Éste es el reportaje, escrito para
El Periódico de Cataluña,
que motivó el libro en su conjunto y que viene ilustrado además con el testimonio de una de esas enfermeras que se lió la manta a la cabeza para marcharse a otros países a ejercer su profesión de una forma digna.
RA.ENFERMERAS A LA FUGA
La falta de enfermeras está dejando los hospitales bajo mínimos, con la paradoja de que muchas se marchan al extranjero mientras otras, menos preparadas, vienen de Sudamérica a sustituirlas.
«A este paso llegará un día en el que nadie trabajará en un hospital.» Con esta frase lapidaria abre la enfermera Elisa Martín la caja de los truenos que resuenan hoy en muchos hospitales. Primero, por la fuga de enfermeras al extranjero; segundo, y en cierta parte como consecuencia, por la falta de personal que asuela el sector sanitario como un pez que se muerde la cola.
Para entender la carencia de profesionales, conviene comenzar por explicar las condiciones en las que trabajan éstos. Lo describe Elisa Martín, también representante del Sindicato de Enfermería (Satse) del hospital Sagrado Corazón de la Alianza: «Le has de dedicar muchas horas, incluidos fines de semana, turnos de noche, y para alternarlo con una vida familiar es complicado, no te compensa, porque tienes los problemas de tu familia más los que conlleva trabajar en sanidad. Tú eres la que está a la disposición del paciente las veinticuatro horas, y los familiares y los pacientes te explican sus preocupaciones a ti. Al principio, lo coges con ilusión, estás muy motivada, haces muchas horas... pero llega un momento en el que no puedes más, porque afecta a tu salud, vas absorbiendo problemas, pero al final te sobrepasan y te los llevas a casa. Hay una carga de trabajo muy fuerte, padecemos mucho de la espalda porque tenemos que realizar esfuerzos para solucionar circunstancias acuciantes en momentos críticos. Por ejemplo, si estás levantando un paciente y se te desmaya, no puedes esperar a que venga alguien a ayudarte, tienes que levantarlo tú. Y eso acaba repercutiendo en tu estado físico».
Lo peor, se lamenta Alicia Bernat, de CC. OO., es que a veces el paciente ni siquiera lo agradece: «Yo la fuga la considero lógica, ya que estamos muy mal remuneradas, muy mal consideradas y muy mal tratadas, incluso por los pacientes, que nos echan la culpa de todo. A pesar de ello, nosotras los tratamos lo mejor posible, cuando a veces te dan ganas de mandarles a paseo, y si me dan ganas a mí que llevo cuarenta años en la profesión... imagínate a una joven. Es más, el otro día una que estaba haciendo una suplencia en consulta se negó a ir a planta del hospital y enviaron a una compañera mía de cincuenta años que tiene la espalda hecha polvo. Nadie quiere trabajar en planta de los hospitales».
A Elisa Martín no le resulta extraño, «con estas condiciones laborales, teniendo que trabajar un fin de semana sí y otro no, quedando una enfermera sola por planta para cuarenta y tantos pacientes con la misma carga de trabajo que entre semana... Porque nos salvamos de las pruebas, pero las curas, los tratamientos, la medicación, etcétera, seguimos haciéndolos, con el añadido de los familiares que vienen durante el fin de semana, a los que hay que explicarles todo bien, tienes que educarles a ellos y al paciente en la prevención, para que cuando vuelva a casa aprenda a hacer sus curas, a administrarse la medicación, etcétera».
