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Authors: Brent Weeks

Al Filo de las Sombras (38 page)

BOOK: Al Filo de las Sombras
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—La verdad es que deberías reforzar tus huesos antes de golpear con tu Talento.

—Lo he hecho —dijo Vi. Estaba sufriendo una conmoción. Se sentó... o quizá se cayó.

—Entonces no deberías dar puñetazos a una maga acorazada. —Ariel chasqueó los labios mientras contemplaba la mano destrozada de Vi—. Parece que tienes más Talento que sentido común. No te preocupes, es de lo más normal. Sabemos cómo tratar con eso. La verdad, Vi, es que tu magia corporal necesita adiestramiento y definición y no es rival para ninguna hermana con estudios. Podrías ser mucho, mucho más de lo que eres. ¿Sabes por lo menos cómo curarte?

Vi temblaba. Alzó la vista como una tonta.

—Bueno, si quieres volver a usar la mano alguna vez, puedo sanarla. Pero duele y soy lenta.

Vi le tendió el brazo, muda.

—Espera un segundo, necesito proteger los oídos de Uly. Si no, tus gritos la despertarán.

—No... No gritaré —juró Vi.

Al cabo de poco, rompió su promesa.

Logan se quedó paralizado. En otra ocasión, quizá habría intentado que todos bajaran para volver a levantar el pilar una vez que Gorkhy hubiese partido, pero sabía que no lograría reunir fuerzas para intentarlo de nuevo.

—¿Qué pasa ahí abajo? —preguntó el guardia.

«¿Qué? No hemos hecho ruido. ¿Cómo ha oído algo?»

Tan pegado a la pared como podía, Logan alzó la vista y vio que Fin hacía lo mismo y que Lilly, sentada sobre sus hombros, también.

La luz de una antorcha se filtró en ángulo oblicuo por la reja mientras Gorkhy recorría los últimos pasos. Cuando se detuvo, Lilly se encontraba a apenas medio metro de sus botas, pero los bordes abruptos del Agujero bajo la reja impedían que la luz de la antorcha iluminara a Lilly a menos que el guardia se acercase más.

Oyeron que Gorkhy olisqueaba, y la luz se desplazó cuando se inclinó hacia delante y los insultó.

—Animales. Apestáis más que de costumbre. —Dioses, estaba oliendo a Lilly—. ¿Por qué no os laváis?

Aquello podía durar un buen rato. Si tenía un mal día, les vaciaría la vejiga encima. Logan se estremeció de rabia y debilidad. No había motivo para un Gorkhy. No había manera de entenderlo. Gorkhy no ganaba nada atormentándolos, pero lo hacía y le encantaba.

«Vete. Vete de una vez.»

—¿Qué pasa ahí abajo? —preguntó Gorkhy—. He oído un ruido. ¿Qué andáis haciendo?

La antorcha volvió a desplazarse y la luz osciló peligrosamente cerca de Lilly. Gorkhy estaba bordeando la reja, con la antorcha en alto, mirando tan adentro del Agujero como podía. Avanzaba en sentido contrario a las agujas del reloj, empezando por alejarse de ellos.

Los ojeteros estaban paralizados. Ninguno maldecía, peleaba, hablaba ni hacía nada. Eso los delataba a las claras. Solo se movió Natassa, que se apartó de Logan.

La luz encontró un hueco a través de la reja e iluminó la cabeza entera de Lilly.

—¡VETE A LA MIERDA, GORKHY! —gritó Natassa.

De repente la antorcha se desvió de Lilly.

—¿Quién ha...? Ah, ¿es mi niñita? ¿Lo es?

—¿Ves mi cara, Gorkhy? —preguntó Natassa. Chica lista—. Es lo último que verás en tu vida, porque voy a matarte.

Gorkhy se rió.

—Vaya boca más sucia que tienes, ¿eh? Pero claro, eso ya me lo demostraste antes de que te mandáramos aquí abajo, ¿o no? —Volvió a reírse.

—¡Que te follen!

