Amos y Mazmorras I

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Authors: Lena Valenti

Tags: #prose_contemporary

BOOK: Amos y Mazmorras I
3.27Mb size Format: txt, pdf, ePub
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RESEÑA
Cleo Connelly siempre quiso ser como su hermana Leslie. Por eso, cuando decidió trabajar para la Ley, Cleo la siguió y se esforzó siempre por llegar a su nivel. Pero solo Leslie fue aceptada en el FBI, mientras que Cleo tuvo que conformarse con patrullar su ciudad natal: Nueva Orleans.
Ahora, Leslie ha desaparecido. El subdirector del departamento del FBI ha visitado a Cleo para pedirle que les ayude y colabore en su misión rescate, puesto que necesitan un perfil parecido al de su hermana.
La joven policía, llevada por el miedo y la desesperación, accederá a hacerlo antes de entender en qué tipo de misión estaba Leslie metida:
¿Un Rol llamado Dragones y mazmorras DS? ¿BDSM? ¿Tráfico de drogas? ¿Red de trata de personas?
¡¡¿¿BDSM?!! Si antes le hubieran explicado que tendrían que instruirla para hacerla pasar por sumisa, puede que la respuesta fuera otra...
¿Sumisa? ¡¿Ella?! ¡Pero si su resistencia al dolor era nula y pegaba a la que le hacía las manicuras! No obstante, por su hermana haría cualquier cosa.
Un momento... ¿Había dicho el subdirector que su “amo barra instructor” iba a ser Lion? ¡¡¿¿Lion Romano??!!¿El mismo niño que le tiraba de las coletas, se reía de su poco pecho y siempre se lo hacía pasar mal?
Esta historia se divide en dos partes. La Doma de Cleo a manos de Lion, que se localiza en la gran y oscura Nueva Orleans y en la que se descubren el uno al otro en sus rolres, y después, el intenso y apasionante torneo de dominación y sumisión de Dragones y Mazmorras DS.
No hay margen para el aburrimiento. Nunca habéis leído nada igual.
¿Preparados? ¿Listo? ¡Ya!
 
 
LENA VALENTI
 
AMOS Y MAZMORRAS
 
PARTE I
 
 
Diseño de la colección: Editorial Vanir
Corrección morfosintáctica y estilística: Miriam Galán Tamarit
De la imagen de la cubierta y la contracubierta: Shutterstock ©
Del diseño de la cubierta: Lorena Cabo Montero ©, 2012
Del texto: Lena Valenti, 2012 www.amosymazmorras.com
De esta edición: Editorial Vanir, 2012
Editorial Vanir
www.editorialvanir.com valenbailon
@editorialvanir.com Barcelona
ISBN: 978-84-940503-1-2
Depósito legal: B. 2997-2012
ePub: Publidisa
 
CARTA DE LENA

 

 

Primero de todo, gracias a mi editor por creer en mí lo suficiente como para apostar por una historia tan atrevida. Eres el mejor.
El mundo de la dominación y la sumisión es tan complejo y tiene tantos matices como la vida. Ha sido toda una aventura entenderlo y comprenderlo, y por ello tengo que agradecer muchas cosas. Gracias a todos los que me habéis ayudado.
Gracias a Wikipedia y a sus licencias libres de compartir. Gracias a todos esos bloggers del DS que, sin ningún tipo de vergüenza, se han abierto a todos los que desean saber algo más sobre este estilo de vida.
Gracias a los amos y amas que me han abierto su corazón, y a las hermosas sumisas que he conocido y que me han dejado impactada con su personalidad. Escucharos a todos ha sido precioso. Esta historia es un regalo para todos vosotros.
He querido crear una historia original, llena de creatividad y pasión. ¿Erotismo? Pues sí, lo hay. Pero «Amos y mazmorras» va de mucho más que sexo. Va de la vida, las personas, nuestras diferencias y nuestra ceguera; va de los prejuicios y las críticas. Y de lo que tachamos de nuestra realidad solo porque somos demasiado ignorantes e intransigentes como para verlo con los ojos bien abiertos.
Quería ofrecer algo distinto porque me siento en deuda con todos los lectores que un día creyeron en mí. Y porque los «Amos y mazmorras» cobraron vida con tanta fuerza en mi interior que necesitaba mostrároslos. Y este es el resultado. Os prometo una aventura que nunca antes habéis vivido, y os aseguro que, si nunca habéis entendido del todo lo que es el BDSM, estos libros os enseñarán el camino para hacerlo. Aunque, ni siquiera es ese el objetivo. ¿El objetivo cuál es? Que sepáis que, leyendo un libro que ya creéis saber de qué va, descubráis que es un mundo nuevo y algo que nunca antes habéis leído.
Para mí, no hay nada más valiente que clavar las rodillas y entregarte a aquello que amas, sin miedos y sin reservas. Con todo.
Por eso os dedico a todos, sin excepción, «Amos y mazmorras».
Tenéis las llaves. No las perdáis o el Amo del Calabozo os castigará.
¡ZAS! ¡ZAS! ¡ZAS!
 