Suma y sigue: «A la enfermera le compete todo: el trabajo de las auxiliares, de las dietistas, de las limpiadoras... Somos las coordinadoras de todo el equipo de profesionales de categoría inferior, hemos de estar pendientes de si se le ha hecho bien la higiene y la cura, de si la comida es la que le corresponde por su dieta, de si el familiar sabe cómo le tendrá que atender en casa, explicándoselo hasta por escrito y oral, para que no se olvide, partiendo de que cuando uno está enfermo se siente más indefenso y nervioso, y no entiende las cosas igual que cuando está bien. Todo lo cual puede conllevar hasta media hora, y si tienes quince o veinte enfermos, no tienes el tiempo material para dedicarles el que necesitan, lo cual para ellos puede suponer llegar a casa, no entender nada del tratamiento y tener que llamar al hospital o volver para intentar localizar a la enfermera, pedirle otra nueva explicación, etcétera. Si el paciente ha de derivarse a otros centros, también es la enfermera la que se preocupa de recopilar todos los informes adecuados, el alta hecha, la burocracia, el informe del médico... Son cosas que no se ven y no se pueden plasmar en un documento, ni se puede establecer el tiempo necesario para cada paciente porque depende de si un día está deprimido y necesita más apoyo, o si está más serio y no tiene ganas de hablar, con lo cual saldrá antes de la consulta...».
Luis Gil, del grupo de enfermería de UGT, va un poco más allá en el análisis de las causas: «La falta de personal la estamos sufriendo sobre todo en la sanidad privada, porque hay un envejecimiento de la población, dado que es una profesión que tiene muchas cargas de trabajo que provocan lesiones dorso lumbares a la larga; de hecho, es raro que enfermeras que llevan veinticinco o treinta años no tengan ahora una lesión músculo—esquelética; por culpa de una gestión deficiente en cuanto que la sanidad genera mucho dinero pero no se reparte equitativamente; por un perfil de enfermera que hasta ahora se ha considerado como segundo sueldo en la familia, que además del trabajo llevaba los hijos, la casa, las cargas personales... lo que les ha impedido durante mucho tiempo reivindicar sus derechos o llegar a cargos más altos. De ahí que las únicas que los han alcanzado sean las solteras, las que no tenían doble trabajo, pero eso deja muy pocas posibilidades de promoción, puesto que están tan consolidadas que en muchos centros no se convocan plazas desde hace más de quince años y la edad media de las enfermeras, según algunos estudios, es de cincuenta y cinco años. Eso desvela el problema de envejecimiento del personal que va a haber dentro de diez años». Y más teniendo en cuenta que al eliminar la FP por la que la mayoría de los estudiantes entraban a estudiar la diplomatura de Enfermería, muchos han dejado de estudiar la carrera, con lo cual faltan varias promociones que ahora convendrían como agua de mayo.
De las que sí se atrevieron, varias tituladas en la Escola Sant Joan de Déu, adscrita a la Universidad de Barcelona, actualmente de prácticas en la Alianza, confirman todo lo anterior. Con Carme Coma como portavoz: «Aquí te pagan muy mal, los horarios y los turnos rotativos, las noches, los festivos... el hecho de que te avisan con poca antelación para encargarte una suplencia, con lo cual no puedes hacer planes; los contratos precarios, que no te dan posibilidades de conseguir un puesto, ni una estabilidad laboral... Claro que falta personal, pero el que entrara debería ser cuidado y ofrecerle contratos en buenas condiciones. Yo disuado a todo el que se plantea estudiar Enfermería. Sales de la carrera y lo primero que te van a ofrecer es este tipo de suplencias temporales y tienes que aguantar años hasta conseguir algo más seguro, con lo que no te puedes permitir ni un piso. Aguantamos porque es una carrera vocacional, pues visto lo visto no te da buenos augurios; pero nos gusta y por eso nos quedamos y lo hacemos, porque tiene que haber alguien que lo haga. Es totalmente altruista a pesar de que tenemos que cobrar para ganarnos la vida. Hay que hacer pina, quejarse y patalear». Tras esta letanía, concluyen al unísono: «Es normal que nos vayamos fuera».
