Read Al Filo de las Sombras Online
Authors: Brent Weeks
Jarl lo hizo salir.
—¿Es posible? —preguntó a Mama K.
—Tú qué crees —dijo ella, formulando la pregunta como una afirmación.
—¿De qué estáis hablando? —preguntó Brant Agon.
—Demuestra que estaba vivo más tarde de lo que creíamos —dijo Jarl.
—Y sabemos que la cabeza que clavaron a la muralla no era la suya —dijo Mama K—. Da que pensar.
—Dioses —exclamó Jarl.
—¿Qué? —preguntó Brant—. ¿Qué?
—Logan de Gyre —explicó Jarl.
—¿Qué? Lo mataron en la torre norte —dijo Brant.
—¿Qué harías si acabaras de matar a un guardia en las profundidades de las Fauces y mientras te estuvieras poniendo su ropa vieses que seis brujos se dirigían hacia ti? Solo hay una salida, y los brujos la bloquean —dijo Jarl.
Brant estaba anonadado.
—No estarás diciendo que Logan saltó al Agujero —dijo Brant. Había bajado allí una vez.
—Estoy diciendo que Logan de Gyre podría seguir vivo.
—Esperad —dijo Mama K. Se levantó y empezó a rebuscar en una pila de papeles—. Si mal no recuerdo... Aja, aquí. Recuérdame que le dé una gratificación a esta chica. Tiene un cliente habitual que es muy fanfarrón. «Gorkhy les tira el pan al agujero y mira cómo intentan cazarlo sin caer por él. Dice que al menos tres de los prisioneros han sido...» —Mama K carraspeó, pero cuando prosiguió lo hizo con voz firme—. «Tres de los prisioneros han sido devorados por los demás en el tiempo que Gorkhy lleva matándolos de hambre.» Describe a «un gigante de unos dos metros de altura. Varias veces ha podido alcanzar el pan que Gorkhy intentaba tirar al agujero. Gorkhy tiene un odio especial por ese hombre al que llaman Rey». —Mama K alzó la vista—. Este informe tiene solo tres días.
En voz baja, Brant dijo:
—No han tirado a nadie así al Agujero en los últimos diez años.
Los tres se echaron atrás en sus asientos.
—Si este tal Gorkhy habla a sus superiores de un gigante llamado Rey... —dijo Mama K.
—Ese mismo día, Logan muere —completó Jarl.
—Tenemos que salvarlo —dijo Brant.
Jarl y Mama K cruzaron una mirada.
—Necesitamos pensar cómo encaja esto en nuestra estrategia —observó Mama K.
—No estaréis pensando en dejarlo allí —protestó Brant.
Mama K examinó sus uñas de color rojo sangre.
—Porque eso, ni pensarlo —prosiguió Brant—. Es el único hombre tras el que podemos unir al país. Jarl, si de verdad quieres hacer lo que vas diciendo por ahí, esta es tu oportunidad. Si rescatas a Logan, él te concederá tierras, títulos y un indulto. Así que no me digas que os estáis planteando siquiera dejar a nuestro rey en ese infierno.
—¿Has acabado? —preguntó Mama K. Brant no respondió nada, pero se le tensó la mandíbula—. Nos lo estamos planteando. Nos lo estamos planteando porque nos lo planteamos todo. Por eso ganamos. Hasta me estoy planteando cómo podríamos salvarlo si quisiéramos. ¿Has empezado tú a planteártelo, o todavía estás bramando sobre lo noble y bueno que serás?
—Maldita sea, sigo bramando —dijo él, aunque se le escapó una sonrisa. Mama K negó con la cabeza y tampoco pudo evitar sonreír.
—¿Qué tal van tus hombres, Brant? —preguntó Jarl.
—Haré de ellos unos buenos soldados, si me dais una década o dos más.
—¿Cuántos tienes? —inquirió Jarl.
—No, no —dijo Mama K.
