Al Filo de las Sombras (26 page)

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Authors: Brent Weeks

BOOK: Al Filo de las Sombras
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Kylar mantuvo un tono de voz duro.

—Ve al grano.

—Se llevó a Serah y Mags Drake. Serah se mató la primera semana. Mags sigue allí.

Serah y Mags eran prácticamente hermanas de Kylar. Mags siempre había sido su compinche. Siempre presta a la risa, siempre sonriente. Había estado tan ensimismado desde el golpe que apenas había pensado en ellas. Jarl prosiguió:

—Quiero que rescates a Logan, y luego quiero que asesines al rey dios.

—¿Eso es todo? —Con fría sorna. Era un tono que Kylar había oído usar a Durzo cien veces—. A ver si lo adivino: ¿Logan primero porque tampoco voy sobrado de posibilidades de matar al rey dios?

—Así es —respondió Jarl con furia—. Así es como tengo que pensar, Kylar. Estoy librando una guerra, y en ella muere gente mejor que nosotros a diario. ¿Y tú estás aquí de brazos cruzados por lo que piensa una chica?

—No hables de Elene.

—¿O qué? ¿Me tirarás el aliento con rabia? Tú eres el memo que juró dejar la violencia. Sí, estoy al tanto. Deja que te diga una cosa. Roth fastidió a mucha gente. Me alegro de que lo mataras, ¿vale? A mí me jodió vivo. Pero no le llega a su padre ni a la suela de los zapatos. —Jarl soltó una palabrota—. ¡Mírate! Sé que este golpe es imposible. Te estoy mandando a por un dios, pero si alguien en el mundo puede conseguirlo, eres tú. Naciste para esto, Kylar. ¿Crees que has sobrevivido a tanta mierda para acabar vendiendo pociones para la resaca? Hay cosas más grandes que tu felicidad, Kylar. Puedes ofrecer esperanza a una nación entera.

—Solo me costará todo lo que tengo —susurró Kylar. Tenía la cara gris.

—Eres inmortal. Habrá otras chicas.

Kylar lo miró con asco.

Jarl cambió al instante de expresión.

—Lo siento. Supongo que también habrá otros reyes dioses y otros shingas. Es que... te necesitamos. Logan morirá si no vienes. Mags también, y un montón de gente más a la que nunca conocerás.

Habría resultado más fácil si discrepase de algo de lo que decía Jarl. Kylar le había preguntado a Mama K: «¿Puede cambiar un hombre?». Allí tenía su respuesta, hundiéndole la vida.

—De acuerdo —dijo—. Aceptaré el contrato.

Jarl sonrió.

—Es bueno tenerte otra vez en la brecha, amigo.

—Es malo estar en la brecha.

—No quería decirlo antes, pero ¿has hecho algo para cabrear al shinga local? —preguntó Jarl, que tomó la expresión de Kylar como un reconocimiento—. Porque una de mis fuentes me contó que el shinga ha puesto precio a la cabeza de un ejecutor cenariano. No sabía los detalles, pero, vamos, no creo que haya tantos ejecutores cenarianos paseándose por Caernarvon. Cuanto más tiempo pases aquí, más pondrás en peligro a Elene y Uly.

Durzo había enseñado a Kylar que la mejor manera de cancelar un contrato era cancelar al contratador. Para que Elene, Uly y la tía Mia, e incluso Braen, estuviesen a salvo, Barush Trampete debía morir.

Kylar se puso en pie con rigidez y subió al piso de arriba. Volvió al cabo de un minuto con el semblante tan oscurecido como las ropas grises de ejecutor que vestía de nuevo.

Vi contempló el arco que tenía en las manos, intentando convencerse de tirar de la flecha roja y negra. Estaba en un tejado con vistas a la casa de la comadrona. Llevaba una hora allí. Apoyaba la espalda en una chimenea, y se había envuelto en sombras. No era ni mucho menos invisible pero, agachada y con la luz menguante del sol a sus espaldas, se acercaba bastante.

