A unos metros detrás del crupier, dos hombres trajeados estaban observando mi juego atentamente. Ambos llevaban etiquetas identificativas en la solapa y uno de ellos hablaba por teléfono.
Kevin también debió de haberlos visto, puesto que de repente se levantó de la mesa.
—Por hoy ya tengo bastante —dijo cambiando sus fichas por otras de mayor valor. Mientras el crupier intercambiaba fichas negras por moradas, Kevin se levantó la gorra y se pasó los dedos por el pelo—. Me parece que voy a ver esa mesa de billar de la que habla todo el mundo.
Se fue de la mesa arrastrando los pies y con las manos en los bolsillos. Conté hasta sesenta —el minuto más largo de mi vida— y me levanté. Los dos hombres me observaron mientras atravesaba todo el casino. No pude respirar tranquilo hasta que salí a la calle y sentí en el rostro el aire caliente de Las Vegas.
Encontré a Kevin en una cabaña privada que daba a una de las muchas cascadas artificiales de la laguna serpenteante. Estaba tendido en una hamaca del salón, bebiendo un vaso helado de limonada. Aún llevaba la gorra de béisbol, pero se había cambiado las gafas redondas por unas gafas de sol envolventes.
Me senté en una silla a su lado y contemplé a la camarera, anatómicamente perfecta, con un bikini de color verde mar y zapatillas blancas, que añadía alegremente otra bebida a la cuenta de «Jamie Chin».
Cuando se fue, me incliné hacia Kevin y le pregunté:
—¿Lo echas de menos?
Sabía que era una pregunta cargada de implicaciones. Habían pasado casi tres años desde el robo y a Kevin aún le incomodaba hablar de los acontecimientos de sus últimos días como miembro del equipo de contadores de cartas del MIT. No había averiguado de modo concluyente quién estaba detrás del robo y el allanamiento. Tenía sus sospechas, pero nunca me las reveló. Yo me preguntaba si la traición no procedería del hombre que lo había iniciado todo: Micky Rosa. Al fin y al cabo, había sido menospreciado por el equipo y tenía a otros comandos trabajando en el mismo territorio. Pero nadie del equipo —y aún menos Kevin— se atrevería a expresar esas sospechas en voz alta y no había ninguna prueba que vinculara a Micky con el robo.
Después del incidente, Kevin disolvió oficialmente su comando y dejó el juego en equipo. Siguió jugando por su cuenta y a veces contaba cartas, pero la doble vida que había llevado durante más de cuatro años había llegado a su fin.
La transición a un estilo de vida más normal no le resultó fácil. Durante los seis meses siguientes cambió de trabajo tres veces hasta que al final le contrató una empresa de nueva creación con sede en Boston. Seguía pasando la mayor parte del tiempo jugando con números, pero ahora los números estaban en hojas de cálculo en lugar de barajas de cartas. En cuanto a sus ganancias, invirtió la mayor parte del dinero en un bar que abrió con unos amigos en el centro de la ciudad.
Incluso al cabo de tres años, las consecuencias de la doble vida que había llevado Kevin aún eran patentes. Para empezar, recientemente había tenido que pasar por otra inspección de Hacienda. Aunque había vuelto a salir indemne, no había podido librarse de la sensación de que alguien le vigilaba, «por si acaso».
En cuanto a los antiguos compañeros de Kevin, hacía tres años que no hablaba con Fisher. Aún se veía con Martínez de vez en cuando, pero había tensión entre ellos y Kevin dudaba que volvieran a ser amigos algún día. Por lo que sabía Kevin, el equipo de Martínez y Fisher seguía asaltando Las Vegas periódicamente desde una base de operaciones en la Costa Oeste, pero los miembros fundadores hacía tiempo que se habían convertido todos en dinosaurios y ya no podían jugar en ninguno de los casinos del Strip. En consecuencia, Martínez y Fisher habían reclutado a una nueva hornada de chicos prodigio; según los últimos datos, su equipo contaba con más de dieciséis miembros y había ganado casi medio millón de dólares sólo en el último año.
Jill y Dylan se divorciaron seis meses después del robo. Aunque ninguno de los dos consideraba que el Blackjack fuera el principal culpable de su ruptura, tampoco descartaban totalmente los efectos de la vida en Las Vegas. Quizá la presión les había llevado a quemarse antes de tiempo. Fuera cual fuera el motivo, ya no se hablaban. Jill se había mudado a Hartford, Connecticut, donde trabajaba como consultora corporativa y era muy valorada en su profesión. Y Dylan iniciaba en el sur de Francia una nueva y prometedora carrera en el sector publicitario.
Andrew Tay seguía viviendo en Boston y tres noches la semana se iba a la residencia universitaria para desplumar a los estudiantes de primer curso en la mesa de póquer. A veces, cuando volvía a su piso de Back Bay bien entrada la noche, se encontraba con Micky Rosa en la entrada del Pasillo Infinito. El último rumor era que Micky y Kianna vivían juntos en el apartamento de Micky y que habían formado varios nuevos equipos del MIT. Era una especie de círculo poético, un círculo que había comenzado a girar antes de Kevin y que seguiría rodando hasta mucho tiempo después.
