Al Filo de las Sombras (27 page)

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Authors: Brent Weeks

BOOK: Al Filo de las Sombras
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Abrió la puerta de par en par, pero la casa estaba en silencio.

—¿Kylar? —llamó—. ¿Uly?

No hubo respuesta. La comida se enfriaba en la encimera, y la gelatina que Kylar estaba preparando se había solidificado y cuarteado. Se le subió el corazón a la garganta. Cada aliento le suponía un esfuerzo. La tía Mia parecía horrorizada. Elene ascendió al piso de arriba y sacó a manotazos la caja con la ropa de ejecutor y la gran espada de Kylar. Estaba vacía. No había señales de nada.

Volvió abajo; la verdad se aposentaba en ella con la lentitud del sol poniente.

«¿Estaremos bien?», le había preguntado ella.

«Después de esta noche, sí», había respondido él, sin sonreír.

La alianza de Kylar estaba al lado del fogón. No había nota, ni nada más. Hasta Uly había desaparecido. Kylar por fin había tirado la toalla con ella. Se había ido.

Vi se bajó del hombro a la niña, que no paraba de retorcerse, mientras entraban en la cuadra de la posada de mala muerte donde había dejado su caballo. El mozo yacía inconsciente y sangrando junto a la puerta. Probablemente viviría. Daba lo mismo; no había visto a Vi antes de que esta le atizara con el pomo de su espada corta.

La niña chilló a través del trapo que Vi le había atado a modo de mordaza. La ejecutora se arrodilló y agarró la garganta de la cría con una mano. Le quitó el trapo de la boca.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó.

—¡Vete a la porra! —Los ojos de la niña brillaban desafiantes. No pasaría de los doce años.

Vi le dio un bofetón, con fuerza. Después le atizó otro, y otro y otro, impasible, como la abofeteaba Hu si estaba aburrido. Cuando la niña intentó apartarse, le atenazó la garganta con la mano, en una amenaza explícita: cuanto más te menees, más te asfixiarás.

—De acuerdo, Vete a la Porra, ¿quieres que te llame así, o por otro nombre?

La niña volvió a maldecir. Vi le dio media vuelta y le tapó la boca con una mano. Con la otra, encontró un punto de dolor en uno de los codos de la niña y clavó los dedos en él.

La chica gritó en su mano.

«¿Por qué no la he matado todavía?»

El trabajo había salido a pedir de boca. Kylar se había llevado el cuerpo de Jarl después de armarse para la caza. Vi solo había captado breves destellos de hojas que se enfundaban y desaparecían... Sin duda había sido una jugarreta de la luz y la distancia, Kylar no podía ser invisible de verdad. En cualquier caso, al cabo de un rato se había llevado el cuerpo de Jarl y Vi había entrado en la casa.

Su intención había sido montar unas cuantas trampas. Había un veneno de contacto perfecto con el que podía embadurnar el pomo de la puerta del dormitorio de Kylar y una trampa de aguja que encajaría a la perfección en la cajita que guardaba bajo la cama. Pero no pudo hacerlo. Aturdida aún por el asesinato de Jarl, deambuló por la casa como una desvalijadora cualquiera.

Encontró una nota y un par de pendientes que parecían caros (eso venía a confirmar la nota) aunque eran extrañamente desiguales, uno más grande que el otro. Se quedó ambas cosas pero no tocó la fina alianza de oro que había junto al fogón. Que la pequeña familia feliz conservase sus tesoros. No estaba segura de lo que significaba la nota. ¿Kylar lo había intentado? ¿Proteger a Jarl?

La puerta se abrió y, mientras se recuperaba de la sorpresa, por ella entró la niña. Vi la ató, la amordazó y después se levantó para contemplar el lío en el que se había metido.

Estaba acabada. No podía matar a aquella niña. Ni siquiera podía matar a Kylar. No, eso no era cierto, estaba segura de que todavía podía matar a Kylar. La única manera de sobrevivir a la ira del rey dios era complacerlo. Estaría más complacido si le entregaba a Kylar con vida. Si hacía eso, el rey dios nunca conocería su debilidad. Ganaría tiempo para recuperar lo que fuera que se había resquebrajado en su interior al ver morir a Jarl entre una lluvia de sangre.

