Amor bajo el espino blanco (10 page)

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Authors: Ai Mi

Tags: #Drama, Romántico

BOOK: Amor bajo el espino blanco
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¡Ciento veinte yuanes! Eso equivalía a casi tres meses del salario de su madre. Fen se negó a lavar las verduras ni los platos mientras lo llevaba puesto para que no lo salpicara el agua.

Mientras comían, Mayor Tercero utilizó sus palillos para colocar comida dentro del cuenco de Jingqiu, y el «caradura» hizo lo mismo con Fen. Lin, que no tenía pareja, tuvo que servirse su cuenco de arroz, coger algunas verduras, y se fue con eso. Cuando hubo terminado regresó para dejar su cuenco y a continuación se marchó —nadie supo dónde— y solo regresó para irse a la cama.

Por las noches, Fen y su novio se encerraban en el cuarto de al lado para hacer cualquiera sabía qué. Las habitaciones de Fen y Fang apenas estaban divididas por una pared de más o menos su estatura, que dejaba una apertura en la parte de arriba. Ni que decir tiene que se oía todo. Cuando Jingqiu estaba en su habitación escribiendo, oía las risitas de Fen, como si le hicieran cosquillas.

Mayor Tercero se quedaba en el dormitorio de Jingqiu ayudándola con el libro de texto. De vez en cuando ella tejía mientras él estaba sentado delante, sujetándole la lana. Pero a veces Jingqiu se daba cuenta de que la mente de Mayor Tercero estaba en otra parte, aunque tuviera la mirada fija en ella, y cuando se hallaba en ese estado se olvidaba de desenmarañar la lana hasta que ella le daba un tirón al otro extremo. Cuando volvía en sí, se disculpaba antes de seguir desovillando.

Jingqiu le preguntó en voz baja:

—Aquel día, ¿hablabas en serio cuando me dijiste que querías que te tejiera un jersey? ¿Cómo es que no has traído lana?

—La he comprado. Es que no sabía si debía traerla.

«Debe de haberse dado cuenta de lo ocupada que he estado estos días, y no quería preocuparme», se dijo Jingqiu. Su amabilidad la conmovió, pero eso era un problema; siempre que la afectaba la amabilidad de alguien hacía promesas que no debería.

—Trae la lana y, en cuanto acabe este, comenzaré el tuyo.

Al día siguiente Mayor Tercero trajo la lana en una bolsa grande: había muchísima. Era de color rojo; no bermellón, sino más parecido a las rosas, casi rosado, del color de las azaleas. Ese era su rojo preferido, el que ella denominaba «rojo azalea». Pero pocos hombres llevaban ese color.

—Es del mismo color que las flores de espino. ¿No dijiste que querías verlas?

—¿Vas a enseñarme esas flores llevando este jersey? —dijo Jingqiu riendo.

Él no contestó, sino que observó el cuello del jersey de Jingqiu asomando por encima de su chaqueta de algodón acolchada. Debía de haber comprado la lana para ella.

—¿Me prometes no enfadarte? —dijo él—. La he comprado para ti.

Pero ella se enfadó. Debía de haberla observado mientras caminaban por la montaña, y no se le había pasado por alto lo gastado que estaba su jersey; de otro modo, ¿por qué le había comprado la lana? El jersey de Jingqiu era ajustado y corto, y se le pegaba al cuerpo. Tenía los pechos un poco grandes, y aunque utilizaba un sujetador tipo camiseta para contenerlos, seguían abultando debajo de su jersey, que tampoco le tapaba el culo. Jingqiu tenía un bulto delante y un bulto detrás, y sabía que ese tipo era repugnante. En la escuela las chicas utilizaban una prueba para decidir si tenías buena figura. Debías colocarte contra la pared y, si al apretar el cuerpo te quedaba plano, entonces tenías una figura recta y atractiva. Jingqiu nunca había pasado esa prueba. Por delante los pechos le asomaban demasiado, y cuando apretaba el culo contra la pared se formaba demasiado hueco. Sus amigas se reían de ella y la llamaban «la gran curva».

