—Sí.
—¿Sí, qué?
«Joder».
—Sí, señor.
—Buena chica —la felicitó—. Todo lo que hagas bien será recompensado, Cleo. Orden que desobedezcas, será castigada. Debes entender que el BDSM, al estar relacionado con látigos, ataduras, azotes, juguetes y prácticas agresivas, la gente tiende a asociarlo con depravación, violación a la dignidad humana e, incluso, humillación y maltrato. ¿Tú has pensado alguna vez en eso? Necesito saberlo.
Cleo negó con la cabeza. Siempre había sido bastante abierta.
—No, exactamente. Le tengo respeto, eso sí. Considero que en el BDSM no se obliga a nadie a someterse a otra persona, porque por lo poco que he visto y sé, luego repiten, se corren y ruegan por más. Así que, puede que deseen que los humillen, los azoten y los provoquen de ese modo —se encogió de hombros—. ¿Estoy equivocada, señor?
—Es una muy buena respuesta —apreció sin moverse del sillón—. Los que jugamos sanamente en el BDSM no obligamos a nadie a hacer nada. Están ahí porque lo desean, porque necesitan eso, y nosotros damos lo que necesitan. Es así de sencillo. Hay muchos tipos de cuerpos y mentes. No todos se excitan con lo mismo —explicó frotándose la barbilla y centrándose en los pechitos que se adivinaban debajo de la bata. Cleo estaba tremenda así vestida, y solo llevaba aquella bata y las braguitas rojas debajo. Tenía una piernas torneadas perfectas—. Hay personas a las que el sexo convencional les aburre, no les excita. No les calientan ni las caricias ni las palabras de amor, ni el misionero ni nada de eso... Sus cuerpos responden a otro tipo de estímulo más rudo porque su cuerpo es así. —Esta vez sí se levantó y se colocó a diez centímetros de ella—. Un azote, un mordisco sutil, amordazarles, atarlos... Eso les gusta y les devuelve a la vida. De esa sensación de liberación y de sentirse vivos, nacen los amos y las sumisas. De ahí nace la dominación y la sumisión. Puede que otra gente frustrada quiera utilizar el BDSM para orientar sus traumas o sus psicopatías... Pero gente loca hay en todos lados, ¿verdad? Y, además, hay muchos más vainillas hechos polvo, destrozados psicológicamente, que no gente DS.
—Porque los vainillas son mayoría, señor.
—No. Porque no tienen modo de liberarse. Están confundidos.
—¿Por qué, señor? —Vaya, ¿así que la gente normal estaba confundida?
—Porque nos enseñan que debemos vivir con una única persona y mantener relaciones sexuales y hacer el amor con ella hasta que la muerte nos separe.
—¿Y eso es malo?
—No; pero el sexo que hay en los matrimonios es aburrido. Hay un momento en el que la mujer o el hombre quiere más. Él la deja de tocar, de besar, de acariciar... Hacen el amor y no se miran a los ojos. Ella también se aburre: es bidireccional. Se han dejado de respetar. Como nos han enseñado a relacionar sexo y amor como un pack, cuando las carencias en la sexualidad del matrimonio comienzan a destacar y a hacerse insalvables, empiezan los problemas en la pareja.
—¿Insinúas que el juego BDSM podría salvar muchos matrimonios?
—Podría salvar muchas diferencias y discusiones; y hacerlo todo mucho más sexy, siempre que haya consenso. La chispa nunca debería morir en una pareja, y el BDSM hace que salten chispas.
—¿Tú, como amo, no unes amor y sexo?
—Para la mayoría de los amos el sexo es una cosa, y el amor es otra. El BDSM es como un ejercicio.
¿A qué se refería con eso? ¿Acaso él nunca se había enamorado?
—¿Nunca has sentido nada por alguna de tus sumisas, señor? —preguntó con la boca pequeña, y molesta por una posible respuesta afirmativa.
Lion se detuvo tras ella y le pasó la punta de los dedos de su mano derecha por el lateral derecho de su cuello. La caricia fue sutil, como el aleteo de una mariposa, pero hizo reacción en todo el cuerpo de Cleo. Los pezones se le endurecieron y la piel se le puso de gallina. Se estremeció.
—Me he preocupado de todas sus necesidades y me he encargado de ellas. Algunas me han podido gustar más que otras, a algunas he creído amar... Pero nunca me he enamorado de nadie, Cleo —pronunció su nombre como si fuera un abrazo rebosante de ternura—. El corazón de un amo está en una mazmorra muy peligrosa, y solo una princesa con alma de dragón puede reclamarlo. Cuando entregue mi corazón, lo entregaré para siempre.
Cleo cerró los ojos y peleó por controlar su respiración. ¿Nunca? ¿Nunca jamás como en el país de
Peter Pan
? ¿Ni siquiera por Leslie? Él bebía los vientos por ella, siempre estaba a su lado... Y ahora le decía que no se había enamorado de nadie. Nunca jamás era mucho tiempo, demasiado para un hombre joven, sexy y saludable como él. ¿Por qué no se había enamorado? Podría tener a quien quisiera, a quien él deseara... ¿Qué buscaba Lion en una mujer para entregarse a ella para siempre? ¿Qué quería?
