—¿Qué estás haciendo aquí?
—Trabajo aquí —dijo él, repasándola con la mirada—. ¿Y tú? ¿Por qué estás aquí? ¿Ahora trabajas en esta fábrica?
—Solo estoy temporalmente.
—Te ayudaré —dijo él con descaro, intentando quitarle el cepillo de la mano—. ¿Cómo tienes los pies? ¿Bien?
Jingqiu bajó la vista para mirárselos y no encontró ninguna ampolla.
—No me pasa nada en los pies. Sigue con tu trabajo, que yo haré el mío.
Al ver que Jingqiu no estaba dispuesta a darle el cepillo, comenzó a llamar puerta a puerta:
—¡Eh! Barred el suelo y sacad la porquería enseguida, no lo hagáis poco a poco. Y no tiréis el agua del té, mi amiga está limpiando y le quemaréis los pies.
Su llamamiento provocó que todos los hombres salieran a la puerta para poder echarle un vistazo a la «amiga de Zhang Yi».
—Zhang Yi, ¿este es tu pajarito?
—Yo la conozco. ¿No es la chica que tocaba el acordeón cuando vino el equipo de propaganda de la Escuela Secundaria n.º 8?
—Es la hija de la señora Zhang, la conozco. ¿Por qué trabajas aquí?
Jingqiu se dijo que ojalá pudiera devolverlos a sus habitaciones y cerrar la puerta para que no se la quedaran mirando mientras trabajaba, repasándola con los ojos y haciendo comentarios. ¿En qué estaba pensando Zhang Yi? Bajó la cabeza y siguió barriendo el suelo mientras los hombres le gritaban que volviera y barriera un poco más, que recogiera la porquería aquí y allá, o que fuera «a charlar un rato y tomar una copa», o que entrara a enseñarles «a tocar el acordeón». Ella no contestaba, y trabajaba deprisa para acabar de limpiar y poder huir.
Al día siguiente Wan Changsheng la mandó de vuelta a los dormitorios: tendría que trabajar allí hasta que vinieran los dirigentes para la inspección. Jingqiu le pidió que le diera otro trabajo, aunque fuera mil veces más agotador. Prefería hacer cualquier cosa que volver a los dormitorios.
—Muy bien —replicó él tras pensárselo—. Hoy puedes trabajar con el maestro Qu.
Wan se la llevó al extremo sur de la fábrica, a un riachuelo que había al otro lado de la tapia limítrofe, y allí encontraron un pequeño edificio solitario y abandonado que pertenecía a la fábrica. Jingqiu tenía que reparar un agujero en uno de los muros. Wan le ordenó a Jingqiu que recogiera los ladrillos del complejo de la fábrica, luego preparara mortero en un cubo utilizando cemento, cal, arena y agua. El maestro Qu, el albañil, tenía más de cincuenta años y cojeaba.
Cuando el señor Wan estaba a punto de marcharse, el maestro Qu dijo:
—Manda a otro trabajador. ¿Cómo va a transportar esta chica todos estos ladrillos a la tapia de la fábrica? No se trata de un par de ladrillos. Manda a alguien más. Uno puede quedarse en la tapia, y pueden ayudarme tirándome los ladrillos.
—¿Y dónde quieres que encuentre a otro? Y cuando esta persona haya terminado de tirarte los ladrillos, ¿qué hará? ¿Mirar cómo trabajas? Ya te ayudaré yo —contestó Wan.
Jingqiu recogió una carretada de ladrillos y trepó a la tapia mientras Wan y el maestro Qu se colocaban uno a cada lado. Una vez hubieron acabado de pasarle los ladrillos, Wan se sacudió el polvo de las manos y dijo:
—¿Qué te había dicho? ¿Ves como nos hemos ahorrado otro trabajador? —A continuación, volviéndose hacia Jingqiu, añadió—: El resto es fácil, tómatelo con calma. —Y se fue.
