Ana, la de Tejas Verdes (23 page)

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Authors: L. M. Montgomery

Tags: #Infantil y juvenil

BOOK: Ana, la de Tejas Verdes
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—No, no estoy muerta, pero creo que estoy inconsciente.

—¿Dónde te duele? —sollozó Carne Sloane—, ¿dónde, Ana?

Antes de que Ana pudiera responder, apareció en escena la señora Barry. Al verla, Ana trató de ponerse de pie, pero volvió a caer con un pequeño grito de dolor.

—¿Qué sucede? ¿Dónde te has lastimado? —inquirió la señora Barry.

—Mi tobillo —murmuró Ana—. Oh, Diana, por favor, busca a tu padre y pídele que me lleve a casa. Sé que no puedo caminar y estoy segura que no podría llegar tan lejos a la pata coja, cuando Jane no pudo dar la vuelta al jardín.

Marilla se encontraba en la huerta recogiendo manzanas de verano cuando vio al señor Barry que venía cruzando el puente y subiendo la colina junto con la señora Barry y toda una procesión de chiquillas arrastrándose detrás de él. En sus brazos traía a Ana, que llevaba la cabeza recostada sobre su hombro.

En aquel momento Marilla tuvo una revelación. El repentino pánico que se apoderó de ella le reveló cuánto había llegado a significar para ella Ana. Hubiera admitido que le gustaba, más aún, que le tenía mucho afecto. Pero mientras corría supo que esa niña era lo que más quería en el mundo.

—Señor Barry, ¿qué le ha sucedido? —murmuró más pálida y temblorosa de lo que nunca había estado la reservada y sensata Marilla.

La misma Ana contestó alzando la cabeza.

—No se asuste, Marilla. Estaba caminando por el tejado y me caí. Me parece que me he torcido el tobillo. Pero me podría haber roto el cuello, Marilla. Miremos las cosas por el lado bueno.

—Tendría que haber sabido que harías algo por el estilo cuando te dejé ir a esa fiesta —dijo Marilla, brusca y cortante en medio de su alivio—. Tráigala aquí, señor Barry, y acuéstela en el sillón. ¡Dios mío, la niña se ha desmayado!

Era verdad. Vencida por el dolor, Ana vio cumplido otro de sus deseos: se desmayó.

Matthew, a quien se mandó buscar rápidamente al campo de cultivo, fue directamente a buscar al médico, quien llegó a su debido tiempo para descubrir que el mal de Ana era más serio de lo que habían supuesto. El tobillo estaba roto.

Aquella noche, cuando Marilla subió a la buhardilla, donde yacía una niña de rostro muy blanco, una quejumbrosa voz le llegó desde el lecho.

—¿Está muy apenada por mí, Marilla?

—Fue culpa tuya —dijo Marilla bajando la persiana nerviosamente y encendiendo una lámpara.

—Precisamente por eso debería tenerme lástima —dijo Ana—, porque el pensamiento de que todo fue culpa
mía
es el que torna el asunto tan duro. Si pudiera echarle la culpa a alguien me sentiría muchísimo mejor. Pero, ¿qué habría hecho usted, Marilla, si la hubieran desafiado a caminar por un tejado?

—Quedarme en tierra firme y dejar pasar el reto. ¡Vaya disparate!

—Pero usted tiene fuerza de voluntad, Marilla. Yo no. Sólo sentí que no podía soportar el desprecio de Josie Pye. Hubiera alardeado ante mí toda la vida. Y pienso que ya tengo tanto castigo, que no necesita estar enfadada conmigo, Marilla. Después de todo, desmayarse no tiene nada de lindo. Y el doctor me hacía muchísimo daño cuando me arreglaba el tobillo. No podré salir durante seis o siete semanas y me perderé la nueva maestra. Ya no será nueva cuando yo pueda ir a la escuela. Y Gil… cualquiera me aventajará en clase. Oh, estoy mortalmente afligida. Pero trataré de soportarlo todo valerosamente sólo con que usted no esté enfadada conmigo, Marilla.

