Al Mando De Una Corbeta (30 page)

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Authors: Alexander Kent

Tags: #Aventuras, histórico

BOOK: Al Mando De Una Corbeta
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Cogió su casaca y dedicó una mirada rápida a la cámara. No veía a Colquhoun muy a menudo, pero había aprendido que era mejor no olvidar nada. En cubierta encontró que la yola oscilaba sobre la pasarela, y cuando miró más allá de la amura vio que el bote del
Fawn
estaba ya en el agua, y que Maulby se introducía dentro con su habitual agilidad.

Eran las primeras horas de la tarde, y sentía cómo la cubierta abrasaba a través de sus zapatos. Durante toda la noche, con el
Fawn
siguiéndoles tan de cerca como la seguridad permitía, se habían dirigido hacia el sur, con la ondulante barrera de bancos de arena y estrechos a unas diez millas de la amura de estribor; pero les había llevado más de lo que él esperaba encontrar la
Bacchante
de Colquhoun y casi tan pronto como el vigía había avistado sus gavias, el viento se había reducido a una leve brisa, permitiendo que el sol intensificara su fuerza como si se encontraran en un horno.

Mientras esperaban que la tripulación de la yola ocupara su sitio, se volvió para mirar más allá del costado opuesto, hacia el difuminado promontorio púrpura y azul que sabía que era el extremo oeste de Gran Bahama. Colquhoun no corría riesgos. Permanecía claramente despegado de tierra, bien para tener suficiente espacio en la mar o para evitar que el enemigo descubriera sus intenciones.

—Preparado, señor.

Corrió hacia el portalón de entrada.

—Manténgase bien atento por si aparece cualquier tipo de embarcación curioseando —dijo a Tyrrell—. Envíe un velero tras ellos si se acercan. No espere mis órdenes.

En un momento estaba en la yola ahogándose bajo la atroz ola de calor mientras Stockdale se ocupaba de la caña del timón y dirigía el bote que cabeceaba y se anegaba camino de la fragata. La
Bacchante
permanecía anclada, con las velas flameando perezosamente, mostrando su casco de cobre, mientras se balanceaba intranquila por la marea. Pensó que era un buen barco, de línea pura y diseñada por un artesano. Con treinta y seis cañones y la posibilidad de vivir con sus propios recursos durante varios meses, debería ser la ambición de cualquier capitán joven. No parecía encajar con Colquhoun en absoluto.

Stockdale murmuraba entre dientes, y Bolitho sabía que maldecía a su colega del
Fawn
, que siempre parecía arreglárselas para llegar a cualquier sitio un poco antes que él. La yola giró rápidamente, los remos se alzaron al unísono, y el proel del bote se enganchó a las cadenas principales de la fragata donde la sombra del
Bacchante
les permitió un breve respiro de la luz.

Bolitho escaló por el costado, se quitó el sombrero y arregló su indumentaria mientras se escuchaban varios pitidos de saludo y una compañía de casacas rojas disparaban sus mosquetes en homenaje.

El primer teniente, un hombre chupado y de aspecto preocupado, inclinó su cabeza a modo de bienvenida.

—El comandante está en la popa, señor. Prepara su estrategia, de otro modo…

Maulby dio unos pasos alejándose de la sombra de la pasarela y le cogió del brazo.

—De otro modo, amigo mío, nos hubiera concedido la gracia de recibirnos en el portalón, ¿eh? —rió ante el desconcierto del teniente—. Señor, se merece usted mi más ferviente reconocimiento por sus penalidades a bordo de este barco.

Juntos caminaron bajo la cubierta y bajaron automáticamente la cabeza pese al amplio espacio que había. Un marinero dio un taconazo y abrió la puerta de la cámara sin parpadear ni desviar la mirada hasta que ambos oficiales entraron. Colquhoun permanecía de pie junto a las ventanas de popa, estudiando su reloj con impaciencia obvia.

—De modo que ya han llegado, caballeros —se sentó a la mesa—. Al fin.

Bolitho se relajó ligeramente. De modo que así continuaría la reunión.

—Hemos sufrido vientos adversos durante la noche.

—Y pensé que se encontraría más cerca de la costa, señor —añadió Maulby con calma—. Parece que estamos un tanto… esto… descolgados de cómo van las cosas en estos momentos —miró hacia su propio barco que se movía inquieto a una distancia de un cable de la aleta del
Bacchante
—. Pero espero que tenga razones para ello, señor.

Colquhoun le miró fijamente, como si quisiera comprobar la verdad de sus palabras. Afortunadamente, parecía bastante ajeno al sarcasmo de Maulby. Dio una palmada.

—Miren mi carta de navegación —ellos observaron con atención y él la golpeó con un compás—. El francés está aquí. He enviado un esquife antes del amanecer para que investigue —elevó la mirada, con ojos triunfantes—. De modo que aquí terminan todas las especulaciones.

