Read Al Filo de las Sombras Online
Authors: Brent Weeks
—Sí, yo lo maté —dijo Agon—. No lo justificaré ahora. Lo importante es que Khalidor deseaba exterminar a la familia real para provocar exactamente esto. Querían dividir cualquier resistencia antes de que empezara. El rey Gunder lo vio venir, motivo por el cual, no la noche del golpe, cuando estaba envenenado, sino en un momento anterior del día, casó a su hija Jenine con Logan. Muchos de vosotros habéis contraído juramentos con la duquesa de Graesin, pero vuestra lealtad ya estaba comprometida con Logan de Gyre. Así, quedáis liberados de vuestros votos a la duquesa.
—¡No os libero a ninguno! —chilló Terah de Graesin.
Estalló el caos. Los nobles se gritaban unos a otros y se juntaban en corrillos para hablar con sus consejeros y los señores próximos a ellos, algunos decantándose por Terah de Graesin y otros por Logan. Logan lo observaba todo, impasible. Él también lo entendía.
—Esperad —dijo el duque de Wesseros. Se parecía mucho a su hermana Nalia, la última reina. Había estado fuera de la ciudad inspeccionando unas tierras que los lae’knaught habían ocupado en el este de Cenaria cuando se produjo el golpe. Levantó las manos y poco a poco los nobles se fueron callando—. Se va haciendo tarde, y un ejército nos espera —dijo—. Colocaos al lado del hombre o la mujer que prefiráis que nos gobierne.
—¿Por qué no usáis las piedras en vez de eso, para que la gente pueda votar a quien realmente desea ver al mando? —dijo Mama K.
Se maldijo para sus adentros. Tendría que haber dejado que lo sugiriese otro de los nobles, pero Wesseros había propuesto la votación tan de repente que Mama K no había tenido la oportunidad. Nada de lo que habían argumentado valía para nada si no tenían una votación anónima.
—Mañana debemos tomar posiciones en el campo de batalla. Creo que hoy tendremos el coraje necesario para tomarlas en una tienda de campaña —dijo Terah de Graesin. Era lista la muy zorra.
Volvió a hacerse el silencio, y entonces la gente empezó a moverse.
Las estimaciones de Mama K de quién acabaría dónde fueron, por desgracia, exactas. En su mayor parte, los nobles menores daban la impresión de preferir a Logan pero no se atrevían a desafiar a sus señores, motivo por el cual Mama K había querido la votación anónima. Terah había concentrado sus sobornos en los poderosos.
En esas circunstancias, se dividieron en tres grupos de número parecido: los partidarios de Logan, los de Terah y los indecisos.
—Como sospechaba —dijo el duque de Wesseros, que encabezaba el bando de los indecisos—. La retórica no ha servido de nada. Con el asesinato de los Gunder, solo quedan tres grandes familias en nuestro país, y aquí estamos. A mí me parece que la mejor solución pasa por el compromiso. Logan de Gyre, Terah de Graesin, con el destino de vuestros compatriotas en juego, ¿dejaréis de lado vuestras ambiciones egoístas?
Qué bufón. Qué idiota. Qué pomposo sifilítico. Se creía muy listo. Si el duque no hubiese creado ese tercer bando, Logan habría obtenido la mayoría. Todavía habrían tenido una oportunidad.
—¿De qué estáis hablando? —preguntó Terah.
Logan ya lo sabía. Mama K se lo veía en aquel rostro imperturbable.
—Esta noche, la víspera de una batalla que decidirá el futuro de nuestra tierra, ¿dividiréis nuestras fuerzas o las uniréis? Logan, Terah, ¿os casaréis esta noche?
Terah echó un vistazo rápido a su alrededor, juzgando quién estaba de su parte. Su base de apoyo se erosionaba. Observó a quienes aguardaban desafiantes al lado de Logan y a quienes permanecían pasivos junto al duque de Wesseros. Después miró a Logan. No era la mirada que una mujer dedica a un pretendiente. Era una sonda que buscaba debilidad.
