—Aprendes muy rápido, Cleo —apreció.
—Gracias, señor —contestó escondiendo una sonrisa—. ¿Te gusta saber que estoy así por ti?
Lion soltó sus mejillas y miró al frente por encima de su cabeza.
—Aquí las preguntas las hago yo. Ahora apaga la luz y desnúdame. —Le gustaba ese aspecto de Cleo, pero en esos momentos se trataba de su preparación. Y debía enseñarle a obedecer. En el torneo habría muchos ojos sobre ella, no tardaría nada en destacar. Así que lo importante era formarla.
Ella se quedó inmóvil, sin saber qué hacer.
Corrió a apagar la luz tal y como le había ordenado. Solo les alumbraba la claridad de las luces del jardín que entraban por el balcón.
Cleo procedió a sacarle la camiseta ajustada de manga corta por la cabeza. Sus movimientos denotaban una pizca de rebeldía y mal humor, pero eso era lo de menos: lo importante era que obedecía.
Lion la estudiaba mientras ella le desabrochaba los pantalones, dirigiéndole una rápida mirada a su rostro. Quería saber si él cambiaba de parecer en algo, o si daba alguna señal de deseo. Pero se cuidó de permanecer sereno mientras lo desvestía. Le quitó los pantalones y le descalzó las bambas. Después los calcetines. Dios... Cleo miraba sus pies como si les quisiera hacer un monumento. ¿Sería fetichista? No. No lo parecía. Solo le gustaban, eso era todo.
Ella estaba acuclillada delante de él, con la vista fija en sus calzoncillos blancos, que dibujaban perfectamente sus formas.
Calvin Klein había hecho un buen trabajo. Tenía la polla tan bien cogida que no había tienda de campaña a la vista. Ahora tenía que quitarle los calzoncillos. Ella se detuvo mirando su entrepierna.
—Quítamelos también, Cleo.
Ella abrió la boca y se pasó la lengua por el labio inferior.
—De acueeerdo —canturreó con insolencia—. Pero si lo hago, te vas a quedar completamente desnudo. ¿Te has traído algún pijama?
—No, nena. Vamos a dormir así. Piel contra piel.
La incredulidad de Cleo se manifestó con un sonido ahogado.
—Quítame los calzoncillos.
—Sí, señor.
Ella obedeció y lo dejó desnudo. Se levantó, con la vista clavada en él y en cómo se ponía erecto en un santiamén.
Sabía que tenía un miembro muy grande y pesado. Pero eso a las mujeres les encantaba. Y esperaba que a Cleo también.
—Por Dios santo, Lion... —murmuró Cleo colocándose el pelo detrás de la oreja, impresionada con su tamaño. Ese hombre sufría gigantismo en esa parte de su anatomía.
—Vamos a la cama, anda —él la cogió de la mano y la obligó a subirse al colchón con él. No era Lion, era señor. Pero también se lo perdonaría. Un
shock
era un
shock
—. ¿Necesitas taparte? —preguntó cogiendo la colcha para cubrirla.
—Eh... no —Cleo se estiró y apoyó la cabeza sobre la almohada—. Ayer por la noche no pasé frío.
—Bien. —Lion dejó ir la colcha y se estiró a su lado, frente a frente—. Sigamos repasando el día. De todo lo que hoy has aprendido y que sabes que se practica en el BDSM, dime qué es lo que no se incluirá en nuestro código de conducta como pareja. Lo que no estás dispuesta a hacer como sumisa. Pactemos nuestro consenso aquí para presentar nuestras bases en el torneo. Deben conocer los límites, el
edgeplay
de cada pareja, y saber en qué pueden empujarles en los duelos. ¿Cuáles son tus límites, Cleo?
Cleo puso cara de «¿cómo quieres que pacte nada contigo en pelotas en mi cama?». Pero, haciendo uso de su competente profesionalidad, utilizó su memoria fotográfica y dijo:
—No quiero momificaciones, me dan claustrofobia. No me gusta lo bizarro, no estoy preparada para eso —se detuvo, esperando que él objetara algo pero, ante su silencio, prosiguió—. Nada de
breathing control
ni asfixias. Si siento que me falta el aire, me da por gritar, ¿qué tontería no? —sonrió por su propia broma y Lion hizo lo mismo—. Considero denigrante el
animal play
; no soy ni un cerdo, ni un perro, ni un pony... No pienso jugar a eso.
—¿Y el
age play
?
—No sé —arrugó la nariz—. ¿De verdad me quieres ver como un bebé al que tengas que vestir, alimentar y todo eso...?
—Puede que quiera verte de colegiala.
—Fantasías de ese tipo no me molestan. Pero nada de infantilismo: mi edad límite es dieciocho años, de ahí no bajo o tendré que denunciarte por pederasta.
Lion se cubrió la cara con la mano y rio ruidosamente. Esa chica era un caso.