Bolitho se acercó más. Era un lugar formidable. Desde el extremo oeste de la isla principal, la cadena de arrecifes y bancos corría hacia el norte durante unas cuarenta millas para unirse al banco de Matanilla. Este último giraba hacia el este, abarcando el enorme espacio de aguas abiertas conocidas como el banco de Pequeña Bahama como un monstruoso lazo. En algunos lugares, la profundidad del agua podía medirse en pies, y las brazas era pocas y variaban mucho a lo largo del trayecto.

De acuerdo con las marcas de Colquhoun sobre la carta de navegación, el barco francés había pasado a través o alrededor de uno de los cayos para descansar al otro lado de la isla. Era una situación perfecta para cualquiera que quisiera evitar una emboscada, porque en ese lado y en cualquier otro del canal, la sonda apenas tenía doscientas brazas, y cualquier esperanza de un ataque cuerpo a cuerpo se veía dificultada por lo escarpado de la orilla de la isla; mientras que en el otro lado, dentro del banco de la Pequeña Bahama, el agua era muy profunda y arenosa, ideal para un capitán que quisiera escorar su barco y llevar a cabo reparaciones momentáneas.

—¿Vio a alguien el esquife, señor? —Maulby no elevó la mirada.

—¡Por supuesto que no! —Colquhoun parecía furioso incluso ante la simple sugerencia—. Mi primer teniente estaba al mando. Sabe lo que le ocurriría si se descuidara de ese modo —hizo un esfuerzo por calmarse—. Vio muchas luces en el agua. El esquife avanzó a través de la espuma de las rompientes y entre dos bancos de arena y observó cómo el enemigo trabajaba. Es grande, posiblemente una fragata de cuarenta cañones a la que hayan quitado algún armamento. Debe de haber tocado fondo y sufrido daños algo después de entrar en las islas.

Bolitho miró su perfil. Colquhoun estaba muy emocionado, no cabía duda de ello, pese a sus esfuerzos por ocultar sus auténticas emociones. Había un fuerte aroma de brandy, y adivinó que había estado celebrando en privado la victoria que ya daba por segura.

—¿Qué es lo que pretende, señor? —preguntó en voz baja.

Colquhoun le miró intensamente.

—Parto de la base de que el enemigo casi ha terminado las reparaciones. Ahora o bien continuará su rumbo o partirá de nuevo hacia la Martinica, si es que está muy afectado y necesita mayor ayuda. De cualquier modo, debemos actuar de una vez y evitar otra persecución.

—Yo sugeriría utilizar los botes, señor. Podemos cruzar el banco desde dos direcciones y cortarle el camino antes de que sepa lo que está ocurriendo. Con hombres y botes de los tres barcos podemos abatir sus defensas amparados en la oscuridad.

—Y usted ostentaría el mando general sobre los botes, sin duda —dijo Colquhoun, suavemente.

Bolitho se ruborizó, furioso.

—Su fragata es el doble de grande de lo que sería prudente en estas aguas cerradas. Si el francés pretende escapar o decide presentar batalla, necesitará cortarle el paso con su barco sin pérdida de tiempo.

—Cálmese, Bolitho —Colquhoun sonreía con amabilidad—. Ha reaccionado rápidamente ante mis palabras. Esa prisa al hablar tiende a mostrar más culpa que convicción.

Se volvió rápidamente, antes de que Bolitho pudiera replicar.

—Usted, Maulby, cruzará el banco con el
Fawn
esta noche, empleando los remos largos si es preciso, pero quiero que alcance su posición mañana al amanecer —se inclinó de nuevo sobre la carta de navegación—. Si el enemigo ha logrado reparar suficientes daños como para dar la vela, sin duda tomará uno de los tres canales disponibles. Al norte, su rumbo puede verse afectado por vientos adversos y por la marea. Por el sur parece más favorable, en cuyo caso el
Bacchante
estará bien situado para apresarle mientras vire en torno al promontorio; pero si aún está inmóvil o escorado, podrá dispararle en ese mismo lugar, en ese mismo momento. No creo que el francés considere adecuado responder a su fuego. Unos disparos más serán suficientes para inmovilizarlo, o nos dará tiempo para que nos preparemos para tomar medidas más drásticas —agitó un dedo—; pero conozco a los gabachos. No lucharán si las fuerzas están tan desequilibradas.

Sobre sus hombros inclinados Maulby miró a Bolitho y se encogió de hombros. Bolitho no dijo nada, sabiendo que Colquhoun esperaba que protestara. El
Sparrow
se prestaba mejor para esa tarea, tal como había sido descrita por Colquhoun. Su armamento era más pesado y sus cañones resultaban mucho más precisos y mortales que la menguada batería del
Fawn
. Sabía que cualquier sugerencia de ese tipo sólo agudizaría el comentario previo de Colquhoun de que Bolitho ansiaba más éxito y fama, o que era mejor hombre que Maulby.

—¿Enviará hombres por tierra, señor? —preguntó Maulby, despacio.

Colquhoun aún no le miró.

—¡Santo cielo! ¿Dónde está toda esa historia de combate que he estado leyendo en la Gaceta? ¡Comienzo a preguntarme si tenía base!

