Read Al Filo de las Sombras Online
Authors: Brent Weeks
Para el tercer día, Uly no estaba en muy buen estado. Todavía no había bebido nada. Rechazaba todo cuanto Vi le ofrecía, y estaba perdiendo fuerzas. Tenía los labios cortados y resecos, los ojos rojos. Vi no podía evitar sentir cierta admiración a regañadientes.
La niña era dura, de eso no cabía duda. Vi era capaz de aguantar el dolor mejor que la mayoría, pero odiaba no comer. Cuando tenía doce años, Hu le había escondido la comida de manera rutinaria, alimentándola una sola vez al día «para que no se pusiera gorda». Volvió a asignarle una dieta completa cuando decidió que todo le iba a parar a las tetas. Sin embargo, peor que el hambre habían sido las temporadas en las que le había escatimado el agua porque opinaba que estaba siendo perezosa.
El muy hijo de puta nunca llegó a entender el concepto de los dolores femeninos.
Había tenido que fingir que la sed no la afectaba, consciente de que, si se delataba, aquello se habría convertido en el castigo favorito de Hu.
—Mira, fea —dijo mientras preparaba el campamento en un pequeño valle cuando el sol empezaba a salir—. Me importa una mierda si mueres. Me eres más útil viva que muerta, pero no de mucho. A estas alturas Kylar me seguirá hasta Cenaria en cualquier caso. A ti, en cambio, probablemente te gustaría volver a ver a Kylar, ¿no es así?
Uly le devolvió la mirada con los ojos hundidos y cargados de odio.
—Y supongo que él te patearía el culo si murieras sin motivo. Mira, si quieres seguir pasando hambre, morirás bastante pronto. Mañana tendré que atarte a la silla, y es posible que no sobrevivas a la noche. Eso a mí me incordia, pero le hace más daño a Kylar. Si prefieres morir como una cachorrilla en vez de mantenerte viva y luchar contra mí, adelante. Pero no estás impresionando a nadie.
Vi dejó un odre de agua delante de Uly y se puso a atar a los caballos. Ya no le preocupaba que la niña se escapase: estaba demasiado débil. Pese a todo, aseguró las cuerdas con el Talento por si acaso. Esa noche pensaba dormir, por sus narices.
Las colinas estaban cubiertas de bosque, interrumpido aquí y allá por alguna aldea entre un grupo de campos arados. El camino seguía siendo ancho y transitable, de todas formas. Habían llevado un ritmo excelente. Era imposible saber la ventaja que le sacaban a Kylar, pero Vi había evitado los pueblos dando rodeos y estaba segura de que con ello le habría concedido unas horas preciosas. La noche anterior había cambiado los caballos. Si Kylar había dilucidado de algún modo qué rastro de todos era el suyo, eso lo despistaría.
Aun así, al ritmo al que habían viajado, habían adelantado a muchos otros viajeros y, aunque Vi podía envolverse en una capa informe que camuflaba su sexo e identidad, no había manera de disimular que Uly era una niña. Tampoco existía ninguna manera práctica de cruzar sin ser vistas los montes pelados que ya habían atravesado. Por lo general, habían sobrepasado a toda velocidad a los carromatos de los mercaderes y los carros de los granjeros, sin disimulos. Era un equilibrio precario. Ganaban tiempo por el camino, pero tenían más probabilidades de que las reconocieran.
Su único contacto con Kylar se había producido cuando había intentado matarlo en casa de los Drake. No dejaba de ser irónico que el rey Gunder hubiese contratado a Vi, quien había intentado asesinar a su hijo, para liquidar a Kylar, quien había intentado protegerlo.
Había tenido a Kylar bajo sus caderas y bajo su cuchillo el mismo día que había aceptado el encargo. Le cayó bien. Había hecho gala de una tranquilidad sorprendente para la situación en que se encontraba. Tranquilidad y cierto encanto, para quien encontrase mono el humor tontorrón ante la mismísima muerte.