—Y no acepto el
trampling
: no quiero que me pisen ni con el pie descalzo, ni con una bota, ni de ninguna otra manera. Ni tampoco nada que tenga que ver con el intercambio de fluidos corporales como escupitajos, meados y excrementos. No entiendo qué placer se consigue con eso, ni ganas de intentarlo.
—Se llama salirofilia —le explicó él —; es un fetichismo en el que se obtiene placer denigrando y ensuciando el mismo objeto de placer con los propios desechos corporales salinos. Sudor, saliva y semen —enumeró con normalidad.
—Pues no. No paso por ahí. Eso incluye
Bukkake
, coprofilia y urofilia. No me gusta y no lo quiero.
—De acuerdo. ¿Y para todo lo demás?
—Mastercard.
Lion puso los ojos en blanco y Cleo hundió el rostro en la almohada riéndose de él.
—Te lo he puesto a huevo.
—Sí —asintió ella todavía sonriente—. Todo lo demás no me da tanto miedo. Me dan respeto muchas cosas, pero creo que puedo soportarlas.
Se quedaron en silencio, mirándose el uno al otro, disfrutando de aquella calma y la extraña comodidad que había en el lecho.
—¿Y cuál será tu palabra segura, Cleo?
Cleo no lo dudó ni un segundo.
—Scar.
Lion se lo debería haber imaginado. Scar era el antagonista del rey león en la película de Disney.
—Hecho.
—¿No firmaremos un contrato de sumisión? ¿No se suele hacer eso?
Él nunca haría un contrato así con Cleo. Ella era más que una sumisa para él y no quería ponerla a la altura que las demás. No haría lo mismo que había hecho con ellas.
—No es necesario. Solo en algunos sectores minoritarios del BDSM lo hacen. Pero como carece de efectividad legal, y es más simbólico que otra cosa, no lo haremos. Te doy mi palabra de que voy a respetar cada uno de los límites que tú no quieras cruzar. ¿Me crees?
Ella afirmó con la cabeza y lo hacía con sinceridad.
—Te creo. Te tomo la palabra —los ojos pasearon por su cuerpo, en busca de valles y sombras—. ¿Tú tienes límites, señor?
—Nunca me someto. Y no me gusta el
Fem dom
. Eso de que te vistan de mujer en los roles. No me va.
Y ella lo entendió. Disfrazar a un hombre tan viril de mujer era, como mínimo, un sacrilegio. Lion era un tipo de los de antes, no un metrosexual. Por eso, a algo tan macho, nunca se le debía feminizar.
—Ahora necesito que me acaricies y que me toques, Cleo. —Cerró los ojos con una sonrisa—. Necesito dormir, ha sido un día duro para mí.
—¿Cómo dices? —se incorporó sobre el codo—. ¿Que yo te acaricie a ti? ¿Ha sido un día duro para ti? —miró su pene—. Ya. Ya veo.
—¿Tengo que repetírtelo, Cleo?—abrió el ojo izquierdo y la fulminó.
La mujer estaba tan ofendida que no cabía en sí. Era ella quien se había paseado por la casa semidesnuda, aguantando sus provocaciones y su cercanía, deseando que él diera un paso más y que dejara de tocarla «sin querer» para que lo hiciera queriendo. Lo había necesitado todo el día. Y ahora que la había obligado a desnudarle, decía que a quien tenían que calmar era a él .
—¿Quieres complacerme? Entonces, haz lo que te digo. Así conocerás mi cuerpo. Duérmeme.
—¿Te canto una nana también, señor? «Duérmete niño, duérmete ya, que viene Cleo y te la cortará».
Lion se mordió los labios, luchando contra la sonrisa. Menuda sumisa estaba hecha.
—Cuatro azotes más. Súmalo a tu cuenta de mañana.
Cleo abrió la boca como un pez y después la cerró. Si protestaba, mañana tendría el trasero como una guindilla. Y no sabía cómo iba a reaccionar al
spanking
. ¿Y si le dolía demasiado? ¿Y si no lo soportaba? ¿La ataría primero? ¿La amordazaría para que no gritara? ¿Con qué la azotaría?
Sin ser consciente de ello, sus manos obraron magia sobre el cuerpo desnudo de Lion. Tocarlo la tranquilizaba, y la sumía en un deseo permanente, que incluso era relajante. Estaba duro y suave, hinchado y musculoso; caliente.
Quería acariciarlo ahí abajo. La Virgen santa... Eso tenía que medir cinco centímetros de grosor por unos veintipico de largo.
Pasó la mano por su pecho y la deslizó hasta las abdominales, que le recordaron a las racholas grises del baño de arriba.
—Cleo... —La voz rasposa de Lion la sacó de sus pensamientos.
—¿Sí?
Lion se quedó en silencio, y ella torneó los ojos.
—¿Sí, señor?
Lion sonrió.
—Eres muy valiente y estoy muy orgulloso de ti. Hoy has hecho muy buen trabajo.