Su madre había comprado la lana para ese jersey cuando Jingqiu tenía tres o cuatro años. No sabía tejer, y había pagado a otro para que se lo hiciera, pero, a pesar de las grandes cantidades de lana —y debido a que esa persona la desperdiciaba a sabiendas—, solo había conseguido sacar dos jerseys, uno para Jingqiu y otro para su hermano.

Por consiguiente, Jingqiu aprendió a tejer, deshizo los dos jerséis y aprovechó la lana para hacer uno. Al cabo de unos años lo volvió a deshacer, añadió un poco de algodón y se tejió otro jersey. Había evolucionado hacia una explosión de colores, pero como era tan buena con las agujas la gente pensaba que lo había diseñado así a propósito. Sin embargo, era un jersey viejo, y la lana se había vuelto quebradiza y se partía fácilmente. Al principio Jingqiu intentó unir las puntas retorciéndolas para que no se vieran los rotos, pero eran demasiados, y al final tuvo que juntarlos en un nudo y olvidarse. Así que desde fuera el jersey era un batiburrillo sin costuras de colores abstractos, y las junturas eran impenetrables. Pero al volverlo del revés se revelaba un secreto; estaba cubierto de ampollas y granos, al igual que la chaqueta de piel de cordero que el presidente Mao llevaba en el monte Jinggang, pues las hebras de lana habían regresado a su estado original.

Mayor Tercero debía de haber visto sus efectos en algún momento, se había compadecido y le había llevado esa lana color rojo espino para que pudiera tejerse un nuevo jersey. Jingqiu estaba furiosa.

—¿Qué te pasa? ¿Por qué miras en el interior de mi jersey? No es asunto tuyo.

—¿El interior de tu jersey? ¿Y qué le pasa al interior de tu jersey?

Él puso una mirada tan inocente que ella se dijo que lo había juzgado mal. A lo mejor, después de todo, no lo había visto. Habían caminando juntos todo el tiempo y él no había tenido oportunidad de ver el interior de su jersey. A lo mejor solo le había gustado el color de la lana, porque le había recordado las flores del espino, y simplemente la había comprado para ella.

—Nada. Estaba bromeando.

Él pareció aliviado.

—Ah, estabas bromeando. Creía que te habías enfadado conmigo.

«¿Le da miedo que me enfade con él?». Esa idea la hizo hincharse como un pavo. «Tengo el poder de influir en sus emociones. Es el hijo de un cuadro del partido, es inteligente y competente, y parece un capitalista, pero delante de mí es serio, medroso como un ratón, y teme hacerme enfadar». Se sentía flotar. Estaba, consciente e inconscientemente, jugando con él; la alarma de Mayor Tercero confirmaba la influencia de Jingqiu. Sabía que estaba siendo presuntuosa e intentaba no caer en ese mal comportamiento.

Jingqiu envolvió la lana y se la retornó.

—No puedo aceptar tu lana, ¿cómo se lo explicaría a mi madre? Diría que la he robado.

Él se la cogió y contestó sin alterarse:

—No había pensado en ello. ¿No puedes decir que la has comprado tú?

—No tengo un chavo, ¿cómo iba a poder comprar tanta lana? —Ahora le estaba haciendo frente, utilizando su situación económica como arma, como si dijera: mi familia es muy pobre, ¿qué te parece? ¿Nos miras por encima del hombro? Si es así, más vale que me olvides ahora mismo.

Mayor Tercero se quedó inmóvil, con una expresión de sufrimiento.

—No me había dado cuenta. No me había dado cuenta.

—¿Que no te habías dado cuenta? Hay muchas cosas de las que no te has dado cuenta, creo que tu vista no es muy buena. Pero no te preocupes, es cierto que te devolveré el dinero del azúcar y de la pluma. Durante las vacaciones de verano hago trabajos temporales, y si no hago ninguna pausa puedo ganarme treinta y seis yuanes al mes. Solo me hará falta eso para devolverte el dinero.

