Al Filo de las Sombras (52 page)

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Authors: Brent Weeks

BOOK: Al Filo de las Sombras
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Un agua ardiente entró a chorro en sus pulmones... seguida de aire. Logan tosió y tosió hasta expulsar aquel líquido caliente y acre por la nariz y la boca. Le abrasó los senos pero, al cabo de un momento, lo sustituyó un aire fresco y dulce.

Kylar lo desató y lo bajó con delicadeza hasta el suelo. Logan quedó tumbado boca arriba, respirando sin más. Seguía estando oscuro, pero muy arriba, en lo alto de los tubos metálicos de las chimeneas, distinguió el titilar de unas antorchas distantes. Después de las aguas negras, le pareció como salir a un universo de luz.

—Mi rey —dijo Kylar—, hay algo en el agua. Una especie de lagarto gigante me atacó. Si vuelvo, no sé si regresaré. No estáis en condiciones de salir solo. Sin mí, moriréis aquí. ¿Seguís queriendo que traiga al retrasado?

Logan quería decir que no. Él era más importante para el reino que el Chirríos. Y le daba miedo quedarse a solas. De repente tenía la vida al alcance de la mano, y no quería morir.

—No puedo abandonarlo, Kylar. Perdóname.

—Solo necesitaríais perdón si me hubieseis pedido que lo abandonase —dijo Kylar, y acto seguido se zambulló en el agua.

Estuvo ausente durante cinco agónicos minutos. Cuando atravesó la superficie del agua, nadaba a tal velocidad que salió disparado y aterrizó de pie. Había creado un arnés con la cuerda y había remolcado al Chirríos tras de sí. Agarró la cuerda y tiró de ella a toda velocidad.

El Chirríos salió del agua literalmente volando. Respiró hondo y sonrió a Logan.

—¡Aguanto bien aire! —exclamó.

Kylar cubrió a Logan con los brazos cuando algo enorme emergió a sus espaldas, algo que embistió a Kylar y los mandó a los tres por los suelos.

Entonces la gruta se iluminó con una luz azul iridiscente que provenía del propio Kylar. El joven se había levantado y saltaba de una estalagmita a otra, siguiendo una trayectoria impredecible. El miedo atenazó la garganta de Logan. Fuera lo que fuese lo que Kylar combatía, era enorme. Unas manos palmeadas gigantescas partían las estalagmitas como si fuesen ramitas. Llovían rocas por todas partes y Logan se acurrucó formando una bola. Grandes bocanadas de aire salían de unas fauces solo visibles cuando los dientes y los ojos reflejaban el fuego azul de Kylar. Una luz verde plateada parpadeaba de vez en cuando.

Lo más terrorífico era no poder ver. La batalla se libraba a unos pasos de distancia y Logan no podía hacer nada, ni siquiera observar. Oyó un fuerte tintineo y supuso que era la espada de Kylar al rebotar contra el pellejo de la criatura, pero no tenía ni idea, como tampoco tenía ni idea de qué manera Kylar lograba combatirlo en aquella oscuridad absoluta. Él no podía ayudarlo; ni siquiera sabía lo grande que era aquello o el aspecto que tenía.

Perdió de vista a Kylar, o su amigo desapareció, porque hasta la bestia se quedó quieta y resopló. Empezó a olisquear el aire, moviendo adelante y atrás su enorme cabeza.

De repente, se abalanzó hacia Logan y el Chirríos. Logan extendió los brazos para protegerse y sintió que una piel legamosa le pasaba rozando los dedos. Cayeron estalagmitas por doquier. Luego la bestia retrocedió y volvió la cabeza. Una luz tan plateada y fría como la luna se encendió en sus ojos veteados de verde.

Un hocico viscoso pasó rozando la mejilla de Logan y la bestia volvió de nuevo la cabeza. Olisqueó y olisqueó. Logan tocó con los dedos un trozo roto de estalagmita y lo agarró. El movimiento atrajo a la criatura, que retrocedió un poco y se volvió hacia él. Un ojo verde y brillante se acercó a Logan y lo iluminó como una antorcha. Una gran pupila vertical lo estudió con atención.