Había viajado a Caernarvon para huir de aquello. Había creído que el único modo de no matar a Jarl y aun así evitar la ira del rey dios era liquidar a Kylar. En el tiempo que ella pasase fuera, Jarl escaparía o moriría a manos de otro ejecutor.

¿Cómo podía Jarl haber viajado allí?

Quería errar el tiro, alcanzar a Kylar y fingir que Jarl no estaba allí, fingir que nunca había recibido la nota. Pero no tenía a Kylar a tiro y las mentiras no la llevarían a ninguna parte con el rey dios. Jarl estaba sentado justo delante de la ventana, que hasta estaba abierta. Vi estaba usando un arco que se tensaba con el Talento, tan poderoso que solo una persona con magia podía dispararlo, de modo que la flecha roja y negra, como correspondía a los traidores, podría haber atravesado sin problemas una ventana, incluso con el postigo cerrado si hiciera falta. Pero ni siquiera lo necesitaba.

Jarl estaba allí sentado, totalmente expuesto. En Cenaria nunca habría cometido semejante error, pero allí se sentía a salvo. Había huido derecho a los brazos de la Muerte.

Aun así, esperó. Maldito fuera Jarl por su estupidez. Si Vi no lo mataba, el rey dios lo sabría. La encontraría.

«Maldito seas, Jarl. Maldito seas por tu bondad.

»Remata el trabajo.» A Hu Patíbulo le gustaba torturar antes a sus murientes, pero solo lo hacía cuando estaba seguro de que no lo interrumpirían. Hu Patíbulo siempre remataba el trabajo. «El disparo perfecto nunca llega. Confórmate con cualquier disparo que mate.»

Maldiciendo entre dientes para activar su Talento, Vi se puso en pie y llevó la flecha hasta su mejilla. El movimiento la sacó de la sombra de la pequeña chimenea y la expuso a la luz del atardecer. Temblaba, pero su blanco estaba apenas a treinta pasos.

—¡Maldito seas, Jarl, muévete! —dijo.

Podía salir corriendo. En Gandu o Ymmur el rey dios nunca la encontraría. ¿O sí? No podía creerlo. No le había dicho a nadie que se dirigía a Caernarvon, no había dejado ninguna pista, y aun así él lo había sabido. Si huía, el rey dios enviaría a su maestro a por ella, y Hu Patíbulo nunca fallaba. La belleza de Vi, con todas las puertas que le había abierto, solamente imposibilitaba una opción: la de esconderse. Nunca se había preocupado por los disfraces. Nunca lo había visto como una debilidad. Hasta ese momento.

—Venga, Kylar —susurró—. Pasa por delante de la ventana. Solo una vez.

Ya se estremecía violentamente, y no solo por el Talento que bullía en su interior, no solo por el esfuerzo de mantener tenso el arco durante tanto tiempo. ¿Por qué tenía tantas ganas de ver muerto a Kylar?

Distinguió una pierna, una pierna vestida con los grises de los ejecutores, pero nada más. Maldición. Si Kylar pensaba salir, se encontraba en un buen lío. Había oído que podía hacerse invisible, pero no eran más que las típicas mentiras de los ejecutores. Todos fanfarroneaban de sus habilidades para encarecer los precios. Todos querían ser otro Durzo Blint.

Pero ese era el aprendiz de Durzo, el hombre que había matado a Durzo. El miedo la atenazó.

La cara de Jarl era la viva imagen de la compasión, la pena. Ante esa expresión (la expresión que había visto cuando Jarl había cuidado de ella después de que Hu Patíbulo llegara para probar las nuevas habilidades que Mama K le había enseñado, la encontrara deficiente, le pegara una paliza y la violara de todas las maneras que se le ocurrieron), ante esa expresión, la visión de Vi se nubló. Parpadeó y parpadeó, negándose a creer que fueran lágrimas. No había llorado desde aquella noche, desde que Jarl la había abrazado y la había mecido, ayudándole a recomponer sus pedazos.