De hecho, el trabajo no era tan agotador. Jingqiu iba a buscar agua, mezclaba el mortero en el cubo y por lo general le hacía de ayudante al señor Qu. Cuando se acababa el mortero, Jingqiu pasaba por encima de la tapia y traía otro cubo. Qu no hablaba mucho, prefería mantener la cabeza gacha y trabajar mientras Jingqiu permanecía a su lado, pensando en Mayor Tercero.
A la hora de comer ya habían terminado, pero como el maestro Qu se fue a almorzar, Jingqiu tuvo que quedarse a recoger las herramientas y limpiar. Qu le había dado orden de que dejara los ladrillos restantes donde estaban, pero ella tenía miedo de que el tacaño de Wan se enfadara, y decidió transportarlos al otro lado de la tapia y llevarlos al complejo de la fábrica. Como no había nadie para ayudarla, tuvo que utilizar un cesto de bambú para subirlos, que iba llenando cada vez.
Mientras Jingqiu pasaba los ladrillos al otro lado de la tapia, llegó Wan Changsheng.
—Vuelve a subirte a la pared. Yo te lanzaré los ladrillos y puedes dejarlos caer al otro lado.
Jingqiu se dijo que era un buen método, sin duda más rápido que subirlos ella sola con un cesto, y no le llevó mucho rato. Mientras buscaba un lugar en el suelo donde arrojar los últimos ladrillos, percibió que había alguien más subido a la tapia. Levantó la vista y descubrió a Wan a menos de un metro de distancia, de pie sobre la tapia. Sorprendida, dio un paso atrás.
—¿Me has arrojado todos los ladrillos?
—Sí.
—¿Qué hacemos aquí, entonces? Vamos a comer. Me muero de hambre.
Wan siguió de pie sobre la tapia e izó la escalera desde el exterior hasta la parte interior del muro. Se sacudió el polvo de las manos, pero no bajó, y se quedó mirando a Jingqiu.
—¿Por qué no bajas? ¿No tienes hambre? —preguntó Jingqiu.
—Si quieres bajar, adelante. Yo quiero quedarme aquí y charlar.
Jingqiu se estaba impacientando. Menudo desayuno debe de haberse pegado, se dijo.
—Estás en medio y no me dejas llegar a la escalera.
—Acércate y te sujetaré mientras pasas. Luego podrás bajar. Vamos, ¿de qué hay que avergonzarse?
Jingqiu miró a su alrededor, pero no había otra manera de bajar. Aquella tapia era mucho más alta que la de la escuela. No es que no hubiera saltado desde tapias de esa altura, el problema era que el suelo estaba cubierto de ladrillos, escombros, cristales rotos y arbustos espinosos, y podría hacerse daño. Dio media vuelta y echó a caminar por la tapia en busca de otro lugar para saltar.
Wan la siguió.
—¿Adónde vas? No puedes saltar. Te harás daño.
Jingqiu se paró, dio media vuelta y replicó airada:
—Ya sabes que no puedo saltar, ¿por qué no me dejas bajar, entonces? Déjame utilizar la escalera, quiero bajar.
—Si te permito usar la escalera, ¿me dejarás sujetarte? Vamos, deja que te toque. Todos los días veo tus grandes pechos meneándose delante de mí, es insoportable. Si no me dejas tocarte, lo haré de todos modos.
—¡Pervertido! —replicó Jingqiu, totalmente furiosa—. ¡Informaré a tus superiores!
—¿Y de qué les informarás? —respondió Wan, acercándose aún más—. ¿Qué te he hecho? ¿Alguien me ha visto hacerte algo?
Aterrada, Jingqiu dio media vuelta y huyó por encima de la tapia. Después de tambalearse y de estar a punto de caer, volvió la mirada y vio que Wan le pisaba los talones. Sin comprobar lo que había abajo, saltó hacia el patio. Poniéndose en pie rápidamente corrió hacia la fábrica, donde había más gente. Wan ya no la perseguía, así que aflojó el paso para comprobar si se había herido, y descubrió que, aparte de algunos arañazos en la palma de la mano izquierda por culpa de un cristal roto, estaba ilesa.
