Alguien robó la luna (40 page)

Read Alguien robó la luna Online

Authors: Garth Stein

Tags: #Suspense

BOOK: Alguien robó la luna
11.61Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Y si no llueve?

—Yo no tengo problema en permanecer aquí. Como cifra que soy, cualquier lugar me viene bien. Pero me da la impresión de que tu mente está en otro lado, preguntándose de dónde saldrá el próximo chamán o algo por el estilo.

Tú decides. Puedo llamar a Field y lo tendremos aquí en cuarenta y cinco minutos. O podemos ir a la habitación y jugar un rato.

—Nada me gustaría más que jugar un poco, pero tengo la cabeza en otro lado.

—Ya me había dado cuenta.

—Así que me parece que debemos regresar.

—Eso supuse. —Eddie se levantó—. Si ves a
Motherfish
, pide un trozo de esa tarta de arándanos.

Se dirigió al teléfono público que había al fondo del local.

Eran las cinco y no había ni asomo de oscuridad. La constante luz diurna comenzaba a agobiar a Jenna. Añoraba el otoño y su aire fresco, la oscuridad temprana que indicaba que pronto sería la época de calabazas y zapallos y las demás hortalizas otoñales que tanto le gustaban. Pero faltaba mucho para ese momento. Había mucho por hacer antes de que llegara el otoño.

Eddie volvió a la mesa con una expresión sombría en el rostro.

—¿Qué ocurre? —preguntó Jenna.

—Bueno, parece que tendrás que tomar otra decisión. Tu marido está en Wrangell. Fue a casa de Field acompañado del chaval aquel, el listillo, y del alguacil. Te buscaban a ti y al perro.

—Vaya.

—Field no les dijo nada. Pero el alguacil estaba furioso. Y tu esposo y el chaval se quedaron vigilando la casa de Field.

—Joder.

—Entonces, ¿qué quieres que hagamos?

Jenna estaba azorada. Robert estaba allí. Bueno, no era que no se lo esperase. Había ido a aclarar las cosas con ella, sin duda. Para volverla a conquistar. Para demostrarle su amor. Pero Jenna no quería nada de eso. Tal como estaban las cosas, Robert no era más que un obstáculo.

—Verás, Eddie, lo único que quiero es desaparecer. Estoy tan cansada… y estaba convencida de que el chamán me diría algo, pero no fue así. ¿Qué hago, entonces? ¿Me doy por vencida?

—¿Qué es lo que quieres hacer?

—Encontrar a Bobby. Es lo único que me interesa.

—Bueno, entonces regresamos a Wrangell, le decimos a tu marido que no interfiera y buscamos otro chamán. Créeme, hay muchos. El asunto es dar con uno que no sea un charlatán.

—¿Qué? ¿Ése es el plan? ¿Regresar a Wrangell, nada más?

—Claro, no quieres quedarte aquí, ¿verdad?

—No.

—¿Tampoco quieres ir, digamos, a Ketchikan o Juneau?

—Diría que no.

—Entonces, coge al toro por los cuernos. La única manera de librarse de un problema es enfrentándose a él.

—No estoy muy segura de que nos libremos de Robert así como así. Acaba de llegar.

—Yo hablaré con él.

—Oh, sí, eso le va a sentar muy bien… «Robert, mi amante quiere hablarte».

—¿Eso soy? ¿Tu amante?

Jenna se ruborizó. En boca de Eddie, la palabra sonaba muy extraña. Amante.

—Tal vez —dijo.

Eddie sonrió.

—Qué bien.

Tendió la mano por encima de la mesa y tomó una de las de Jenna. Ella le sonrió.

—Así que ése es el plan, ¿eh? ¿Regresar y coger el toro por los cuernos? —preguntó ella.

—Sí, por los cuernos, con decisión.

Eddie se puso de pie, e inclinándose la besó. Después se dirigió al teléfono para llamar a Field. Jenna lo contempló, aliviada por su aportación de masculinidad a la situación: la capacidad de tomar decisiones instantáneas sin titubear ni arrepentirse. Aunque Jenna no estaba deseosa de encontrarse con Robert, sabía que acabaría ocurriendo; y bien podía ser que fuera mejor hacerlo cuanto antes.

