la ecografía.

La verdad es que se bloquean las estructuras mentales, probablemente porque la mujer está cohibida, nerviosa, incómoda...

Un día nos vino una abuela con setenta y seis años a revisión, y mientras le hacíamos la ecografía, se mostraba muy ansiosa:

—Doctora, ¿todo bien?

—Sí, tranquila que no le haremos daño...

—Ya, pero ¿está todo bien?

—Sí, usted cálmese, ¿por qué está tan preocupada?

—Porque tengo que estar muy bien para mi marido, cada semana lo tenemos que hacer dos veces por lo menos, pues si no, dice que se buscará a otra.

Yo intentando ponerme en el cerebro de una mujer de esa edad, que supuestamente lo que desea es que no le encuentren nada que le impida seguir viviendo bien el mayor tiempo posible, y resulta que su preocupación era poder continuar teniendo satisfecho a su marido octogenario. Y luego te topas con el extremo opuesto: jóvenes que se quejan de que les duele cuando les introduces el transductor para las ecografías transvaginales, que no es tan grande para alguien que ha tenido relaciones y, sin embargo, ha habido embarazadas que no sé cómo se han quedado porque nos han montado un show desmedido al insertárselo.

Otra muy graciosa nos pasó con los suegros de un compañero del hospital. Ella tenía candidas y le dimos un tratamiento que, a la semana, no había surtido efecto según el cultivo. El médico me dio otra receta para que lo prolongara y el yerno intentara averiguar si lo estaba siguiendo correctamente, por si se despistaba, se olvidaba de ponerse el óvulo, etcétera. Y él se fue para su casa:

—¿Qué tal lleva el tratamiento?

—Ah, de eso se encarga él...

—¿Cómo que se encarga él?

Pues sí, el abuelo estaba convencido de que como todavía tenían relaciones sexuales, si se tomaba él las pastillas ella se curaría más deprisa de los picores, en cuanto que el medicamento le iría directo a la zona afectada. Y la pobre probablemente aún sufría más, porque le debía de escocer un montón.

En cuanto a infidelidades, hay muchos casos pero nosotras intentamos siempre no meternos en la vida privada de las parejas. Vemos casos evidentes en los que respetamos la intimidad y la decisión de la mujer, que es al fin y al cabo la que está embarazada, y ése es el tema que nos incumbe.

Partimos de una serie de elementos claros para detectar más o menos cuándo se ha fecundado el óvulo: el momento preciso depende de la relación, de la velocidad del esperma y de la maduración del óvulo. Cuando te quedas embarazada el embrión tiene un crecimiento muy exacto y puede haber una oscilación de entre tres o cuatro días como margen, pero son «habas contadas». Siempre es aproximado, igual que la ovulación, que puede retrasarse o adelantarse por causas diversas. Es un tema muy resbaladizo en el que hay que ir con mucho cuidado porque, según cómo lo digas y dependiendo de quién te pida la información, puedes complicar una situación simple o irrelevante que acabe en la ruptura de una relación. A mí me da igual que me expliquen cómo, cuándo y con quién ha sido, pero hay una realidad: hay una evolución y eso es infalible. A nosotros nos dan la información, hacemos el cálculo y cuando vemos por quién vienen acompañadas, somos lo más prudentes posibles. A veces nos dicen:

—Es que no puede ser, porque mi marido estaba de viaje en esa fecha.

Y yo le comento:

—No te voy a poner en un compromiso y voy a ajustarte las fechas para que parezca que tu marido estaba aquí porque es tu problema, no el mío.

Al final, tú puedes decir lo mismo de manera que el otro no pueda pensar que la mujer le ha metido un gol. Nos encontramos algún que otro caso de éstos, y hay que ser lo suficientemente diplomática como para que se apañen entre ellos. De tanto en tanto salen estadísticas de los niños que hay por el mundo que no son hijos del marido de su madre, sino fruto de otras relaciones extramatrimoniales. Pero es que nosotras no sabemos las circunstancias. Hay parejas que han venido a una consulta de esterilidad y la esposa ha sugerido que dándole unas vitaminas al marido, aquello se arreglaría porque le reforzarían y la podría dejar embarazada. El médico obviamente se mostraba escéptico pero ella lo convenció porque quería mucho a su marido y veía que a él le causaba un trauma que el semen no fuera suyo y no quería perderlo por su deseo de ser madre.

