Al Mando De Una Corbeta (31 page)

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Authors: Alexander Kent

Tags: #Aventuras, histórico

BOOK: Al Mando De Una Corbeta
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—Pero gracias por tu preocupación.

Stockdale se puso en pie y se quitó el sombrero mientras Bolitho alcanzaba el costado de la corbeta. Sonrió ampliamente a su espalda.

—Gracias, señor.

Tyrrell no estaba menos dispuesto a dejar claro lo que opinaba.

—¡Pero es una elección extraña! El comandante Maulby es un buen oficial, pero…

Bolitho se volvió.

—Prepárese para que el barco inicie la navegación. Apareje las vergas y los sobrejuanetes tan pronto como se nos dé la orden, porque quiero partir a toda velocidad con el viento que sea —se calmó de nuevo—. Haga lo que le digo, señor Tyrrell, y no volvamos a tratar de esto.

Buckle caminó muy despacio a través de la cubierta cuando Bolitho se dirigió a su cámara para librarse de su pesada casaca.

—¿Qué piensa de esto, señor Tyrrell?

Tyrrell frunció el ceño.

—¡Ese maldito Colquhoun! Nunca lo he tragado. Como el cerdo de Ransom; son la piel del diablo.

Buckle sacudió la cabeza.

—El comandante está preocupado. No hay duda de ello.

—No por él mismo —Tyrrell observó a los hombres tirando de las cuñas del bote cuando la yola cabeceó sobre la pasarela—. Eso es igual de cierto.

La voz de Bolitho ascendió cortante a través de la lumbrera.

—Cuando hayan terminado, caballeros, les agradecería que obedecieran mis órdenes.

Buckle miró a Tyrrell y sonrió tímidamente.

—Eso ya es más propio. Nuestro Dick no tiende a lamentarse por mucho tiempo.

En una hora, el
Sparrow
navegaba despacio hacia el noroeste, con las vergas repletas de lonas, y a toda vela dejó a sus compañeros más y más lejos, a su popa.

El viento aumentó ligeramente, y para cuando las primeras estrellas aparecieron sobre los mástiles, habían recorrido casi cincuenta millas. Regresaron sobre la misma derrota que habían empleado para unirse a Colquhoun con tanta prisa la noche anterior, pero no había nada que nadie pudiera hacer, y algunos se encontraban internamente muy satisfechos por librarse del molesto pasaje que aguardaba al
Fawn
a través de los bancos de arena.

En la toldilla, el teniente Graves se reclinó contra la batayola, medio observando las perezosas velas ondulantes, y escuchando en parte el crujido del timón, una llamada ocasional de sus marineros de guardia. Pensaba en su casa, en Chatham, y en las noticias que había recibido en una extraña carta desde Inglaterra. No pertenecía a una familia de marineros, y su padre había poseído una tienda de ultramarinos, pequeña pero floreciente, donde Graves y su hermana habían nacido y crecido juntos. Su madre, una mujer enfermiza, había muerto un año antes de que el
Sparrow
partiera del Támesis, y en los pasados años su padre, al parecer, se había dado a la bebida. El negocio había contraído deudas, y su hermana, posiblemente desesperada, se había casado con un teniente empobrecido de la guarnición de marina.

Le había escrito pidiéndole dinero, para ella y para intentar que su padre no fuera a prisión por deudas. Graves le había enviado todo lo que tenía, que era bastante poco. Su parte del dinero conseguido por las presas del
Sparrow
le ayudaría considerablemente, pero hasta que recibiera más noticias de casa no se sentía deseoso de enviarlo, cuando lograrlo había sido tan difícil. Si tan sólo se amoldara mejor a los requerimientos de la Armada… Como el comandante, cuya tradición naval y sus antepasados famosos le diferenciaban de hombres como el propio Graves; o incluso como Tyrrell, que parecía indiferente a toda autoridad, aunque Dios sabía lo que le costaba ser así.