Jarl se puso en pie y caminó hasta la ventana. Alzó la vista y vio a Vi, su silueta oscura contorneada por el sol. Se le encendieron los ojos de sorpresa y, cuando esta dio paso al reconocimiento —¿qué otro ejecutor tenía silueta de mujer?—, Vi habría jurado que leyó su nombre en sus labios. Perdió la sensibilidad en los dedos y la cuerda del arco se soltó.

La flecha para traidores roja y negra sorteó aquel estrechísimo abismo: la distancia entre una ejecutora y su muriente. Trazó una estela roja en el aire como si la noche misma estuviera sangrando.

Capítulo 26

«Elene, lo siento —escribió Kylar con mano temblorosa—. Lo he intentado. Juro que lo he intentado. Hay cosas que valen más que mi felicidad. Hay cosas que solo yo puedo hacer. Véndeselos al maestro Bourary y traslada la familia a una parte mejor de la ciudad. Siempre te querré.» Sacó el joyero del bolsillo y lo dejó encima del trozo de pergamino.

—¿Qué hay en el estuche? —preguntó Jarl.

Kylar no pudo mirar a su amigo.

—Mi corazón —susurró, y fue soltando uno a uno los dedos que sostenían la cajita—. Unos pendientes, nada más —dijo, más alto. Se volvió.

A Jarl no podía engañarlo.

—Ibas a casarte con ella —dijo.

A Kylar se le formó un nudo en la garganta. No había palabras. Tuvo que apartar la mirada de los ojos de Jarl.

—¿Has oído hablar alguna vez de la crucifixión? —preguntó finalmente.

Jarl negó con la cabeza.

—Es la forma en que los alitaeranos ejecutan a los rebeldes. Los estiran sobre un armazón de madera y los clavan por las muñecas y los pies. Para poder respirar, el criminal tiene que levantar su peso sobre los clavos. Hay hombres que tardan un día en morir, asfixiados por su propio peso.

No pudo completar la metáfora, aunque se sentía estirado, un rebelde contra el destino en un universo malévolo decidido a aplastar todo lo bueno, estirado entre Logan y Elene, clavado a cada uno de ellos con la lealtad que les debía, jadeando bajo el peso aplastante de su propio carácter. Sin embargo, no eran solo Logan y Elene quienes lo estiraban. Eran dos vidas, dos sendas. El camino de las sombras y el camino de la luz. El lobo y el perro lobo. ¿O era perro lobo y perro faldero?

Kylar se había creído capaz de cambiar. Había pensado que podía tenerlo todo. Se había topado de bruces con dos opciones incompatibles y había escogido ambas. Eso lo había llevado a la cruz, no las maquinaciones de un dios travieso o el giro implacable de la rueda de la Fortuna. Las opciones de Kylar se iban separando cada vez más, y él se había agarrado a ellas hasta perder la respiración. Ya solo importaba una pregunta: ¿qué clase de hombre soy?

—Vámonos —dijo Kylar, perro lobo de la cabeza a los pies.

Jarl estaba de pie ante la ventana, pensativo.

—Una vez estuve enamorado —dijo—. O algo parecido. De una chica preciosa casi tan jodida como lo estoy yo.

—¿Quién era? —preguntó Kylar.

—Se llamaba Viridiana. Vi. Preciosa, preciosa... —Jarl alzó la vista y se puso rígido—. ¿Vi?

Se derrumbó entre una lluvia de sangre, con una flecha atravesándole el cuello. Su cuerpo cayó al suelo como un saco de harina. Parpadeó una vez. En sus ojos no había ni miedo ni ira. Su expresión era sardónica.

«¿Te lo puedes creer?», preguntaban sus ojos mientras Kylar se lo ponía en el regazo.

Y entonces los ojos de Jarl dejaron de decir nada.

—¿Puedo enseñársela a Kylar? —preguntó Uly. Tenía agarrada la misma muñeca que Kylar había cogido unos días atrás. Elene sonrió; a Kylar se le daba mejor ser padre de lo que él creía.

—Sí —dijo Elene—, pero corre derecha a casa. ¿Lo prometes?