Cleo siguió acariciándole, aceptando aquellas palabras, y tocándolo por todo el cuerpo. Era tan grande, tan diferente a ella. Más moreno, mucho más. Más alto. Más corpulento y musculoso. Sus bíceps, incluso relajados, estaban marcados; y tenía unos antebrazos que la hacían salivar. El pecho, liso y marcado; las abdominales, perfectas. Las caderas, los muslos, los gemelos, sus pies... Era un puto amo del sexo perfecto.
—Gracias, Señor.
Lion nunca sabría que Cleo daba gracias al Señor, al único que ella siempre había conocido, por dejar en la Tierra a semidioses como él.
Capítulo 8
Azotes y latigazos: azotar a un sumiso es solo otra manera de acariciar, tocar y estimular a la otra persona a niveles físicos y psicológicos.
Cleo
estaba envuelta en una nube de placer y ni siquiera sabía dónde la estaban tocando. Unos ojos añiles la hipnotizaban y la obligaban a quedarse quieta. Escuchaba rugidos de león a lo lejos, y sentía unos dedos que la llenaban por dentro y frotaban su vagina. Estaba a punto, no le quedaba nada para correrse y, de repente, la sensación se fue, desapareció; y ella se vio en medio de una selva, corriendo sin destino alguno, huyendo de los felinos que iban a atacarla...
El despertador sonó a las siete de la mañana y Cleo abrió los ojos.
Todavía tenía la excitación en su cuerpo, recorriéndola insatisfecha.
En el otro lado de la cama, vacío, permanecía el olor de Lion, pero ya se había levantado.
—Madrugador.
Sobre la almohada reposaba una nota escrita.
Te espero en el jardín en media hora. Han llegado todos los juguetes y accesorios que pedí.
Quiero que te quites las braguitas delante de mí.
Tienes el desayuno sobre la mesa de la cocina.
Estoy ansioso por empezar, así que no me hagas esperar.
King Lion (Tu jefe/amo/tutor).
—Por favor... —murmuró roja como un tomate—. Empieza la acción de verdad. Sí, señor —musitó desperezándose y estirando todos los músculos de su cuerpo.
Excitada por lo que le deparaba el nuevo día, se duchó y se aseó.
Se recolocó las braguitas de cuero rojo y bajó las escaleras. Esperaba encontrárselo al menos en la cocina; que la saludara, le diera los buenos días y la acompañara en el desayuno. Pero Lion seguía en el jardín.
El día anterior había sido una caja de sorpresas. No esperaba encontrarse a un Lion Amo de ese estilo, atento y considerado, pero también muy... descarado y mandón. Aunque claro, los amos eran mandones de por sí, ¿no?
Había algo raro entre ellos, algo que no podía obviar. Bien provocado por los años que hacía que se conocían, o bien porque Lion se creía en deuda con Leslie e iba a cuidar de ella todo lo que pudiera y más, hasta el punto de haberse ofrecido como su amo.
No eran amigos íntimos. No se habían llevado bien nunca.
Y ahora llevaban dos noches seguidas durmiendo juntos: él le había visto las tetas y ella se lo había visto todo. Estaban jugando a un juego de dominación que tenía connotaciones sexuales, pero ambos sabían por qué lo hacían.
Era un trabajo. Una misión secreta.
No era nada que hicieran voluntariamente porque sus cuerpos se lo pidieran o porque ambos se gustasen.
Bueno, a ella le atraía Lion. Sí, desde siempre; pero, siendo franca, ¿a quién no le iba a gustar Lion? Estaba como un queso el hombre. Era sexy como el demonio y se jugaba la vida por los demás. Era como Bruce Wayne: un caballero oscuro.
Su relación debía ser estrictamente profesional. Desconocía qué tipo de relación habían tenido Clint y su hermana Leslie, pero dudaba que Leslie se enamorara de nadie estando en medio de un caso. Ella tampoco lo iba a hacer.
Aun así, no era su culpa si iba cachonda. Su educación sexual como sumisa le había propiciado un maldito calentón durante el día de ayer; y Lion no había hecho nada para quitárselo. ¡Ella no era de piedra!
Y, para colmo, él tampoco, porque su mástil estuvo con la bandera hasta arriba durante todo el día.
¿Y qué había de malo?
Ambos eran jóvenes. Saludables. Y debían prepararse para sus roles. El excitarse y el calentarse era algo normal si los órganos sexuales estaban directamente relacionados con la instrucción.
Dios, hacía un calor horrible.
En Nueva Orleans, julio era época de huracanes y ciclones debido a las altas temperaturas y a la humedad que había en toda la zona. Por eso no había mucho turismo en verano, cosa que agradecían.
Se sentó en el taburete de la barra americana y tomó el café con hielo. Mordisqueó el sándwich vegetal que había preparado el amo y salió al jardín mientras acababa una manzana.
Lion solo llevaba un bañador corto de licra de color azul oscuro. A ese hombre le daba igual marcar, por lo visto. Intentaba manipular algo que tenía entre las manos, azotándose una palma y luego la otra.
¡Plas! ¡Plas!