—¿Lo echas de menos? —repetí, sintiendo el rocío de la cascada artificial—. ¿Echas de menos la emoción, el dinero, el juego?
Kevin me miró a través de sus gafas oscuras.
—A veces me pregunto cómo sería volver a empezar. Ahora es distinto. Has visto lo rápido que han reaccionado. Hay que ir con muchísimo más cuidado. Y tienes que ser muchísimo más listo. Y, aún más importante, tienes que reclutar a gente de total confianza.
—Bueno —bromeé, alisándome la camisa de seda—, yo ya tengo la ropa adecuada, si es eso a lo que te refieres…
Kevin sonrió:
—Primero hay una prueba que debes superar…
Un escrito de Kevin Lewis
En la película
Rain Man
hay una famosa escena en la que Dustin Hoffman y Tom Cruise ganan un montón de dinero jugando al Blackjack en el Caesars Palace de Las Vegas. Un empleado del casino, sorprendido por su éxito, comenta que «nadie puede contar seis barajas de cartas». Su apreciación parece de lo más lógica: ni tan sólo un autista sabio (encarnado por un actor galardonado con tres Oscar) debería poder seguir la pista de 312 cartas. Y mucho menos de 312 cartas moviéndose a la velocidad de un casino: ¡hasta ocho manos al mismo tiempo!
Así pues, la cuestión es la siguiente: ¿cómo consiguen ganar tanto dinero los llamados contadores de cartas profesionales? ¿Y por qué se considera que el Blackjack es el único juego de casino en el que se puede ganar a la banca?
La respuesta en realidad es bastante sencilla. Llamarlo recuento de cartas es poco apropiado: el ejercicio no tiene nada que ver con la capacidad de
contar
las cartas que salen de la baraja.
Como tampoco es necesaria la memorización del orden preciso en el que aparecen. En realidad, el recuento profesional sólo consiste en sacar partido de la naturaleza estadística del Blackjack.
El Blackjack es el único juego del casino en el que se puede ganar durante un período prolongado de tiempo, porque el Blackjack está sujeto a una probabilidad continua. Lo cual significa sencillamente que lo que se ha visto ejerce una influencia en lo que se verá. El Blackjack es un juego que tiene memoria. Si de la baraja sale un as en la primera ronda, eso significa que queda un as menos en el resto de la baraja. Las probabilidades de sacar otro as han disminuido en una proporción calculable. Dicho de otro modo, el pasado tiene un efecto sobre el futuro.
Comparémoslo con los dados y la ruleta. Si un tirador de dados consigue tres onces seguidos, ¿qué probabilidades tiene de sacar otro once en la siguiente tirada? Y, en el caso de la ruleta, si salen tres veces números negros, ¿se ha reducido la probabilidad de que vuelva a salir un número negro en el próximo lanzamiento? En ambos casos, la única respuesta posible es que las probabilidades no se han visto modificadas. Como hemos dicho antes, el Blackjack es el único juego de casino en el que lo que se ha visto influye en lo que se verá.
Este hecho, y este hecho únicamente, es la razón por la que en el Blackjack se puede ganar. Basta con averiguar cómo sacar el mayor partido de la probabilidad continua del juego.
Precisamente con esa finalidad, en 1962, el profesor del MIT Edward Thorp realizó simulaciones sobre el efecto relativo que ejerce cada carta en las posibilidades que tiene el jugador de ganar. Lo que descubrió fue que, cuando en la baraja quedan muchas cartas bajas (del siete para abajo), las probabilidades están de parte del crupier. En cambio, cuando hay muchas cartas altas (nueves, dieces, figuras y ases), las probabilidades se inclinan a favor del jugador. A lo largo de los años se han desarrollado un gran número de sistemas de recuento a partir del trabajo de Thorp. Sin embargo, ninguno ha modificado el principio general de que las cartas bajas que quedan en la baraja son malas para el jugador y las altas son buenas. Cualquier sistema de recuento que funcione se basa en ese principio y, aunque hay métodos más complicados que aprovechan los distintos valores relativos de cada carta individual, el equipo del MIT adoptó el sistema más sencillo: el método de altas y bajas.
A grandes rasgos, este método asigna un valor de uno positivo para las cartas que van de dos a seis y un valor de uno negativo para los dieces, las figuras y los ases. Los sietes, los ochos y los nueves se consideran neutrales y no se cuentan. Puesto que el sistema no tiene en cuenta factores tan importantes como el hecho de que un cinco tiene un valor más negativo que un seis o de que un as tiene un valor más positivo que un diez, es evidente que no es el método de recuento más potente ni el más ventajoso. Sin embargo, los errores en el recuento de cartas que se pueden cometer en un casino tienen unas consecuencias infinitamente más catastróficas que las que pueda tener un método imperfecto.
