13 balas (20 page)

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Authors: David Wellington

Tags: #Terror, Fantástico

BOOK: 13 balas
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—¿Y por qué íbamos a confiar en ti? —preguntó uno de ellos, con voz áspera y grave debido a la sangre que se acumulaba en su gaznate.

—Te cargaste a nuestro hermano —bramó el otro—. Podrías hacerlo lo mismo con ella en cuanto te diéramos la espalda.

—Si la matara, me juzgarían por asesinato. Ya lo sé, yo tampoco creo que tenga ningún sentido. —Arkeley empezó a encogerse de hombros, pero se dio cuenta a tiempo de que aquel gesto habría implicado mover la mano y arrancarle a Malvern el corazón de cuajo—. Si muero esta noche, me la llevo conmigo.

Los vampiros desaparecieron sin mediar palabra, con la misma rapidez con la que habían llegado.

Cuando estuvo seguro de que se habían marchado, Arkeley fue a comprobar cómo estaban los vigilantes del hospital. Habían hecho lo que él les había pedido. Los vampiros no necesitaban sangre y al ver que los funcionarios de prisiones no les ponían ningún impedimento, se habían limitado a ignorarlos. Nadie en todo el hospital abandonado había resultado herido.

Cuando Arkeley regresó a la habitación privada de Malvern, descubrió que esta había escrito una nueva línea con el ordenador:

Chicos mis chicos cogedle

Por suerte para Arkeley, su estirpe no había podido leerlo a tiempo.

—A usted no le corre sangre por las venas —le dijo Caxton cuando terminó de contar la historia—, sino agua helada.

—Me alegra que piense así. Durante un momento, mientras los tenía ahí, estaba seguro de que me iba a dar un calambre en la mano —dijo y sonrío. Sin embargo, no era tu típica sonrisa displicente, sino una como la que le había dedicado a la novia de Caxton: una sonrisa humana, normal y corriente. No le pegaba demasiado, aunque tampoco le daba un aspecto repelente—. Al final ha salido el sol, Malvern ha metido la mano dentro del ataúd y yo he cerrado la tapa. Y aquí estamos.

—Debería haberme llevado con usted. Juntos podríamos habernos enfrentado a ellos —insistió Caxton.

—No esta noche. Estaban tan llenos de sangre que ni un bazooka les habría hecho un rasguño; por ese motivo se alimentan siempre antes de luchar. Aunque eso también tiene su lado positivo. Venían cargados de sangre para a regurgitarla encima de Malvern tal como Lares hiciera aquella noche en el barco, pero ahora van a tener que digerirla solos. Eso los hará fuertes, pero también va a robarles tiempo. Esta noche, y tal vez la que viene, no van a tener ningunas ganas de comer.

—Entonces, no me pidió que lo acompañará porque creía que iba a ser un estorbo; porque creía que iba a fastidiarle el plan.

—Lo que creía era que iban a hacerle daño —respondió el—. ¿Tenemos que discutir esto precisamente ahora? No he dormido en toda la noche.

Caxton estaba furiosa, pero sabía que era mejor no pelarse con él en aquel momento.

—Vale. Ya se ha cansado de mí, muy bien. En ese caso regresaré con mis perros.

Arkeley sacudió la cabeza.

—No, vamos a asignarle nuevas tareas, pero sigue formando parte del equipo. Puede coordinar el trabajo de investigación y encontrar los nombres y las direcciones de los chicos de Malvern. Siempre tendremos algo para usted.

—Vaya, gracias —le espetó ella.

—No se ponga así. Muy poca gente tiene lo que hace falta para enfrentarse a los vampiros, agentes. Usted hizo todo lo que pudo; que eso no fuera suficiente no es motivo para que se sienta mal consigo misma. Oiga —añadió entonces, mirando primero el ataúd y luego a ella, con las cejas arqueadas—, ¿quiere echar un vistazo?