—Por el país que amo, sí —dijo Terah de Graesin.
—¿Logan?
—Sí —respondió Logan, inexpresivo. Que los dioses le ayudaran.
Habían erigido una plataforma para que el ejército entero pudiese presenciar la boda. Los hombres ya habían dejado sus hogueras, y sus oficiales empezaban a organizarlos en hileras para la ceremonia mientras ascendía la luna. Además del ejército, varios miles de plebeyos y vivanderos se habían apiñado en torno a la plataforma.
—Logan —dijo el conde Drake, cerrando la portezuela de la pequeña tienda de campaña donde Logan se estaba preparando—. No puedes hacerlo.
Durante un largo momento, Logan no respondió. Cuando surgió, su voz era grave y adusta.
—¿Qué otra cosa puedo hacer?
—El Dios Único dice que ofrecerá una escapatoria de toda tentación.
—No creo en tu dios, Drake.
—La verdad no depende de que creas en ella.
Logan meneó la cabeza despacio, como un oso que saliera a la luz demacrado tras meses de hibernación.
—Casarme con Terah no es ninguna tentación. Mi padre se casó con una mujer bella y ponzoñosa y vi el daño que eso le hizo.
—Una lección que harías bien en aprovechar. Con la diferencia de que tu madre no era ni por asomo capaz de tanta destrucción.
Los ojos de Logan se iluminaron; el oso poco a poco empezaba a levantar la cabeza para erguirse por encima de todos los demás.
—¡Si hay una escapatoria que no suponga nuestro fin, ya me dirás cuál es! No quiero casarme...
—No he dicho que el matrimonio fuera la tentación.
—¿Pues cuál es?
—El poder —respondió el conde Drake, dando un golpe con su bastón.
—¡Maldita sea, hombre! O me caso con ella o nos condeno a todos. ¿Crees que no he pensado la manera de conseguir que la mayoría de esta gente me siga? ¡Lo he hecho! Podría llevarme quizá dos tercios si me marchara. Eso dejaría un tercio a su suerte. ¿Quieres que pida a miles de personas que mueran para que yo pueda evitar un matrimonio que me desagrada?
—No, Logan. —El conde Drake se apoyó en su bastón. Parecía necesitarlo—. Mi pregunta es: ¿puedes ser el rey que necesitas ser con semejante reina a tu lado? Hoy has pillado a Terah de Graesin desprevenida. La has sorprendido en un momento de debilidad. Eso no se repetirá.
—Bueno, gracias por ilustrar lo sombrío de mi futuro —dijo Logan—. Pero, si no puedes ayudarme a eludirlo, ayúdame a vestirme.
—Mi rey —insistió el conde Drake—, a veces la manera de salir de un agujero no es trepar.
—Vete —ordenó Logan.
El conde Drake hizo una reverencia y salió entristecido.
Logan levantó la diadema y se la puso en la cabeza. Mama K se había encargado de que pareciese un rey. Le habían afeitado, cortado el pelo, ungido el cuerpo con aceites y adornado con pieles. Llevaba una fina túnica gris oscuro y una capa del mismo color, ribeteada de fina seda blanca entretejida con oro y plata. Había alcanzado la mayoría de edad inmediatamente antes del golpe, pero había olvidado escoger su divisa. En ese momento vio que Mama K había elegido una por él. Incorporaba el halcón gerifalte blanco de los Gyre sobre campo de sable, pero su halcón llevaba unas cadenas rotas en las garras y el campo de sable era un círculo negro que recordaba al Agujero. Tenía las alas extendidas. Era una digna divisa. Su padre habría estado orgulloso.
«¿Qué harías tú, padre?» De joven, su padre se había casado para salvar a la familia. De haber sabido lo que le esperaba, ¿lo habría hecho?
Se abrió la portezuela de la tienda y entró Mama K. Lo miró con una compasión superficial pero genuina. Ella no podía entenderlo. Nunca había amado como Logan había amado. A sus ojos, aquella debía de ser la elección obvia. Casarse con Terah, y resolver los problemas más tarde. En su lugar, Mama K conspiraría, manipularía y haría matar a Terah si fuera necesario.
