Read Al Filo de las Sombras Online
Authors: Brent Weeks
—Cuánto lo siento —dijo.
Las palabras eran del todo insuficientes. Mujeres de recreo. Sometidas a la variedad de esclavitud más cruel y deshumanizadora que Kylar conocía: esterilizadas mediante magia e instaladas en una habitación de los barracones khalidoranos para solaz de los soldados, una instalación de «recreo» que recibía docenas de visitas al día. Se le revolvió el estómago.
—Sí. Es una... herida abierta —dijo el conde Drake, con el rostro demudado—. Nuestros hermanos khalidoranos se han entregado a los peores apetitos. Por favor, entra. Hablemos de la guerra que tenemos que ganar.
Kylar entró, pero el malestar de su estómago no cesó, más bien se intensificó. Al ver a Ilena Drake, la hija pequeña del conde, que ya tenía catorce años, los remordimientos golpearon con fuerza. Dios, ¿y si también la hubiesen atrapado a ella?
—¿Podrías calentar un poco de ootai para los dos? —pidió el conde a Ilena—. ¿Te acuerdas de mi hija? —le preguntó a Kylar.
—Ilena, ¿no es así?
Ilena siempre había sido su favorita. Tenía la tez fresca, el pelo rubio, casi blanco, de su madre y la vertiente pícara de su padre, sin atemperar por los años.
—Encantado de conoceros —dijo la chica con educación.
Maldición, se estaba convirtiendo en una dama. ¿Cuándo había pasado?
Kylar volvió a mirar al conde.
—Entonces, ¿qué título o posición tienes aquí?
—¿Títulos? ¿Posición? —El conde Drake sonrió e hizo girar su bastón sobre la contera—. Terah de Graesin está repartiendo títulos a precio de saldo para intentar vincular a las familias con la rebelión. Sin embargo, cuando de lo que se trata es de conseguir resultados, se alegra de tener mi ayuda.
—Estás de broma.
—Me temo que no. Por eso seguimos aquí... ¿cuánto ha pasado? ¿Tres meses desde el golpe? La duquesa solo ha permitido pequeñas incursiones contra líneas de suministro y puestos de avanzada mal defendidos. Tiene miedo de que, si sufrimos un descalabro, las familias se echen atrás y juren lealtad al rey dios.
—Así no se gana una guerra.
—Nadie sabe cómo ganar una guerra contra Khalidor. Nadie ha luchado con éxito contra un ejército reforzado con brujos desde hace décadas —dijo el conde Drake—. Hay informes de que los khalidoranos tienen problemas en la frontera con los Hielos. Ella espera que envíen al grueso de sus tropas a casa antes de que las nieves bloqueen Aullavientos.
—Creía que controlábamos Aullavientos —dijo Kylar.
—Así era —explicó el conde Drake—. Hasta me llegaron noticias de mi amigo Solon Tofusin, que quería que, cuando estuviésemos listos para marchar a la guerra, se lo notificásemos. Esa guarnición contaba con las mejores tropas cenarianas del reino, veteranos hasta el último de ellos.
—¿Y? —preguntó Kylar.
—Están todos muertos. Se mataron solos o se tumbaron y dejaron que alguien les rebanase el pescuezo. Mis espías dicen que fue obra de la diosa Khali. Eso no hace sino reforzar la cautela de la duquesa.
—Terah de Graesin —dijo Ilena— realiza la mayor parte de sus campañas tumbada de espaldas.
—¡Ilena! —recriminó su padre.
—Es verdad. Paso todos los días con sus damas de honor —dijo Ilena, furiosa.
—Ilena.
—Lo siento.
Kylar estaba desencajado. Era imposible. Los dioses eran superstición y locura. Pero ¿qué superstición empujaría a centenares de veteranos al suicidio?
Ilena no había apartado la vista de Kylar desde que había entrado en la tienda. Lo miraba como si pensara que se disponía a robar algo.