Y lo habría matado, pero vaciló. No, no vaciló. No había sido tanto la falta de voluntad lo que detuvo su mano aquel día como el orgullo por haber solventado un encargo tan difícil con tanta rapidez. Hu nunca alababa su trabajo. Aunque Kylar la hubiera aplaudido bajo coacción, sus cumplidos habían parecido sinceros, y no había mucha gente con la que una ejecutora pudiese charlar sobre el negocio. De manera que Vi había sucumbido a la tentación que Kylar le había tendido, en un intento tan flagrante de ganar tiempo que ella había dejado que funcionase.
Entonces el santurrón del conde había irrumpido en la habitación y Kylar le había clavado un cuchillo en el hombro a Vi mientras ella escapaba. Meses más tarde ese hombro todavía le dolía en ocasiones. Había perdido un poco de flexibilidad, a pesar de haber acudido enseguida a la bruja que curaba siempre a Hu.
La vez siguiente, no vacilaría.
Sabía que debería sentirse eufórica por haber matado a Jarl. Ya era libre. Una maestra ejecutora. Hu no ejercería poder alguno en su vida y, si lo intentaba, Vi podría matarlo sin tener que preocuparse por las repercusiones en el Sa’kagé. Eso, si el Sa’kagé sobrevivía a lo que fuera que tenía planeado el rey dios.
«Maté a Jarl.» El pensamiento no desaparecía. No había desaparecido en dos días. «Maté al hombre que había sido lo más parecido a un amigo que nunca tuve.»
La muerte en sí no había sido nada del otro mundo. Cualquier crío podía encaramarse a un tejado y disparar una flecha. Su intención había sido fallar, ¿o no? Podría haber fallado. Podría no haber disparado y punto. Podría haber entrado y haberse unido a Kylar y Jarl en su lucha contra el rey dios. Pero no lo había hecho.
Había matado, y ahora volvía a estar sola, de camino hacia un lugar donde no quería estar, llevando con ella a una niña pequeña contra su voluntad, obligando a un hombre al que respetaba a seguirla hacia una trampa.
«Eres un dios cruel, Nysos. ¿No podías dejarme con algo que no fuese polvo y cenizas? A mí, que te sirvo con tanta devoción. De mi cuchillo y mi entrepierna fluyen ríos de sangre y semen. ¿Acaso no merezco un lugar de honor por eso? ¿No merezco un amigo?»
Tosió y parpadeó con rapidez. Se mordió la lengua hasta que amenazó con sangrar. «No lloraré. Nysos puede quedarse su sangre y su semen, pero nunca tendrá mis lágrimas. Maldito seas, Nysos.» Pero no lo dijo en voz alta. Había servido a su dios durante demasiado tiempo para exponerse a su cólera.
Hasta había realizado una especie de peregrinaje, de camino a un trabajo, a una pequeña localidad de la región vinícola sethí que era sagrada para Nysos. El festival de la vendimia estaba dedicado al dios. El vino fluía con liberalidad. Se esperaba que las mujeres se abandonasen a cualquier pasión que las agitase. Tenían incluso una forma rara de contar historias protagonizadas por unos hombres que se subían a un escenario, se ponían máscara y representaban para el público un ciclo de tres partes acerca del sufrimiento de los mortales y su necesidad de los dioses para arreglarlo, seguido de una comedia verde y escandalosa que parecía burlarse de todos los habitantes del pueblo, incluido el autor de la obra. A los aldeanos les encantaba. Aplaudían, aullaban, coreaban con voces ebrias las canciones sagradas y follaban como conejos. Durante una semana, nadie tenía permitido rechazar una proposición sexual. Para Vi se demostró una larga semana. Fue el único momento de su vida en que sintió justificado quejarse por ser guapa. Empezó a ponerse ropa ancha con la esperanza de atraer a menos hombres.
«Tanto servicio, Nysos. ¿Para qué? ¿Por la vida? Hu se acerca a los cuarenta y por mucho que diga que te sirve, los únicos momentos en los que asoma a sus labios el nombre de un dios es cuando blasfema.»