Logan hundió la roca quebrada en aquel ojo enorme y la retorció adelante y atrás. Una luz fosforescente verde y plateada se derramó sobre él con la sangre de la criatura. El ojo se apagó como una vela y un aullido inundó la gruta, amplificado por el eco. Al cabo de un momento, una figura oscura pasó velocísima junto a Logan y atacó al ojo ciego.

La criatura volvió a chillar y retrocedió entre golpetazos. Sonó un chapoteo enorme, y después se hizo el silencio.

—Logan —dijo Kylar, con la voz temblorosa por las secuelas de la adrenalina—, ¿eso era... eso era Khali?

—No. Khali es... diferente. Peor. —Logan lanzó una carcajada vacilante—. Eso era solo un dragón. —Volvió a reírse como un hombre que hubiese perdido el juicio.

Entonces se apagó toda luz.

Cuando despertó, los tres llevaban puestos sendos arneses y Kylar estaba izándolos mediante una cuerda que debía de haber pasado por una polea situada muy arriba. Estaban ascendiendo por el pozo central de las Chimeneas. Era un tubo de metal enorme, de treinta pasos de diámetro, y todos los gigantescos ventiladores estaban parados. ¿Cómo lo había conseguido Kylar?

El ascenso les llevó varios minutos más y, en todo momento, Logan fue consciente de que el brazo le quemaba y picaba allá donde lo había salpicado la sangre del ojo de la criatura. No tenía valor para mirarlo.

—Tenemos un infiltrado que me ha ayudado —explicó Kylar—. Ahora el Sa’kagé es uno de vuestros aliados más importantes, mi rey. Tal vez vuestro único aliado.

Unos minutos más tarde, llegaron a una sección en la que las tuberías se curvaban hasta volverse horizontales. Con sumo cuidado, Kylar desató a Logan y luego al Chirríos. Cortó las cuerdas y las dejó caer al abismo. La polea fue detrás. Los condujo por un tramo horizontal que se iba estrechando hasta que llegaron a una puerta. Kylar llamó tres veces.

La puerta se abrió y Logan se encontró cara a cara con Gorkhy.

—Logan, te presento a nuestro infiltrado —dijo Kylar—. Gorkhy, el dinero...

—¡Tú! —dijo el guardia. Su cara expresaba el mismo asco que Logan sentía.

—Mátalo —graznó Logan.

Gorkhy abrió los ojos. Echó mano del silbato de centinela que llevaba al cuello con un cordón. Y antes de que alcanzase sus labios, la cabeza se despegó dando vueltas de su cuerpo. El cadáver cayó sin emitir un sonido.

Fue así de rápido, así de fácil. Kylar arrastró el cuerpo por el túnel para lanzarlo por el pozo y regresó al cabo de un minuto. Logan acababa de ordenar su primera muerte.

Kylar no pidió explicaciones. Fue algo extraño, asombroso, atroz. Era el poder, y dejaba una sensación desconcertantemente... maravillosa.

—¿Majestad? —dijo Kylar, mientras abría la puerta que salía del pozo, de la pesadilla—. Vuestro reino os espera.

Capítulo 54

Cuando Kaldrosa Wyn y diez de las demás chicas del Dragón Cobarde salieron de la casa segura de Mama K, las Madrigueras estaban cambiadas. Flotaba en el aire un nerviosismo emocionado. La Nocta Hemata había sido un triunfo, pero se avecinaban represalias. Todo el mundo lo sabía. Mama K había comunicado a las chicas que debían abandonar su refugio subterráneo porque se había filtrado el secreto de su existencia. De algún modo, el Ángel de la Noche las había salvado a todas de la carnicería que planeaba Hu Patíbulo.

Kaldrosa ya había oído rumores sobre el Ángel de la Noche antes, justo después de la invasión, pero no les había dado crédito. Ahora todas sabían que era real. Habían visto el cuerpo de Hu Patíbulo.