Mis compañeros de equipo y yo confiábamos en nuestra capacidad de seguir el método de altas y bajas a la perfección y no considerábamos que el valor añadido que pudiera aportar un sistema más avanzado compensara el riesgo potencial de cometer un error sobre el terreno.
En la práctica, solíamos contar un mazo de seis barajas. Seguíamos la pista del recuento acumulado de las cartas que veíamos, valiéndonos del método de altas y bajas. Un recuento positivo alto significaba que habíamos visto muchas cartas bajas y que quedaban muchas cartas altas en el mazo. Un alto recuento negativo indicaba que habíamos visto un gran número de cartas altas y que en el mazo restante predominaban las cartas bajas. De acuerdo con el estudio realizado por Thorp, la primera situación nos era más ventajosa y, por lo tanto, debíamos subir la apuesta. La cuestión era: ¿en qué medida debíamos subirla?
Podríamos haber utilizado el sistema empleado por el personaje de Dustin Hoffman en
Rain Man
: «Una si es malo, dos si es bueno». Pero al final decidimos idear un método un poco más elaborado.
Para determinar en qué medida debíamos subir la apuesta, en primer lugar teníamos que encontrar la manera de entender qué significaba nuestro recuento; debíamos desarrollar una ecuación que tuviera en cuenta qué proporción de la baraja ya habíamos visto. Es evidente que un recuento de catorce positivos una vez repartidas las tres primeras barajas es mucho más ventajoso que un recuento de quince cuando sólo se ha repartido una. Por lo tanto, debíamos ajustar nuestro recuento para dar cuenta del número de cartas que quedaban en el mazo.
Para hacerlo dividíamos nuestro recuento por el número de barajas que no habíamos visto. Si teníamos un recuento de quince con tres barajas en el mazo, nuestro recuento ajustado (el
recuento real
) era de cinco.
A continuación, restábamos un factor de compensación al recuento real. Ese factor se basa en las reglas del Blackjack del casino y representa la desventaja a la que se enfrenta el jugador cuando el recuento es neutro. Dicho de otro modo, cuando calculamos la ventaja que tenemos sobre el casino, también debemos tener en cuenta la desventaja inherente al juego del Blackjack. No hay que olvidar que los casinos no ofrecerían el juego si de entrada no tuvieran ventaja. No obstante, en Las Vegas la mayoría de los casinos fijan unas reglas bastante favorables al jugador, como, por ejemplo, la regla de rendición, la de doblar después de separar y la de volver a separar los ases. Normalmente nuestro equipo procuraba jugar en casinos que aplicaran esas reglas. Entonces, el factor de compensación que restábamos al recuento real era de uno.
¿Cómo debemos utilizar el recuento ajustado y compensado para ganar dinero? Primero debemos decidir cuál será nuestra unidad de apuesta. Para ello debemos tener en cuenta muchos factores, pero el más importante es el total de dinero que vamos a apostar. Aunque estadísticamente está demostrado que el recuento de cartas funciona, no es una garantía de que se vaya a ganar en todas las manos y mucho menos en todas las sesiones de casino. Así pues, debemos asegurarnos de que tenemos el dinero suficiente para soportar una racha negativa.
Por ejemplo, supongamos que le propongo jugar a un juego en el que tiro una moneda y le pago dos dólares cada vez que salga cara y usted me paga a mí un dólar cada vez que salga cruz. Sería una tontería que no aceptara la invitación. Pero si sólo tuviera tres dólares, podría perderlo todo en las tres primeras tiradas, de modo que nunca podría sacar partido de la ventaja estadística de la que partía. Esta misma lógica es aplicable al Blackjack.
Supongamos que tenemos una ventaja sobre el casino del 2 por 100 aproximadamente. Eso significa que, aun así, el casino nos ganará en un 49 por 100 de las ocasiones. Por lo tanto, necesitamos tener una cantidad suficiente de dinero para poder soportar cualquier oscilación de la suerte que nos sea desfavorable. Como regla general, deberíamos tener como mínimo cien unidades básicas. Suponiendo que empezamos con diez mil dólares, podemos jugar cómodamente con una unidad de cien dólares.
Una vez hemos establecido nuestra unidad de apuesta, podemos tomar decisiones respecto a qué cantidad apostar con un recuento determinado. Sencillamente, restamos el factor de compensación del recuento real y multiplicamos ese número por nuestra unidad básica. Por ejemplo, con un recuento acumulado de quince con tres barajas por jugar, tendríamos un recuento real de cinco. Entonces restamos el factor de compensación y el recuento compensado es de cuatro. Multiplicamos cuatro por la unidad de cien dólares, con lo que llegamos a una apuesta de cuatrocientos dólares. Además, si el recuento está muy alto, debemos jugar dos manos al mismo tiempo para aprovechar al máximo la buena racha. Si el recuento no está a nuestro favor, entonces apostamos lo mínimo y jugamos una sola mano.