—Bueno, no estoy enfadada —dijo Marilla—. Eres una niña con mala suerte, de eso no hay duda; pero como tú dices, tendrás que sufrir por ello. Y ahora, trata de tomar un poco de sopa.

—¿No es una suerte que yo tenga una imaginación así? —dijo Ana—. Me ayudará muchísimo. ¿Se imagina, Marilla, lo que hará la gente que no tiene imaginación cuando se rompe un hueso?

Ana tuvo buenas razones para bendecir su imaginación durante las siete tediosas semanas que siguieron. Pero no dependió solamente de ella. Recibió muchas visitas, y no pasaba un día sin que una o más de sus compañeras fueran a llevarle flores, libros, y a contarle todas las noticias relacionadas con la gente joven de Avonlea.

—Todos han sido tan buenos y amables, Marilla —suspiró Ana el día en que por primera vez pudo caminar cojeando—. No es muy agradable guardar cama; pero esto también
tiene
un lado bueno, Marilla. Uno ve cuántos amigos tiene. Porque hasta el señor Bell vino a verme, y es realmente un caballero muy distinguido. No es un alma gemela, por supuesto, pero con todo lo aprecio y estoy terriblemente arrepentida de haber criticado sus oraciones. Ahora creo verdaderamente que las siente, sólo que ha adquirido la costumbre de decirlas como si no. Podría vencer esta dificultad si se preocupara un poquito. Le eché una indirecta. Le dije cuánto me empeñaba en que mis oraciones privadas fueran interesantes. Me habló de la vez que se rompió el tobillo siendo niño. Parece tan extraño pensar que el señor Bell haya sido niño alguna vez. Hasta mi imaginación tiene límites, porque no puedo imaginarme
eso
. Cuando trato de hacerlo, lo veo con patillas grises y gafas, tal como está en la Escuela Dominical, sólo que pequeño. En cambio es tan fácil imaginar a la señora Alian como una niña. Ha venido a verme catorce veces. ¿No es como para estar orgullosa, Marilla? ¡La esposa de un ministro tiene tanto que hacer! Y también es una persona muy alegre para hacer una visita. Nunca dice que la culpa es de uno mismo y que espera que sea una niña más buena después de lo ocurrido. La señora Lynde me lo dijo cada vez que vino a verme; y de una manera que me hizo sentir que esperaba que yo fuera una niña buena, pero que no creía realmente que podría serlo. Hasta Josie Pye vino a verme. La recibí tan amablemente como pude, porque pienso que siente mucho haberme desafiado a caminar por el tejado. Si me hubiera muerto, el remordimiento la habría perseguido toda la vida. Diana ha sido una amiga fiel. Ha venido todos los días a alegrar mi soledad. ¡Pero, oh, estaré muy contenta cuando pueda ir a la escuela, porque he oído cosas tan excitantes sobre la nueva maestra! Todas las chicas piensan que es muy dulce. Diana dice que tiene el cabello rubio y rizado y unos ojos fascinantes. Viste maravillosamente y sus mangas abullonadas son más grandes que las de cualquiera en Avonlea. Todos los viernes por la tarde da declamación, y todos tienen que decir una poesía o intervenir en el diálogo. ¡Oh, es simplemente glorioso pensar en ello! Josie Pye dice que odia la poesía pero es sólo porque Josie tiene muy poca imaginación. Diana y Ruby Gillis y Jane Andrews están preparando un diálogo para el próximo viernes, llamado «Una visita por la mañana». Y los viernes que no tienen declamación la señorita Stacy las lleva al bosque, a pasar un día de campo, y estudian los helechos, las flores y los pájaros. Y todas las mañanas y las tardes hacen ejercicios físicos. La señora Lynde dice que nunca ha visto cosas semejantes y que esto pasa por tener una maestra. Pero yo creo que debe ser espléndido y que hallaré un alma gemela en la señorita Stacy.