—Cien —respondió Agon—. A lo mejor treinta servirían de algo en una pelea. Diez podrían ser grandes. Un puñado de estupendos arqueros. Uno del que podría salir un ejecutor de tercera. Todos ellos indisciplinados. Todavía no se fían unos de otros. Luchan como individuos.
—Ni siquiera lo hemos hablado a fondo todavía —protestó Mama K.
—Considéralo hablado —dijo Jarl—. Vamos a hacerlo.
Mama K abrió la boca. Jarl le sostuvo la mirada hasta que bajó la vista.
—Como deseéis, shinga —dijo ella.
—¿Doy por sentado que nuestra fuente no podría conseguir que Gorkhy nos ayudara?
Mama K miró el papel, pero ni siquiera lo estaba leyendo.
—No para esto.
Mientras Brant y Mama K debatían sobre los distintos modos de entrar en las Fauces, Jarl reflexionaba. Había anunciado su existencia hacía dos semanas, y predicaba para un público entregado. Los habitantes de las Madrigueras —los conejos, como se les apodaba despectivamente por sus cifras, sus miedos y su laberinto de callejuelas— querían esperanza. Su mensaje era agua para unas lenguas cuarteadas. La rebelión se antojaba una gran idea a unas personas que no tenían nada que perder. Sin embargo, al hablar, también había hablado necesariamente para los espías del rey dios.
Ya había evitado un intento de asesinato. A buen seguro seguirían más. A menos que contratara algunos ejecutores para protegerlo, tarde o temprano lo liquidarían.
—Me voy a Caernarvon —dijo Jarl.
—¿Huyes? —preguntó Brant.
—Si viajo ligero de equipaje, puedo estar de vuelta en un mes.
—De acuerdo, pero ¿qué ganas con eso?
—¿Otro mes de vida? —dijo Jarl con una sonrisa.
—¿Crees que volverá? —preguntó Mama K.
Brant parecía confuso.
—¿Por Logan? Sin pensárselo —respondió Jarl.
—Si alguien puede sacar a Logan, es él —dijo Mama K.
—¿Quién? —preguntó Brant.
—Y en cuanto Hu Patíbulo y el resto de los ejecutores se enteren de que te protege, no me extrañaría que se echaran atrás —añadió Mama K.
—¿Quién? ¿De quién estáis hablando?
—Probablemente del mejor ejecutor de la ciudad, desde que murió Durzo Blint.
—Solo que ya no está en la ciudad —matizó Mama K.
—Vale, el mejor del ramo.
—Solo que ya no está en el ramo.
—Eso está a punto de cambiar —dijo Jarl.
—¿Te llevarás a alguien? —preguntó Mama K.
—Lo hacéis por fastidiarme, ¿verdad? —protestó Brant.
—No —dijo Jarl, sin hacer caso del general y respondiendo a Mama K—. Llamará menos la atención sacar a escondidas una sola persona. —Se volvió hacia el militar—. Brant, tengo una tarea para ti mientras estoy fuera.
—Estáis hablando de Kylar Stern, ¿no es así?
Jarl sonrió.
—Sí. ¿Eres un hombre honrado, general?
Brant suspiró.
—Siempre excepto en el campo de batalla.
Jarl le dio una palmada en el hombro.
—Entonces quiero que te pongas a pensar en cómo el ejército de Logan de Gyre destruirá al del rey dios.
—Logan no tiene un ejército —observó Brant.
—Eso es problema de Mama K —dijo Jarl.
—¿Perdón? —preguntó ella.
—Terah de Graesin lo tiene. Quiero que tú pienses cómo convertirlo en el de Logan.
—¿Qué? —preguntó Mama K.
—Y ahora, si me disculpáis —dijo Jarl—, tengo una cita en Caernarvon.
—¿Me he muerto sin darme cuenta? —preguntó Kylar.
Volvía a desplazarse por entre la niebla de la muerte, aquella familiar sensación en la piel de moverse sin moverse. Había una figura embozada más allá del límite de la niebla, tan etérea como la propia bruma, y Kylar estaba seguro de que era el Lobo, pero no había muerto. ¿O sí? ¿Lo había matado alguien mientras dormía? Se había acostado y...