—Es una sugerencia sensata, señor —dijo Bolitho—. Preferiría la noche para un ataque con los botes, pero a la luz del día una tropa de hombres, incluyendo sus marinos, serían capaces de… —no pudo continuar.

Colquhoun se tensó como un muelle de acero.

—¡Ya basta! Mi plan no contempla nerviosos devaneos sobre las rocas, como si fuéramos un montón de malditos lagartos. Merece la pena capturar a ese francés, y pretendo que haga su entrada en el puerto intacto y con todo su cargamento o lo que lleve preparado para una inspección cuidadosa —caminó desde la mesa y contempló una jarra medio llena sobre su escritorio. Cuando la alcanzó, Bolitho vio que su mano temblaba de furia o agitación. También su voz era poco firme cuando continuó—. Y usted, Bolitho, cerrará la zona norte. Permanezca fuera del alcance de la vista hasta que llegue el momento de atacar, y entonces póngase en contacto conmigo para obtener más órdenes —sus dedos aferraron la jarra como zarpas—. Eso es todo. Mi escribano les dará los detalles escritos del ataque cuando se vayan.

Dejaron la cabina y caminaron en silencio hasta el alcázar de cubierta. Maulby fue el primero en hablar.

—Deberías hacerlo tú, Dick. Estoy de acuerdo contigo acerca de un intento de cortar el paso al enemigo, pero de cualquier modo tienes derecho a dirigir la acción si Colquhoun pretende mantenerse alejado de la costa.

Bolitho le palmeó el hombro.

—Te deseo toda la suerte. Además, ¿sabes qué?, te mereces más que de sobra un ascenso, y espero que esto te lo consiga.

Maulby sonrió.

—No te negaré que eso me tienta, pero preferiría lograrlo con menos amargura —miró hacia la popa—. Ese hombre me mata con sus malditos modales.

Bolitho se mordió los labios en un intento de encontrar las palabras adecuadas.

—Mira, John, cuídate. Sé que Colquhoun está desesperado por lograr esta victoria, pero no comparto su desprecio por los franceses. Luchan bien, y luchan con valentía. No son dados a gestos vacíos, aunque se encuentren frente a la boca de los cañones.

Maulby asintió con la mirada seria.

—No temas. Si el francés decide iniciar un fuego cuerpo a cuerpo conmigo, frenaré y esperaré refuerzos.

Bolitho forzó una sonrisa. Maulby mentía para acallar su agitada mente. Mentía como posiblemente él lo hiciera en condiciones parecidas. Antes y después de una lucha en alta mar, siempre había tiempo para recriminaciones y contrapropuestas, pero una vez metidos en pelea, sólo había un pensamiento: luchar, continuar disparando hasta que el enemigo cediera o las tornas se volvieran en contra.

—Botes al costado —el primer teniente les saludó con una sonrisa cansada—. ¿Ha terminado ya, señor?

Maulby cogió sus órdenes escritas.

—Sí. Hemos terminado.

El teniente suspiró.

—Les he hecho un pequeño esquema que puede serles de alguna ayuda. La corriente es muy mala allí, y el oleaje no es mejor. Pero si el francés pudo entrar, para usted debería ser menos duro.

Las dos yolas estaban amarradas a las cadenas.

—He de partir inmediatamente si quiero alcanzar mi puesto con la aurora —dijo Bolitho con repentina urgencia. Le tendió su mano—. Me gustaría ir contigo.

Maulby le devolvió el apretón de manos.

—A mí también —sonrió—. Pero al menos te ahorrarás la visión del
Fawn
en el momento en que convierta a Colquhoun en un hombre rico y famoso de un plumazo.

Stockdale estaba en pie en la yola cuando Bolitho descendió al costado de la fragata, con ojos sorprendidos.

—Entonces, ¿no entramos en lucha, señor? —susurró cuando desatracaron y los remos iniciaron su ritmo.

Bolitho suspiró. Órdenes secretas, planes de batalla… eso no significaba nada para la cubierta inferior. Stockdale ni siquiera había dejado la yola, pero él, y posiblemente cualquier tipo de la flotilla, ya sabía lo que pasaba.

—Esta vez no, Stockdale.

Había olvidado ya el desaire de Colquhoun, el calculado intento de enfrentarles a Maulby y a él. Pensaba en la tarea del
Fawn
, en las oportunidades de éxito sin prolongar el ataque, de modo que Colquhoun no pudiera culpar a Maulby por el retraso.

—No es justo, señor —murmuraba Stockdale desde la caña del timón.

Bolitho le miró.

—¡Limítate a hacer tu trabajo! ¡He tenido suficiente empacho de estrategia por hoy!

Stockdale estudió los hombros cuadrados del capitán, el modo en que aferraba su puñal hasta que los dedos parecían blancos bajo el bronceado. No sirve de nada que lo pagues conmigo, muchacho, parecía pensar, sigue sin ser justo, y lo que es peor, tú lo sabes.

Con su secreta réplica firmemente implantada en su mente, Stockdale gobernó el timón y se dirigieron hacia el
Sparrow
. Bolitho se volvió bruscamente cuando el proel enganchó con las cadenas.

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