Así lo reconoce también el Consell de la profesión de enfermería, que, según María Jesús Almagro, «va a presentar a la consellera de Sanidad varios estudios que demuestran que hay una falta de profesionales y que parte de la culpa radica en que se está perdiendo el interés en estudiar Enfermería, no en vano algunas escuelas están cerrando. Y de las personas que sí estudian la carrera, la mayoría se declara dispuesta a marcharse fuera». Las ventajas las enumeran todos, empezando por Elisa Martín: «Francia, Inglaterra e Italia están contratando enfermeras españolas con unos sueldos altísimos y ofreciendo incluso el curso de idiomas y la vivienda gratis. Aparte de que están muchísimo más reconocidas que aquí, tienen un trabajo más gratificante, con un número de pacientes de ocho a diez, con los que están más en contacto porque disponen de más tiempo para cada consulta, las contratan como especialistas de técnicas concretas... Además, les adecúan los horarios a otras actividades como estudios, a la conciliación con la vida familiar, tienen más flexibilidad según las cargas de trabajo, en cambio aquí son muy estrictos los turnos».
Alicia Bernat agrega: «Allá no las quieren dejar ir ni para vacaciones, las tratan como reinas, ganan el doble, no tienen que limpiar culos, que suele ser la tarea del auxiliar, no estudiamos una carrera para eso». Luis Gil ahonda: «Normalmente, la fuga se produce de los veinte a los veintiocho o treinta, edad en que ya empiezan a buscar una estabilidad. En esta franja no sólo hay gente que se marcha al extranjero porque la enfermería española está mejor reconocida y remunerada allá, sino también porque aquí tenemos el problema de que la estabilidad laboral en la enfermería se consigue después de diez años y a un alto coste para la vida personal, con unos salarios no equiparados a las responsabilidades que te cargan ni al coste de la vida. Si a eso le sumas que estás libre de cargas familiares y no pretendes emanciparte y formar una familia a los veintidós, como se hacía antes, es lógico que haya una fuga allá donde nos den trabajo, mejor salario, estabilidad y vivienda».
Y por los mismos motivos, las que no se van prefieren trabajar en un Centro de Asistencia Primaria (CAP), como comenta Martín, de Satse: «La mayoría de las jóvenes enfermeras que salen hoy se presentan a oposiciones para meterse directamente en la sanidad primaria, en los ambulatorios, porque trabajan de lunes a viernes, libran festivos, se dedican a pasar consulta, que es mucho más agradable que trabajar con el paciente con problemas agudos. Yo lo entiendo porque acaban de terminar la carrera, lo tienen todo muy fresco y está mucho mejor remunerado, pero me parece un desperdicio de vitalidad». Luis Gil comprende que muchas demanden CAP en cuanto que hay ofertas de trabajo: «El aumento de la esperanza de vida hace a las personas más dependientes, aumentan los cuidados a domicilio, realizar los cuidados es mucho más barato gracias a las nuevas tecnologías... En los ambulatorios públicos trabajas menos, cierran los viernes hasta el lunes y te pagan más».
Uno de los graves problemas de la Sanidad es la enorme diferencia entre los centros públicos, concertados o privados, por los diferentes convenios por los que se rigen. Lo cual provoca un continuo trasvase de unos a otros en función de la oferta más conveniente, con la consiguiente plaza vacía hasta que se consiga a una suplente, que también puede marcharse a la mejor ocasión: «Cuando viene alguna enfermera a hacer una suplencia, en muchos casos le ofrecen un puesto mejor pagado en otro sitio y se va, rescinde el contrato y punto», afirma Martín, y prosigue con las consecuencias más directas para las enfermeras que siguen trabajando en el hospital: «Estamos sufriendo hasta un 15 % de bajas en la plantilla debido al estrés acumulado por la falta de personal, a que cuando falta una enfermera especializada mandan a otra que no lo está, con lo cual pasamos malos ratos; a que el trabajo de dos lo tiene que hacer una... Todo ello, al final, está llevando a muchas al
burn out
(quemazón laboral), lo que implica aún menos profesionales de la Sanidad en activo».¿Hasta qué punto los pacientes se están viendo perjudicados? En las salas de espera de las consultas reina la resignación, muchos no se molestan ni en protestar: «Las veo tan agobiadas que me da hasta palo pedirles nada». Si bien, Ana Arapiles, auxiliar afiliada a UGT, cree que, al menos a la hora de la verdad, no acusan la falta de profesionales: «Todo el personal sanitario deja su malestar aparte para que el paciente disponga de todos sus cuidados, porque él no tiene la culpa, así que se le trata igual, aun a costa de echarte toda la carga, de problemas de sueño, de salir fatal, de dolores de espalda».
