Al Mando De Una Corbeta (34 page)

Read Al Mando De Una Corbeta Online

Authors: Alexander Kent

Tags: #Aventuras, histórico

BOOK: Al Mando De Una Corbeta
10.41Mb size Format: txt, pdf, ePub

Los botes habían sido bajados como había ordenado. Glass, el timonel, tomó el mando de uno de ellos e incluyó un pequeño anclote. El
Sparrow
quedó inmóvil con las velas aferradas, y firmemente anclado por la proa y por la popa.

Entonces, y sólo entonces, Bolitho elevó de nuevo su catalejo y lo dirigió hacia el
Fawn
. Mal equipado y, pese a todo, con su mesana abatido, intentaba alejarse del bombardeo. No había esperanza, porque pese a que su roda parecía intacta, y aunque daba trazas de mantener aún cierto equilibrio, se encontraba totalmente abatida bajo una masa de palos y lonas, y no quedaban muchos hombres que libraran el barco de ellos. Fue golpeada una y otra vez, y los astillados trozos de cuadernas y maderas se redujeron a polvo sobre los bancos, flotando hacia la popa como si fueran sangre de una bestia herida.

Sufrió una violenta sacudida cuando su mesana cayó para unirse con el resto de los palos, y Bolitho supo que se iba a pique. Se estaba abriendo, con la cubierta, la quilla y los costados desgarrados. Todo había terminado.

Cerró el catalejo y se lo tendió a alguien cerca. No vio rostros, no escuchó voces que pudiera reconocer. Él mismo parecía comportarse del modo extraño y poco natural que había mostrado antes.

—El barco francés queda en nuestra amura de babor —todo estaba en silencio. El enemigo había cesado de disparar, porque ahora que el
Fawn
yacía sobre un banco se encontraba al menos fuera del alcance de sus armas. El humo se elevó desde tierra, y Bolitho se imaginó a los artilleros franceses limpiando las bocas de cañón, esperando quizás la llegada por sorpresa de otra corbeta, una víctima más—. El campo de tiro no alcanza una milla. Se las ha arreglado para presentar su ataque perfecto —sabía que Tyrrell y el resto le observaban, transfigurados—. De todos modos, no pueden herirnos. Estamos en el otro lado —se volvió para ver cómo el espolón y el bauprés del
Fawn
se desgarraban y hundían bajo su roda. Continuó, con voz inexpresiva—. Podemos golpearle desde aquí, y duramente.

Graves estaba en la escala, con el rostro pálido por la sorpresa o tras ver la cruel destrucción del otro barco. Bolitho le miró.

—Ponga a trabajar el cañón de babor. Abrirá fuego cuando estemos preparados. Pase sus peticiones al contramaestre. Si usa los cables del ancla, podrá manejarse a voluntad —se volvió a Tyrrell—. Encárguese del cabestrante.

Graves estaba a medio camino en la cubierta cuando la voz de Bolitho le hizo permanecer completamente inmóvil.

—Encuentre al señor Yule. Dígale que quiero que construya un pequeño horno donde podamos calentar las balas para su cañón. Esmérese en que esto se haga bien —dirigió sus ojos al barco enemigo—. Ahora tenemos tiempo, todo el que queramos.

Entonces caminó hasta las redes y esperó a que Tyrrell se acercara de nuevo hasta la proa.

—Tenía razón después de todo, señor —dijo Tyrrell en voz baja—. Iban a por nosotros. Por todos los santos, hemos visto cómo nos destruían a nosotros mismos.

Bolitho le estudió con gravedad.

—Sí, Héctor —recordó con dolorosa claridad las palabras de Maulby en su último encuentro, sobre Colquhoun. Ese hombre me mata. Se giró, con la voz enronquecida de nuevo.

—¿Por qué demonios tardamos tanto?

Fue contestado por un ruidoso disparo que provenía de proa delantera, y tuvo tiempo de ver cómo la bala caía a medio cable del enemigo. Una orden atravesó la cubierta, y los hombres que se encontraban en el espeque hicieron fuerza, tensando el cable muy ligeramente, de modo que la proa del
Sparrow
girara para proporcionar a la gente de Graves un ángulo mejor.