—Si hay algo bien claro, Ana —dijo Marilla—, es que la caída del tejado de los Barry no ha afectado a tu lengua en absoluto.

CAPÍTULO VEINTICUATRO
La señorita Stacy sus alumnos organizan un festival

Era otra vez octubre cuando Ana estuvo nuevamente en condiciones de regresar al colegio; un octubre glorioso, todo rojo y oro, con dulces mañanas en que los valles estaban cubiertos por brumas delicadas, cual si el espíritu del otoño las hubiera puesto allí para que el sol tallara amatistas, perlas, plata y rosas. El rocío era tanto, que los campos parecían cubiertos por un manto de plata y había enormes montones de hojas muertas en las hondonadas, crujientes bajo los pies. El Camino de los Abedules era un amarillo dosel y los helechos lo bordeaban, secos y pardos. El aire tenía un gustillo que inspiraba los corazones de las damitas y las hacía correr, contentas, al colegio. Era tan agradable estar otra vez en el pequeño pupitre junto a Diana, con Ruby Gillis saludando con la cabeza desde el otro lado del pasillo, Carne Sloane mandando notas y Julia Bell enviando goma de mascar desde el pupitre trasero. Ana lanzó un largo suspiro de felicidad al tiempo que sacaba punta al lápiz y arreglaba las ilustraciones sobre su pupitre. La vida era por cierto muy interesante.

En la nueva maestra halló otra amiga servicial y verdadera. La señorita Stacy era una mujer brillante y simpática que poseía el feliz don de ganarse y mantener el afecto de sus alumnos y de sacar a la luz lo mejor que había en ellos, mental y moralmente. Ana se abrió como una flor bajo su múltiple influencia y llevó a casa, al admirado Matthew y a la crítica Marilla, un brillante informe de sus progresos en el colegio.

—Quiero a la señorita Stacy con todo mi corazón, Marilla. ¡Es tan señora y posee una voz tan dulce! Esta tarde tuvimos declamación. Me hubiera gustado que estuvieran allí para oírme recitar «María, reina de Escocia». Puse toda mi alma en ello. Ruby Gillis me dijo, mientras regresábamos, que la forma en que recité el verso: «Ahora para mi padre, digo el adiós de mi corazón femenino», le hizo helar la sangre.

—Bueno, uno de estos días me lo puedes recitar en el granero —sugirió Matthew.

—Desde luego que sí —dijo Ana meditativamente—, pero no podré hacerlo tan bien, lo sé. No será tan excitante como cuando se tiene a todo el colegio pendiente de las palabras. Sé que no podré helarle la sangre.

—La señora Lynde dice que su sangre se le heló al ver a los muchachos subir a la copa de esos altos árboles en la colina de Bell, buscando nidos de cuervos el viernes pasado —dijo Marilla—. Quisiera saber si la señorita Stacy les estimula.

—Es que necesitábamos un nido de cuervo para estudiar historia natural —explicó Ana—. Ése era nuestro día de campo. Las tardes así son espléndidas, Marilla. ¡Y la señorita Stacy lo explica todo bien! Debemos escribir redacciones sobre nuestros días de campo y yo siempre escribo las mejores.

—Es mucha vanidad de tu parte decirlo. Será mejor que lo dejes a cargo de la maestra.

—Pero si lo dijo, Marilla. Y yo no soy vanidosa al decirlo. ¿Cómo puedo serlo si soy tan mala en geometría? Aunque estoy empezando a comprenderla un poco. La señorita Stacy hace que sea muy clara. Sin embargo, nunca seré buena en eso y le aseguro que ésta es una humillante reflexión. Las más de las veces, la señorita Stacy nos deja elegir los temas, pero esta semana debemos escribir una redacción sobre una persona distinguida. Es difícil elegir entre tanta gente interesante que ha existido. Debe ser espléndido ser distinguido y que escriban redacciones sobre uno después de muerto. Oh, me gustaría terriblemente ser enfermera para ir con la Cruz Roja a los campos de batalla como mensajero de la piedad. Eso, si no voy como misionera al extranjero. Sería muy romántico,
pero
uno debe ser muy bueno para ser misionero y eso sería un
pero
muy grande. También hacemos gimnasia todos los días. Hace el cuerpo grácil y facilita la digestión.