—¿Y qué plan hay? —preguntó Kylar, mientras aceptaba el ootai que le daba la chica enfurruñada. Reparó demasiado tarde en que no podría bebérselo: los labios de Durzo no estaban en buen lugar.
—Que yo sepa —dijo el conde, apenado—, no lo hay. La duquesa ha hablado de una gran ofensiva, pero me temo que ignora qué hacer. Ha intentado contratar a ejecutores; pasó por aquí hasta un acechador ymmurí hace unas semanas, un tipo que daba miedo. Aun así, me parece que Terah intenta marcar la baraja sin ganas de jugar la partida. Es un animal político, no militar. No tiene ningún hombre de armas en su círculo.
—Da la impresión de que va a ser la rebelión más corta de la historia.
—Para de animarme. —El conde Drake dio un sorbo a su ootai—. Y bien, ¿qué te trae por aquí? No será el trabajo, espero.
—¿A qué os dedicáis? —preguntó Ilena.
—Ilena, guarda silencio o sal —advirtió el conde Drake.
Al ver su expresión, herida al tiempo que molesta, Kylar se tosió en la mano y apartó la vista para no reírse.
Cuando alzó la mirada, la expresión de Ilena había cambiado por completo. Tenía los ojos brillantes y muy abiertos.
—¡Eres tú! —exclamó—. ¡Kylar!
Se arrojó en sus brazos; con su ímpetu arrancó la delicada taza de ootai de su mano y destruyó por completo la ilusión al abrazarlo.
El conde se quedó mudo de la impresión. Kylar lo miró, consternado.
—¡Abrázame, zopenco! —dijo Ilena.
Kylar se rió y la obedeció. Dioses, era una sensación agradable, magnífica, que lo abrazasen. Ilena lo estrujó con todas sus fuerzas, y Kylar la alzó en vilo y fingió que también la apretaba hasta no dar más de sí. Ella lo estrujó con más fuerza hasta que él suplicó piedad. Volvieron a reírse, siempre se habían abrazado así, y Kylar la dejó en el suelo.
—Ay, Kylar, ese disfraz ha sido la monda —dijo ella—. ¿Cómo lo has hecho? ¿Me enseñas? ¿Me enseñas, por favor?
—Ilena, déjale respirar —dijo su padre, pero estaba sonriendo—. Debería haber reconocido la voz.
—¡Mi voz! ¡Oh, mie... rayos! —exclamó Kylar. Alterar su voz exigiría o unas grandes dotes teatrales, que no parecía poseer, o más magia. Eso significaba más horas de trabajo en un solo disfraz. ¿Cuándo encontraría tiempo?
—Bueno —dijo el conde, mientras guardaba sus anteojos y recogía los pedazos de la taza de ootai rota—, se diría que necesitamos hablar. ¿Excusamos a Ilena?
—Oh, no me obligues a salir, padre.
—Hum, sí —dijo Kylar—. Hasta luego, canija.
—No quiero irme.
El conde Drake le lanzó una mirada que la hizo encogerse. Dio un pisotón y salió hecha una furia.
Se quedaron a solas. El conde Drake dijo, con dulzura:
—¿Qué te ha pasado, hijo?
Kylar examinó una uña rota, contempló la taza hecha añicos en el suelo y en general miró a cualquier parte que no fueran aquellos ojos que lo aceptaban.
—Señor, ¿creéis que un hombre puede cambiar?
—Desde luego —respondió el conde Drake—. Desde luego, pero por lo general solo para parecerse más a sí mismo. ¿Por qué no me lo cuentas todo?
Y eso hizo Kylar. Todo, desde la mansión de los Jadwin hasta la ruptura de sus votos a Elene y Uly, y la herida abierta y ulcerada que había dejado en su estómago. Al final, acabó.
—Podría haberlo impedido —dijo—. Podría haber terminado la guerra antes de que empezase. Lo siento mucho. Mags y Serah estarían a salvo si hubiese matado antes a Durzo...
El conde se frotaba las sienes mientras las lágrimas le corrían por las mejillas.
