Yo soy Dios (29 page)

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Authors: Giorgio Faletti

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: Yo soy Dios
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—¿Alguna vez vio a esta persona?

Carmen examinó la foto de un muchacho moreno con un gran gato negro.

—No, nunca.

Mientras la detective se guardaba los objetos en el bolsillo, Carmen tuvo la sensación de que su declaración la había desilusionado pero no sorprendido.

—¿Sabe usted si ocurrió algo extraño, algo insólito en la vida de su marido, algo que él pudiera haberle contado, tal vez sin darle mucha importancia?

Vivien dejó que Carmen reflexionara un poco. Después optó por subrayar un punto.

—Señora, por motivos comprensibles no puedo revelarle nada, pero debe saber que todo esto tiene una gran importancia. —Su tono afligido logró transmitir la ansiedad que sentía.

Carmen siguió pensando y después no tuvo más remedio que hacer un gesto resignado con las manos.

—No. A pesar del pasado más bien movido de Mitch, llevábamos una vida tranquila. De vez en cuando se encontraba con sus viejos amigos, los Skullbusters quiero decir, pero aparte de alguna noche que llegaba a casa un poco pasado de cerveza, era una persona que trabajaba con seriedad. En casa hablaba poco de su trabajo. Todo el tiempo estaba jugando con Nick.

La detective estaba por decir algo cuando fueron interrumpidos por el ruido de una llave en la puerta, que se abrió. La charla fue suplantada por un ruido de tacones en el suelo, que a todos les pareció más elocuente que las palabras. Carmen vio a su hija, que cruzó el pasillo y apareció en la sala de estar.

Tenía el cabello corto y en punta, mantenido tieso con fijador, los ojos pintados en exceso y los labios violeta, y llevaba medios guantes negros. Los vaqueros eran un par de tallas más grandes que la suya y llevaba un
top
que le dejaba el ombligo al aire, un ombligo atravesado por
un piercing
.

No se sorprendió de encontrar a su madre en compañía de dos desconocidos. Los miró con cierta altivez, primero a Carmen, después a ellos.

—Podías ahorrarte llamar a la pasma. Sabes que siempre vuelvo.

Ellos no...

La chica la interrumpió mientras metía la llave en su bolso. Parecía más molesta que impresionada.

—Éstos llevan la palabra poli escrita en la cara. ¿Crees que nací ayer?

Volvió a mirar a su madre.

—Bien. La chica mala ha vuelto a casa y tus dos sabuesos pueden volver por donde han venido. Y diles que sin una orden de registro no pueden llevarse ni una servilleta de esta casa.

Carmen vio cómo una sombra se cernía sobre los ojos de Vivien y los oscurecían. Como si lo supiera, como si ya hubiese vivido esa misma situación en otra parte.

Oyó cómo la detective se dirigía a Allison con una voz obligada por la paciencia.

—No estamos aquí por ti. Le hemos traído a tu madre una noticia.

Pero Allison, indiferente, les había vuelto la espalda. Desapareció en el pasillo dejando tras de sí el sonido sarcástico de su voz.

—¿Por qué a ese bonito discurso no le agregamos «qué carajo me importa»?

Lo dijo cuando ya subía las escaleras en dirección a su dormitorio. Desde arriba, el ruido de un portazo cayó sobre el silencio y el embarazo de los tres.

Carmen no sabía qué decir. Fue Vivien quien habló. La escena vivida la autorizaba a entrar en confianza con la mujer.

—Carmen, ¿puedo decirle un par de cosas a tu hija?

La otra se sorprendió por el pedido.

—Sí, claro, creo que sí.

La detective consideró necesaria una explicación.

—Mis palabras serán un poco rudas, por decirlo de alguna manera, ¿de acuerdo?

—Entiendo, pero no creo que le hagan daño.

Vivien se incorporó. Carmen le dedicó una pequeña sonrisa, cómplice y espontánea.

—Arriba, primera puerta a la derecha.

Vivien subió por la escalera, hacia una conversación que le parecía justo mantener con aquella chica. El que se había presentado como Russell puso una expresión de irónica circunstancia. Hasta ese momento había guardado silencio, pero cuando hizo sentir su voz, sonó exactamente como Carmen esperaba.

—Vivien es una joven muy decidida.

—Ya lo veo.

—Y también muy meticulosa, cuando se lo propone.

Carmen confirmó esa opinión, complacida.

—Estoy segura.

Guardaron silencio hasta que Vivien regresó. No había tardado mucho. Cruzó la sala con aire tranquilo y volvió a sentarse en el sofá.

—Hecho. Tendrá las mejillas enrojecidas por unas horas, pero habrá entendido de qué van las cosas en este mundo.

Sacó una tarjeta del billetero y la dejó en la mesita encima de la revista de crucigramas y sudokus. Cogió el bolígrafo y escribió algo en la parte de atrás. Después se inclinó y le tendió la tarjeta a Carmen.