Mama K les había dicho que las sacaría a escondidas de la ciudad lo antes posible, pero evacuar a trescientas mujeres iba a llevar cierto tiempo. Tenían maneras de rodear las nuevas murallas del rey dios, o de pasar por debajo, pero no sería fácil. En teoría el grupo de Kaldrosa Wyn partía esa noche. Mama K les había dicho que, si preferían quedarse en la ciudad, si tenían maridos, novios o familias a los que volver, bastaba con no presentarse en el punto de encuentro esa noche.

Las Madrigueras estaban en calma, a la expectativa, mientras las mujeres se dirigían hacia la casa segura. Llamaban la atención, por supuesto, ya que aún iban vestidas con sus ricas prendas de prostitutas. Los diseños del maestro Piccun parecían obscenos en las calles a plena luz del día. Para empeorar el efecto, algunos de los modelitos tenían manchas parduscas y negras de sangre seca.

Sin embargo, las mujeres no se cruzaron con ningún guardia, y pronto les quedó claro que los khalidoranos ya no se arriesgaban a entrar en las Madrigueras. Los residentes con los que se cruzaban les lanzaban miradas extrañas. Una callejuela por la que intentaron avanzar estaba bloqueada por un edificio que debía de haberse derrumbado durante la Nocta Hemata, lo que obligó a Kaldrosa Wyn y las demás a atravesar directamente el mercado de Durdun.

En los puestos reinaba el ajetreo de costumbre pero, a medida que las antiguas meretrices recorrían el mercado, se hacía el silencio. Todas las miradas estaban puestas en ellas. Las chicas apretaron la mandíbula, preparadas para las burlas que sin duda provocaría su ropa, pero no pasó nada.

Una recia pescadera se inclinó por encima de su puesto y dijo:

—Muy bien hecho, chicas.

La aprobación las pilló desprevenidas y las golpeó como una bofetada. Se encontraron lo mismo en todas partes. La gente asentía en señal de saludo y aceptación, incluso mujeres que una semana atrás se habrían burlado de las chicas de alquiler aun cuando envidiaban la belleza y la vida fácil. Por mucho que se vieran venir la despiadada represalia del rey dios, que sabían cierta, los conejos compartían una unidad forjada en la persecución. Los conejos se habían sorprendido a sí mismos con su propia valentía esa noche y, en cierto sentido, las putas llevaban su estandarte.

Los dos días a caballo hasta Cenaria en gloriosa soledad solo tuvieron un inconveniente. No había niña irritante. No había bruja mandona. Nada de duelos verbales ni humillaciones. El tiempo libre, en cambio, concedió a Vi la oportunidad de ver lo endebles que eran sus planes.

El primer plan era ir a ver al rey dios. Había parecido genial durante unos cinco minutos. Le comunicaría que Kylar estaba muerto. Le diría que Jarl estaba muerto. Pediría su oro y se iría.

Ya. Las cavilaciones de la hermana Ariel sobre el conjuro al que Vi estaba sometida habían sido demasiado específicas, demasiado plausibles, para ser suposiciones. La sujetaban con una correa, corta o larga, pero correa a fin de cuentas. Garoth Ursuul había prometido domarla, y no era un hombre que olvidara las promesas de ese tipo.

A decir verdad, Vi ya se sentía domada. Estaba perdiendo facultades. Una cosa era sentirse mal por matar a Jarl. Después de todo, Jarl la había mantenido viva; había sido un amigo y alguien que nunca habría exigido el uso de su cuerpo. No había supuesto una amenaza, física o sexual.

Kylar era harina de otro costal y aun así, incluso entonces, cabalgando al paso por las calles de Cenaria, con la capucha sobre la cara, Vi no podía dejar de pensar en él. Lamentaba que hubiera muerto. Quizá hasta le apenaba.

Kylar había sido un ejecutor cojonudo. Uno de los mejores. Era una pena que lo hubiese matado una flecha, disparada probablemente desde un escondrijo. Ni siquiera un ejecutor podía parar algo así.