—Lo prometo —respondió Uly, y arrancó a correr.

Elene la miró alejarse; se sentía algo inquieta, pero siempre se inquietaba por pequeñeces. Caernarvon no era como las Madrigueras. Además, la casa estaba solo a dos manzanas.

—Tenemos que hablar, ¿verdad? —preguntó la tía Mia.

Se estaba haciendo tarde. Los rayos del sol caían de soslayo sobre los mercaderes que recogían sus artículos y ponían rumbo a casa. Elene tragó saliva.

—Se lo prometí a Kylar. Acordamos que nunca se lo contaríamos a nadie, pero...

—Entonces no digas una palabra más. —La tía Mia sonrió y cogió a Elene del brazo para guiarla hasta la casa.

—No puedo —dijo Elene, parándola—. No puedo seguir así.

De modo que se lo contó todo a la tía Mia, desde la farsa de su matrimonio hasta las peleas sobre el sexo, pasando por que Kylar era un ejecutor que intentaba dejar atrás su pasado. La tía Mia ni siquiera pareció sorprendida.

—Elene —dijo, cogiéndole las manos—, ¿quieres a Kylar o solo estás con él porque Uly necesita una madre?

Elene hizo una pausa para responder la pregunta con toda humildad, para asegurarse de que lo que iba a decir sería cierto.

—Le quiero —dijo—. Uly tiene algo que ver, pero lo amo de verdad.

—Entonces, ¿por qué te proteges?

Elene alzó la vista.

—No me protejo...

—No puedes ser sincera conmigo hasta que seas sincera contigo misma.

Elene se miró las manos. Les pasó por delante un carro cargado con los artículos que un granjero no había conseguido vender durante la jornada. La luz estaba menguando y en la calle empezaba a oscurecer.

—Tenemos que volver —dijo Elene—. La cena se estará enfriando.

—Niña —dijo la tía Mia. Elene se detuvo.

—Es un asesino —explicó Elene—. O sea, ha matado gente.

—No, lo decías bien. Es un asesino.

—No, es un buen hombre. Puede cambiar. Lo sé.

—Niña, ¿sabes por qué me estás hablando aunque le prometiste a Kylar que no lo harías? Porque accediste a algo que no está en tu naturaleza. Eres una mentirosa pésima, pero lo intentaste porque lo habías prometido. ¿No es eso lo que ha hecho él?

—¿Qué quieres decir? —preguntó Elene.

—Si no puedes amar a Kylar como al hombre que es, si solo lo quieres como al hombre que crees que podría ser, lo mutilarás.

Kylar había sido tan infeliz... Cuando había empezado a salir por las noches, ella no le había hecho preguntas, no había querido saber lo que hacía.

—¿Qué se supone que debo hacer? —preguntó.

—¿Te crees que eres la primera mujer que ha tenido miedo de amar? —preguntó la tía Mia.

Las palabras cortaban hondo. Arrojaban una luz diferente sobre sus escarceos y peleas nocturnos. Había atribuido a la religión su reticencia a hacer el amor con Kylar, pero lo cierto es que solo estaba aterrorizada. Sentía que tenía ya tan poco control de la situación que rendirse en el dormitorio la reduciría a la impotencia absoluta.

—¿Puedo amarlo si no puedo entenderlo? ¿Puedo amarlo si odio lo que hace?

—Niña —dijo la tía Mia. Le posó con dulzura una gruesa mano en el hombro—. Amar tiene tanto de acto de fe como creer en el Dios.

—Él no es creyente. No puede uncirse juntos a un buey y a un lobo —replicó Elene, consciente de que se estaba agarrando a un clavo ardiendo.

—¿Crees que el único yugo son los anillos del matrimonio o hacer el amor? No necesitas entenderlo, Elene, necesitas amarlo hasta que lo entiendas. —La tía Mia cogió a Elene del brazo—. Venga, vamos a cenar.

Volvieron juntas a la casa. Elene se sentía más animada que desde hacía meses, aunque fuese a tener una conversación seria con Kylar. Sentía una novedosa esperanza.

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