—¿Puedo
veglo
? —preguntó Cleo, rectificando inmediatamente—. Digo, verlo. ¿Puedo verlo? —«Señora, la culpa es de las bragas. No es mía».
Madame
Sophie sacó las prendas de las bolsas.
—Los diseña Bibian Blue; es una
agtista
, ¿no les
paguece
?
En realidad, Cleo no sabía nada de corsés, pero aquellos le parecían increíbles, bellos, hermosos... Era como si su piel los reconociera como suyos. Uno de ellos era un corsé que emulaba las alas de una mariposa monarca. El otro era todo de brillantes y lentejuelas negras, aunque, en vez de ir con corchetes o lazado, se cerraba con cuatro hebillas frontales. Aunque lo más espectacular era el dibujo de cristales Swarovski que recorría su pecho y su espalda: era un camaleón. Un jodido camaleón.
—Oh, por Dios —susurró acariciándolos con las manos—. Son...
—
Pgeciosos
.
—
Magavillosos
... Digo, ¡¡maaaaaaaaravillosos!! —¡El maldito vibrador!
Lion hizo un sonido ronco y amagó una carcajada. Volvió a bajar y subir el nivel del vibrador de las bragas.
—Uh,
ma chérie
... ¡qué efusiva!—exclamó abriendo los brazos feliz—. Sabía que os
gustagía
.
—
Ajammm
—Cleo lo miró por encima del hombro, lanzando rayos y centellas a través de sus ojos verdes. ¡Lion era un hijo de...! Tragó saliva y carraspeó—. Y... dígame,
madame
... ¿Cuáaaaaanto? —volvió a carraspear y cruzó las piernas, apoyando los antebrazos en el mostrador—. ¿Cuánto cuestan?
—De eso me ocupo yo. —Lion sacó su American Express black y se la dio a Sophie, pasando el brazo por encima de la cabeza de Cleo.
—Vaya, vaya... Tienes a todo un
caballego
al lado, belle —Sophie guiñó un ojo dedicándole una sonrisa cómplice.
—Ah... Síiiii... —contestó bajando la cabeza.
—Es increíble. Tienes un gran autocontrol. —La felicitó Lion subiendo el nivel del vibrador.
—¡Para! ¡Lion...! —apretó los dientes. Tenía ganas de ovillarse en el suelo y quedarse muy muy quieta—. Me quema...
—Es la sangre. Se amontona toda en esa zona; y tu piel se empieza a calentar y a arder. Pero ya llevas un buen rato así, y me impresiona que aguantes tu...
—Aquí tienes, Lioneeeel.
Fígmame
aquí.
Mientras Lion firmaba el tique de la visa, Sophie le entregó la bolsa a Cleo.
—Se lleva un bonito
guecuegdo
. Algo que
atesogag, siempgre
.
—Lo sé, madame. Le aseguro que esto lo voy a recordar toda mi vida —murmuró poniéndose las gafas de sol y caminando todo lo digna que podía teniendo en cuenta el baile de San vito que tenía lugar entre sus piernas.
—Tú también, Lioneeeel —le aseguró la mujer francesa—. Es una belleza. El hombre debe
sabeg valogagla
cuando la ve —le señaló y se tocó el ojo—.
Ouvrez vos yeux, oui
?
Él le dio un abrazo lleno de cariño y se despidió de la mujer.
—En serio. Hablo muy seriamente ahora —Cleo estaba reclinada en la puerta del Jeep negro, con los brazos cruzados y el cuerpo medio doblado—. O paras, o me las quito y voy sin bragas hasta que lleguemos a casa. Estás intentando enloquecerme y me mosquea mucho, Lion.
Él se quitó sus irresistibles gafas de aviador y se las colgó en el cuello de la camiseta blanca.
—¿Me estás dando órdenes y ultimátums? ¿A mí? —preguntó acercándose a ella—. Si tan mal y desesperada estás... ¿por qué no te liberas y te corres?