—Éste es mi número. Detrás he anotado el del móvil. Si te acuerdas de algo de tu marido o tienes nuevos problemas con tu hija, llámame.

Vivien cogió el portarretratos y se levantó. Fue imitada por Russell, pues la visita había terminado. Carmen los acompañó hasta la puerta. Cuando estaban por salir apoyó la mano en el brazo de la detective.

—Vivien.

—¿Sí?

—Gracias. Es algo que tendría que haber hecho yo misma hace tiempo, pero gracias de todos modos.

Vivien le sonrió y los ojos le brillaron un segundo cuando encogió los hombros para restar importancia al episodio.

—De nada. Adiós, Carmen.

Ésta esperó a que hubieran bajado los escalones y después cerró la puerta. Volvió a la sala de estar, pensando en toda aquella historia.

«Mitch, cielos, con todo lo que has tardado espero que hayas entendido cuánto te amaba...»

Sabía que lo más difícil llegaría esa noche, cuando apagara la luz y se encontrara a solas con todos sus fantasmas. Pero por el momento encendió el televisor e invitó al mundo a que le hiciera compañía.

Se sentó en el sillón y encendió el aparato con el mando a distancia. Cuando la pantalla se iluminó había un noticiario sobre la explosión del sábado en la calle Diez de Manhattan. Un recuerdo le cruzó la mente cuando vio aquellas imágenes de destrucción.

Se levantó de golpe, corrió a la puerta y la abrió. Vivien y Russell todavía estaban en la acera de enfrente, junto a un coche, como si se hubieran demorado para comentar los resultados de la entrevista.

Hizo un gesto con el brazo para llamarles la atención.

—¡Vivien!

La detective y su acompañante se volvieron. Al verla bajo la marquesina de la entrada, fueron hacia ella.

—¿Qué pasa, Carmen?

—Me he acordado de una cosa. Ha pasado mucho tiempo y mis recuerdos son...

Vivien parecía excitada y presa de la impaciencia.

—Dime qué es.

Carmen se amilanó. Por primera vez en su vida era parte de una investigación policial y tenía miedo de quedar mal o decir algo que la hiciera parecer estúpida.

—Bueno... No sé si será importante, pero me he acordado que hace mucho tiempo la empresa para la que Mitch trabajaba, Newborn Brothers, reestructuró una casa en North Shore, Long Island. Era la casa de un ex militar, creo recordar. Un comandante o coronel, algo así.

Vivien la apremió.

—¿Y?

Carmen hizo una nueva pausa para coger aire y luego dijo con concisión lo que tenía que decir:

—Un año después de que terminaran los trabajos la casa explotó.

Bajo la luz incierta del crepúsculo, Carmen vio cómo la detective palidecía. Lo vio como si fuera de día.

23

Por las ventanillas del coche Vivien y Russell vieron a Carmen Montesa cerrar lentamente la puerta de su casa, una figura desamparada y sola que trataba de mantener fuera de su casa algo que, seguramente, volvería a entrar por la ventana. Y lo haría de noche y con los colmillos afilados. Un segundo más tarde Vivien ya había cogido el teléfono del coche y marcado el número del capitán. Sabía que estaba en el despacho, esperando. Sentado a su lado, Russell contó tres tonos hasta que atendieron.

—Aquí Bellew.

Vivien no se perdió en exordios.

—Alan, hay novedades.

Le pregunta de Bellew se insertó como una cuña para sorpresa de Vivien.

—¿Está Wade contigo?

—Sí.

—¿Puedes poner el manos libres?

—Claro.

—Bien. Lo que diré debéis oírlo los dos.

Ella se sorprendió porque aquello era inusual en un procedimiento policial. Por otra parte, todos los hechos de aquel caso eran inusuales. Incluso demenciales. Después se dijo que quizás, en honor a la promesa hecha, había aceptado incluir a Russell en la investigación. O quizá Bellew quería decir algo que le concernía directamente a Russell. Vivien pulsó un botón y la comunicación se expandió por el habitáculo.

—Ya está.

La voz del capitán sonó fuerte y clara por los altavoces del coche.

—Antes háblame de tus progresos.

Vivien lo hizo.

—Estoy casi segura de que el tipo emparedado es el tal Mitch Sparrow del que te hablé. Para confirmarlo tengo un elemento para las pruebas de ADN. Habría que hacerlo ya.

—Hazme llegar lo que tienes y considéralo hecho. ¿Otra cosa?

Russell estaba admirado por la comunicación clara y telegráfica entre ambos policías. Hablaban la misma lengua y la habían aprendido en su propia piel.

Excitada, Vivien prosiguió.

—Hace años, Sparrow trabajó en una pequeña empresa de construcciones llamada Newborn Brothers. Me lo acaba de decir su mujer. Hicieron reformas en una casa de North Shore, en Long Island. Y escucha esto: parece que la casa era de un militar y que un año después de terminados los trabajos explotó. Los expertos dijeron que fue un atentado, no un accidente. ¿Qué me dices?