Como hipnotizada, regresó al dormitorio de Kylar. Grabó el símbolo del Sa’kagé de Cenaria en la mesilla de noche con letra fina y esmerada. Debajo escribió: «Tenemos a la niña». Cuando Kylar regresase, descubriría que su hija había desaparecido y buscaría por toda la casa. Encontraría el símbolo y seguiría a Vi derecho hasta el rey dios.

De manera que lo único que le restaba por hacer era descubrir cómo sacar a escondidas de la ciudad a una niña gritona.

—Vamos a intentarlo otra vez —dijo—. ¿Cómo te llamas?

—Uly —respondió la niña, con la cara cubierta de lágrimas.

—De acuerdo, Uly, vamos a irnos. Puedes acompañarme viva o muerta. Da lo mismo. Ya has cumplido tu fin. Voy a atarte las manos a la silla de montar, de manera que podrás saltar del caballo si quieres, pero solo conseguirás que te pise y te arrastre hasta matarte. Tú verás. Abre la boca.

Uly obedeció y Vi le metió la mordaza.

—Estate callada —dijo. Miró la mordaza con la frente arrugada—. Di algo.

—¿Mmm? —farfulló Uly.

—Maldición. —Vi concentró su voluntad en la mordaza—. ¡Cállate! —susurró—. Otra vez.

Uly movió la boca, pero no surgió ningún sonido. Vi le quitó la mordaza, que ya no era necesaria. Un truquillo que había descubierto por casualidad hacía unos años. No siempre funcionaba, pero una niña simplemente callada sería mucho más fácil de sacar de la ciudad que una amordazada. Vi ensilló su caballo y el segundo mejor que vio en el establo.

Al cabo de media hora, Caernarvon se difuminaba en la distancia, pero la libertad estaba todavía muy lejos.

Capítulo 27

Una cólera fría teñía el mundo de blanco. Kylar cruzó el tejado a la carrera. Llegó al borde y saltó, atravesando a toda velocidad el aire de la noche. Salvó sin problemas la distancia de seis metros y ascendió corriendo por la pared. Se impulsó desde ella, agarró la viga que sobresalía del tejado y con una voltereta se subió a ella, sin siquiera bambolearse.

Lo había hecho todo estando invisible, algo que le habría complacido enormemente unos días antes. En ese momento, no tenía ninguna capacidad de sentir placer. Escudriñó las calles oscuras.

Antes de salir, había limpiado del suelo la sangre de Jarl; no permitiría que Elene tuviera que enfrentarse a eso. Había llevado el cuerpo de su amigo a un cementerio. Jarl no se pudriría en una cloaca como una cagarruta de alcantarilla cualquiera. Kylar ni siquiera tenía dinero para pagar a un enterrador —«gracias, Dios»—, de modo que dejó a Jarl y juró que volvería.

Jarl estaba muerto. Una parte de Kylar no se lo creía, la parte que había opinado que la vida fácil de un sanador waeddrynés podía estar hecha para él. ¿Cómo podía haber creído eso? No había nada fácil en la vida de un Ángel de la Noche. Nada. Se dedicaba a matar. La muerte se elevaba a su paso como el fango que se arremolinaba tras un palo arrastrado por el fondo de una laguna clara y en calma.

Allí. Dos gamberros estaban acosando a un borracho. Dioses, ¿era el mismo alcohólico al que había abandonado a su suerte la otra noche? Kylar se dejó caer del tejado, saltó desde el siguiente nivel y en diez segundos estuvo en la calle.

El borracho ya estaba en el suelo, sangrando por la nariz. Uno de los gamberros le estaba arrancando de la cintura el monedero, mientras el otro montaba guardia con un cuchillo largo en la mano.