—Eso es —dijo Vi en voz alta—. Podría pasarle a cualquiera. Me hace consciente de mi propia mortalidad. Es una pena, ya está.

No era solo una pena. No era eso lo que sentía, y lo sabía. Kylar había sido bastante mono. Si podía pensarse en «bastante mono» con un resoplido mental. Así como encantador. Bueno, no tan encantador, aunque se esforzaba.

En realidad era culpa de Uly, que no había parado de hablar sobre lo estupendo que era. Joder.

Conque a lo mejor había albergado la fantasía de que Kylar podía ser el tipo de hombre capaz de entenderla. Había sido ejecutor y, de alguna manera, lo había dejado y se había convertido en una persona decente. Si él había podido hacerlo, a lo mejor ella también.

Sí, Kylar había sido ejecutor, pero nunca puta. «¿Te crees que entendería eso? ¿Que lo perdonaría? Ya. Sigue adelante con tu encaprichamiento, Vi. Berrea como una niña pequeña. Venga, finge que podrías haber sido una Elene, creando un pequeño hogar y llevando una vida pequeña. Seguro que te habrías divertido muchísimo amamantando a mocosos y tejiendo mantas para bebés.

»La verdad es que ni siquiera tuviste valor para reconocer que te habías colado por Kylar hasta que supiste que estaba muerto y no había peligro.»

Todo lo que Vi siempre había odiado de las mujeres de repente estaba manifestándose en sí misma. Por Nysos, hasta echaba de menos a Uly. Como si fuese su puta madre o algo así.

«Vale, vale, muy bonito. Yupi. ¿Ya nos sentimos mejor? Porque seguimos teniendo un problema.» Se quedó sentada en su caballo frente al establecimiento de Drissa Nile. La mala puta de Ariel había dicho que las tramas eran peligrosas, pero que Drissa quizá pudiera liberar a Vi de la magia del rey dios. Observando el modesto local, Vi pensó que el rey dios parecía una apuesta más segura.

El rey dios la convertiría en esclava. Drissa Nile la liberaría o la mataría.

Entró. Tuvo que esperar media hora mientras el matrimonio Nile, ambos menudos y con anteojos, se ocupaba de un niño que se había clavado el hacha en el pie mientras partía leña. Cuando sus padres se lo llevaron a casa, Vi informó de que la enviaba la hermana Ariel. Los Nile cerraron el establecimiento de inmediato.

Drissa la sentó en una de las salas para pacientes mientras Tevor retiraba una sección del techo para que entrase la luz del sol. Se parecían: ropas anchas sobre unos cuerpos bajitos y rechonchos, pelo castaño entrecano y liso como una gavilla de trigo, anteojos y un solo pendiente cada uno. Se movían con la fluida familiaridad de una larga relación, pero estaba claro que Tevor Nile se subordinaba a su esposa. Los dos aparentaban unos cuarenta años, pero el intelectual Tevor parecía perpetuamente despistado, mientras que Drissa no dejaba duda de que era consciente de todo y en todo momento.

Se sentaron uno a cada lado de ella, dándose la mano por detrás de su espalda. Drissa apoyó la mano libre en el cuello de Vi, y Tevor le puso los dedos sobre el antebrazo. Sintió un fresco cosquilleo en la piel.

—Y bien, ¿cómo es que conoces a Ariel? —preguntó Drissa, con ojos perspicaces tras sus anteojos. Tevor parecía haberse ensimismado por completo.

—Mató a mi caballo para impedirme entrar en el bosque de Ezra.

Drissa se aclaró la garganta.

—Ya veo...

—¡Aaagh! —chilló Tevor. Se echó para atrás de golpe, cayó del taburete y se golpeó la nuca contra la piedra de la chimenea—. ¡No toques nada!

Se puso en pie tan rápido como se había caído. Vi y Drissa lo miraron desconcertadas y Tevor se frotó la nuca.

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