—Eso también lo hiciste, ja, ja. Fuiste el mejor bomboncito que me he pillado en años. ¿Ya has dejado probar un cacho al resto de los muchachos? Yo fui el primero, de todas formas. Al primero no se le olvida nunca. Nunca me olvidarás, ¿eh? —Se rió de nuevo.

Logan se maravilló del coraje de Natassa. Estaba provocando al hombre que la había violado, solo para darles una oportunidad.

—¿Cómo lo lleva Lilly? Seguro que todos los chicos prefieren montárselo contigo que con esa vieja puta. ¿Cómo va, Lilly? ¿La competencia se ha disparado de repente? ¿Dónde estás, Lilly? —Volvió a cambiar de posición para escudriñar las profundidades en busca de la aludida.

—Tiré a esa zorra por el agujero —dijo Natassa.

Logan temblaba tanto que apenas podía mantenerse en pie.

—No me jodas. Eres una gatita salvaje, ¿eh? Apuesto a que tientas incluso a nuestro pequeño y virginal Rey, ¿eh? ¿Te la has tirado ya, Rey? Sé que Lilly era un poco costrosa para ti, pero esto es carne de primera, ¿o no, Rey? ¿Dónde estás?

Al otro lado del agujero, Tatu dijo, tapándose la boca con las manos:

—Que te follen. —La voz, apagada, sonó casi como la de Logan.

Al ver sus rápidas reacciones, Logan sintió un ramalazo de cariño hacia los ojeteros. Dioses, estaban juntos en aquello, y juntos saldrían también.

Gorkhy lanzó una carcajada.

—De acuerdo, vale, ha sido divertido. Decidme algo cuando tengáis hambre. Esta noche me ha tocado ración extra de filete, y estoy tan lleno que no creo que pueda comer ni un bocado más.

A Logan no le quedaban fuerzas. Notaba el cuerpo tan débil que le daban ganas de gritar. Ni siquiera sentía que estaba de pie. Solo sabía que, si intentaba moverse, se vendría abajo. Estaba bañado en sudor frío. La visión se le volvía borrosa.

Oyó una respiración trabajosa y suspiros de alivio al cabo de un momento.

—Se ha ido —dijo alguien. Era Natassa. Volvía a estar al lado de Logan, y tenía los ojos llenos de lágrimas de rabia—. Aguanta, Logan. Ya casi estamos.

Algo chocó con estruendo contra la reja.

—¿Qué haces? —siseó Fin—. Lilly, ¿qué cojones...?

—¡Yo ni siquiera la he tocado! ¡Lo juro! —exclamó ella.

—¡Agáchate! —gritó Logan.

Pero era demasiado tarde. Ya se oían unos pasos a la carrera, y al cabo de un momento Gorkhy se asomó por la reja; su antorcha iluminó de lleno a Lilly, Fin y Logan. Con una velocidad brutal, golpeó a Lilly en la cara con la contera de su lanza. Cayeron todos.

Mientras los cuerpos aterrizaban sobre él y lo aplastaban contra el suelo de piedra, Logan vio que su tesoro, la llave que había guardado durante meses, salía despedida de la mano de Lilly. Tintineó al rebotar contra el suelo, lanzó un destello bajo la luz delatora de la antorcha... y cayó por el agujero.

Todas y cada una de sus esperanzas, todos y cada uno de sus sueños, estaban atados a esa llave. Al desaparecer por el agujero, los arrastró tras de sí.

Transcurrió un segundo de frágil paz mientras todos los ojos veían desaparecer la llave. Después, uno por uno, los ojeteros asimilaron la nueva realidad, que era exactamente igual que la vieja, antes de que supieran que la llave existía. Fin estaba dando puñetazos a alguien; tenía que ser Lilly porque, cuando se irguió sobre sus rodillas, sostenía su cuerda. Entonces pegó a Logan en la cara.

Logan no podía pararlo. Fin era demasiado fuerte y él había agotado todas sus fuerzas. Se sentía exánime.

Se oyó un gruñido inhumano y una forma maciza se estrelló contra Fin y lo lanzó disparado y dando tumbos hasta quedar justo al borde del agujero.