—Es la hora —dijo ella.
—La divisa es perfecta —comentó Logan—. Gracias.
—¿Os habéis fijado en las alas? —preguntó ella—. Las puntas se extienden más allá del círculo, majestad. El halcón gerifalte siempre volará libre.
Juntos, caminaron hasta la plataforma. Era un círculo casi del mismo tamaño que el Agujero. Un círculo para simbolizar la naturaleza perfecta, eterna e inquebrantable del matrimonio. Mientras Logan subía, con miles de ojos puestos en él, para ocupar su puesto justo en el centro, donde había estado el pozo mortal, le dio un vuelco el corazón. Se sentía enfermo, claustrofóbico. Recordó cuando se estiraba por encima del agujero, tanto como le daba el cuerpo. ¿Y por qué? Por un pan meado que no le echaría ni a un animal.
Empezó a sonar música y su pan meado subió con aire remilgado a la plataforma.
Una parte de Logan la miraba con ojos famélicos, como famélico estaba en el Agujero. Durante los últimos tres meses, había estado tan débil, tan desnutrido y tan obsesionado con sobrevivir que apenas había tenido un pensamiento para el sexo cuando, antes del Agujero, se diría que apenas había reservado un pensamiento para otra cosa. Ahora que había salido y recobrado las fuerzas, aquel viejo Logan regresaba. Terah de Graesin era alta y delgada, con curvas casi de muchacho, pero su sonrisa era femenina a más no poder. Se movía como una mujer que sabía lo que gustaba a los hombres y sabía que lo tenía. La parte famélica y codiciosa de Logan quería follársela.
Y el pan meado siempre tenía una pinta estupenda, hasta que lo probabas. Sin embargo, por lo menos llenaba la panza, por mal que uno se sintiera después. Por lo menos tendría sexo. Por todos los dioses, ¡con veintiún años todavía era virgen, joder!
La ironía del pensamiento le hizo sonreír con amargura. Terah vio la sonrisa y correspondió con otra. La verdad era que estaba fantástica. Llevaba el pelo recogido en un... bueno, en algo elegante. Logan se preguntó cuántos sastres se habrían estado insultando entre sí durante las últimas dos horas mientras transformaban de alguna manera uno de sus vestidos en algo apto para una boda. Era del tradicional verde de la fertilidad y la nueva vida, cortado para ajustarse al cuerpo esbelto de Terah, con unos elaborados lazos simbólicos a la espalda y un largo trecho de pierna a la vista que ciertamente no era tradicional pero sí bienvenido de todas formas. Completaba el conjunto un elegante velo representativo de la castidad que encajaba a la perfección con el vestido, si bien no tanto con la mujer que había debajo.
«Bueno, de sexo me voy a hartar, si su reputación tiene algo de merecida.» La idea se revolvió en su estómago como el pan del Agujero. No, mejor no pensar en su reputación.
Con independencia de lo que Logan sintiera, Terah de Graesin de algún modo conseguía lo que él había creído imposible. Estaba seductora y regia al mismo tiempo: para ella todo era una cuestión de poder. Su estatus, su personalidad o su cuerpo. Eran simples herramientas para imponer su voluntad.
Poder. El conde Drake decía que la tentación era el poder.
Terah se colocó a su lado y asió su mano con timidez. El público vitoreó. Era igual que cuando Jenine de Gunder le había cogido la mano cuando su padre había anunciado el matrimonio. Logan se tragó las náuseas que le sobrevinieron. En el caso de Jenine, se había tratado de un acto espontáneo. Terah había estado en aquella cena. Había visto lo que Jenine había hecho y cómo lo habían aprobado los presentes. Estaba imitando a Jenine a conciencia.
—Relájate —dijo Terah—. Estás a cinco minutos de todo lo que quisiste nunca.