 
INÍCIATE
HAZ LA DOMA
PREPÁRATE
 
Capítulo 1

 

 

Un año atrás
Edificio J. Edgar Hoover. Washington D.C

 

Una
nunca sabe cuando le va a sonar el teléfono, ¿verdad? El día tiene veinticuatro horas, es largo para muchos y corto para otros... ¿Por qué su maldito teléfono decidió tronar como un histérico incontinente justo en aquel preciso momento?
Estaba a punto de responder a la pregunta número quince de su trascendente entrevista psicotécnica: «¿Cómo actuaría si tuviera al asesino de su “hipotética” hija frente a usted?», había preguntado el psicoanalista.
Hasta entonces, le estaba saliendo todo muy bien. Controlaba el tic de su pie, tenía las manos cruzadas sobre el vientre, y escuchaba con porte sereno el interrogatorio de aquel especialista en control mental. Cleo había cuidado su aspecto; informal pero a la vez serio. Tejanos ajustados, zapatos negros de tacón no muy alto; una americana corta del mismo color y, debajo, una camiseta blanca sin florituras y ligeramente pegada al pecho. Se había recogido el pelo rojo en un moño alto, estético y respetable; las gafas de ver de pasta negra que, dicho sea de paso, no necesitaba, otorgaban un toque más interesante y menos aniñado a sus ojos rasgados y gatunos de color verde muy claro.
Solo había una mesa que se interponía entre su futuro más preciado y su intrascendente realidad como policía de la ciudad de Nueva Orleans. La habitación en la que tenía lugar la entrevista era espartana, no tenía muebles. En el techo colgaba una lámpara que alumbraba directamente a sus rostros. Las paredes eran blancas y ni siquiera había cortina en la solitaria ventana. Cuanto menos objetos hubiera que distrajeran la atención de los interrogados, más fácil sería leer sus mentes.
—¿Señorita Connelly? —Arqueó las cejas con expresión contrariada.
¡Naziiiiiiiiiiii! ¡Naziiiiiiiiiii!
, repetía el móvil.
—Yo no tengo hija, señor —contestó con cara de «no-está-sonando-ningún móvil-que-llame-a-Hitler».
Cleo se relamió los labios. Se le humedecieron las manos y, sin querer, sus ojos se desviaron a su bolso. Tenía su iPhone ahí, justo en la silla que había al lado del señor Stewart, pegada a la pared. Si tan solo pudiera cogerlo y...
—Estamos aquí para analizar sus reacciones ante escenas de alto compromiso emocional, señorita Connelly. Póngase en situación, por favor. La empatía es uno de los rasgos característicos de los agentes.
—¿En caso de que tuviera una hija me pregunta? —carraspeó deseando darle una pedrada al celular.
¡Naziiiiiiiii! ¡Naziiiiiiii! ¡Cógeselo o te dará manguerazos!
, cantaba el tono de llamada que había personalizado para su madre, Darcy. Que conste que la quería muchísimo, pero era una de esas mujeres a las que si no le cogías el teléfono a la primera, al cabo de unas horas se presentaban en la puerta de tu casa con dos policías para comprobar si todo iba bien.
Sí. Darcy era un poco hipocondríaca.
¡Naziiiiiiii! Cógeselo, esta mujer estornuda diciendo: ¡Auschwitz!
No bajaría la mirada. No lo haría. Aguantaría estoica las gafas reflectantes del psicólogo que debía evaluar sus aptitudes psíquicas y emocionales, y haría como si no hubiera un politono alertándole sobre los riesgos de no atender la llamada de una posible ultraderechista. Esperaba que el señor Stewart también tuviera la misma facilidad de abstracción que ella.
El hombre, que rondaría los sesenta años, se subió con el índice las lentes de metal.
—¿Y bien?
—Sinceramente, me cuesta ponerme en ese pellejo... —Levantó la mano y apartó unos de los mechones de su flequillo rojo que le rozaban el párpado izquierdo. Lo llevaba demasiado largo, ya se lo decía Leslie. Pero a ella le gustaba así y, si se lo ponía todo hacia un lado, peinado estilo Kennedy, le favorecía mucho y dejaba de molestarle. «Céntrate, por Dios»—. Supongo que una madre haría cualquier cosa por vengar la muerte de su hijo. Todos somos Sally Field en
Ojo por ojo
—Mierda. ¿De verdad había dicho eso?
El viejo la miró ceñudo, sin comprender su contestación.
A Cleo le entró el tic en el ojo izquierdo.
¡Naziiiiiiiiii! ¡Cógelo antes de que te rape el pelo!
—Ya sabe —continuó Cleo. Por supuesto que no sabía. Ese hombre tenía pinta de seguir viendo películas del Oeste. A lo mejor desconocía quiénes eran Sally Field y Kiefer Sutherland.
—No. No sé. —Entrelazó los dedos sobre la mesa, inclinándose hacia delante con interés—. Explíquemelo.