¡Bang! El agudo chillido de la bala se elevó, y esta vez golpeó en la línea de flotación de la popa enemiga. Bolitho tuvo que apretar las manos para tranquilizarse. La siguiente bala acertaría. Lo sabía. A partir de ahí…

Hizo una seña a Stockdale.

—Arríen la yola. Haga señales al segundo esquife para que se dirija hacia el
Fawn
. Aún podemos recoger a alguna gente.

Vio a Dalkeith junto a la escala, ya vestido con su largo delantal manchado. Otro disparo salió despedido del cañón de proa, y vio que el humo marrón ascendía a través del espolón, ocultando la caída de la bala, pero una voz gritó:

—¡Lo alcanzamos! Justo en la amura.

—Nada de disparos esta vez, francés —se dijo—. No esta vez.

—La yola está preparada, señor —incluso Stockdale parecía afectado.

—Tome el mando hasta que regrese, señor Tyrrell —esperó a que arrastrara la pierna hasta el portalón—. Saldremos de aquí con la próxima marea.

Escuchó el pesado martilleo de Yule y sus ayudantes, que construían un horno rudimentario. Era peligroso, incluso una locura en condiciones normales, dedicarse a calentar balas a bordo. Un casco seco como la yesca, cabos y lonas, pólvora., pero no era una situación normal. El
Sparrow
se encontraba anclado en aguas seguras: una plataforma de artillería flotante. Era simple cuestión de paciencia y perfeccionamiento.

—¿Por cuánto tiempo continuaremos disparando? —preguntó Tyrrell con desgana.

Bolitho se balanceó sobre los verdes reflejos del agua.

—Hasta que el enemigo quede destrozado —desvió la mirada—. Completamente.

—Sí, señor.

Tyrrell observó cómo Bolitho subía a la yola, la rápida agitación de los remos mientras Stockdale la guiaba hacia el casco que una vez había sido el
Fawn
. Entonces caminó con calma hasta la batayola de la toldilla e hizo sombra a los ojos para observar el barco enemigo. Había pocas señales de daños, pero las balas le alcanzaban regularmente. En poco tiempo, el disparo caliente saldría del horno de Yule, y entonces… Se estremeció pese al sol cada vez más intenso. Como la mayor parte de los marinos, temía al fuego más que ninguna otra cosa.

Heyward se le unió.

—¿Quería decir lo que dijo? —preguntó en voz baja.

Tyrrell pensó en los ojos de Bolitho, la desesperación y el dolor cuando el
Fawn
había caído en la trampa.

—Sí.

Retrocedió cuando un cañón de la cubierta del barco francés disparó y vio cómo la bala arrojaba una fina columna casi a un cable de distancia. Los marineros que no estaban ocupados con el cabestrante o los botes observaban desde las pasarelas y los obenques, e incluso algunos cruzaban apuestas acerca del siguiente disparo. Cuando cada bala francesa caía cerca, vitoreaban o abucheaban, como simples espectadores, y totalmente ajenos al hecho de que de no haber sido por un giro del destino, serían ellos y no la gente del
Fawn
los que hubieran muerto bajo esos cañones.

—Colquhoun nos ha llevado a esto —continuó Tyrrell—. Si nuestro capitán se encontrara en el sitio adecuado para atacar, les hubiéramos barrido —junto las palmas de las manos—. ¡Bastardo arrogante! Se limita a sentarse allí, como si fuera un dios, mientras nosotros le sacamos el trabajo adelante.

Otro disparo resonó sobre el agua, y vio que una verga caía de un mástil del enemigo muy despacio, o eso parecía, como una hoja de un árbol en otoño.

—Nuestros botes permanecen junto al naufragio, señor —dijo el guardiamarina Fowler. Estaba pálido, pero cuando levantó el catalejo, su mano permanecía firme como un fusil.