—Porque la prueba es que no lo hagaaaaaaaaa... Ay, Dios... —le agarró de la muñeca y le clavó las uñas—. Voy a dar un maldito espectáculo si no lo detienes.
—¿Te da vergüenza montar espectáculos? —La probó en medio de la calle, apoyada en el coche, un poco resguardada de las miradas de los transeúntes por su ancho y alto cuerpo.
—Aquí no... No me importaaaaaa... No me importa montar el espectáculo cuando sé que debo concienciarme para ello. Me meteréeeeee en el papel y puntoooo... Pero aquí noooo... Sádico, hijo de perra, páralo... Aaaaay...—Arrugó su camiseta con las manos y hundió el rostro en su pecho—. Ooohhhh...
—No insultes a mi madre, Cleo. Con lo que ella te quiere...
—Tú eres hijo del demonio. Eres adoptado —lloriqueó—. Te cambiaron en el hospital.
Lion coló un muslo entre las piernas de Cleo hasta levantarla ligeramente del suelo. Hundió la mano en los pelos de su nuca.
—No, no... Bájame.
—Venga... Hazlo, Cleo. Ya puedes hacerlo.
—Y una mierda. Ahora no quiero...
—Va... No seas tonta. —La empujó suavemente—. ¿Ahora te enfadas y no respiras? Nadie te mira. No seas niña y toma lo que tu cuerpo de mujer te pide.
—Mi cuerpo de mujer pi-piiiiiide que te la corten.
—Tómalo aquí. Delante de todos, demuéstrales que no te importa lo que puedan pensar de ti.
—Estaaaamossss en un paso peatonal, cretinoooooo. —Las piernas le temblaron y se dejó caer sin fuerzas, por completo, en el muslo de Lion. La presión, la tensión, el calor, su muslo entre las piernas y las malditas bragas... Todo fue demasiado y, entonces... Estalló. Estalló silenciosamente, aguantando el aire en los pulmones, quedándose sin respiración... Temblaba entre los brazos de Lion y no se atrevía a levantar la cabeza.
—Hermoso —le susurraba él al oído—. Coge aire. Eso es... No has gritado, Cleo. Ha sido increíble.
Ella ni siquiera podía enviarlo a la mierda, que era lo que realmente le apetecía. Necesitaba recuperarse. Por Dios, si hasta se le había caído un zapato.
—Te invito a comer —le dijo él, midiendo lo enfadada que estaba.
Cleo lo empujó y se lo quitó de encima. No soportaba que la calmara después de provocarla hasta esos límites. La estaba volviendo loca.
—Abre el maldito coche —le ordenó roncamente, recolocándose las gafas y prometiendo venganza por el trato dispensado.
Después de recoger el paquete en el Distrito Central financiero, en la avenida Loyola de Downtown, se dispusieron a buscar un restaurante por ahí cerca. Uno en el que pudieran relajarse un poco y disfrutar de un buen menú.
Era la zona más antigua de la ciudad, aunque estuviera plagada de rascacielos, comercios y oficinas; y, por eso mismo, también estaba a reventar de restaurantes.
Cleo se había relajado, y volvía a haber un ambiente distendido entre ellos.
Lion era fácil al trato, excepto cuando se convertía en el sádico controlador que era; y entonces le ponía el cerebro del revés.
—No te enfades conmigo por que te trate así —pidió contrito—. Lo que busco con esa actitud es que tú te quites las corazas, Cleo. Libérate de los prejuicios, haz lo que te dé la gana. —Le retiró la silla de la mesa en la que se iban a sentar, en uno de los diez mejores restaurantes de Nueva Orleans, llamado MiLa.
El local era muy
trend
, en tonos tierra, claros y azules. Había muchas lámparas de caucho colgadas en el techo que iluminaban tenuemente el lugar, además de pequeños reservados separados por paneles azules que simulaban ondas, y muchas columnas con mosaicos de tonos grises,
beige
, lilas y azulinos.