***

El plan se basa en hacerles creer que aún estás en la casa. Dejas el televisor encendido con el volumen al máximo. Mueve un poco el aparato para que vean su fulgor desde la calle. Después, es cuestión de ser astuto, como el chico Macaulay Culkin en la película esa. Lo que hay que hacer es quedarse sentado en el sillón que está junto a la ventana que da a la calle. ¿Cómo van a saber que nunca te sientas ahí? A continuación, te levantas y sales de la habitación, enseguida regresas y te sientas de nuevo. Todo ello, por supuesto, de un modo bien obvio. Que vean tus movimientos. Y cuando vuelves a sentarte, desplazas un poco el sillón, de modo que no puedan ver con certeza si estás ahí o no. A continuación, puedes deslizarte de tu asiento al suelo y escabullirte. Lo último que vieron es que te sentabas, así que supondrán que te quedaste dormido. Nunca pensarán que saliste por la puerta trasera.

Justo detrás de la casa hay cantidad de matas de zarzamora. Y es posible, aunque difícil, rodear el garaje, manteniéndote pegado a la pared, y desde ahí ir agachado hasta los matorrales, sin que te vean desde la calle. Desde ahí, tienes que cruzar entre las zarzamoras, lo que puede ser duro por las espinas. Pero como es verano, aún están blandas. Sales del zarzal y, manteniéndote oculto tras el arbolado que se extiende en forma paralela a las casas, llegas a la calle Church. Desde allí, es cuestión de seguir camino en línea recta hasta el embarcadero, donde está tu avión.

Es cuesta abajo, y hay que ir deprisa. Así, incluso si se dan cuenta de que te fuiste, les llevará un momento dilucidar qué trayecto seguiste. Y cuando lo hagan, será demasiado tarde. De todos modos, ¿qué pueden hacer?, ¿darte una paliza? Se notaba que el alguacil Larson no estaba muy contento con eso de ir a hacerte no sé cuántas preguntas a causa de ellos. Así que sin duda no los ayudará a cogerte. De modo que, ¿qué van a hacer?

Llegas, pues, al embarcadero y, en efecto, ahí está la fiel máquina, esperándote, lista para partir. Miras en torno a ti una última vez y ves que esos infelices no están por ningún lado; después, una rápida mirada al avión. Sí, claro, ha visto tiempos mejores. Pero mientras esté en condiciones de mantenerse en el aire, no hay nada que reprocharle. Sueltas las amarras, le das un empujoncito y lo abordas. Le das al botón de encendido y echa a andar.

Ya en el aire, miras al pueblo. El día es más oscuro de lo habitual para la hora que es, pero es cosa de las nubes. No es que vaya a ser un problema, pero últimamente volar en la oscuridad se te hace más difícil. El médico dice que es por tus ojos, algo que se llama «disminución de la visión nocturna». Oscurece antes para ti que para todos los demás. En fin, no hay por qué preocuparse. No tardarás en regresar.

Decides burlarte un poco de los infelices, de modo que das una vuelta sobre el pueblo antes de poner rumbo a Klawock. Ahí están, en su estúpido coche de alquiler, montando guardia frente a tu casa. Vuelas bien bajo —tanto que alguien podría quejarse— y haces una pasada rasante sobre los idiotas. Uno de ellos sale. El jovenzuelo. Pequeño hijo de puta. Se empeñó en que notaras que llevaba una pistola. Vaya, si se trata de eso, en tu casa tienes más armas de fuego que las que él pudiera imaginar. Quizá esa clase de intimidación funcione en la ciudad, donde nadie ejerce sus derechos constitucionales, pero aquí no, necio. Esto es Alaska. La última frontera. Tierra de hombres libres, morada de valientes.

El joven alza la vista y ve el avión. Te señala y agita el puño, y tú meneas un poco las alas en un saludo, sólo para enfurecerlo, y el tonto salta como una pulga rabiosa. Hasta la vista, bobos.