Tyrrell le miró con frialdad. Era otro como ellos, como Ransome, como Colquhoun, sin humanidad ni sentimientos. Naufragio, había llamado al
Fawn
, y apenas hacía un momento había sido una criatura viva y vital. Un modo de vida para su gente y para aquellos que llegarían más tarde.

—Suba a la arboladura, señor Fowler —gritó salvajemente—, y llévese el catalejo con usted. No pierda de vista al
Bacchante
, más allá del arrecife, y espere una señal.

Si es que la hay, pensó.

Entonces un cañón disparó de nuevo y se obligó a caminar hasta el lado opuesto, dejando a Heyward sumido en sus pensamientos.

Bolitho escuchó el bombardeo regular del cañón, incluso cuando la yola se enganchó al inclinado costado del
Fawn
, y subió a bordo con alguno de sus hombres.

—¡Primero el esquife! —hizo un gesto a Bethune, que contemplaba los restos sangrientos como si estuviera en trance—. Lleno hasta arriba, y luego la yola.

Stockdale le siguió sobre la escorada cubierta, sobre botes desmenuzados y cabos destrozados. Una vez que pasaron sobre una escotilla, Bolitho vio un brillo verde, y cuando miró más abajo, vio que el mar aparecía triunfante a través de un gran hueco en el casco, y que la luz se reflejaba y jugaba sobre dos cadáveres inertes. Inmensas manchas de sangre, cañones desmochados alrededor de los aterrados sobrevivientes, que se inclinaban hacia los botes que los esperaban. Parecían muy pocos.

Bolitho se enjugó el rostro con la manga de su camisa. Tyrrell había dicho que los del
Fawn
eran ellos mismos. No resultaba difícil de entender. Hizo una pausa en la escala de la toldilla y bajó la vista hasta Maulby. Había quedado atrapado bajo un palo caído, y sus rasgos estaban congelados en la agonía de ese momento. Había una pequeña mancha de sangre en su mejilla, y varias moscas volaban sobre su rostro.

—Cójale, Stockdale —dijo Bolitho abruptamente.

Stockdale se inclinó y luego murmuró.

No podría haberse salvado, señor. Ha muerto rápidamente.

Bolitho se arrodilló sobre el palo y cubrió su rostro con un jirón de lona.

Descansa en paz, viejo amigo. Permanece con tu barco. Ahora estás en un lugar mejor.

La cubierta sufrió una sacudida. Comenzaba a quebrarse. El mar, la marea y los cañones pesados finalizarían pronto lo que el enemigo había comenzado.

—Todos fuera, señor —la voz de Bethune surgió al costado, donde el esquife oscilaba peligrosamente.

—Gracias.

Bolitho escuchó cómo el mar golpeaba en la cubierta inferior, irrumpiendo en la cámara de oficiales y en la cabina de popa. Una idéntica a la suya. No había tiempo para enmendar nada ahora. Se inclinó y recogió la espada de Maulby. Se la tendió a Stockdale.

En Inglaterra habrá alguien que quiera tenerla.

Se obligó a dedicar una larga mirada a su alrededor, para recordar cada detalle y conservarlo. Entonces siguió a Stockdale a la yola. No miró atrás ni escuchó los sonidos del final del
Fawn
. Pensaba en Maulby, en su voz perezosa, y aún sentía su último apretón de manos.

Tyrrell salió a su encuentro.

—El señor Yule ha preparado el horno —dijo.

Bolitho le miró sin expresión.

—Apáguelo, si es tan amable.

—¿Señor?

—No abrasaré a unos hombres que están cumpliendo con su deber. El barco francés está demasiado afectado como para escapar. Enviaremos un bote con una bandera blanca. No creo que desee prolongar una muerte sin sentido.

Tyrrell dejó escapar el aire muy despacio.

—Sí, señor. Me ocuparé de ello.