—No, hijo. No vayas por ahí.
—¿Qué habríais hecho vos, señor?
—¿De haber sabido que apuñalar a Durzo por la espalda salvaría a Serah y Magdalyn? Lo habría apuñalado, hijo. Pero no habría sido lo correcto. A menos que uno sea rey o general, la única vida que tiene derecho a sacrificar por el bien mayor es la suya propia. Hiciste lo correcto. Ahora hablemos de esta excursioncilla que quieres hacer a las Fauces. ¿Estás seguro de que el rumor es cierto?
—El shinga fue a contármelo en persona... y murió por ello.
—¿Jarl ha muerto? —preguntó el conde. Kylar notó que suponía un duro golpe.
—¿Sabíais lo de Jarl? —se sorprendió.
—Habíamos estado hablando. Él tenía planeado un levantamiento para darnos la oportunidad de dividir a las fuerzas de Ursuul. La gente creía en él. Lo amaba. Hasta los ladrones y asesinos empezaban a creer que podían disfrutar de un nuevo comienzo.
—Señor, después de rescatar a Logan...
—No lo digas.
—Voy a ir a por Mags.
La cara del conde Drake volvió a demudarse por la desesperanza.
—Tú salva a Logan de Gyre y hazlo rápido. Ulana lamentará no haberte visto, pero debes partir de inmediato.
Kylar se levantó y volvió a ponerse la máscara de Durzo. El conde Drake lo observó y su rostro recobró algo de vida.
—¿Sabes? Tienes unos trucos que son... vamos, la monda.
Se rieron juntos.
—Una cuestión más —dijo Kylar—. He estado pensando que a lo mejor conviene que hagamos circular rumores de que Logan sigue vivo antes de que aparezca. O sea, darán una esperanza al pueblo y harán que le resulte más fácil consolidar su poder cuando llegue. ¿Le cuento a Terah de Graesin que está vivo?
—Es un poco tarde para eso —dijo una voz desde la abertura de la tienda. Era la duquesa de Graesin, ataviada con un lujoso vestido verde y una capa nueva forrada de visón. Exhibía una fina sonrisa—. Caramba, Durzo Blint, hacía una eternidad que no te veía.
Por lo general Garoth hacía que sus concubinas acudiesen a sus aposentos, pero a veces le gustaba sorprenderlas. Magdalyn Drake llevaba ya tiempo entreteniéndolo pero, como siempre, su interés empezaba a decaer.
El rey dios se había despertado horas después de la medianoche, con aquel picor infernal, un dolor de cabeza y una idea. Entraría en silencio y sacaría a Magdalyn de su sueño. Le encantaba oírla gritar. Le pegaría una paliza y la acusaría de conspirar contra él.
Si la chica suplicaba y juraba que no era cierto, como haría la mayoría de las mujeres, la tiraría por el balcón. Si lo insultaba, se la follaría, replicando a su desafío con un grado equivalente de brutalidad, y la chica viviría un día más. Antes de irse, la abrazaría con ternura y le susurraría que lo sentía, que la amaba. Las mujeres decentes siempre querían ver algo bueno en él. Se estremeció al imaginárselo.
Extendió el vir a través de la puerta cerrada, con la esperanza de detectar hasta el sonido acompasado de su respiración durmiente. En lugar de eso percibió algo distinto. Estaba despierta.
Garoth entró, pero ella no reparó en él. Estaba sentada en la cama, de cara a la puerta abierta de su balcón sin barandilla. Llevaba solo un camisón fino, pero no parecía sentir el aire frío que entraba. Se mecía adelante y atrás.
Garoth soltó un taco en voz alta. Magdalyn no respondió. Le tocó la piel y constató que también la tenía fría. Debía de llevar horas sentada así.
Otras concubinas ya habían fingido locura para escapar a sus atenciones. ¿Quizá Magdalyn Drake intentaba lo mismo? Garoth le propinó una bofetada y ella se cayó de la cama. No gritó. Garoth la cogió del pelo moreno y la arrastró hasta el balcón.