—¿Qué es esto? ¿Un sueño? —insistió.
El hombre embozado se volvió, y la tensión de Kylar se desvaneció. No era el Lobo, sino Dorian Ursuul.
—¿Un sueño? —preguntó Dorian. Entrecerró los ojos para ver a Kylar entre la niebla—. Supongo que sí, aunque de una variedad peculiar. —Sonrió. Era un hombre apuesto, apasionado. Llevaba el pelo revuelto, sus ojos azules rezumaban inteligencia y tenía las facciones equilibradas—. ¿A qué se debe, mi amigo que camina por las sombras, que no temamos a los sueños? Perdemos la consciencia, perdemos el control, suceden cosas sin lógica aparente y que no acatan ninguna regla ostensible. Aparecen amigos y se metamorfosean en desconocidos. Los entornos cambian de improviso, y rara vez lo cuestionamos. No tememos a los sueños, pero tememos la locura, y la muerte nos aterroriza.
—¿Qué demonios pasa aquí? —preguntó Kylar.
Dorian sonrió y miró a Kylar de arriba abajo.
—Asombroso. Tienes exactamente el mismo aspecto, pero has cambiado por completo, ¿no es así?
Dioses, ¿solo habían pasado un par de meses desde que conoció a Dorian?
—Te has vuelto formidable, Kylar. Eres una fuerza a tener en cuenta, pero tu cabeza todavía no se ha puesto a la altura de tu poder, ¿me equivoco? Reformar tu identidad te está llevando su tiempo. Es comprensible. Pocas personas tienen que matar a una figura paterna y volverse inmortales en un mismo día.
—Ve al grano. —Dorian siempre sabía demasiado. Era perturbador.
—Esto es un sueño, como has dicho. Y sí, te he llamado yo. Es un truquillo de magia que acabo de descubrir. Espero recordarlo cuando despierte. Si despierto. No estoy seguro de estar dormido. Me encuentro en una de mis pequeñas ensoñaciones. Ya llevo mucho tiempo en ella. Mi cuerpo está en Aullavientos. Khali se acerca. La guarnición caerá. Sobreviviré, pero se avecinan días peores para mí. He estado observando mi futuro, Kylar, algo muy peligroso. He averiguado unas cuantas cosas que me han hecho desanimarme y dejar de mirar. De modo que, mientras me armaba de valor, me he dedicado a seguirte. Vi que necesitabas a alguien con quien pudieras ser sincero. El conde Drake o Durzo te habrían ido mejor, pero como es obvio que no están disponibles, heme aquí. Hasta los ejecutores necesitan amigos.
—Ya no soy un ejecutor. He renunciado a eso.
—En mis visiones —dijo Dorian como si Kylar no hubiese hablado—, me veo llegando a un lugar donde mi felicidad se encuentra a solo una mentira de distancia. Miraré a los ojos de la mujer a la que amo y que también me ama y sabré que, mienta yo o diga la verdad, ella acabará destrozada. En esto somos hermanos, Kylar. El Dios da problemas más sencillos a los hombres inferiores. Estoy aquí porque me necesitas.
Kylar superó su despecho. Contempló la niebla. El lugar entero parecía una apropiada metáfora de su vida: atrapado en el crepúsculo sin nada definido, nada sólido, ningún camino sencillo.
—Estoy intentando cambiar —dijo—, pero no lo logro. Creía que podía romper sin más con mi pasado y seguir adelante. Entro en una habitación y la examino. Identifico las salidas, compruebo la altura de los techos, busco amenazas potenciales y tanteo si el suelo ofrece buena tracción. Si un hombre me mira desde un callejón, discurro cómo lo mataré... y me siento bien. Siento que tengo el control.
—¿Hasta que...? —preguntó Dorian.
Kylar vaciló.
—Hasta que me acuerdo. Tengo que obligarme a pensar que mis instintos están mal. Y entonces odio aquello en lo que me he convertido.
—¿Y en qué te has convertido? —preguntó Dorian.
—En un asesino.
