Pero resultaba mucho peor para los que se encontraban en la situación de Tilby. Hizo que sus ojos siguieran rápidamente a los hombres más cercanos a él mientras trabajaban en las brazas para situar de nuevo el
Sparrow
en el viento. No tenían nada, una pequeña recompensa si eran afortunados, alguna prima de un capitán caritativo; de otro modo serían arrojados a la playa con muchas menos condiciones para afrontar las demandas del mundo exterior que cuando se habían presentado voluntarios o habían sido forzados a enrolarse. Era injusto; aún peor, era contrario al honor tratar a los hombres tan mezquinamente, cuando sin su sacrificio y valor su país hubiera sido presa del enemigo desde hacía años.
Comenzó a caminar por la cubierta, con la barbilla hundida en el pecho. Tal vez algún día podrían cambiarlo, convertir la Armada en una formación donde hombres de todas las procedencias se sintieran tan orgullosos de servir con la misma razonable seguridad que él tenía.
—¡Los de cubierta! ¡Rompientes en la amura de estribor!
Dejó de lado sus pensamientos.
—Hágala caer dos puntos, señor Buckle —dijo—. Evitaremos el encuentro con esos arrecifes hasta estar fuera de peligro.
—Sí, señor.
Volvió su atención a la otra corbeta, dándose cuenta de que Maulby se las había arreglado para repintar el casco pese al calor. El
Fawn
era exactamente del mismo color que el
Sparrow
, y podía parecer un gemelo a un ojo no experimentado. Esa era otra de las comprobaciones que Bolitho había conseguido con la práctica: cuando navegaban por separado el hecho de que se parecieran tanto ponía en un aprieto tanto al enemigo como a sus espías. Al igual que la bandera de cabina; Bolitho se había hecho con casi todas las banderas enemigas que había encontrado en el libro mayor. La decepción y la sorpresa habían sido el juego del enemigo. Bolitho cosechaba los frutos de sus éxitos pasados, y volvía las tornas contra ellos.
—¡Es noreste, señor! Mantiene el rumbo.
—Muy bien —echó una ojeada a la brújula y a las gavias mayores—. No hace mucho viento, señor Buckle, pero nos bastará por el momento.
Durante toda la tarde y hasta casi el anochecer, las dos corbetas continuaron en la misma situación, y el viento no mostró signos de cambio ni en fuerza ni en dirección.
Se acercaba la primera guardia nocturna, y Bolitho realizaba otro intento de finalizar su carta cuando se avistó una vela por el suroeste. Después de indicar al
Fawn
que continuara cerca, Bolitho alteró el rumbo para investigar, pero como el recién llegado no mostró signos de huir, adivinó que era un barco aliado. El vigía confirmó pronto que se trataba, en efecto, de la pequeña goleta de la flotilla,
Lucifer
, un velero tan ocupado, si no más, como todos los demás, que llevaba despachos y husmeaba en calas y bahías donde incluso las corbetas encontraban poco espacio para moverse con seguridad.
Bajo los pesados rayos del sol, que parecía bronce, ofrecía una hermosa visión, con sus grandes velas de proa a popa desplegadas como alas a lo largo de su estrecho casco mientras se dirigía hacia las corbetas, con sus banderas de señales ondeando en la arboladura en recuadros de brillante colorido.
—La señal dice que llevan despachos a bordo, señor —gritó Bethune.
Bolitho miró a Tyrrell.
—Póngase al pairo, si le parece —añadió para Bethune—.
Haga señales al
Fawn
. Manténgase cerca —cruzó hasta la batayola mientras Tyrrell bajaba su megáfono—. Nunca se sabe. Puede traernos buenas noticias.
Tyrrell se aferró a la batayola, gesticulando con dolor cuando, con las velas flameando con violencia, el
Sparrow
se aproó al viento.
—¡Maldita sea! —más calmado, dijo:— Sean buenas o malas, siempre está bien ver a un amigo. Comenzaba a pensar que nos habían dejado todo el condenado océano para nosotros solos.
Una yola estaba ya en camino, y Bolitho vio que el teniente Odell, el capitán de la goleta, se acercaba en persona, y sintió un súbito pinchazo de excitación esperanzada.