Llegó hasta el borde mismo y la puso en pie tirando del pelo. Agarró su garganta con una manaza y la empujó hasta que solo tocó el borde del balcón con los dedos de los pies. Sus dedos casi abarcaban la circunferencia entera del cuello de la joven. Fue con cuidado de apretar lo menos posible, pero lo suficiente para que, si la soltaba, ella cayese.
Magdalyn por fin enfocó la mirada. La sombra de la muerte tendía a ejercer ese efecto en la gente.
—¿Por qué? —preguntó la chica con voz triste—. ¿Por qué haces esto?
Garoth la miró, confuso. La respuesta era tan obvia que no estaba seguro de haber entendido la pregunta.
—Me complace —contestó.
Y extrañamente, aunque Magdalyn Drake siempre había sido una chica extraña y eso formaba parte de su atractivo, la joven sonrió. Se acercó a él, pero no como una mujer suspendida sobre un precipicio se acercaría a su única esperanza de sobrevivir.
Lo besó. Si fue teatro, fue una actuación de lo más convincente. Si había perdido la cabeza, la había perdido de una forma enigmática. Magdalyn Drake lo besó, y Garoth estuvo seguro de que fue con auténtico deseo. Su excitación regresó más intensa que nunca mientras ella se encaramaba a él y le envolvía la cintura con sus piernas jóvenes y esbeltas.
Garoth pensó en llevársela otra vez adentro, pero era imposible conservar del todo el control cuando estaba a punto de hacer el amor con una mujer que tal vez intentase matarlo. Magdalyn fue acercándose a su oreja a base de besos.
—Os he estado escuchando a ti y a Neph —dijo, bañándole el oído con su aliento caliente.
Garoth no solía permitir que sus concubinas hablasen mientras se las follaba, a menos que estuvieran insultándolo, pero no quería destruir aquella frágil demencia.
Magdalyn volvió a besarlo y luego se apartó. Se inclinó hacia atrás y, agarrada a él con las piernas, se soltó de su cuello y se tendió hacia el vacío. Garoth la asió de las caderas para evitar que se precipitase a su muerte. Boca abajo, ella movió los brazos por encima de su cabeza mientras contemplaba el castillo y la ciudad, allá abajo, y se reía.
A Garoth le retumbaba el pulso en los oídos. Ni siquiera le importaba quién pudiese estar vigilando. Fuese lo que fuera aquella locura, resultaba embriagadora.
Magdalyn hizo un contoneo de caderas y volvió a decir algo.
—¿Qué? —preguntó Garoth.
—Suéltame —dijo ella.
Parecía estar bien agarrada con las piernas, de modo que la soltó, listo para atraparla con el vir si hacía falta. No pensaba dejar que aquello acabase sin obtener su placer. Ya no.
Magdalyn dio un tirón para soltar el camisón, que estaba atrapado entre sus cuerpos, y después se lo quitó. Lo lanzó al vacío y se volvió a reír mientras la vaporosa tela descendía dando vueltas hacia las losas del patio.
Entonces alzó el torso y volvió a besar a Garoth, apretando su joven cuerpo contra él. Le abrió la túnica con un gesto brusco. Luego se frotó contra él, gimiendo cuando sus pieles entraron en contacto, calor contra calor en el frío aire nocturno.
Le acarició el cuello con la nariz.
—Te oí hablar del Ángel de la Noche —dijo—. Kylar Stern.
—Mmm.
—Quiero que sepas una cosa —le susurró al oído, haciendo que se estremeciera. ¿Qué demonios estaba diciendo?—. Kylar es mi hermano. Vendrá a buscarme, sucio cabrón, y, si no te mato yo, lo hará él.
Le mordió la arteria carótida con todas sus fuerzas e intentó que cayeran los dos por el borde.
El vir reaccionó antes que Garoth, y explotó en su cuello. Salió disparado de sus extremidades y lo lanzó hacia dentro mientras Magdalyn Drake caía dando vueltas al vacío.