—¿Qué clase de trabajos temporales?

—¿Es que tampoco sabes eso? Trabajo en una obra, o descargo carbón en el puerto, o pinto en la fábrica de materiales de enseñanza. A veces hago cajas de cartón en la fábrica de azulejos… lo que sea. ¿Por qué? ¿A qué otra cosa le llamas trabajo temporal? —Ahora Jingqiu fanfarroneaba—. No todo el mundo puede encontrar un trabajo temporal. Yo puedo porque la madre de uno de los antiguos alumnos de mi madre es la directora del comité de barrio. Se encarga de esa clase de cosas.

Añadió unas cuantas anécdotas divertidas, pero al cabo de un rato se dio cuenta de que Mayor Tercero no se reía de sus historias, sino que la miraba preocupado.

—Pegar cajas en la fábrica de azulejos no es mala idea —dijo—, pero no trabajes en una obra, y sobre todo no trabajes en los muelles, es peligroso. —Tenía la voz rasposa—. Una joven como tú no tiene fuerza para hacer ese trabajo. Podrías acabar aplastada o te podría atropellar un vehículo, y entonces ¿qué?

Ella lo consoló.

—Tú nunca has hecho ningún trabajo temporal, y por eso te parece tan terrible, pero en realidad…

—Yo no he hecho trabajos temporales, no, pero he visto cómo los hombres de los muelles amontonan el carbón. Sueltan el volante y los vehículos casi se caen al río. También he visto cómo los hombres de las obras reparan las paredes y los tejados, y siempre hay algo que se cae de los andamios. Son trabajos pesados y peligrosos, de otro modo no se los darían a los temporeros, los harían los trabajadores habituales. ¿Cómo es que no te preocupa hacer esos trabajos tan peligrosos? Tu madre debe de estar con el corazón en un puño.

Su madre se preocupaba, y mucho, cada vez que Jingqiu se iba a trabajar, pues sabía que podía lastimarse, y, si eso ocurriera, al no tener seguro, sería el final. Sacar un poco de dinero aquí o allá es intrascendente, pero tu vida no lo es. Sin embargo, ella sabía que ese poco de dinero aquí y allá no era intrascendente; sin dinero no había arroz. Tenías hambre. No es que a su familia le faltara un poco de dinero; le faltaba mucho. Su madre a menudo tenía que pedir prestado a otras profesoras y, en cuanto cobraba el salario, todo se le iba en pagar las deudas, y tenía que volver a pedir prestado al día siguiente. La familia a menudo debía renunciar a sus raciones de carne y huevos porque no tenían dinero para comprarlas. Además, los ingresos de su hermano no eran suficientes. Todos los jóvenes que eran enviados al campo se veían obligados a pedir dinero, y su posición social era tan baja que los puntos obtenidos por su trabajo no eran suficientes para cubrir sus raciones de arroz.

Aquellos últimos años Jingqiu había tenido suerte de poder trabajar en verano para ayudar a su familia. Para consolar a su madre le decía:

—Llevo mucho tiempo haciéndolo, no me pasará nada. Mucha gente hace estos trabajos. ¿Alguna vez has oído que alguien se hiciera daño? Los accidentes también pueden ocurrir en casa.

Cuando Mayor Tercero adoptó un tono tan maternal, le repitió esos mismos argumentos.

Pero él no la dejó acabar y la interrumpió.

—No deberías hacer esos trabajos de ninguna manera. Son peligrosos. Si sufres un accidente, o agotamiento, eso te afectará para el resto de tu vida. Si necesitas dinero, yo te lo conseguiré. Trabajamos al aire libre, por lo que nuestra paga es bastante buena, y tenemos subsidios. Poseo ahorros, así que me puedes pedir prestado. Puedo darte entre treinta y cincuenta yuanes al mes. Eso debería ser suficiente, ¿no?

A ella no le gustaron sus palabras, que se diera tantos aires con su elevado salario. La estaba mirando por encima del hombro, la trataba como si fuera un caso de beneficencia. Ella le respondió orgullosa:

—Tu dinero es cosa tuya. No lo quiero.