Recordaba exactamente cuando la hermana de Tyrrell había llegado allí. Estaban en Kingston, Jamaica, donde estaba viviendo con algunos amigos, esperando a que los problemas en América, como ella los llamaba, se solucionaran. Una chica vivaracha y vital, sin nada de la apariencia dejada de Tyrrell. Para Graves había parecido como una especie de ángel, una respuesta a todo lo que siempre había soñado. Provenía de una familia próspera y bien asentada, y como mujer le hubiera dado la oportunidad de mejorar, de encontrar su puesto en el mundo en lugar de continuar siendo inseguro y precavido. Tyrrell había visto claramente sus intenciones, pero ni le había animado ni le había prohibido nada. Entonces, el muy estúpido había mantenido una riña con el capitán Ransome acerca del castigo de un hombre.

Graves ya no recordaba si el castigo era justo o no, ni le importaba. Lo único claro era que Ransome había actuado con rapidez, y había empleado todo su encanto, que era mucho, y toda su experiencia, para terminar con la resistencia de la chica; así había hecho volar por los aires las oportunidades de Graves al mismo tiempo que anulaba completamente al hermano. Pero Graves aún culpaba a Tyrrell; le odiaba cada vez que pensaba en ella, y en el aspecto que tenía cuando Ransome la había llevado finalmente a tierra, en Antigua.

Se aferró a la batayola hasta que el dolor le calmó. ¿Dónde estaría ella ahora? Algunos decían que habría partido para América de nuevo, otros mencionaban un
indiaman
de paso que marchaba hacia el sur, a Trinidad. ¿Se acordaría alguna vez de él? Se volvió furioso consigo mismo por atreverse a esperar algo después de tanto tiempo. ¿Por qué nunca tendría confianza cuando más la necesitaba? Quizá había permanecido demasiado tiempo en aquella condenada tienda de ultramarinos, escuchando a su padre hacer alarde de la calidad, inclinándose y sirviendo a clientes que mantenían cuentas mucho mayores que sus propias deudas.

La preocupación por su hermana, la incertidumbre sobre él mismo, habían pasado factura también en otro sentido. Se había dado cuenta de ello después de la lucha con el
Bonaventure
, incluso aunque él se había quedado a bordo en el
Sparrow
con los pasajeros rescatados. ¿Y si el capitán hubiera fracasado en aferrarse al barco por suficiente tiempo como para llevar a cabo su disparatado plan? ¿Hubiera tenido la fuerza de hacer virar el
Sparrow
, en contra de las órdenes, y de intentar rescatar a Bolitho y a sus hombres? De no haber sido por Buckle y alguno de los otros, dudaba de que lo hubiera hecho, incluso cuando ambos barcos aferrados habían estallado en llamas. Habían visto la inmensa nube de humo en el horizonte.

Y más tarde, cuando se habían enfrentado a otras presas y habían intercambiado disparos con piratas, había sentido el miedo que recorría su interior como una enfermedad infecciosa. Nadie se había dado cuenta aún. Se sacudió y cruzó hasta el lado de barlovento, intentando aclarar su mente con la brisa fresca.

Los dos guardiamarinas estaban de pie junto a las redes de sotavento.

—El señor Graves parece preocupado —dijo Bethune en voz baja.

El nuevo guardiamarina, Fowler, pasó por alto el comentario.

—Ahora mire aquí —tenía una especie de ceceo que se volvía más obvio cuando intentaba aparecer más inocente ante sus superiores. En ese momento resultaba apenas perceptible— Debo supervisar la limpieza de los cabos de fondeo.

Bethune observaba al teniente.

—Ya sé. Es su turno.

Fowler enseñó sus pequeños dientes.

—Hágalo por mí. Cuando nos unamos a la flota, hablaré con el almirante.

Bethune se quedó boquiabierto.

—¿De mí?

—Quizá.