Cuando se volvió tras pasar la orden de que cesara el fuego, encontró que Bolitho había abandonado la cubierta. Vio que Stockdale llevaba la espada y la limpiaba con un harapo, con su rostro cansado completamente absorto en la tarea. Pensó en los dos barquitos de Tilby; como la espada de Maulby. ¿Era eso todo lo que quedaba de un hombre? Aún se lo preguntaba cuando los mástiles del
Bacchante
se hicieron visibles y mostraron su primera señal.

Anocheció antes de que el
Sparrow
pudiera acercarse a la fragata. Casi en cuanto dejaron el banco, el viento roló y ganó fuerza, de modo que fue necesario usar todos los esfuerzos para librarse de aquellas traicioneras olas. De nuevo en aguas abiertas, con la sombra oscura de la Gran Bahama a unas cinco millas de la popa, el
Sparrow
redujo vela y facheó a un cable del barco de Colquhoun.

Cuando se sentó en la yola violentamente agitada, Bolitho observó la fragata y la última señal que le indicaba que existía una reunión a bordo. Llevaban parados algún tiempo, pero como a las anteriores señales de Colquhoun, no le había prestado atención; no se había dado por enterado.

La espuma surgía de los remos y golpeaba su rostro. Ayudaba a calmarlo, aunque sólo fuera un poco. Su pena era comparable a su ira, y su autocontrol, similar a su ansia por enfrentarse a Colquhoun. La yola viró y se elevó sobre una ola más intensa, y el proel casi salió despedido por la borda cuando trató de engancharse a las cadenas del costado.

Bolitho escaló hasta la fragata, olvidando por una vez el mar que rodeaba el casco como si quisiera arrojarle fuera. Colquhoun no estaba en el portalón de entrada.

—Dios mío, señor. Siento lo que ha ocurrido —dijo el primer teniente rápidamente.

Bolitho le miró seriamente.

—Gracias. No ha sido culpa suya.

Entonces, sin mediar palabra, ni siquiera una mirada al grupo que permanecía en la yola al costado, se dirigió hacia la popa, a la cámara.

Colquhoun permanecía en pie junto a la ventana, como si no se hubiera movido desde su último encuentro. En el resplandor amarillento de los faroles, su rostro parecía tenso y serio, y cuando habló su tono era el de un hombre mucho mayor.

—¡Ya le ha costado! ¿Cómo se atreve a pasar por alto mis señales?

Bolitho se enfrentó a él fríamente. La furia en la voz de Colquhoun era tan falsa como su compostura, y vio que una de sus manos se retorcía contra sus pantalones blancos.

—Sus anteriores señales fueran hechas al
Fawn
, señor —le vio sobresaltarse y continuó despacio—, pero ya estaba destrozado y la mayor parte de su gente había muerto en la batalla, o ahogados, cuando se hundió.

Colquhoun asintió sombríamente, con las cejas elevadas como si tratara de controlar todas sus emociones.

—Eso no tiene nada que ver. Desobedeció mis órdenes. Cruzó el banco sin permiso. Usted…

—Hice lo que consideraba que era mi deber —dijo Bolitho. No serviría de nada. Podía sentir cómo su control le hacía resbalar, como el hielo en una verga bajo un vigía—. De no haber sido por su ansia de gloria, hubiéramos podido atrapar al barco francés juntos y sin pérdidas. Teníamos todas las ventajas, porque el enemigo no sabía nada de nuestra fuerza. Sólo perseguía una presa: el
Sparrow
—se volvió, intentando ocultar su dolor—. Por su culpa, Maulby y sus hombres han muerto. Su barco se ha perdido. Por culpa de su insensata rigidez, por su fracaso en ver más allá de una recompensa, no ha resultado de ayuda cuando llegó la hora —se giró de nuevo, con voz ronca—. Bien, el barco francés ha sido capturado. ¿Qué es lo que quiere ahora? ¿Un maldito título de nobleza?

Other books

Avalon Revamped by Grey, O. M.
Quarrel & Quandary by Cynthia Ozick
House Party by Patrick Dennis
The Big Screen by David Thomson
The Accidental Bride by Hunter, Denise