Con una reverberación del aire, Kylar dejó entrever su cuerpo: músculos que resplandecían de un negro iridiscente, unas esferas negras por ojos y la cara convertida en una máscara de furia. Solo pretendía asustar al portador del cuchillo pero, cuando el matón abrió los ojos como platos al verlo, captó en ellos algo tan siniestro que lo obligó a actuar.

Antes de que acertara a controlarse, la daga de puño bebía sangre de corazón. El cuchillo del maleante cayó al suelo.

—¿Qué haces, Terr? —preguntó el atracador, mientras se volvía.

En cuestión de un momento, Kylar tenía al malhechor empotrado contra la pared por la garganta. Tuvo que contener el impulso de matar, matar, matar.

—¿Dónde está el shinga? —exigió saber.

Aterrorizado, el tipo se revolvió y gritó.

—¿Qué eres?

Kylar atrapó una mano al vuelo y apretó. Crujió un hueso. El atracador soltó un grito. Kylar esperó, y apretó más fuerte. Otro hueso se partió.

El chorro de insultos no le impresionó. Kylar estrujó la mano del atracador hasta reducirla a pulpa y luego le cogió la otra. El hombre empezó a gimotear mirándose la mano destrozada.

—Oh mierda oh mierda oh mierda, mi mano.

—¿Dónde está el shinga? No repetiré la pregunta.

—Hijo de... ¡No! ¡Para! ¡Tercer almacén bajando desde el muelle tres! ¡Oh, dioses! ¿Qué eres?

—Soy la sentencia —dijo Kylar.

Rebanó el gaznate del atracador y lo dejó caer. El borracho lo miraba boquiabierto. Daba la impresión de que creía haberse vuelto loco.

El almacén era sin duda la guarida del shinga, pero Barush Trampete no estaba allí. Kylar supuso que era demasiado esperar. Sí había, sin embargo, diez guardias tras la puerta de entrada. Kylar los miró desde las vigas del techo, buscando uno que pudiera saber más que los otros.

La presencia de los guardias era prueba suficiente de que Barush Trampete había enviado al ejecutor que mató a Jarl. Kylar no tenía ni idea de cómo habían descubierto que era él quien había hecho mearse encima a Trampete la otra noche, pero tomarse la venganza con el hombre equivocado era muy propio de aquel shinga de pacotilla.

Se dejó caer detrás de un hombre que parecía el cabecilla. Le rompió el brazo derecho y desenfundó la espada que el tipo llevaba al cinto.

La mitad de los matones había caído antes de que se hicieran a la idea de que en teoría debían luchar contra el hombre invisible que los estaba matando. Quienes combatieron, lo hicieron mal. Si se viste a un matón con armadura y se le da una espada en vez de una porra no se obtiene un soldado, sino un matón que blande una espada como si fuera un cacho de madera. Se precipitaron a los brazos de la Muerte.

Kylar se plantó sobre el líder, el último que quedaba vivo, y permitió de nuevo que sus ojos y su cara se volvieran visibles. Le puso un pie sobre el brazo roto y le llevó su propia espada al cuello.

—Tú eres el ejecutor. —El hombre soltó una palabrota. Estaba sudando y tenía la cara ancha pegajosa. La poblada barba morena le temblaba al hablar—. Dijo que eras una chica.

—Falso, háblame —dijo Kylar.

—El shinga dijo que había cabreado a un ejecutor cenariano. Teníamos que matarte si venías.

—¿Dónde está?

—Si te lo digo, ¿me perdonarás la vida?

Kylar miró a los ojos del hombre y, curiosamente, no sintió o imaginó, o lo que fuese que había hecho las otras veces, la oscuridad que exigía la muerte.

—Sí —dijo, aunque seguía poseído por la furia homicida.

El hombre le reveló un escondrijo, y otra trampa, una habitación subterránea con una sola entrada y otros diez guardias.

Con los dientes rechinando contra aquella cólera fría y blanca, Kylar dijo:

—Diles que el Ángel de la Noche camina. Diles que la Justicia ha llegado.