Fue corriendo hasta un grifo que había delante de los dormitorios de los hombres para lavarse las manos. En cuanto se hubo quitado la suciedad, vio que tenía un cristalito clavado en la palma. Al sacárselo, le salió más sangre. Con el pulgar derecho apretó el corte para parar la hemorragia, y una punzada de dolor le recorrió toda la mano. A lo mejor tenía otro cristal clavado, se dijo. Tendré que ir a casa y utilizar una aguja para sacármelo.
Entonces Zhang Yi apareció corriendo.
—Alguien me ha dicho que te sangraba la mano. ¿Qué ha pasado?
—Me he caído.
Zhang Yi le cogió la mano y miró el corte.
—¡Todavía sangra! Vamos a la enfermería de la fábrica.
Jingqiu intentó poner alguna excusa, pero Zhang Yi no prestó atención, y agarrándola del brazo derecho echó a andar hacia la enfermería.
—Muy bien, muy bien, ya voy. No me arrastres.
Zhang Yi no la soltaba.
—¿De qué tienes miedo? ¿Cuántas veces fuiste tú la que me arrastró cuando éramos niños?
Una enfermera le sacó el último trozo de cristal y paró la hemorragia. A continuación la vendó, y como Jingqiu se había caído de la tapia del lado sur de la fábrica, también le puso la inyección del tétanos.
—Aquello está muy sucio. ¿Qué estabas haciendo?
—Hoy no vas a volver a trabajar, ¿verdad? —le preguntó Zhang Yi cuando salieron de la enfermería—. Vete a casa y descansa, yo hablaré con el jorobado. Espera un momento y te llevo en mi bicicleta.
Jingqiu no sabía qué hacer. No quería volver a ver a Wan Chengsheng, pero tampoco podía trabajar con la mano vendada.
—Ya me voy, no hace falta que me lleves. Vuelve a trabajar.
—Mi turno no empieza hasta más tarde. Espérame aquí, que voy a buscar la bici.
Jingqiu esperó a que se marchara y a continuación regresó a casa sola.
En casa solo estaba su hermana; su madre había salido, pues había conseguido un trabajo pegando sobres en el comité de barrio. Le pagaban según la cantidad de sobres que pegaba. Jingqiu no quería que su madre trabajara demasiado y enfermara, pero ella insistía.
—Si yo hago un poco más, tú puedes trabajar menos. Lo único que hago es estar sentada pegando sobres. Mientras no me vuelva codiciosa y trabaje demasiado, no hay ningún problema.
Jingqiu comió y se echó en la cama. Le preocupaba que Wan Chengsheng le dijera a la directora Li que era una trabajadora perezosa que no seguía sus instrucciones y se escapaba. Si le dice eso, pensó, la directora Li no me dará más trabajo, y no me pagarán el trabajo que ya he hecho, pues el jefe hace los pagos a través del comité de barrio a final de mes. Si Wan Chengsheng es deshonesto y no informa de las horas que he trabajado, no conseguiré el dinero. Cuanto más lo pensaba, más se enfadaba. Pero ¿qué le ha dado a ese hombre? ¿Todo eso porque es mi jefe? Ese hombre procede de una familia de asalariados, y sin embargo sus superiores saben que para ganarse sus simpatías explota a los temporeros, y es la única razón por la que lo pusieron al frente. Ese tipo de aspecto horroroso se ha aprovechado de mí, es un completo bribón. Si me hubiera caído y me hubiera matado, apuesto a que ni siquiera le habrían pagado una indemnización a mi familia. Se moría de ganas de denunciarlo, pero no tenía testigos. ¿A quién creerían, a él o a ella?
A lo mejor debía decírselo a Mayor Tercero y dejar que este le diera una lección a Wan. Pero, si le pegaba o, peor aún, lo mataba, encerrarían a Mayor Tercero para siempre. No valía la pena vengarse de un tipo tan horrible. No la engañaba el aspecto amable de Mayor Tercero. El día que había estado jugando con la navaja delante de ella había mostrado una expresión que delataba que sería capaz de clavársela a Wan. Probablemente, lo mejor era no decirle nada.