CAPÍTULO 26

—Es que no. —dijo, aunque no estaba segura. En realidad no sabía ni siquiera a qué estaba renunciado. ¿Quería seguir en el caso? ¿Quería saber algo más sobre los vampiros, sobre lo horrible y desagradable que podía llegar a ser el mundo?

—Es lo mismo que ver cómo una oruga se transforma en una polilla: asqueroso y, al mismo tiempo, fascinante, si tienes estómago para soportarlo.

Caxton estaba a punto de decir que no. Iba a decir que no y se largaría de allí.

—Cada mañana pasa por este proceso, se metamorfosea como una larva en su crisálida. Su cuerpo tiene que transformarse para reparar todo el daño sufrido durante la noche.

Levantó la tapa de ataúd y del interior salió un extraño olor animal, cálido, almizclado y, al mismo tiempo, antinatural. A Caxton le recordó el olor de la caseta de los perros cuanto éstos estaban enfermos.

—La inmortalidad significa esto.

No. Sólo tenía que decir que no y Arkeley volvería a cerrar la tapa. No quería saber nada más, ni del caso ni de los vampiros. Si él quería, se encargaría del trabajo de escritorio.

Caxton se acercó al ataúd. Arkeley apartó la tapa y la agente miró en el interior.

Los huesos de Malvern estaban esparcidos por encima de la tapicería. Su enorme mandíbula se había desencajado. Su corazón, que parecía una ciruela podrida, estaba dentro de la caja torácica, aunque no estaba conectado a nada. El resto de la carne había quedado reducida a una mucosidad que manchaba el forro de seda del ataúd y que apenas le cubría la pelvis y parte de la columna. Había también pequeños charcos de esa mucosa en los rincones de la caja y en una de las cuencas de Malvern. Sumergidos en ese líquido viscoso había unas tiras como de piel chamuscada y en el centro algo que parecía uñas cortadas. El olor era muy, muy fuerte, casi insoportable. Caxton se inclinó para inspeccionar aquellas uñas; solo tuvo tiempo de ver las pequeñas antenas que sobresalían de un extremo y los aros que segmentaban los cuerpos.

—Gusanos —dijo con un grito ahogado. Tenía la cara a pocos centímetros de un amasijo de gusanos.

Caxton retrocedió un paso y a punto estuvo de ponerse a gritar. Ahora que había visto de qué se trataba era imposible fingir que eran otra cosa. Notó un picor en la piel que la obligó a alejarse del ataúd y los labios se le contrajeron en una mueca de asco.

—Una de las mayores maravillas de la evolución —dijo Arkeley. Al parecer hablaba muy en serio—. Por lo menos cuando logras dejar a un lado los prejuicios. Se comen a los muertos y dejan paso a los vivos; sus bocas están diseñadas de tal modo que sólo pueden sobrevivir si se alimentan de comida de una cierta viscosidad. Son tan eficientes trabajando juntos para descomponer tejido necrótico que comparten liberalmente el mismo sistema digestivo. ¿No es increíble?

—¡Por el amor de Dios, Arkeley! —dijo Caxton, que notó el sabor a bilis en el paladar—. Ya me ha quedado claro. Ahora tápela, por favor.

—Pero ¡hay tantas cosas que aún no ha visto! ¿No quiere ver cómo regresa a la vida con la puesta de sol? ¿No quiere ver cómo se recomponen sus tejidos, cómo se hincha el glóbulo ocular y se le reinsertan los dientes?

—Ciérrelo ya —musitó Caxton. Se llevó las manos al estómago, pero con eso sólo consiguió sentirse aún peor. Intentó respirar acompasadamente—. Ese olor.