—¿Sorprendida?
—Mucho.
Lion recorrió con los dedos el punto en el que el cuello y el hombro se unían.
—Lo que debes entender es que en el torneo verás a muchos tipos de amo —evitó el tema del amor. Con Cleo no podría hablar de eso—. Algunos compartirán a sus sumisas, otros no; unos pocos serán extremadamente duros con ellas; y verás a unos cuantos a los que sus sumisas se les subirán a la chepa en un santiamén... Pero no dudes de que todos ellos se preocupan y respetan a sus sumisas a su manera, y ellas les adoran.
—Lo planteas todo desde un punto sexual y romántico a la vez. Parece algo maravilloso... Me confunde. No relaciono la dominación con las palabras que tú describes.
—¿Y si te digo que lo es? ¿Que la sensación de dolor con los azotes, con las fustas, con los cachetes... solo existe en tu mente? ¿Que el BDSM es liberador y a la vez maravilloso? ¿Catalizador?
—Diría que no me lo creo. Todos lloramos cuando nos hacemos daño. Yo misma grité a la de la manicura la semana pasada. No tengo mucha resistencia al dolor.
—Al dolor que yo te voy a provocar sí, Cleo —murmuró inhalando su pelo—. El dolor es una sensación. La puedes dirigir al placer o al sufrimiento, y es nuestra mano quien guía ese termómetro. Y yo quiero tu placer. Todo él. No quiero dejar nada para nadie más. Se llama algolagnia: erotismo relacionado con el dolor, de un modo pasivo o activo.
Esta vez, ella levantó la mirada velada por el deseo y lo observó por encima del hombro. Se quedó en silencio cuando él se inclinó y retiró un poco la bata de su hombro para dejarle un beso húmedo sobre la piel, con los ojos añiles fijos en ella.
—El BDSM no nace de una mente enfermiza —prosiguió hablando sobre su piel—. Mira al frente, Cleo —le ordenó. Ella obedeció inmediatamente—. Nace de una mente atrevida y juguetona. No nace de la necesidad de hacer daño. Al contrario: nace de la necesidad de ofrecer placer, porque eso es lo que el sumiso o la sumisa busca y porque el objetivo de los amos es satisfacerles.
—¿Y satisfacerse a sí mismos, señor? —Apenas podía hablar.
—Como Amo —explicó dando una vuelta a su alrededor—, me satisface ver que te gusta que te sonroje la piel, que deseas que te castigue y te ate, que sabes que te mereces el azote, y que cuando te corras conmigo —susurró en su oído y le dio un beso dulce bajo el lóbulo— derrames lágrimas de placer.
Y él las lamería, tal y como ya le había dicho. Ella tragó saliva con dificultad y se visualizó deshaciéndose sobre el parqué como nata líquida. Las piernas la sostenían porque Dios había creado la tibia y el peroné; porque las rodillas se le habían deshecho por completo.
—Voy a enseñarte a ser sumisa, Cleo. Será una instrucción de veinticuatro horas diarias. Tiempo completo —comunicó lenta y claramente—. Se llama un 24/7. Te ordenaré que hagas cosas, te tocaré y te follaré.
—Nos follaremos mutuamente, claro —contestó la rebelde interior—. Hasta donde yo sé, el sexo no es unidireccional, a no ser que te hagas una paja.
Lion enredó los dedos en su pelo caoba y los cerró en torno a un espeso mechón.
—Tienes una lengua muy rápida. Ya probaremos cuán rápida puede ser más adelante —gruñó sobre su oído—. Pero no quiero que creas que soy así permanentemente. Es solo durante tu instrucción.
—¿Te importa lo que piense de ti, señor? —La pregunta salió sola. No fue procesada por el cerebro, pero sí por la vanidad femenina. Siguió de reojo los movimientos del agente, barra amo, barra Rey León.
Él se colocó delante de ella, todavía con la mano hundida en su melena, y le inclinó la cabeza hacia atrás, mientras con la otra mano coló los dedos por debajo de la bata.
Lion arqueó una ceja a modo de amenaza, una que decía: «esta es la primera prueba, así que no la cagues».
—Te voy a decir qué tipo de Amo soy. Soy comprensivo y protector. Me gusta el control, y ni mucho menos creo que lo sé todo. Solo sé cómo hacer que disfrutes, que te entregues; eso sí. No voy a exigirte que me respetes —poco a poco subió la mano por su muslo, masajeándolo suavemente—. Me ganaré tu respeto, intentaré conocerte día a día. Hoy sé más cosas de ti de las que sabía ayer.
—¿Por ejemplo?