Era el Chirríos, que se agachó protegiendo a Logan y mostró los dientes.

Fin se alejó del Chirríos corriendo a cuatro patas. Al ver que no lo seguía, se puso en pie poco a poco.

Logan intentó sentarse, pero su cuerpo se negaba a obedecerle. Ni siquiera podía moverse. El mundo se tambaleaba ante sus ojos.

—Me pido primero para la nueva zorra —dijo Fin.

Que los dioses tuvieran piedad.

—¡Tú serás el primero en morir, gilipollas! —chilló Natassa. Temblaba y sostenía el cuchillo como si no tuviera ni idea de qué hacer con él.

Los ojeteros —¡putos animales!— la rodearon por tres lados. La chica retrocedió hasta el borde del agujero, dando tajos en el aire con el cuchillo.

Por encima de ellos, Gorkhy se reía.

—¡Carne tierna, chicos, carne tierna!

—No —dijo Logan—. No. Chi, sálvala. Sálvala, por favor.

El Chirríos no se movió. Seguía enseñando los dientes para mantener a todos alejados de Logan.

Natassa lo vio. Si tan solo pudiera llegar al lado de Logan, el miedo que todos le tenían al Chirríos los mantendría a raya. Por desgracia, Fin también lo vio. Desenrolló un tramo de cuerda hasta formar un lazo.

—Puedes hacerlo por las buenas o por las malas —dijo, relamiéndose los labios ensangrentados.

Natassa lo miró, clavó los ojos en el lazo que tenía en las manos como si hubiese olvidado el cuchillo que blandía en las suyas. Miró hacia el otro lado del agujero y cruzó la mirada con Logan.

—Lo siento, Logan —dijo. Después saltó al abismo.

Los ojeteros lanzaron una exclamación al verla desaparecer.

—¡Callaos y escuchad! —gritó Gorkhy—. A veces se les oye chocar contra el fondo.

Y los muy cabrones, los animales, los monstruos, en efecto se callaron y escucharon con la esperanza de oír estrellarse un cuerpo contra las rocas de abajo. Lo hicieron demasiado tarde. Los ojeteros mascullaron los reniegos de costumbre sobre la carne perdida y desviaron la mirada hacia Lilly. Las lágrimas de Logan quemaban tanto como su fiebre.

—Eh, ¿quién cojones es Logan? —gritó Gorkhy—. Rey, ¿te lo decía a ti?

Logan cerró los ojos. ¿Qué importancia tenía ya?

Capítulo 41

—Ha llegado el momento, Grasitas —dijo Ferl Khalius—. No está lo bastante loco para seguirnos por aquí.

Se encontraban a quinientos metros de altura en el monte Hezeron, la montaña más alta de la frontera ceurí. Hasta el momento, la caminata de ascenso había sido ardua, pero las peores caídas a las que se habían expuesto habían sido de cuatro metros. En adelante, había dos caminos para superar la montaña: por el desfiladero que quedaba a un lado o siguiendo directamente la ladera. Ferl había estado a punto de provocar una pelea en el último pueblo al preguntar qué ruta seguiría un hombre valiente si tuviera prisa.

Algunos de los aldeanos sostenían que la ladera nunca era una buena opción, pero que sería especialmente mala en aquella época del año. Incluso una ligera nevada o una llovizna de agua gélida convertiría la senda en un suicidio. Otros habían afirmado que bordear la ladera era el único modo de cruzar la montaña antes de que llegaran las nieves. Quedar atrapados en las simas y quebradas que componían el desfiladero supondría una muerte segura si nevaba.

Y la nieve se estaba acercando.

El barón Kirof no lo llevaba bien. Le daban tanto miedo las alturas que había llorado.

—Si... si para seguirnos tendría que estar loco, ¿qué somos nosotros?

—Gente ansiosa de vivir. Me crié en montañas más duras que esta. —Ferl se encogió de hombros—. Sígueme o cae.

—¿No puedes dejarme aquí?