Cuando Vi regresó a donde estaban desenrolladas las esterillas, Uly se había acabado el pellejo entero de agua. Parecía a punto de vomitar.
—Si potas sobre esas mantas, dormirás en ellas estando sucias —avisó Vi.
—Kylar te matará —dijo Uly—. Aunque seas una chica.
—No soy una chica. Soy una perra, y más te vale no olvidarlo. —Vi lanzó la bolsa que contenía su comida a Uly, que la dejó caer—. Come despacio y poco, o vomitarás y te morirás.
Uly hizo caso de su consejo y no tardó en tumbarse sobre su esterilla y caer dormida en cuestión de segundos. Vi permaneció despierta. Estaba cansada, dolorida y agónicamente cansada. Solo pensaba tanto cuando estaba agotada. Pensar no servía de nada. Era inútil.
Se distrajo haciendo invisible el campamento. Era una mañana de niebla. No estaban lejos del camino, pero se habían refugiado en una pequeña hondonada. El arroyo bajaba borboteando de las colinas del Oso de Plata con la fuerza suficiente para tapar casi por completo los ruidos de los caballos y, al no haber encendido ninguna hoguera, la presencia humana apenas resultaba perceptible. Había hecho lo posible por esconder los caballos tras unos matorrales. Se agachó con la espalda apoyada en un árbol e intentó convencer a su mente de lo cansado que estaba su cuerpo.
En la distancia, oyó un repiqueteo. La niebla lo amortiguaba, pero solo podía ser una cosa: caballos. Desenvainó una espada y un cuchillo y mojó la punta del último en su funda con veneno. Miró a Uly y se planteó intentar silenciarla mágicamente, pero eso la delataría y en cualquier caso no sabía si iba a funcionar, de manera que se limitó a apretar la espalda contra el árbol y escudriñar la niebla en dirección al sonido.
Al cabo de un momento, apareció Kylar a caballo, con un segundo animal atado al que montaba. Cruzó a veinte pasos de distancia. Debía de haber cabalgado sin descanso, cambiando de un caballo a otro. Apenas aflojó el ritmo al acercarse al vado. El caballo de Vi piafó una vez y uno de los animales de Kylar relinchó.
Kylar soltó una palabrota y dio un tirón a las riendas. Uly rodó en sueños mientras Kylar cruzaba el arroyo chapoteando. Los caballos subieron a la otra orilla y el ruido de sus cascos se perdió en la distancia. Kylar ni siquiera llegó a volver la cabeza.
Vi se tumbó con una risilla. Durmió bien.
Cuando despertó por la tarde, Uly seguía dormida. Eso era bueno. Vi no tenía tiempo de perseguir a la niña. En su lugar, otra secuestradora se habría limitado a atarla y olvidarse del asunto. Sin embargo, las cuerdas más fuertes no eran las que ataban las manos. El arma de Vi era la desesperación, no el cáñamo. Unas cuerdas creadas por la propia Uly la inmovilizarían para siempre.
«Cuerdas creadas por una misma. En eso soy toda una experta, ¿no?»
Dio una patada a Uly para despertarla, pero no tan fuerte como era su primera intención. La salvación de la chica había estado cerquísima, y ella ni siquiera se había enterado.
La lección más valiosa que Dorian aprendió nunca resultó ser bastante sencilla: descubrió cómo comer y beber sin interrumpir su trance. En vez de tener a Solon vigilándolo, atento a los inevitables indicios de deshidratación para despertarlo, Dorian podía mantener sus trances durante semanas seguidas.
Aunque sabía que parecía totalmente desconectado de la realidad, era todo lo contrario. Desde su pequeña habitación en la guarnición de Aullavientos, Dorian lo observaba todo. La invasión khalidorana había sorteado la guarnición cenariana en Aullavientos. El grueso del ejército había utilizado el paso de Quorig, más de una semana al este. Tras la muerte del padre de Logan, el duque Regnus de Gyre, la guarnición se hallaba al mando de un joven noble llamado Lehros de Vass. Era buen chico, pero no sabía qué hacer sin un oficial superior.