—Sé que cuando te pones nerviosa te muerdes el interior de la comisura derecha de la boca. No bebes alcohol: tu frigorífico solo tiene bebidas
lights
, tés helados o Shandys de manzana. No fumas. Te gusta Lady Gaga. Y, aunque lo niegues, adoras Nueva Orleans. Me he dado cuenta de ello por el modo en que tus ojos se posan en el Barrio Francés o en el Misisipi. Lo admiras, no lo aborreces. Eres muy romántica y te encantan las películas de fantasía. Te pierde la curiosidad: eres como una jodida gatita que lo olisquea todo. Y necesitas desahogarte cuando estás muy estresada; por eso tienes el saco de boxeo de pie en tu jardín. Te encantan las flores y los animales exóticos. Tienes unas pequitas diminutas sobre el puente de la nariz; y tus ojos son de un verde que no puedo describir. Son demasiado claros para ser reales. Me recuerdas a un duendecillo.
—Oh... Vaya, eres bueno, agente —Por algo Lion era especialista en perfiles.
—Señor.
—Señor —rectificó.
—Quiero ayudarte y guiarte, Cleo. Y me tomo tus preocupaciones muy a pecho, porque ahora también son las mías. Jamás te mentiré y seré siempre sincero contigo, con mis gustos, con mis necesidades. Exigiré lo mismo de ti, ¿de acuerdo? —Sí, señor.
—Cuando te presione lo haré para demostrarte lo fuerte y lo lejos que puedes llegar. Te enseñaré que tienes muy pocos límites. Te conozco un poco como persona, Cleo. Tenemos un pasado en común y sé cómo eras de niña y de preadolescente. Pero no conozco bien a la Cleo mujer. No sé si tienes alma de sumisa, pero lo descubriremos juntos; y si no la tienes, te prepararé para que parezca que lo eres. Necesito conocer tu cuerpo antes que lo que tienes aquí —apartó la mano que frotaba su muslo, y la subió para tocarle la sien—, y aquí —después dirigió la misma mano a su corazón y la dejó sobre su pecho. El pecho de Cleo se hinchó inconscientemente y se puso duro. Vaya, sí que era receptiva, y mucho—. Normalmente es al revés, primero nos ganamos el corazón... Pero no tenemos tiempo para mucho más. Aun así prometo esforzarme para no decepcionarte y no hacerte daño nunca. Para mí eres un regalo: ahora como sumisa y después como compañera en la misión. Y quiero que veas en ti lo mismo que yo ya veo. No quiero que cambies nada de ti, solo que descubras nuevas facetas, en aquello en lo que puedes convertirte cuando te liberes. Quiero que te descubras como una inmensa mujer, única y especial. Dueña de su sexualidad y segura de quién es en la vida. El único espejo en el que te debes mirar es en el de Cleo Connelly. ¿Ha quedado claro mi papel?
Cleo tenía los ojos húmedos por la emoción. ¡Había que joderse! Eran las palabras más bonitas y apasionadas que le habían dicho jamás y se las decía un hombre que no sentía nada por ella como Cleo, pero sí como sumisa y compañera en misión.
Fantástico.
—Sí, señor.
—¿Quieres preguntarme algo más? —¿Cómo... cómo es una buena sumisa?
Lion retiró la mano de su pecho y le acarició la mejilla.
—Una buena sumisa es aquella que se entrega y lo da todo. Da igual que seas tímida, descarada, muy obediente o muy rebelde. Solo sé tú misma, pero ofrécete por completo.
¿Podía hacerlo? Sí. Creía que sí. Tenía la entrepierna como unas castañuelas, así que podría jugar a los amos y las sumisas con Lion. ¿Por qué no? Siempre le habían dicho que era una intrépida, pues haría honor a esa definición.
—Sí, señor.
—Perfecto. Empezamos —exhaló el aire que no sabía que retenía y, mirándola con aprobación le ordenó—: Ahora, desnúdate para mí.
Capítulo 7
Contrato de sumisión: convenio firmado por D/s en el que quedan reflejados el contenido, alcance, límites, duración de la relación y pactos entre el amo y la sumisa. Este tipo de contratos ya no se estila, puesto que no tiene validez legal. No obstante, no hay palabra que deba dar más confianza que la de una Amo.
Podía
una orden ser más erótica? No. Se lo pedía Lion, el hombre que le había dicho todo lo que quería de ella como sumisa y todo lo que él tenía para ofrecerle como su amo y tutor.
Requería verla desnuda.
Sintió un poco de vergüenza, pero las palabras de Lion habían sido tan honestas y reverentes que no había modo de que se sintiera ni fea ni imperfecta.
No se lo pensó dos veces. Se desabrochó el cinturón que había atado alrededor de su talle, y abrió la bata con lentitud, mostrando la nívea piel de su cuerpo, revelando lo que había debajo. Dejó que se deslizara por sus hombros y cayó alrededor de sus pies, como una nube negra.
—Mírame. —Lion se había sentado de nuevo en el sillón y apoyaba la barbilla en una de sus manos.
Cleo levantó los ojos y le miró.
—Quiero que te sientas a gusto desnuda parcialmente, tal y como estás ahora. Estarás así todo el día. Si tienes frío solo tienes que decírmelo.
Cleo movió la cabeza arriba a abajo.
—¿Eres tímida?
—No. —Y decía la verdad. No era tímida, pero su cuerpo reaccionaba ante su escrutinio. Punto que él observaba, punto que se encendía.
—Ya veo —contestó con interés—. ¿Estás cómoda con tu cuerpo?