—Te digo que me parece una muy buena pista.

Segura de que su superior lo estaba apuntando todo, Vivien continuó.

—Habría que rastrear a Newborn Brothers y a la empresa que construyó el edificio del Lower East Side y comparar las fichas del personal, si todavía existen. Comprobar si las dos obras tuvieron algún obrero en común. Y conocer los nombres de los responsables de la empresa.

—Enseguida me ocupo de ello.

El capitán cambió el tono. Lo dicho por Vivien ya estaba archivado y en vías de ejecución. Ahora era el turno de que él hablara de sus progresos.

—Me he estado moviendo. He tenido que hablar con el jefe de policía Willard, pero en privado. Muy en privado, no sé si me explico.

—Te explicas.

—Le mostré la carta y le expliqué los detalles del suceso. Dio un salto en la silla. Pero, como era previsible, tomó distancia y se concedió su tiempo. Dijo que como pista le parece escasa y sin demasiados fundamentos, aunque no estamos en situación de descuidar nada. Piensa hacer examinar la carta por un criminólogo o un psicólogo, pero uno ajeno a los círculos policiales o del FBI. Una persona sin memoria y sin palabras, para entendernos. Está pensando en una serie de nombres. Quedamos de acuerdo en que por el momento se procederá con prudencia y tendremos los datos sólo para nosotros. Para todos es una situación muy delicada e inestable. Han muerto muchas personas y muchas otras aún están en peligro. En lo que nos concierne, podrán rodar muchas cabezas, o sobre esas mismas cabezas podrán brillar coronas de laureles. Y entre esas cabezas están las nuestras, Vivien.

Russell tuvo la sensación de que ella se lo esperaba. No hizo comentarios, ni de palabra ni con una expresión.

—Recibido.

—Wade, ¿me oye?

Por un reflejo, Russell se acercó a donde creía que estaba el micrófono.

—Sí, capitán.

—Con el jefe no he hablado de nuestro acuerdo, Wade. Si algo se sabe antes de que esta historia termine, su vida será peor que la peor pesadilla. ¿Me explico?

—Perfectamente, capitán.

Eso significaba que de ahora en adelante sus vidas estarían irremisiblemente enlazadas, sea cual fuere el resultado: con la cabeza sintiendo el filo de la guillotina o la corona. Vivien se dirigió a su superior con voz tranquila y distante. Russell admiró un autocontrol que él no poseía.

—Bien. Lo hemos entendido. ¿Hay algo más?

El tono del capitán volvió a ser el de un policía que examina los elementos de una investigación, un verdadero profesional. La pausa íntima había terminado.

—La buena noticia es que para este trabajo tenemos a toda la policía de Nueva York a nuestra disposición. Y que podremos despertar a quien sea a cualquier hora de la noche. Incluido el jefe.

Hubo ruido de papeles.

—Aquí tengo los resultados de los primeros análisis. Los expertos han deducido cuál es el tipo de detonador. Se trata de una cosa simple y muy ingeniosa a la vez. Una serie sucesiva de impulsos de radio de diferentes frecuencias, emitidos con una secuencia precisa. En una ciudad invadida por ondas de radio, esto asegura que la bomba no estalle por una señal fortuita.

Russell tenía una duda que lo perseguía desde que conocía esta historia. Intervino en la conversación.

—El edificio que explotó fue construido hace muchos años. ¿Cómo es que después de tanto tiempo las bombas todavía funcionaban?

Era una pregunta que quizás el capitán también se había hecho, porque antes de responder suspiró. No obstante su experiencia, ésa era una pequeña señal de una incredulidad renovada ante el genio de la locura.

—No hay baterías. El hijo de puta conectó el detonador a la red eléctrica del edificio. Puede que con los años alguno se haya estropeado y no funcione, pero ¿quién nos dice en cuántos edificios ese loco ha colocado su mierda?

Hubo un sonido raro y Russell temió que se hubiese cortado la comunicación, pero la voz de Bellew volvió a oírse en el coche.

—Estáis haciendo un trabajo muy bueno, chicos. Quería decíroslo: un trabajo óptimo.

Vivien quitó el manos libres. Todo lo que debía decirse se había dicho.

—Espero saber más de ti. Llámame apenas tengas esas informaciones.

—Todo lo rápido que pueda.

Vivien cortó la comunicación y por un momento sólo el ruido amortiguado del tráfico compitió con sus pensamientos en el silencio del coche. Russell miraba la calle y las luces que iluminaban la noche. En ese día sin memoria, el tiempo los había precedido echando sobre ellos un manto de oscuridad.

Russell fue el primero en hablar. Y lo hizo con palabras que devolvían la confianza que Bellew había puesto en él, permitiéndole participar como testigo en la investigación.

—¿Quieres el original?

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