—Puedes pedírmelo prestado, si lo prefieres. Ya me lo devolverás cuando empieces a trabajar.

—Quién dice que podré conseguir un trabajo. — Jingqiu adoptó un tono irónico—. Tu padre no es un cuadro tan poderoso, dudo que consiga encontrarme un trabajo al aire libre. Estoy dispuesta. Una vez me manden al campo ya no regresaré, y mi madre no tendrá que pedir prestado para mi ración de arroz. Pero cuando llegue ese momento, ¿cuánto dinero tendré que devolverte?

—Si no lo tienes, no tienes que devolverme nada. Yo no lo utilizo. No seas tan testaruda, te estás matando por cuatro perras. Acabarás postrada en la cama para el resto de tu vida, ¿y eso no será peor?

—¿Cuatro perras? —«Me mira por encima del hombro, me hace quedar como alguien que ama el dinero como si fuera la vida misma»—. Tienes razón, soy esclava del dinero —replicó—. Pero prefiero sufrir un accidente o quedar molida haciendo mi trabajo temporal que aceptar tu dinero.

Mayor Tercero puso una cara como si le hubieran apuñalado en el pecho.

—Tú… yo… —farfulló, incapaz de expresar una respuesta, mirándola con unos ojos dignos de lástima. A ella le recordó un perro al que había cuidado y que al final se lo habían llevado los de la perrera, la boca atada, la mirada clavada en ella, sabiendo que era el final, suplicando por su vida.

Capítulo 10

Yumin regresó unos días más tarde y la casa volvió a su ritmo habitual. El novio de Fen no volvió a aparecer más, y aquella noche la unidad de Mayor Tercero tenía una reunión, así que no pudo ir a visitarlos. Pero Yumin llevó a una colega, la señora Ye, que quería preguntarle a Jingqiu cómo se tejía la parte de delante de unos calzoncillos largos de hombre.

Jingqiu consiguió ayudarla, pero la señora Ye no solo quería saber cómo tejer la abertura, sino también qué tamaño sería el más apropiado para que le resultara cómoda a su marido a la hora de orinar. Jingqiu había aprendido el patrón de otra persona, pero nunca se había parado a pensar para qué era. Cuando la señora Ye dijo «orinar», Jingqiu se sonrojó.

—Deje que yo se lo haga —dijo cogiéndole las agujas y poniéndose a tejer.

La señora Ye estuvo charlando con Yumin mientras esperaba a que Jingqiu terminara.

—Qiu yatou es muy capaz, y guapa. No me extraña que tu suegra tenga tantas ganas de casarla con Mayor Segundo. Qiu yatou, ¿por qué no te casas con él? Así podríamos acudir a ti siempre que tuviéramos problemas a la hora de hacer punto, y nos enseñarías a tejer.

—No digas eso, Jingqiu es muy tímida —contestó Yumin, pero a continuación añadió—: Jingqiu es de la ciudad, come cereal proporcionado por el gobierno, ¿cómo va a pensar en quedarse aquí, en el quinto pino? Una persona como Qiu yatou quiere casarse con una persona de ciudad, ¿no es así, Jingqiu?

Jingqiu se sonrojó todavía más.

—Aún soy joven. No he pensado en ello.

—¿Quieres casarte con un chico de ciudad? —le preguntó la señora Ye—. Pues mejor que busque a uno de la unidad geológica. Así se casara con un chico de ciudad y seguirá ayudándonos a hacer punto. Ganamos todos. —La señora Ye se lo pensó un poco más y le dijo a Yumin—: Ese Sun no está mal. Sabe tocar el acordeón. Sería una buena pareja para Qiu. Viene a menudo por aquí, debe de tenerla en el punto de mira.

Yumin soltó una risita.

—Muy aguda. Nos evitaba porque le mencioné a nuestra Fen, pero ahora siempre está por aquí. Se presenta casi a diario.

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