Tomas rumbo sur-suroeste y vuelas sobre el mar. Da la impresión de que va a llover más, pero calculas que estarás de regreso antes. En realidad, no es más que un paseíto. Cuando eras joven, podías hacer ese trayecto en mitad de una noche de nevada. Pero eso era entonces. Y esto es ahora. Eso que hay por delante, ¿es una nube o una montaña? Bueno, si vas a caer, hazlo con gracia. Como decía papá, nadie ganó un premio por vivir mucho.

***

Joey se enfureció al ver que el hidroavión lo saludaba con las alas. Se apeó del coche y maldijo al viejo mientras veía cómo se alejaba. ¿Cómo se había descuidado así? ¿Qué motivo tenía para suponer que el viejo no escaparía? Joey había supuesto que la visita del alguacil bastaría para ablandarlo. Se había tomado el trabajo de dejar a la vista un atisbo de la culata de su arma, pero el viejo era demasiado ciego para verla, o tan estúpido que no entendía que Joey la usaría si hacía falta. Hacerle una pasada rasante a él. Qué viejo tan animoso. A Joey le gustaría pasar cinco minutos a solas con él. Ahí sabría lo animoso que de verdad era. Era cuestión de quebrantarlo un poco. Unas pocas costillas rotas pueden hacer que respirar se vuelva difícil para un anciano. Darle con el canto de la mano en el puente de la nariz y ver correr las lágrimas de esos viejos ojos nublados. ¿Es que el vejete no se daba cuenta de que alguna vez debía regresar a su casa? Sí, Jenna podía escapar, pero los otros tenían casas de las que ocuparse. Todo va y vuelve. Joey regresó al Crown Vic que le habían alquilado a la compañía de taxis y montó. Cerró la puerta con violencia.

—¿Era él? —preguntó Robert.

Joey asintió.

—Probablemente los lleve a algún otro lugar. Cuando retorne, no recurriremos al alguacil. Obtendremos la información por nuestra cuenta.

Los dos se quedaron mirando por el parabrisas. Robert no entendía bien, pero le daba la impresión de que más le valía mantener la boca cerrada. Joey parecía un personaje peligroso; se notó en la forma en que apenas contuvo su ira cuando el alguacil se limitó a hacerle un par de preguntas a Field antes de marcharse. A Robert le preocupaba la posibilidad de que hubiera violencia, pero era demasiado tarde para acobardarse. Sospechaba que la violencia era la norma en la conducta de esa gente.

—¿Tú eres el que rescató a la hija de John Wilson de una secta el año pasado? —preguntó.

Joey lo miró. Pensó un rato antes de asentir con la cabeza.

—¿Fue difícil? —quiso saber Robert.

Joey dirigió la mirada al parabrisas.

—¿Quieres saber si las cosas se pusieron feas?

—Sí.

—Digamos que ninguno de los buenos salió lastimado.

Joey miró de soslayo a Robert y abrió la puerta. Miró a uno y otro lado mientras cruzaba la calle. Llegó a la puerta de la casa de Field, apoyó un hombro y sin esfuerzo aparente, la abrió. Miró a Robert y se encogió de hombros antes de entrar a la casa.

***

Con la creciente oscuridad y un presagio de lluvia en el aire, Jenna se sentía nerviosa ante la perspectiva de volar de regreso a Wrangell. Ella y Eddie se encontraban en el embarcadero de Klawock, aguardando la llegada de Field. Para sentirse mejor, enlazó la cintura de Eddie con un brazo y apoyó la cabeza en uno de sus hombros. Él respondió pasándole el brazo sobre los hombros.

—No tardará en llegar, a no ser que haya surgido algún problema —dijo Eddie.

—¿Problema?

—Con tu marido, Ruben.

—Robert. ¿Y por qué no le contó que vino a buscarnos, nada más?

—No lo sé. ¿Será que le gusta el misterio? Inventó todo un plan para escapar sin que lo descubrieran.

Jenna sonrió; sintió deseos de besar a Eddie. Lo hizo, pero él la apartó con fingido rechazo.

—Jenna, compórtate, ¿qué va a decir Rudolph?

—Se llama Robert. Ojos que no ven, corazón que no siente.