—Eres un mentiroso y matas gente, pero no eres un asesino, Kylar.
—Vaya, gracias.
—¿Qué es el Ángel de la Noche, Kylar?
—No lo sé. Durzo no llegó a decírmelo.
—Y un huevo. ¿Por qué no confías en ti mismo? ¿Por qué no le pides a Elene que confíe en ti? ¿Por qué no le confías la verdad?
—Nunca lo entendería.
—¿Cómo lo sabes?
¿Y si Elene lo entendía? ¿Y si, en cuanto lo conociera hasta lo más profundo de su ser, lo rechazaba? ¿Qué le haría eso a él?
—Los dos sois tan jóvenes que no distinguís vuestros culos de vuestros codos —dijo Dorian—. Pero tú sí has empezado a conocerte mejor. Elene ha aceptado una cajita minúscula como su fe, y tú no cabes en absoluto dentro de lo que ella sabe sobre el Dios. Posee la arrogancia de la juventud, que le dice que lo que sabe sobre el Dios es todo lo que puede saberse sobre Él. Te ama, y por eso quiere que te quedes dentro de esa caja con ella. Y esa caja es demasiado pequeña para ti. No puedes entender un Dios que es todo misericordia, sin nada de justicia. Ese Dios tan mono y comprensivo no duraría ni dos minutos en las Madrigueras, ¿verdad? Pues bien, odio decirte esto, pero Elene tiene dieciocho años. Todo lo que sabe sobre el Dios no es gran cosa.
»Kylar, yo no creo que el Dios te encuentre abominable. El horror estriba en tener un profundo poder por un lado y un firme sentido de la moral por el otro sin unos cimientos sobre los que sostenerse. Durante este último par de meses has intentado aceptar las conclusiones morales de Elene a la vez que rechazabas sus premisas. ¿Y dices que ella no es lógica? ¿Dónde te encuentras tú, Sombra en el Crepúsculo?
»Tienes decisiones pendientes, pero he aquí otra dolorosa verdad: no puedes ser cualquier cosa que te apetezca. La lista de cosas que nunca serás es larga... aunque en verdad vivas para siempre. ¿Quieres saber cuál ocupa el primer lugar? Un afable herborista. Eres tan manso como un lobo, Kylar, y eso es lo que Elene ama en ti y es lo que teme de ti. No puedes seguir diciéndole que no pasa nada, que este disfraz es tu auténtica personalidad. No lo es. ¿Por qué no confías en Elene lo suficiente para pedirle que ame al hombre que eres en realidad?
—¡Porque lo odio! —rugió Kylar—. ¡Porque le encanta matar! Porque ella no entiende el mal y él sí. Porque él nunca se siente tan vivo como cuando estoy bañado en sangre. Porque es un virtuoso con la espada y a mí me encanta lo que puede hacer. ¡Porque es el Ángel de la Noche y el ángel está en la noche y la noche está en mí! Porque es la Sombra que Camina. Porque cree que a algunas personas no se las puede salvar, sino solo detener. Porque cuando él mata a un hombre malo, yo siento no solo el placer de la destreza, sino también el placer del mundo entero en la sentencia: un hombre malo es una afrenta, una mancha que yo borro. Equilibro el desequilibrio. Eso le encanta... y Elene tendría que perder la inocencia que amo en ella para entender a ese hombre.
—Este hombre —dijo Dorian, clavándole el dedo en el pecho— y este otro —tocándole la frente— van derechos hacia la locura. Haz caso a un experto.
—Puedo cambiar —replicó Kylar, aunque no había esperanza en su voz.
—Un lobo puede convertirse en perro lobo, pero nunca será un perrito faldero.
—Estamos en guerra —dijo la rectora Istariel Wyant. Tenía la voz nasal y acento culto alitaerano. Le gustaban las declaraciones contundentes.
Ariel había encajonado su corpachón en una silla demasiado pequeña del despacho de la rectora, en las alturas de la Serafín de Alabastro. Todavía resollaba tras subir la escalera. «Una comida al día hasta que pueda subir sin echar el bofe. Una.»