—No estoy de acuerdo con tu modo de conseguir tus objetivos. No tengo corazas: lo que tengo es educación.
—Tienes corazas —corrigió él—. ¿Qué pasa si quieres correrte en público?
—¿Que qué pasa? Eso es privado. La gente no se va corriendo como si tal cosa por la calle, Lion. No dicen: ¡mira por dónde, me apetece tener un orgasmo! ¡No se levantan la falda y al lío!
—¿Y si a mí me gusta? ¿Y si a mí me gusta saber que mientras la gente intenta mantener su fachada por la calle, aunque por dentro estén jodidos porque puede que necesiten sexo o alegría en sus vidas, mi chica se está corriendo entre mis brazos?
El camarero detuvo la conversación al preguntarles qué querían comer:
—
Torchon de Foie Gras
para empezar y un
Pappardelle
de patata dulce.
—¿Y la señorita? —preguntó el camarero amablemente.
—Yo tomaré una ensalada salteada a la vinagreta y el atún con limón y salsa
aioli
.
—Excelente elección. ¿Para beber?
—Un Chardonnay Hanzell. ¿Te apetece, Cleo? —preguntó por encima de la carta de vinos.
—Sí.
El camarero los dejó, y ella aprovechó para inclinarse hacia adelante y dejar su postura clara. Un momento... ¿Había dicho su chica? ¿Suya? «No importa. Céntrate».
—¿Por qué no puedes aprender a relajarte —Lion se adelantó a sus palabras— si sabes que todo esto lo estamos haciendo para tu preparación y, al final, el objetivo es un maldito orgasmo, Cleo? ¿Eso no te hace sentir bien?
—Me encantan los orgasmos, zoquete —gruñó en voz baja—. Lo que no me gusta es que me estiren más de la cuenta, porque si me tensas demasiado, Lion, me romperé. ¿Comprendes?
—Conmigo no te romperás, nunca, Cleo. Ni siquiera conoces tus límites.—Sus ojos azules veían a través de ella cosas que ni siquiera la joven sabía de sí misma—. Tienes que aprender a confiar en mí, tienes que dejarte ir. Es básico para nuestra relación. Simplemente, obedece.
—No soy un robot. Tengo cerebro.
—Ya lo sé. No te estoy diciendo en qué tienes que pensar, ni qué debes estudiar, ni qué ropa llevar, ni qué mierda comer, ni en qué debes trabajar... No me ofendas; no soy ese tipo de amos friquis del control. Nuestra relación se basa en el sexo, en la carnalidad, y ahí mando yo.
—¿Por qué no me puedo sentir ofendida por lo que me estás diciendo?—puso los ojos en blanco y miró al techo. ¿Qué iba mal en ella?
—Porque sabes que tengo razón.
Cleo no entendía cómo Lion creía saber tantas cosas de ella. Si nunca le había importado, ni mucho menos se había interesado por cómo estaba. Llevaban años sin tener contacto, excepto el día del Smithsonian. Le molestaba que Lion creyese que sabía todo lo que necesitaba saber.
—Tú no me conoces, Lion. No me gustan los espectáculos.
—Si no te gustaran —habló en voz baja, asegurándose de que ella oía el tono y el significado de sus palabras—, no hubieras decidido correrte en secreto en medio de la calle.
—Me estabas apretando con la pierna.
—Tonterías. Con el control que tienes, podrías haberte aguantado, como mínimo, una hora más. Te ha puesto muy caliente saber que nadie adivinaba lo que tenías entre las piernas. Te lo has pasado bien incluso hablando con Sophie, cuando estabas tan cerca de liberarte... Eres una pequeña provocadora, Cleo. Tu carácter, tu perfil en las entrevistas, lo desafiante que fuiste con el pobre señor Stewart en tu prueba psicotécnica... Todo eso me habla de ti y me dice que a Cleo Connelly le encanta tensar la cuerda y adora que la pongan a prueba. ¿Has tenido novios, Cleo?