—No es norma, ¿versad? Las cosas naturales no huelen así —dijo Arkeley. Caxton oyó cómo la puerta del ataúd chirriaba y se cerraba a sus espaldas; sólo aquello la hizo sentirse ya un poco mejor—. A los gusanos no parece importarles, pero los perros aúllan si huelen a un vampiro y las vacas dejan de dar leche si se les acerca. También las personas terminan por darse cuenta de que hay algo anormal en ella, algo que no cuadra. Aunque, por supuesto, a esas alturas ya te habrá arrancando una arteria del brazo y te habrá chupado hasta la última gota de sangre.

—Está disfrutando con esto, ¿verdad? —preguntó Caxton—. Debe de sentar bien poner a una chiquilla donde le corresponde. —La agente se dirigió hacia el extremo opuesto de a sala, tan lejos como pudo del ataúd—. Debe de tener la sensación de ser un tipo duro.

Arkeley soltó un largo suspiro y Caxton se volvió. Se dio cuenta de que en la expresión del agente federal no había rastro ni de alegría, ni de ganas de herirla, tan solo de cansancio.

—Empezó a entrenarme para que fuera su relevo —dijo Caxton—, alguien que pudiera enfrentarse a los vampiros cuando usted ya no esté.

Pero Arkeley sacudió la cabeza.

—No, agente, no. Nunca la consideré una candidata, no la voy a engañar. Usted ha sido honesta conmigo y merece que, por lo menos, yo haga lo mismo.

Caxton asintió vigorosamente con la cabeza. Sabía que no iba a poder ganar aquella discusión, se sentía como cuando se peleaba con su padre. También era un buen hombre, pero tenía una norma según la cual en su casa él tenía siempre razón; aunque al llegar a la adolescencia a Caxton le costó más recordarla.

Joder, se dijo, ¿por qué pensaba tanto en su padre últimamente? Desde que el vampiro la había hipnotizado, había pensado mucho en él. Y le había contado lo de su madre a Vesta Polder. ¡Había tardado meses en hablarle a Deanna sobre la muerte de sus padres! Arkeley había logrado que todo aquello saliera a la superficie en un tiempo récord.

Se había terminado, ya tenía suficiente. Lo había pensado cuando había visto morir al primer vampiro, pero ahora era definitivo.

—Yo también tengo algo que debería ver —dijo.

Arkeley le dedicó una mirada expectante. La discusión con Caxton no lo había preocupado lo más mínimo porque sabía que aquella era su investigación y que, aunque sólo fuera por eso, tenía razón. Bueno, vale, de acuerdo, pensó ella, consciente de que más tarde, cuando él no estuviera presente, estallaría. Se sacó la PDA del bolsillo y buscó el email de clara. Abrió dos de las fotos adjuntas y las dispuso una junto a la otra.

—Un superviviente de Bitumen Hollow nos proporcionó esto —dijo.

Arkeley se inclinó para observar las fotos en la pequeña pantalla. Caxton las había estudiado ya y sabía lo que el agente federal iba a ver en ellas. Ambas imágenes habían sido elaboradas con el Identikit, el programa con el que el departamento del sheriff había creado dos esbozos a todo color de los actores núm. 1 y 2. Como solía suceder con ese tipo de imágenes, se trataba de esbozos inexactos y extraños, y los retratados se parecían más al monstruo de Frankenstein que a dos vampiros. El tono de piel no concordaba, pues el Indentikit no ofrecía la opción de aplicar un color lívido y mortecino, ni tampoco los ojos rojos —un marrón intenso era lo que más se aproximaba— y, desde luego, el programa no incluía una mandíbula y unos dientes como los de un vampiro.

Sin embargo, Arkeley los reconoció al instante.

—Sí, son ellos —dijo y la miró—. Están bien, van a sernos útiles.

—Ya me lo parecía. Y mire, incluso tenemos la marca de identificación de uno de ellos.

El agente al cargo del IdentiKit había dibujado las largas orejas triangulares del actor núm.2, pero el superviviente había insistido en que el actor número.1 tenía orejas humanas si bien, eso sí, con punta superior descolorida, casi negra.

—Éste tiene las orejas diferentes.

—Porque se las recorta cada día —explicó Arkeley.