—Le dijo la araña a la mosca.

Volvió a besarlo, y esta vez, él respondió. Los amantes se abrazaron, de pie en el muelle, bajo el dosel de nubes.

Oyeron el ronquido del avión a lo lejos, y aunque hubieran preferido continuar besándose, se separaron para recibir a Field. El hidroavión amerizó y se acercó al amarradero. Apenas se detuvo, Jenna, Eddie y
Óscar
abordaron el aparato sin más trámite, y al cabo de un instante, volaban de regreso.

El viaje se hizo corto. No tardaron en encontrarse en Wrangell. Los sorprendió un poco que Magnum, investigador privado —así llamaba Field a Joey— no los estuviese esperando en el muelle. Jenna y Eddie fueron a la camioneta y le ofrecieron a Field ir con ellos. El viejo rechazó la oferta, diciendo que prefería viajar de incógnito. Estaba estupefacto ante la estupidez de Magnum y Robert, que no parecían haber notado su fuga a pesar de la evidente indignación de aquél por el vuelo rasante que les dedicó. Envalentonado con su propia astucia, Field quería regresar a su casa con tanto disimulo como saliera de ella. Quería ver cuánto tardaban los infelices en entender lo que había ocurrido.

Jenna, Eddie y
Óscar
regresaron a casa para hacer unas llamadas y planear sus próximos movimientos.

***

Joey le dijo a Robert que aguardara en el coche. Quería dedicarse al interrogatorio sin distracciones. Tomó una toalla del cuarto de baño y se apostó en la cocina. Sabía que Field procuraría entrar a hurtadillas por la puerta de la cocina cuando regresara. Como le había funcionado una vez, querría repetir el truco. Típico error de aficionado. Joey, como profesional que era, sabía que lo que funciona una vez funciona sólo esa vez. Si me engañas una vez, es por tu culpa. Dos, y la culpa es mía.

Oyó las pisadas sobre la hierba antes de lo que esperaba. Field sólo se había ausentado durante una hora y media. No parecía tiempo suficiente para buscar a Jenna, depositarla en algún otro lugar y regresar a Wrangell. A no ser que hubiesen estado mucho más cerca de lo que supusiera. El picaporte giró y la puerta se abrió con un chirrido. La mano de Field accionó el interruptor, pero la luz no se encendió. Joey había desenroscado la bombilla. Field se vio obligado a entrar a oscuras. Se quedó inmóvil en la cocina, lleno de sospechas, atento a cualquier movimiento, porque percibía una presencia en la oscuridad.

Una presencia que fue más rápida que él. Joey emergió de las sombras y atacó. Se oyó un crujido y Field cayó de rodillas. Joey esperaba no haber golpeado al viejo con demasiada fuerza. Tal como lo había planeado, el veloz golpe con el canto de la mano quebró limpiamente la nariz de Field. De haberlo aplicado con más fuerza, lo habría matado.

Field, con el rostro entre las manos, soltó un gemido de dolorida sorpresa. Alzó la mirada, pugnando por distinguir a su atacante. Joey sonrió.

—Eso es por creerte más listo que yo —dijo, pasándole la toalla al anciano—. Y esto es para que no manches el suelo de sangre.

Joey se subió sobre una silla y ajustó la bombilla; la habitación se iluminó de pronto. Demasiada luz para Field, que apenas podía ver entre las lágrimas. La toalla beige que Joey le diera para enjugar la sangre que le manaba de las narices ya estaba empapada. Field miró a Joey, que ahora le parecía un asesino, y se sintió viejo y frágil. ¿Qué haría Joey a continuación? ¿Cuánto dolor le infligiría? A Field le habría gustado tener una cápsula de cianuro en el interior de un diente falso. Ello le hubiese permitido llevarse su secreto a la tumba. Joey lo hizo incorporarse y lo condujo a una silla de la cocina.

Other books

Ancient History by CW Hawes
The Stargazer by Michele Jaffe
Private Beach by Trinity Leeb
The Venture Capitalist by EnRose, LaVie, Lewis, L.V.
The Bestiary by Nicholas Christopher
We Awaken by Calista Lynne