La gratitud de Bethune fue patética.

—Oh, si tan sólo… —asintió firmemente—. Sí, yo me encargaré de la parte de los cabos. Si puedo hacer cualquier otra cosa…

El joven le miró fríamente.

—Ya se lo haré saber.

Por todo el barco, la dotación alimentaba sus esperanzas y sus sueños a su manera. En su pequeño camarote, Tyrrell estaba sentado en su arcón masajeándose el muslo herido, mientras en el otro costado del casco Bolitho finalizaba la carta a su padre.

En la cámara de oficiales, vagamente iluminada, Dalkeith dormitaba sobre un vaso de ron, mientras escuchaba cómo Buckle contaba de nuevo una historia sobre una mujer u otra en Bristol, y el joven Heyward le escuchaba con los ojos cerrados.

En la parte superior, sobre el ladeado saltillo de proa, con el pelo agitado por el viento y la espuma que se elevaba, Yule, el artillero, estaba sentado con la espalda contra un puntal, con una botella entre las piernas, y la mente confusa pensando en Tilby, en los buenos tiempos que habían compartido.

En el fondo de la bodega, con un farol sobre su cráneo estrecho, Lock, el contable, inspeccionaba un barril de limones, examinando cada uno como lo haría un ladrón con su botín, mientras tomaba notas.

Y bajo sus velas pálidas, el
Sparrow
los mantenía a todos, ignorante de sus problemas y sus placeres, indiferente incluso al mar. Porque no necesitaba a ninguno de ellos, y parecía satisfecho.

Tan pronto como Bolitho alcanzó la cubierta, supo que el viento cambiaba en su contra, y muy rápidamente. Se encontraba sumido en un sueño profundo cuando el segundo piloto había irrumpido en la cabina para decirle que el teniente Heyward pedía consejo. La guardia intermedia aún se encontraba mediada, y las estrellas continuaban muy brillantes sobre los mástiles, pero cuando se apresuró a través de la cubierta, con los pies descalzos sobre las tablas, escuchó cómo las gavias temblaban violentamente, y el coro de respuesta que iba desde los estays hasta los obenques.

Buckle se encontraba junto al timón y, al igual que él, vestía sólo sus calzones, evidencia, si aún hacía falta una, de que Heyward no había querido pedir ayuda hasta que casi era demasiado tarde.

—¿Y bien? —echó una ojeada a la inclinada aguja, y vio que los ojos del timonel brillaban débilmente bajo la luz de bitácora—. Estoy esperando, señor Heyward.

No deseaba aturdir al joven teniente, y en otro momento hubiera apreciado su deseo de controlar su propia guardia sin mostrar dudas, pero ese no era el momento, y en aguas tan peligrosas podían verse obligados a actuar muy rápidamente.

—El viento ha rolado y los hombres de la guardia están orientando las gavias —explicó Heyward. Hizo un vago gesto sobre su cabeza—. Pero ahora ha variado a mayor velocidad, y me temo que venga del noreste.

—No seremos capaces de virar a tiempo para evitar los bancos, señor —murmuró Buckle. Echó un vistazo al compás—. De ningún modo.

Bolitho acarició su barbilla, y sintió cómo el viento jugaba sobre sus hombros desnudos. Heyward había sido imprudente al dejar que el
Sparrow
quedara en esa situación. Quizá esperaba que el viento virara de nuevo, como solía hacer por esa zona, pero fuera lo que fuera lo que había pensado o esperado, la proa del barco apuntaba casi al nor-noroeste, y no mantenía tampoco ese rumbo demasiado bien. Cada minuto les alejaba de la cadena de bancos de arena, y sería una pérdida de horas virar en redondo para dirigirse de nuevo hacia el puesto que Colquhoun había dictado.

—Lo siento mucho, señor —dijo Heyward, muy apenado—. Yo… creí que podría manejarlo.

Bolitho pensaba rápidamente.