Solon le daba consejos que, con el paso de los días, sonaban cada vez menos a consejos y cada vez más a órdenes. Si Khalidor atacaba Aullavientos en ese momento, lo haría desde el lado cenariano, de modo que desplazó las defensas y trasladó a los hombres y las provisiones al interior de las murallas. Nadie esperaba un ataque, de todos modos. La verdad era que, a esas alturas, Aullavientos ya no protegía nada. Garoth Ursuul podía dejarlos envejecer y morir allí, y lo único que perdería sería una ruta comercial que llevaba siglos sin usarse.
Lejos, al sur, a Feir no le iban tan bien las cosas, aunque estaba siguiendo el rastro de Curoch de forma admirable. Feir tenía un duro camino por delante, y Dorian no podía hacer nada para facilitárselo. Eso a veces lo ponía enfermo. Había visto morir a Feir una docena de muertes distintas, algunas tan lamentables que lloraba aun en mitad de su trance. En el mejor de los casos, su amigo tenía ante sí dos décadas de vida y una muerte heroica.
Como siempre, Dorian se mantuvo cerca de sus propios futuros. Había encontrado un modo de hacerlo sin arriesgarse a volverse loco. Sencillamente, observaba los futuros ajenos en los puntos donde coincidían con el suyo. Aunque no funcionaba bien. Veía media docena de modos en que una persona podía interactuar con él, y cómo las elecciones de ese otro podrían alterar ese encuentro, pero nada acerca de las suyas. Así pues, podía ver el qué, pero no el porqué. No podía seguir una sola línea de sus propias elecciones para ver adónde lo llevaría. De vez en cuando, podía observar su propia cara a través de los ojos de otro y adivinar lo que estaba pensando, pero eran raros destellos. Estaba tardando demasiado, incluso con su trance prolongado durante más de un mes y, mientras él unía las piezas de su vida, todo lo demás cambiaba.
De manera que empezó a tocar su propia vida directamente. Supo varias cosas al instante. En primer lugar, iba a ser una fuente de esperanza o desespero para decenas de miles de personas antes de que transcurriera un año.
En segundo lugar, un agujero enorme se extendía entre sus posibles futuros. Retrocedió hasta sus orígenes y descubrió que se debía a que, en algunos caminos, decidiría renunciar a su don de la profecía. Se quedó estupefacto. Se le había ocurrido antes, por supuesto. Durante todo su aprendizaje con los sanadores, anular su don había sido la única cura que había sido capaz de encontrar para su creciente locura. Sin embargo, el don de Dorian se le antojaba un regalo para el mundo entero, y había cargado de buena gana con las consecuencias porque sabía que podría ayudar a otros a evitar el desastre.
En tercer lugar, la mismísima Khali se dirigía a Aullavientos.
A Dorian se le cayó el alma a los pies. Si Khali superaba la guarnición, llegaría a Cenaria y se aposentaría en aquel calabozo infernal que llamaban las Fauces. Garoth Ursuul haría que dos de sus hijos creasen feralis. Usaría uno contra el ejército rebelde. Se produciría una matanza.
Khali y su séquito estaban aún a dos días de distancia. Dorian disponía de tiempo. Devolvió la mirada a su vida, intentando hallar un modo de conjurar el desastre. En cuestión de un momento, la corriente lo arrastró. Las caras desfilaban a toda velocidad, convertidas en un remolino que se lo tragaba. Su joven esposa, llorando. Una niña, ahorcada. Una pequeña aldea en el norte de Waeddryn donde Dorian podría vivir con la familia de Feir. Un niño pelirrojo que era como un hijo para él, quince años adelante. Matar a sus hermanos. Engañar a su mujer. Contarle la verdad a su esposa y perderla. Una máscara de oro con su propia cara, llorando lágrimas doradas. Marchar con un ejército. Neph Dada. Alejarse caminando de un ejército. Doce formas distintas de soledad, locura y muerte. A lo largo de todos los caminos veía solo sufrimiento. Cada vez que escogía algo bueno para él, sus seres queridos sufrían.