Odell subió por el costado y se quitó el sombrero en la toldilla. Era un joven inquieto y movido, y se decía que con un punto de locura, pero parecía bastante calmado, y cuando alcanzó la cabina tendió a Bolitho un abultado sobre.
—Vengo directamente de un encuentro con el capitán Colquhoun —tomó un vaso de vino de Fitch y se quedó mirándolo—. Está muy inquieto.
Bolitho rasgó el sobre e hizo que sus ojos recorrieran rápidamente la retorcida escritura del escribano de Colquhoun. Tyrrell permanecía en pie ante la puerta, y Bolitho era muy consciente de la sombra de Buckle a través de la lumbrera sobre la mesa. No es que estuviera espiando, pero tampoco le importaría enterarse de algo.
—El capitán Colquhoun capturó un barco pesquero e interrogó a la tripulación —dijo y levantó la mirada. Estiró el papel húmedo sobre la mesa—. Eso fue hace una semana.
Odell tendió el vaso vacío frente a él y esperó a que Fitch lo rellenara.
—En realidad, yo capturé el barco —dijo con sequedad. Se encogió de hombros, desdeñosamente—, pero el bueno del capitán Colquhoun parece pasarlo por alto.
Bolitho le miró con seriedad.
—También dice aquí que la tripulación le proporcionó valiosa información sobre los franceses —se inclinó hacia Tyrrell y retiró la carta a su padre, aún sin terminar, de la carta de navegación—. El
flute
fue avistado aquí, cerca de la costa —su dedo descansó sobre el extremo oeste de la isla de Gran Bahama—. Justo entre las isletas. Si hacemos caso a los pescadores, llevaba suministros.
Tyrrel asintió despacio.
—Parece plausible. Si el francés sabía que se montaba una partida, tomaría el camino más arriesgado entre las islas para evitarnos. Eso no significa que siga allí, por supuesto.
Bolitho asintió.
—Hace una semana. Démosle unos días más antes de que el barco pesquero llegara al lugar donde el
Lucifer
lo avistó —aferró su compás y se inclinó sobre la carta de navegación—. A treinta leguas de nuestra posición actual. Podemos estar lejos de la isla para mañana a mediodía si el viento continúa.
—Si no he entendido mal, creo que el capitán Colquhoun desea que usted haga salir al
flute
y nada más, señor —dijo Odell con desgana, y sonrió—. ¿O es que malinterpreto los deseos del buen capitán?
Bolitho se sentó y abrió de nuevo los despachos.
—El
Bacchante
se acerca por el canal de Providence del noroeste mientras nos mantenemos hacia el norte y hostigamos al francés si intenta escapar.
Odell asintió, satisfecho.
—El
Bacchante
no puede estar a más de veinte millas de su posición de ataque en estos momentos, señor. Mi misión es encontrarme con ellos de nuevo e informar de que le he encontrado y de que ha entendido —recalcó
entendido
— las instrucciones.
Bolitho le miró por un instante.
—Gracias. Comprendo.
El teniente se puso en pie y tomó su sombrero.
—Entonces, regresaré a mi barco. No desearía ser capturado en estas aguas después del anochecer.
Juntos observaron cómo el teniente regresaba a su goleta.
—Para mí está claro —dijo Tyrrell, pesadamente—. El capitán Colquhoun pretende capturar al franchute solo, todito para él, y nosotros le organizamos la batida.
—Hay algo que me molesta bastante más —Bolitho se acarició la barbilla—. El barco pesquero era pequeño, si hacemos caso a los despachos. Demasiado frágil para faenar en aguas profundas, donde podría esperar un encuentro con el
Bacchante
o cualquier otra fragata. Fue una mera coincidencia que se encontrara con el
Lucifer
, porque por lo que sabemos, las goletas al servicio del rey no abundan aquí.
Los ojos de Tyrrell brillaron en la mortecina luz.
—¿Quieres decir que los marineros buscaban intencionadamente otro barco?
Bolitho le sostuvo la mirada.
—Sí.
—Pero sólo estamos nosotros y el
Fawn
, de aquí al escuadrón de la costa, y la patrulla más cercana debe de estar a unas cuatrocientas millas.