—En la película, Sally Field no descansa hasta ver muerto al asesino de su hija.
—¿Eso quiere decir que usted se tomaría la ley por su mano? ¿Que, si tuviera delante al hombre que ha arrancado el último aliento de vida de su pequeña, usted lo mataría?
Tragó saliva audiblemente.
—A veces, la ley no puede comprender el dolor de una persona al perder aquello que más quiere.
—¿No confía en el sistema, señorita Connelly?
—Sí, por supuesto que sí. —La cosa empezaba a ponerse fea—. Pero los impulsos de los seres humanos no son racionales cuando nos tocan aquello que debemos proteger. Puedo entender la ira.
—¿Usted lo mataría?
Apretó los dientes y se puso en el lugar de Sally. Matarlo o no matarlo, esa era la cuestión.
—No estoy segura. Pero, si sin ser la madre de esa niña ya me entran ganas de descuartizarlo; imagínese lo que le haría si lo fuera.
—No es la respuesta más adecuada para alguien que desea trabajar para la principal rama de investigación del Departamento de Justicia de los Estados Unidos. ¿Para qué está el sistema entonces?
—En mi defensa diré que usted me está describiendo casos extremos. Y creo que cualquier persona con corazón y vísceras respondería como yo. Y, si dicen lo contrario: mienten. —Oh, qué bien. Por fin había utilizado esa frase con convicción y sentido contextual.
—Insinúa que todos los agentes del FBI han mentido —sentenció con voz monótona—. Que han pasado los tests psicotécnicos y las entrevistas psicológicas a base de falsedades. ¿Eso insinúa?
—No insinúo nada, —Desvió los ojos verdes hacia la ventana de aquella consulta en una de las oficinas centrales de Washington. El sol se colaba por las persianas metálicas y alumbraba el lado izquierdo del sobrealimentado rostro del señor Stewart—. Solo digo que, en según qué momentos, la gente no tiene ni el temple ni la paciencia para esperar que otros venguen sus derechos. A mí me encantaría romperle brazos y piernas a ese mal nacido y luego lo entregaría al Estado, deseando que lo enviasen a una cárcel solo para hombres y sin un gramo de vaselina. Pero Sally, la madre en cuestión, lo despellejaría y luego lo quemaría a lo bonzo.
—¿Habla usted en serio? —estaba escandalizado.
—¿Tiene usted familia, señor Stewart? —Las personas que trabajaban en el FBI no eran robots. No se creía que alguien no hubiera contestado lo mismo que ella. La empatía era sentir el dolor del otro; y ella se había puesto en el lugar de una madre desgraciada, muerta de rabia y dolor porque un cabrón sádico había decidido acabar con la vida de su hijo. ¿Y todos los demás que habían pasado por esa mesa habían contestado que avisarían a la policía para que otros se hicieran cargo? No se lo creía.
—Sí, señorita. Pero eso no viene al caso. ¿De verdad actuaría de ese modo tan...?
—¿Impulsivo?
—Vengativo —corrigió desaprobador—. Tiene alma de vengadora.
—¡No! —exclamó frustrada—. Yo...
¡Naziiiiiiiii! ¡La naziiiiiii está cabreada! ¡Esté móvil va a explotar en tres... Dos... Uno! ¡Boom!
El tono de llamada cesó. Cleo se podía imaginar a su madre, Darcy, dejándole un mensaje. Uno de los típicos: «¿Hola? ¿Cleo? ¿Cariño? ¿Estás ahí?».
No entendía cómo podía dejar siempre ese mensaje cuando de sobra sabía que estaba hablando con el contestador automático...
—Usted tiene otra hermana trabajando en el FBI. La señorita... —El doctor Stewart inclinó la cabeza y se recolocó las gafas para rebuscar en el informe—. Leslie. Ah, sí. Una agente brillante —reconoció con orgullo. Después de enumerar todos los éxitos en misión de Leslie, le preguntó—: ¿Quiere seguir sus pasos?
Cleo entrecerró los ojos. Leslie era su hermana, un ejemplo a seguir para ella. Era tres años mayor y la adoraba. De pequeñas se hicieron la promesa de que siempre estarían juntas y que limpiarían las calles de toda la carroña y la delincuencia. Tenían vocación de superhéroes y ninguna de las dos lo podía evitar. Era lo que sucedía cuando crecías en una familia llena de policías: o bien rehuías las armas durante toda tu vida, o bien te aficionabas a ese ambiente. Y ellas se habían aficionado. Por supuesto que le gustaría trabajar con Leslie. ¿Qué había de malo en querer conseguir sus mismos logros? ¿En estar con su hermana? Pero no estaba ahí solo por eso. El FBI englobaba aquello que más le gustaba: las investigaciones sobre las violaciones de los crímenes federales. Coger a los más malos, a los más peligrosos, a la mugre humana.

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