«Eres una insensata si de verdad crees eso, Terah.» Logan dibujó una sonrisa en su cara y obligó a su cuerpo a relajarse. No, no era lo que él hubiese escogido, pero así podría cambiarlo todo. Podría derrotar al rey Ursuul. Podría erradicar el Sa’kagé. Podría abolir las leyes injustas. Podría...
Eso era. A eso se refería el conde Drake. Esa era la tentación del poder. Había dado la vuelta a su propia ambición en su cabeza. No es por mí, se decía, es por el pueblo. Pero eso no era cierto del todo, ¿verdad? Le había gustado ordenar la muerte de Gorkhy; le había gustado echar al conde; Logan hablaba y su voluntad se cumplía. La gente obedecía. Se había visto reducido a la impotencia durante tanto tiempo en el Agujero que la idea de no estar sometido nunca a nadie era como miel en sus labios.
«De acuerdo, conde Drake, lo entiendo. Y ahora, ¿qué salida hay?»
Era demasiado tarde. A un lado estaba el hecatonarca con su rica y abigarrada capa de cien colores por los cien dioses. Al otro lado se encontraba un hombre ataviado con unas sencillas vestiduras marrones, un patr del Dios Único. El duque de Wesseros ocupó su lugar en el centro. Terah se había asegurado de que su matrimonio se formalizara por triplicado. Los vítores fueron a más; quince mil personas gritaban a pleno pulmón por la pareja que a sus ojos los salvaría.
—¿Puedo dirigirme al pueblo? —preguntó Logan.
—De ningún modo —respondió Terah—. ¿Qué clase de estratagema es esta?
—No es una estratagema. Solo deseo hablar a quienes sangrarán y morirán por nosotros. No he tenido ocasión de hacerlo.
—Vas a ponerlos en mi contra —objetó Terah.
—¿Y si... y si Logan jura no decir nada negativo sobre vos? —propuso el duque de Wesseros—. Si lo hace, yo intervendré para detenerlo. ¿Os parece aceptable, mi señor?
—Sí.
—¿Mi dama? —dijo el duque—. Es su rey.
—Que sea rápido.
—Logan, cinco minutos —dijo el duque de Wesseros. Se acercó un poco y bajó la voz—. Y que el espíritu de Timaeus Rindder os inspire.
Se trataba de una declaración condicional de apoyo. Timaeus Rindder había sido un orador tan consumado que convirtió una derrota en una carrera de cuadrigas en un golpe de estado, a pesar de verse atado por exactamente las mismas restricciones que el duque de Wesseros había impuesto a Logan. Al disponer las reglas como lo había hecho, el duque de Wesseros le estaba diciendo: «Si consigues que el pueblo se ponga de tu parte, yo también lo haré».
—Amigos míos, mañana estaremos juntos en el fragor y el clamor de la batalla. —Logan apenas había pronunciado la primera frase cuando sus palabras fueron dobladas y redobladas en volumen. Hizo una pausa y entonces vio a maese Nile de pie, cerca de la primera fila, sonriendo. Logan fingió no haberse percatado del extraño fenómeno acústico y, al cabo de un momento, todos los demás hicieron lo mismo—. Mañana nos las veremos con un enemigo cuyo rostro conocemos. Habéis visto su cara oscureciendo vuestras puertas. Habéis visto sus botas embarrando vuestros suelos. Habéis visto sus antorchas pegando fuego a vuestros campos. Habéis sentido sus puños, látigos y desdenes, ¡pero os negáis a rendiros!
Los nervios y la autocrítica de Logan —«¿Podría haber dicho eso mejor? ¿Tengo la voz firme? ¿Por qué cuesta tanto inhalar una bocanada de aire entera?»— se desvanecieron cuando miró los rostros vueltos hacia arriba de quienes serían su pueblo. Apenas unos meses atrás no había tenido ni idea de quién era el pueblo cenariano. Había conocido y amado a los vasallos de los Gyre, pero compartiendo el refinado desdén de los nobles hacia las masas desaseadas. Qué fácil era pedir a una turba sin cara ni nombre que muriese.