El barón era un blandengue. Ferl lo había llevado consigo porque no había sabido qué pasaría cuando huyera y había querido una baza para negociar. Sin embargo, quizá había sido un error. El gordo lo había retrasado.

—Te quieren vivo. Si te quedas aquí, ese vürdmeister reventará la roca cuando yo pase. Si vas conmigo, quizá no lo haga.

—¿Quizá?

—¡Muévete, Grasitas!

Ferl Khalius observó los nubarrones con gesto torvo. Su tribu, los iktana, era montañesa. Él era uno de los mejores escaladores que conocía, pero escalar nunca le había gustado. La batalla sí le gustaba, le hacía sentirse vivo. La escalada, en cambio, era arbitraria y los dioses de la montaña, caprichosos. Había visto precipitarse a su muerte al miembro más devoto de su clan al apoyarse en una piedra que apenas un momento antes había aguantado a Ferl, que era más pesado. En la batalla, una flecha perdida podía matarte, por supuesto, pero podías moverte, podías luchar. La muerte podía alcanzarte de todas formas, pero no te encontraría asustado, agarrado a un pedazo de roca con los dedos resbaladizos, rezando para que no llegara la siguiente ráfaga de viento.

Había visto lugares más peligrosos que esa cornisa. Ascendía quizá unos treinta metros y era estrecha, puede que no más de un metro de ancho. Un metro era pasillo de sobra, pero la caída a pico hacía que ese metro pareciese mucho menos. Saber que, si resbalabas, no tenías ni la menor oportunidad de agarrarte a algo, que tropezar significaba una muerte segura, le jugaba a un hombre malas pasadas.

Grasitas Kirof lo estaba notando.

El barón, por desgracia, no tenía ni idea de por qué era importante. Ferl tampoco había sido capaz de descubrir nada. Aun así, Grasitas era lo bastante valioso para que el rey dios hubiese enviado a un vürdmeister tras ellos.

—Tú irás delante, Grasitas. Yo cargaré con todo el equipo, pero esa es toda la piedad que vas a recibir.

No era piedad, sino pragmatismo. El gordinflas iría más despacio con un macuto y, si se caía, Ferl no quería perder sus provisiones.

—No puedo —protestó el barón Kirof—. Por favor.

Le corrían goterones de sudor por la cara redonda. Su bigote pelirrojo temblaba como el de un conejo.

Ferl desenvainó su espada, la espada que había protegido renunciando a tantas cosas, la espada que lo haría señor de la guerra de un clan. Era todo lo que un caudillo podía desear, una espada perfecta, cuyo acero presentaba incluso las runas de las Tierras Altas que Ferl reconocía pero no sabía leer.

Hizo un gesto con el arma, un ligero encogimiento de hombros que venía a decir: «O te la juegas con la senda o te la juegas con la espada».

El barón arrancó a caminar por la senda. Murmuraba demasiado bajo para que Ferl lo oyera, pero sonaba como si estuviera rezando.

Sorprendentemente, Grasitas avanzó a buen ritmo. Ferl tuvo que azotarle una vez con la parte plana de su espada cuando se quedó quieto y empezó a avanzar de lado. No tenían tiempo para eso. Si no estaban lo bastante lejos del vürdmeister cuando este saliera de entre los árboles, Ferl era hombre muerto. Había escogido marchar detrás de Grasitas porque era el único modo de mantenerlo en movimiento, pero eso significaba que estaba expuesto a cualquier magia que el vürdmeister emplease contra ellos. Si no se habían alejado bastante para que el brujo temiera matar al barón por error, sería su fin.

La vista era espléndida. Se hallaban a medio camino del tramo desguarnecido, y podían ver hasta el infinito. Ferl creyó distinguir la ciudad de Cenaria, lejos al noroeste. Desde allí arriba daba la impresión de que no hubiesen recorrido apenas terreno. Sin embargo, a Ferl no le interesaba el cielo despejado que tenía al norte. Le interesaba la leve caricia que acababa de sentir sobre la piel. Nieve.

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