Luis Gil coincide en que «los pacientes no se enteran porque se han establecido sistemas de gestión empresarial como si vendiéramos productos, y resulta que damos servicios, pero se mide la eficacia por la ocupación de las camas, no por la calidad asistencial. Sólo valoran los números, si han reducido las listas de espera, si han quedado más o menos bien... No les importa cómo haya sido».
Sin embargo, a las enfermeras sí les importa. Por eso están movilizándose y reivindicando mejoras a todos los niveles. En Satse piden «que se motive al personal, no sólo a nivel económico, sino procurando que la enfermera se sienta bien, reconocida, segura de contar con un equipo de trabajo que puede organizar con autonomía; que se vaya contenta y motivada, porque todo se lo transmitimos al paciente, involuntariamente, con un gesto, una mirada... y si una está mal, igual lo único que consigue es que se deprima más».
María Jesús Almagro, como responsable del grupo de Enfermería de UGT, considera imprescindible obtener «mejoras laborales, económicas, profesionales y sociales, que se reconozca que es una profesión muy esclava, que carga con un estereotipo que hay que reparar, potenciando su valor, una imagen más profesional». Y apunta que desde el Consell van a proponer a la Consejería de Sanidad «que realice nuevos estudios más actuales y en profundidad, para que, a partir de ahí, tome cartas en el asunto». Antes de que lo que ya está alarmando a los sindicatos sea verdaderamente irremediable: «Para paliar la fuga de las enfermeras españolas, aquí están contratando a gente que viene mal preparada de Sudamérica, hasta sus médicos son para echarse a temblar», reniega Bernat. Y se prevé que dentro de poco contratarán en destino a enfermeras del Este. Paradójico, cuando menos.
A sus veintinueve años, es la representante de toda esa generación de enfermeras jóvenes que se marchan a trabajar al extranjero aprovechando la gran demanda de personal de países como Francia, Inglaterra, Portugal, e incluso de las antiguas colonias en Latinoamérica, Asia y África, donde las experiencias difieren bastante de las de sus colegas en España.
Estuve trabajando en el hospital de San Juan de Dios de Zaragoza en Paliativos durante un año, dos semanas en Urgencias, y un tiempo en Huesca, pero yo lo que deseaba era irme al extranjero para aprender idiomas, formas de trabajar, etcétera. A pesar de que quería irme a Londres o a la zona inglesa, que era donde más demanda había, la oportunidad surgió en París y me apeteció también. Por medio de la Universidad de Lérida me fui allá sola, sin conocer a nadie, nos dieron unas clases de francés en unos hoteles y trabajé en el primer hospital seis meses, con el piso pagado y bien remunerada. Pero no me gustaba cómo se trabajaba allí y preferí marcharme a otro, con el inconveniente de tener que buscármelo por mi cuenta, encontrar piso, que allí es muy complicado... Eso por no hablar de las dificultades que acarreó sacarse la tarjeta de residencia en Francia, necesaria para abrir una cuenta en un banco y, por lo tanto, sin ella no podíamos ingresar los cheques que nos pagaban, íbamos un grupo de veinte personas con casi dos mil euros en el bolsillo sin poderlos cambiar en efectivo, hasta que un banco se apiadó de nosotros, entendió que no era lo más conveniente andar por ahí así durante los dos meses que tardaran en entregarnos la tarjeta y se hizo cargo de nuestros sueldos.