La idea de tener que volver a casa de la directora Li al día siguiente la puso de un humor de perros. No le daba miedo trabajar duro y agotarse, pero no le gustaba dar la impresión de que pedía favores a la gente. Habría preferido que Kunming hubiera estado en casa, pues sin duda la habría ayudado, pero Jingqiu sabía que ya se había marchado con su unidad del ejército. Le dijo a su hermana que no le contara a su madre que había vuelto del trabajo antes de acabar la jornada. Lo último que quería era que esta se preocupara.
A eso de las seis la abuela Cobre fue a buscar a Jingqiu.
—El jefe me ha pedido que te dijera que hoy estaba bromeando, que no creía que te lo tomarías tan en serio. Se ha enterado de que te has hecho daño en la mano, y me ha pedido que te diga que no tengas prisa en volver a trabajar. Te contará hoy y mañana como jornadas completas. Descansa dos días más sin paga y te guardará el puesto.
Jingqiu no pudo contenerse.
—¿Bromeando? De ninguna manera estaba bromeando. Iba totalmente en serio. —Le explicó lo ocurrido a la abuela Cobre, aunque fue incapaz de repetir la sucias palabras de Wan.
La abuela no le dio mucha importancia.
—Bueno, ¿y qué? ¿Qué podría haber hecho encima de una tapia? ¿Por qué te alteras tanto? Tampoco debes de ser nada del otro mundo si te ganas la vida trabajando para alguien como él.
Sorprendida y enfadada, Jingqiu contestó:
—¿Cómo puedes decir eso? Si te lo hubiera hecho a ti, ¿pensarías que no es nada?
—Yo soy vieja, no malgastaría sus energías intentando tocarme. Me temo que serás tú la que salga perdiendo con todo esto. Si te hubieras roto una pierna saltando de esa tapia, ¿a qué seguro habrías recurrido? Mi consejo es que mañana descanses y pasado vuelvas a trabajar. De lo contrario, se vengará. Procurará que no puedas trabajar en ninguna otra parte.
—No quiero volver a verle.
—Baja la cabeza y no le hagas caso. Él se ha aprovechado de ti, pero, si eso significa que pierdes tu trabajo, ¿no es una doble desgracia? Y tampoco es él quien da el trabajo, de todos modos.
Al día siguiente Jingqiu se quedó descansando, y el posterior se fue a trabajar a la fábrica. La abuela Cobre tenía razón. No era él quien le había dado el trabajo, ¿por qué abandonar, pues? La próxima vez que se comporte así, se dijo para consolarse, le tiraré un ladrillo a la cabeza.
Era evidente que Wan Changsheng se sentía culpable, porque era incapaz de mirar a Jingqiu a los ojos.
—Parece que la mano todavía no se ha curado. Hoy puedes ayudar al equipo de propaganda a organizar el tablón de anuncios. —A continuación le advirtió—: El otro día estaba bromeando, no te lo tomes en serio. Si me entero de que se lo has contado a alguien…
Jingqiu no le hizo caso y dijo:
—Me voy al departamento de propaganda.
Los días siguientes Jingqiu ayudó a organizar el tablón de anuncios de la fábrica y también a distribuir la revista. El director del departamento, el señor Liu, apreció enormemente el talento de Jingqiu. Escribía en el tablón con una letra preciosa, igual que los caracteres que grababa en la plancha de acero para imprimir. También era una magnífica dibujante. Cuando le entregaba algún manuscrito para que le echara un vistazo, Jingqiu siempre hacía tantos comentarios instructivos que él le pidió que escribiera algún texto.
—Qué vergüenza que la fábrica no contrate de otra manera, pues me gustaría que vinieras a trabajar con nosotros.
—Pronto voy a sustituir a mi madre en su empleo, pero mi hermano todavía está en el campo y su letra es mejor que la mía. También toca el violín. Si la fábrica empieza a buscar trabajadores, ¿no podría llamarlo para que vuelva a la ciudad? Sabe hacer de todo, no lo lamentaría.