—Eso está por verse —dijo Marilla, que honestamente creía que era una tontería.

Pero todos los días de campo, recitados y ejercicios físicos palidecieron ante un proyecto que trajo la señorita Stacy en noviembre. Que los escolares de Avonlea debían organizar un festival para el día de Nochebuena, con el laudable fin de obtener fondos para una bandera para la escuela. Los alumnos se apuntaron inmediatamente al plan y comenzó en seguida la preparación de un programa; de todos los ejecutantes electos, ninguno se excitó más que Ana Shirley, que se lanzó a la tarea en cuerpo y alma, trabada como estaba por la desaprobación de Marilla. Ésta lo consideraba como una tontería de marca mayor.

—Te está llenando la cabeza de tonterías y ocupando un tiempo que puedes dedicar a las lecciones —gruñó—. No apruebo que los niños organicen festivales y corran de un lado a otro ensayando. Esto los hace engreídos y amigos de callejear.

—Pero piense en el buen fin, Marilla —rogó Ana—. Una bandera cultivará el espíritu de patriotismo.

—¡Tonterías! Hay muy poco patriotismo en vuestros pensamientos. Lo único que queréis es pasar un buen rato.

—Bueno, ¿no está bien eso de combinar patriotismo con diversión? Cantaremos seis canciones a coro y Diana lo hará sola. Yo estoy en dos diálogos: «La sociedad para la supresión de la maledicencia» y «La reina de las Hadas». Los chicos también interpretarán un diálogo. Y yo recitaré dos poemas, Marilla. Tiemblo cuando pienso en ello, pero es un temblor excitante. Y como final habrá un cuadro vivo: «Fe, Esperanza y Caridad». Diana, Ruby y yo estaremos allí, con blancas vestiduras y los cabellos sueltos. Yo seré la Esperanza, con las manos cogidas así y los ojos elevados al cielo. Practicaré las declamaciones en la buhardilla. No se alarmen si me oyen lanzar quejidos. Debo quejarme terriblemente a una de ellas y es realmente difícil conseguir un quejido artístico. Josie Pye está malhumorada porque no consiguió el personaje que quería en el diálogo. Quería ser la reina de las hadas. Eso hubiera sido ridículo, pues ¿quién supo alguna vez de una reina de las hadas tan gorda como Josie? Las reinas de las hadas deben ser delgadas. Jane Andrews será la reina, y yo una de sus damas de honor. Josie dice que le parece que un hada pelirroja es tan ridícula como una gorda, pero a mí no me preocupa. Llevaré una corona de rosas blancas en los cabellos y Ruby Gillis me prestará sus zapatillas de baile porque yo no tengo. Usted sabe que es necesario que las hadas vayan calzadas así. ¿Se imaginaría usted un hada llevando botas? ¿Especialmente con tacos color cobre? Vamos a decorar el salón con flores y plantas. Y entraremos de a dos en fondo cuando el auditorio esté sentado, mientras Emma White toca una marcha en el órgano. Oh, Marilla, sé que esto no la entusiasma tanto como a mí, ¿pero no espera que su pequeña Ana se distinga?

—Todo cuanto espero es que sepas comportarte. Estaré muy contenta cuando todo ese torbellino haya terminado y te puedas tranquilizar. En estos momentos no sirves para nada, con la cabeza llena de diálogos, quejidos y cuadros vivos. En lo que se refiere a tu lengua, es una maravilla que no se te gaste.

Ana suspiró y se trasladó a la huerta, sobre la cual brillaba la luna creciente a través de las desnudas ramas de los álamos, en un cielo verde manzana, y donde Matthew cortaba astillas. Ana cabalgó sobre un tronco y comentó el concierto con él, segura de tener un interlocutor apreciativo por lo menos esta vez.

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