—¿Que se las qué?

El agente federal le cogió la PDA de las manos y se la acercó a la cara.

—Las orejas los delatan a primera vista. Algunos vampiros, los más jóvenes, intentan esconderlas y adoptar así un aspecto más humano. Lares lo hacía para camuflarse, pero he leído que otros lo hacen simplemente por que quieren volver a parecer humanos; usan pelucas, lentes de contacto azules e incluso se maquillan las mejillas y la nariz para parecérsenos más.

—Pero ¿cada día? ¿Este tío se recorta las orejas cada día? Arkeley se encogió de hombros.

—Sí, cada noche. Al anochecer, cuando despierta, le han vuelto a crecer.

Eso hizo que Caxton se acordara de los gusanos que acababa de ver en el ataúd.

—Algunos vampiros deben de odiarse as í mismo; deben de odiar lo que son y lo que tienen que hacer.

—Eso no lo sabe nadie. En las películas se insinúa que los vampiros poseen una profunda e inquietante vida interior, pero yo no lo creo. En mi opinión, se pasan la noche pensando en la sangre, en lo bien que sabe y en lo mucho que la echan de menos cuando no la tienen. En cómo pueden conseguir más sin que los descubran y los ejecuten. Y en cuánto tiempo pasará hasta de que les deje de importar que los descubran.

Caxton sintió un escalofrío y cruzó los brazos sobre el pecho.

—Como yonquis —se dijo. Antes de abandonar la universidad había conocido a varias chicas que tomaban heroína. Cuando aún no se drogaban eran personas autónomas, con sus propias ideas y con sentimientos. La droga las volvió anodina, sus personalidades sucumbieron por completo a la adicción—. Como yonquis que no pueden dejar la droga.

—Hay una diferencia —replicó Arkeley—. Al final los yonquis se mueren.

CAPÍTULO 27

—Anoche ocurrió algo aquí, ¿verdad? Algo que podría haber acabado muy mal —dijo el sargento Tucker observando a Caxton y a Arkeley desde detrás del mostrador.

La última vez que ella los había visto tenía los pies encima de la mesa y estaba mirando la televisión. Ahora estaba inclinado hacia delante, muy atento a los cuatro pasillos que desembocaban en el puesto de vigilancia.

—Ayer hubo veintitrés funcionarios de prisiones haciendo el turno nocturno, pero no he logrado sonsacarles una respuesta clara a ninguno de ellos. Un tipo vio sombras deambulando, como si su sala estuviera llena de velas que parpadeaban y no sé qué historias. Otro jura haber visto cómo un vampiro cruzaba el jardín: piel lívida, muchos dientes, calvo como una bola de billar; pero el guardia tenía órdenes de ni siquiera exigirle al cabronazo que se detuviera.

—La orden se la di yo —confirmó Arkeley.

Tucker asintió con la cabeza.

—Y luego a las dos y catorce de la madrugada, de pronto, la temperatura del hospital cayó cuatro grados. Tengo el registro justo aquí, en este ordenador. Primero hacía diecisiete grados y luego trece. Y hacia las dos y media, volvió a subir a los diecisiete. También tengo un video donde se ve una figura pálida y borrosa corriendo por la sala de la piscina a tal velocidad que ni siquiera puedo aplicar el procesador de imagen. —Tucker entrecerró los ojos—. Si no hubiera sido por usted, si mis hombres hubieran estado solos.

—Yo estaba aquí. La situación estuvo bajo control en todo momento.

Tucker estudió el rostro de Arkeley durante un buen rato, entonces apartó la mirada y se rascó la cabeza rapada.

—Sí, claro. ¿Qué puedo hacer por usted ahora?

Caxton le pasó su PDA y Tucker observó las fotografías que aparecían en la pantalla.

—Éstos son los vampiros que estuvieron aquí anoche —explicó Arkeley— Quiero saber su se parecen a alguna de las personas de la lista.

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