Y al cabo de unos meses apareció embarazada celebrando:

—¿Ven qué bien le han ido las vitaminas?

—Pues sí, le han ido muy bien, la verdad.

De quién era el niño es un problema de pareja, no nuestro. No podemos ni debemos juzgar a nadie porque cada persona es diferente, ni mejor ni peor. Nosotras sólo podemos orientarles para encontrar lo que están buscando.

M. A.

Con F. O. trabaja M. A., de cincuenta y siete años y cuarenta ejerciendo en especialidades muy diversas desde que entró interna en el complejo hospitalario barcelonés, a los dieciséis años.

Nada más empezar a estudiar, me pusieron por primera vez en una sala general en la que había una chica joven con una ictericia que la tenía amarilla como un canario. Imagina mi desconocimiento: me daba angustia tocarla porque pensaba que me desteñiría. De ahí me pasaron a Medicina Interna, con treinta y dos pacientes en la sala con cardiópatas, sífilis, gente con delírium tremens, que cuando son alcohólicos y están muy afectados con una cirrosis hepática importante suelen sufrir también encefalopatías, alucinaciones, tienen una fuerza brutal... Uno de éstos se me escapó y se tiró por la ventana una noche, en pelota picada; yo nerviosísima sin poder hacer nada, los demás enfermos calmándome y llamando a los de Seguridad para que vinieran a buscarlo. Aquello fue muy duro. Como cuando venían unos mendigos a Urgencias que los médicos se negaban a visitar hasta que los hubiéramos lavado a fondo, y no me extraña, porque tenían los calcetines enganchados a las piernas: tuve que ponerlos en remojo para despegarlos, echaban una peste bestial.

Hay que tener en cuenta que ahora todo es desechable, pero cuando yo empecé mediados los sesenta se aprovechaba todo. Estuve en la sala de hombres de Oncología una temporada, con casi todos enfermos terminales, y mi trabajo cada mañana consistía en pasar por todas las habitaciones y recoger las escupideras, de ésas de porcelana con tapa, y era una lucha tremenda porque yo les ponía agua para que no se quedaran pegadas las flemas pero ellos la tiraban y después tenía que desincrustarlas yo. Luego, cuando sondabas a un señor que no podía hacer pipí, a lo peor se pegaba una semana con la sonda puesta, y mientras que ahora la usas un día y la tiras, antes las tenías que lavar todas una por una, se ponían en unos tubos con pastillas de formol durante veinticuatro horas y a partir de ahí se podían reutilizar de nuevo. En las salas de Otorrino, a todos los pacientes que operaban de traqueotomía había que sacarles las cánulas de plata llenas de sangre, flemas o lo que fuera para limpiarlas cada día.

No obstante, también viví historias bonitas, como las primeras Navidades que pasé en la escuela, que tenía un patio muy grande como hall. El día de Navidad venían todos los profesores —que eran los médicos del hospital— con sus mujeres. Y nosotras bajábamos uniformadas de pies a cabeza, con los delantales almidonados, la cofia y todo, nos situábamos en las escaleras y les cantábamos villancicos. La imagen era de lo más bucólica.

He ejercido también en atención domiciliaria en Granollers, donde teníamos asignadas unas cuantas decenas de cartillas e ibas visitando según sus necesidades. Me encargaron ocuparme de un paciente que habían operado de una traqueotomía y le habían puesto en el hospital de Valí d'Hebron un respirador debido a una enfermedad neurológica que le impedía respirar solo, aunque por lo demás estaba consciente y se podía valer por sí mismo, más o menos. Me fui al hospital antes de que saliera para que me explicaran qué necesitaría hacer, y el día que lo trasladaron a casa pasé a ayudarle a él y a su mujer, que a los sesenta y tantos tenían que sobrellevar aquello de forma crónica. Entre otras cosas, ella tenía que aprender a aspirar el respirador y a quitarle la cánula de la traqueotomía cada tres o cuatro semanas.