—No se puede prevenir el viento, pero en un futuro, aprenda a llamarme en cuanto se sienta inseguro de algo. Eso no me hará pensar peor de usted —miró a Buckle—. ¿Cuál es su opinión? Tenemos cuatro horas antes de que amanezca.

Buckle se mantuvo firme.

—Imposible —suspiró—. Me temo que debemos mantenernos e intentar virar en redondo en unas tres horas.

Bolitho se imaginó la carta de navegación, y recordó vívidamente los bancos de arena más cercanos, y el estado de la marea.

—Llame a todos los hombres, señor Heyward. Viraremos directamente.

—¡Pero señor! —la voz de Buckle sonaba ansiosa—. Jamás podremos retomar el curso adecuado. No es posible hacerlo con un viento constante del noreste.

Bolitho escuchó las llamadas a gritos en las cubiertas inferiores, la súbita estampida en escalas y pasarelas.

—Estoy de acuerdo, señor Buckle —hizo una pausa cuando Tyrrell surgió de las sombras, arrastrando penosamente su pierna mientras intentaba abrochar su cinturón—. Pretendo pasar a través de los bancos —miró a Tyrrell—. Si permanecemos donde estamos, no podremos ayudarles si se nos necesita durante el día. Una vez dentro del banco, al menos podremos emplear el viento si se nos presenta la oportunidad.

Graves corrió al alcázar, y sus pies resonaron sobre las voces apagadas. Evidentemente, había encontrado tiempo para calzarse.

—Muy bien —dijo Bolitho—. Sondeadores a las cadenas, y carguen los juanetes y los sobrejuanetes —hablaba velozmente, según pensaba—. Dígale al contramaestre que preparen los remos largos por si el viento cesa.

Tyrrell asintió.

—Sí, sí, señor. Pienso que tenemos una buena oportunidad de lograrlo. La marea está a nuestro favor —dudó—. Si calma un momento, podemos encontrarnos en apuros.

Bolitho sonrió pese a sus pensamientos.

—Bien dicho.

De la cubierta de artillería surgieron varios gritos, mientras los oficiales de menor rango completaban la cuenta de los gavieros y de los hombres que se encargaban de las brazas; la mayor parte de ellos conocían tan bien el barco que la oscuridad ni siquiera les molestaba.

Bolitho asintió.

—Disminuya el paño, señor Tyrrell —bajó la voz—. Tan rápido como pueda.

En unos minutos, todas las velas habían desaparecido de las vergas superiores, y con sus gavias y velas mayores flameando ruidosamente, el
Sparrow
se alzó y se tambaleó en un balanceo incómodo.

Bolitho se aferró a las redes de barlovento, observando los rociones de espuma que se cernían sobre la pasarela y el ángulo extremo de las vergas mientras, a fuerza de velas y timón, Buckle trataba de mantener el barco ciñendo tanto como podía.

Durante todo ese tiempo, él pensaba rápidamente. Una vez que el barco se hubiera aproximado, la línea más cercana de bancos de arena se encontraría a unas diez millas de la proa. Un error en la velocidad y la distancia, una descripción errónea o descuidada en la carta de navegación, y sería como conducir el barco a pique, pero para sí sabía que el riesgo merecía la pena. Nadie podía culparle por atenerse a sus órdenes originales y de ese modo permitir que el viento le alejara de la zona.

Posiblemente Colquhoun se alegraría de mantenerlo tan lejos como fuera posible, aunque no fuera más que para negarle al
Sparrow
hasta el puesto de espectador para el acto final. Si ignoraba sus rígidas órdenes, se arriesgaría claramente a una reprimenda, pero con un poco de suerte se encontraría mejor emplazado para ayudar al
Fawn
si el francés pretendía entablar batalla. Con el viento rolando al noreste, Colquhoun apenas podría mantenerse en su propio sector cuando llegara el momento, y eso ya podía justificar la acción de Bolitho.

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