—No te importa. —Se removió incómoda.
—Apuesto a que solo los tenías para el fin de semana... Eran demasiado fáciles para ti. Lo intentabas. Intentabas pasarlo bien con ellos; buscabas que sedujeran tu instinto salvaje y tu inteligencia, que mantuvieran tu interés... Pero no lo hacían. Te aburrías. Por eso no has tenido ninguna relación a excepción de los polvos esporádicos que encontrabas cuando salías. Y eran muchos, ¿verdad? Eres una mujer muy sexy y muy guapa. Pero tú no necesitas un hombre, Cleo: necesitas un toro, un campeón.
—¿Sí? —preguntó asombrada por la exactitud de las palabras de Lion—. ¿Y tú eres ese toro?
El camarero les llenó las copas de vino.
Lion lo cató y asintió. El joven se fue.
—Yo no soy ni un toro ni un campeón. Soy un amo. —Alzó la copa y esperó a que ella hiciera lo mismo—. Y no tiene nada que ver con eso. ¿Quieres a un amo en tu vida?
Ella no contestó; pero mirándole fijamente chocó la copa con la de él.
Entonces, así, tras aquella pregunta y su hermosa visión, supo que quería a Lion en su vida. No porque fuera un amo, sino porque era Lion. Pero, al parecer, lo que practicaba y lo que era iban de la mano. Y Cleo ya no sabía diferenciar a Lion del amo; y la verdad era que los dos le gustaban. Tal vez siempre fueron la misma persona. Tal vez ella no lo vio, puede que por eso chocaran tanto... O tal vez, porque lo vio venir, ella se alejó. Tal vez fue él quien lo hizo... Ya ni siquiera sabía lo que quería.
—Dime, Cleo: ¿quieres a un hombre que te ate cuando te folle, te provoque hasta volverte loca y te empuje para que veas que no tienes límites excepto los que los demás te imponen?; ¿quieres a un tío que te azote cuando sabe que lo necesitas, que dirija tus orgasmos para que sean más fuertes y espectaculares de lo que son? ¿Quieres a un macho que te mime y sea tierno contigo, que te ame y te respete casi más que a sí mismo? —A Lion le brillaban los ojos; y sabía que estaba caminando por terreno minado. Hablarle así a Cleo podría intimidarla, pero iba siendo hora de que pusieran las cartas sobre la mesa.
—¿Intentas intimidarme?
—¿Por qué? ¿Vas a huir?
—Por ahora no he huido, Lion. Soy una mujer, no una mojigata que se asuste por un poco de sexo salvaje. Hemos evolucionado, ¿sabes?
—Pues entonces, deja de comportarte como tal. El torneo tendrá muchas situaciones de ese tipo. La gente te mirará; les gustará mirar y tú tendrás que fingir que no te importa.
—No soy una exhibicionista, pero puedo interpretar el papel cuando toca. No te preocupes por eso. Lo haré muy bien. Y respondiendo a tu pregunta: no sé si quiero a un amo —reconoció sincera. Precisamente, se permitía jugar con Lion y le permitía a él esas licencias con ella porque era... ¡el amo! ¡Era Lion! No quería a otro. Jolines, estaba hecha un lío—. Esto es excitante, es todo nuevo y peligroso y... me gusta, no te lo voy a negar.
—A eso me refiero, Cleo. Te gusta. Lo que soy, lo que te ofrezco, mi mundo de gritos y gemidos de dolor-placer. Deja de engañarte. Y deja de hacerte la ofendida por haberte liberado en medio de la calle.
¡Pero es que ella no estaba ofendida por eso! ¡Estaba ofendida porque se estaba liberando de ese modo con un tío que no la quería, excepto para infiltrarse y fingir que eran pareja! Y aquello... le hacía daño. Maldita sea, le estaba haciendo daño.