De entrada te da miedo, porque si no lo has hecho nunca, temes hacerle daño... Los primeros días fui a enseñarle a ella y luego, a la hora de cambiarle la cánula, lo llevé a mi hospital a Urgencias para ver cómo lo llevaban a cabo, pero le hicieron tanto daño y lo pasó tan mal que estuve segura de que yo se lo haría con más cuidado la próxima vez. De todos modos, él ya me advirtió que nunca más volvería al hospital. Poco a poco la señora fue asumiendo su papel y ya no me necesitaba tanto, pero es muy gratificante ir a las casas, te lo agradecen mucho.

Ahora, en Ginecología, hacemos diagnóstico prenatal de todas las embarazadas que tienen alguna patología o riesgo, controlamos el feto... Y un día vino una señora con un embarazo gemelar a la que le habían realizado la amniocentesis en otro centro, pero nos la remitieron a nosotros por determinados problemas. En el momento del parto fui a verla porque era un caso interesante, y lo que en principio le habían dicho que eran dos niñas, resultaron ser un niño y una niña. Al parecer, durante la amniocentesis le pincharon sólo en una de las bolsas en lugar de pinchar en las dos, como hacemos aquí, argumentando que con una misma aguja pasaba de una bolsa a la otra. Y no pasó, claro. Pero bueno, la cuestión es que nacieron ambos bien, y nosotros excusamos al otro centro diciéndoles que aquello podía pasar, que a lo mejor se mezcló el líquido amniótico...

En otra ocasión, llamó una compañera que estaba embarazada para ver los resultados de la biopsia y le felicité porque era un niño. Se puso muy contenta porque tenía ya dos niñas, pero cuando a los quince días viene para hacerse la ecografía, me doy cuenta de que es una niña. Me quedé horrorizada, busqué la libreta de todas las pruebas que se habían hecho aquel día, llamé al laboratorio y resulta que habían cambiado los tubos con el de otra señora que sí tendría el niño. Tuve que llamarla también a ésta para darle las explicaciones pertinentes; suerte que ambos estaban bien.

Además extraigo sangre a las mujeres para hacer cariotipos en sangre, es decir, para ver su fórmula cromosómica. Una vez una doctora que lleva los temas de menopausia me envió a una paciente con un fallo ovárico, le saqué sangre y al cabo de un mes me llaman del laboratorio alertándome de que me he equivocado y les he enviado sangre a nombre de una señora y es un señor, pues los cromosomas son XY.

Yo lo dudaba pero llamé a la paciente para comprobarlo, le argumenté que se me había caído el tubo y debía pincharla otra vez. Cuando vino, era efectivamente una mujer, no transexual ni nada, era todo suyo. Saqué sangre otra vez y les pedí que lo hicieran rápido para llegar a tiempo a su visita a la ginecóloga. Así fue, pero volvió a salir que era un hombre. Al final, con la doctora, conseguimos averiguar que le habían hecho un trasplante de riñón, y éste era de su hermano, por lo cual en sangre le salía la fórmula de su hermano. Si hubiéramos hecho una biopsia de piel, habrían salido sus cromosomas XX, pero el susto que nos pegamos y la semana que estuve preocupada por si me había equivocado...

A veces, el médico recomienda a la menopáusica que si tienen miomas habría que quitarlos, hacer una limpieza... ¡Y se preocupan porque se quedarán sin regla y entonces dejarán de ser una mujer! Y de eso nada, incluso pueden estar más tranquilas y disfrutar de su sexualidad mucho mejor. También vino una señora de cincuenta y tantos a hacerse una ecografía porque estaba preocupada por algo. Le preguntamos:

—¿Ha tenido relaciones sexuales?

—No, porque claro, en el pueblo, en aquellas épocas, con la educación tan reprimida que me inculcó mi madre y la sociedad tan restrictiva, que no nos dejaban hacer nada...

Así que la doctora le propuso hacerle la inspección por vía vaginal introduciéndole el transductor. Y ella accedió en cuanto le confirmamos que después le resultaría más fácil tener relaciones, puesto que perdería el himen. Lo intentamos, le hizo un poco de daño pero, efectivamente, la desvirgamos. Y la señora quedó contentísima y agradecidísima:

—Toda mi vida sufriendo, no queriendo salir con nadie por el miedo a esto, y ahora tengo un amigo y con lo que me habéis hecho podré tener relaciones con él. Y así no me dará vergüenza confesarle que soy virgen. Si lo llego a saber, vengo antes.

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