Capítulo 28

La reja se abrió con un chirrido y la cara de Gorkhy apareció a la tenue luz de su antorcha. Parecía contento. Logan lo odiaba de todo corazón.

—Carne fresca, nenes —dijo Gorkhy—. Carne fresca y sabrosa.

Varios de los prisioneros que había detrás de Gorkhy empezaron a sollozar. Era una crueldad deliberada llevarlos allí a aquella hora. Era mediodía; los aulladores chillaban a pleno pulmón y un aire caliente y fétido salía a chorro del agujero como un pedo gigante e interminable. Hacía que las antorchas bailaran y las figuras de los ojeteros pareciesen brincar y retorcerse con el resplandor de su sudor.

Desde que Logan había saltado al Agujero hacía ochenta y dos días, solo habían tirado a un preso más. Se había encargado Gorkhy, que lanzó al preso al Agujero... directo al agujero. La cara del prisionero se había estrellado con un sonido húmedo contra el borde del orificio, y su cuerpo se había precipitado al abismo. De modo que, en ese momento, los animales y los monstruos se apiñaron en torno al agujero como hacían cuando Gorkhy les tiraba el pan. No para salvar la vida de los presos, sino para salvar su carne.

—De acuerdo, bonitos —dijo Gorkhy—. ¿Quién va primero?

Sin perder de vista a Fin, que también lo vigilaba de reojo, Logan se mantuvo apartado del borde del orificio. Era el que tenía los brazos más largos, pero atrapar un cuerpo en caída libre no era lo mismo que cazar un trozo de pan, y Fin había desenrollado su cuerda de tendones de su cuerpo.

Se oyó un forcejeo arriba, seguido de imprecaciones, y una mujer se lanzó hacia la reja. Gorkhy intentó interceptarla, pero ella se escabulló por debajo de sus brazos. Se tiró de cabeza hacia el suelo y entonces frenó en seco cuando Gorkhy la agarró del vestido.

La mujer gritó y pateó, colgando directamente sobre la cabeza de Logan. Este saltó y cogió uno de los brazos que la mujer sacudía en el aire, pero se le escurrió. La mujer cayó unos palmos más hacia delante, hasta quedar boca abajo a unos tres metros del suelo de piedra.

—¡Fin! —gritó Lilly—. ¡A por él!

Gorkhy estaba de rodillas, agarrando el vestido de la chica con una mano y la reja con la otra. Tenía la cabeza a la vista. Para Fin, que practicaba sin tregua con su lazo, era un blanco fácil.

Gorkhy estaba maldiciendo, pero era un hombre fuerte. Logan saltó e intentó asir de nuevo la mano de la chica, pero falló. Fin se acercó corriendo con el lazo en la mano. El resto de los ojeteros aullaban y lanzaban heces contra Gorkhy. Logan saltó una vez más y agarró la mano de la chica.

Su vestido se rasgó y la joven cayó encima de Logan, que apenas pudo amortiguar el golpe ya que se concentró en desviarla del abismo.

Cuando Logan pudo ponerse en pie, vio la cara de Gorkhy desfigurada de ira a la luz de la antorcha, todavía expuesta, esperando a que el lazo se cerrase alrededor de su cuello, suplicando que lo arrastraran al Agujero y lo despedazasen. Se dio la vuelta y vio que Fin estaba a apenas medio metro de distancia, pero había soltado el lazo. Logan casi no tuvo tiempo de ver el centelleo del acero en la mano de Fin antes de que este lo apuñalara.

La hoja desgarró la carne de sus costillas y su brazo izquierdo cuando se retorció a toda prisa para esquivar el golpe. El movimiento atrapó la mano de Fin entre el brazo izquierdo de Logan y su cuerpo y, al girar la cintura, Logan oyó caer el cuchillo al suelo de piedra. Lanzó un puñetazo contra la cabeza de Fin, pero este se agachó, se dejó caer al suelo y se alejó arrastrándose con rapidez. Logan salió tras él, decidido a matarlo cuando tenía la ocasión pero, al adelantarse, los ojeteros a sus espaldas se cernieron sobre la chica.

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