—Exactamente —Bolitho miró a popa hacia la otra corbeta con las gavias ya pintadas en las sombras que se espesaban—. ¿Y quién sabría eso mejor que los marineros de las islas, eh?
Tyrrell dejó escapar el aire despacio.
—Infiernos, quieres decir que se suponía que nosotros debíamos tener esa información, pero que una vez que Colquhoun puso sus manos sobre ellos, actuaron así para salvarse.
—No lo sé —Bolitho caminó hasta las redes y volvió al compás sin ver nada—. Pero el capitán del
Fawn
me dijo algo hace tiempo: que nuestras proezas eran muy conocidas, que es otro modo de decir que estamos hiriendo al enemigo.
Tyrrell asintió.
—Una trampa, ¿no es eso? —señaló hacia el mar con una mano—. Pero sin duda, no somos tan importantes.
—Depende de lo que pretenda el enemigo.
Bolitho se alejó, y sintió un escalofrío en la espina dorsal. Pensar que alguien podía estar hablando de él, planeando y trazando esquemas como si fueran rastreadores tras un criminal buscado le producía una nueva sensación desasosegante; pero en verdad, eso era lo que parecía, y eso era lo que él debía anticipar si quería estar preparado. La flota y los convoyes más preciados permanecían al este o al oeste de las islas Bahamas, de modo que resultaba mucho más probable que el enemigo persiguiera una presa definida.
—Colocaremos una luz a popa esta noche, para facilitar las cosas al
Fawn
. Con la aurora le contaré al comandante Maulby lo que pienso —sonrió, divertido de pronto por su inusual precaución—. O quizá para ese tiempo ya me haya librado de mis lúgubres presagios.
Tyrrell le miró, dubitativo.
—Para nuestros enemigos, especialmente para los franchutes, eres como una espina. Sólo hay un modo de librarte de las espinas; las desgarras y las pisoteas.
Bolitho asintió.
—Estoy de acuerdo. Continuaremos con nuestro nuevo rumbo, pero estaremos preparados para enfrentarnos a cada novedad como si fuera una trampa y una treta hasta que se demuestre lo contrario.
Miró de nuevo hacia el
Lucifer
, pero era poco más que un borrón entre la pesada niebla de la noche. Maldijo a Colquhoun por no aportarle más información acerca del barco pesquero, de dónde venía, o la fiabilidad que merecía su tripulación. Aún así, casi sentía pena por él. Obviamente, se sentía acosado por la ansiedad acerca de su propio futuro, y ahora que se encontraba con la oportunidad de atrapar un rico botín, y posiblemente también, información militar, no podría pensar en otra cosa.
Bajó hasta su cabina y contempló la carta de navegación bajo los faroles que oscilaban suavemente. Entre sus manos, las islas, los incontables tentáculos de arrecifes y estrechos eran como la entrada de una bolsa gigantesca, en torno a la cual la flotilla de Colquhoun, accidentalmente o de forma intencionada, convergía para cercarlos como si fuera un nudo corredizo.
Bolitho suspiró y se volvió, apoyándose contra una de las ventanas. En el resplandor amortiguado de la luz de popa la espuma brillaba como lana azul, y más allá el horizonte se desvanecía para fundirse con las primeras estrellas mortecinas.
Entonces se tocó la cicatriz bajo el mechón de pelo, sintiendo que le dolía, y que le latía con el mismo ritmo del corazón. Sabía que se encontraba inquieto, todavía más porque no encontraba una razón convincente para ello.
Sobre su cabeza escuchó que Graves murmuraba cuando cambiaba la guardia, y a Tyrrell, que cojeaba cuando caminaba hacia la escalera que conducía a los camarotes. Eran sonidos normales, regulares, que habitualmente le proporcionaban una sensación de placer. Ahora, quizá porque representaban la gente que había conocido, y no simples extensiones de la eficiencia del barco, se sentía súbitamente preocupado. No por el enemigo, o por la siempre presente sombra de la muerte, sino por la responsabilidad que le daba el que tuvieran su confianza puesta en él.
Bolitho se anudaba la corbata a toda prisa cuando Tyrrell asomó su cabeza a través de la lumbrera de la cámara.
—¡El
Bacchante
acaba de enviar señales, señor! ¡Reunión con los capitanes a bordo!
—Iré inmediatamente.